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Juan Gil o la persistencia de la memoria lamentablemente ignorada

Juan Gil o la persistencia de la memoria lamentablemente ignorada

Prestigioso latinista, miembro de la RAE, investigador en campos que van, entre otros, de Jenofonte o los escritos mozárabes a los conversos y la Inquisición sevillana, Juan Gil ha mostrado también un notable y fructífero interés por las expediciones españolas en América y el Pacífico de los siglos XVI y XVII, hasta convertirse en uno de los grandes expertos en el tema, escribiendo libros de extraordinaria calidad cultural e histórica.

En la Biblioteca Castro, en el año 2018, publicó Naufragios y comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca: Relación de su aventura por la Florida y el Río de la Plata; en el 2019, Legazpi, el tornaviaje: Navegantes olvidados por el Pacífico norte; y entre 2017 y 2019 reeditó en la editorial Athenaica su trilogía Mitos y utopías del descubrimiento, ya publicada por Alianza Editorial en 1989, tratando en el primer tomo de Colón y su tiempo, en el segundo de El Pacífico y en el tercero de El Dorado.

Ahora, también en Biblioteca Castro, nos presenta el libro En demanda de la isla del Rey Salomón: Navegantes olvidados por el Pacífico Sur, en el que estudia, con su habitual meticulosidad y sabiduría, las “relaciones” de los viajes a aquellos lejanos territorios escritas por Álvaro de Mendaña, Pedro Fernández de Quirós y Diego de Prado, principalmente.

"Los viajes que nos contará Juan Gil antes de dar paso a las relaciones transmitidas por los propios descubridores comienzan por el primero de Álvaro de Mendaña"

Como señala el autor en su Introducción, el propio Colón llegó a pensar que la isla Española era Ofir, aquel puerto bíblico en que el rey Salomón recibía cada tres años mucha cantidad de oro, piedras preciosas, plata, sándalo… así como animales muy escogidos. La referencia a Ofir y a Tarsis supuso la instauración de un mito de riqueza que con el tiempo fue impregnando muchas de las búsquedas continentales —El Dorado, Paitití, la Tierra de los Césares—. Y desde que Magallanes descubrió el estrecho que lleva su nombre e hizo la primera travesía del Pacífico, nació la atracción de las búsquedas a los territorios australes mediante navegaciones, porque también en América habían cuajado las leyendas de dos islas, una de oro y la otra de plata, Huahuachumbi y Ninachumbi, y de otras islas a las que, según se contaba, iban los incas a buscar oro, paños o lugares cargados de riqueza, como las islas de Salomón, lugares todos que estaban esperando ser descubiertos por los españoles.

Los viajes que nos contará Juan Gil antes de dar paso a las “relaciones” transmitidas por los propios descubridores comienzan por el primero de Álvaro de Mendaña, un leonés de El Bierzo, nacido en Congosto, sobrino y criado del licenciado Lope García de Castro, otro berciano gobernador interino del Perú, que en 1567 decidió “armar dos navíos y proveerlos de mantenimiento por un año a fin de ir a descubrir las islas que aquí llaman de Salomón”.

Juan Gil nos relata que el primero que había solicitado permiso para el viaje había sido un mercader llamado Pedro Haedo de la Cruz, a quien García de Castro había autorizado, aunque luego se desdijo de ello. Sin duda la solicitud del viaje de Haedo había despertado en él la idea de buscar el posible tesoro, y la fábula de riqueza que estaba tras el proyecto hizo que el gobernador intentase hacerlo a través de su sobrino.

"Sarmiento escribirá a Felipe II denigrando a Mendaña, que vuelve a España para intentar conseguir nueva licencia como adelantado, para repetir y completar el viaje"

El estudio de Juan Gil se centra muy bien en la personalidad de los personajes, haciendo que recuperemos un mundo de insidias, enfrentamientos y deslealtades que sin duda refleja con certeza la realidad. Esta primera expedición de Mendaña con las naos Los Reyes —¿cómo iban a faltar los Reyes Magos en un asunto tan aurífero?— y Todos los Santos hizo que se descubriese el archipiélago llamado de Salomón: islas de Guadalcanal, Santa Isabel, Malaita, San Cristóbal… Y fue precisamente en esta isla —el 7 de agosto de 1568, nueve meses después de la partida desde Lima— donde los miembros de la tripulación acordaron no poblarla y regresar a la Nueva España, en contra de la opinión de Mendaña, llegando siete meses después a Chile, agobiados por el hambre y la sed.

Mendaña era joven y tuvo que aceptar la oposición de sus tripulantes, puestos contra él por el cosmógrafo y supuesto astrólogo alcalaíno Pedro Sarmiento de Gamboa, cuya malquerencia se recrudecerá en Lima: Sarmiento escribirá a Felipe II denigrando a Mendaña, que vuelve a España para intentar conseguir nueva licencia como adelantado, para repetir y completar el viaje. Lo consigue gracias a su tío, y regresa a América, adquiere en Panamá una nao —Nuestra Señora la Candelaria, nombre que recuerda el que le dio a unos arrecifes que había encontrado en su primer viaje—, pero luego pasarán los años sin que consiga los medios necesarios para llevar a cabo su segundo viaje, porque mediarán la insurrección en Panamá de los negros cimarrones —que al parecer fomentaron los ingleses—, la aparición del pirata Drake y colegas suyos, como Hawkins, perturbando violentamente los puertos y las costas, las enemistades de gente importante con él y con su tío… Mientras tanto, Mendaña se casa con la gallega Isabel Barreto —en 1587, con importante dote— y consigue al fin las ayudas para su proyecto.

"Es Pedro Fernández de Quirós quien asume entonces el intento de continuar llevando a cabo el proyecto desde lo que, según Juan Gil, resulta la ambición de un nuevo Colón"

El 9 de abril de 1595, 28 años después de su primer viaje al Pacífico oriental, Mendaña sale de Lima con una flota de cuatro naos en busca de su mítico destino. Lo acompañan su mujer —a quien declara su legítima heredera a todos los efectos— y varios cuñados, y lleva como piloto mayor al portugués Pedro Fernández de Quirós, megalómano con delirios de grandeza, según Juan Gil —lo que se ajusta bien al personaje cuando leemos su historia— y un maestre, Pedro Merino, con quien tendrá problemas desde los primeros momentos de la travesía… Esta vez encontraron las islas Marquesas, y entre motines y enfrentamientos sanguinarios y enfermedades muere Mendaña —acaso por el escorbuto, sugiere Gil—. Y sin saber la pista de las islas Salomón, desde la isla de Santa Cruz se opta por buscar las Filipinas “diezmados, maltrechos y sumidos en la desesperación”, hasta llegar a Cavite.

Isabel Barreto contrajo nuevo matrimonio con el capitán Fernando de Castro, Caballero de la Orden de Santiago, y ambos tuvieron la idea de liderar la búsqueda de las islas de Salomón, puesto que Isabel era la legítima heredera de Mendaña. Mas el Consejo de Indias dictaminó que el derecho había prescrito con su muerte. Es Pedro Fernández de Quirós quien asume entonces el intento de continuar llevando a cabo el proyecto desde lo que, según Juan Gil, resulta “la ambición de un nuevo Colón”. Tras enviar a las autoridades innumerables memoriales de solicitud sin resultado, peregrina a Roma y consigue ganar para su causa al duque de Sessa, a los franciscanos y al papa Clemente VIII, lo que acabará propiciando la aprobación del rey Felipe III para que Fernández de Quirós busque “La Austrialia (sic) del Espíritu Santo”.

"Cuando Fernández de Quirós, tras llegar a Acapulco, regresa a España, se encuentra en la corte con muchos adversarios, pero también con amigos"

La expedición, con tres naves, sale del Callao el 21 de diciembre de 1605, y muy pronto el almirante se enfrenta con el piloto mayor, Juan Ochoa de Bilbao —que, como acabaremos conociendo por una “relación” del viaje, ha conseguido su cargo (sin sueldo) como conmutación de una pena a galeras de 6 años—. El caso es que, tras descubrir algunas islas despobladas y otras pobladas, y perder de vista la nave almirante, pilotada por Diego de Prado Tovar —tan leonés como Mendaña— Fernández de Quirós, entre motines y enfrentamientos, decide regresar a Nueva España. Hay que señalar que la nave almirante —San Pedrico—, tras esperar en un punto del trayecto más de quince días la llegada del resto de la flotilla, continúa el viaje, intentando descubrir el supuesto “continente austral” y pasando por el estrecho de Torres —muy cerca de Australia—, Nueva Guinea, las Molucas…

Cuando Fernández de Quirós, tras llegar a Acapulco, regresa a España, se encuentra en la corte con muchos adversarios, pero también con amigos. Sigue la pretensión de nuevas expediciones a la llamada “Austrialia”, pero la conclusión de Juan Gil es que el proyecto colonizador fracasó —no olvidemos que nunca se llegó a encontrar el continente— por la tenaz resistencia aborigen y por la falta de apoyo logístico de aquellas diminutas flotillas tan alejadas de un posible apoyo. Como ejemplo de la indefensión de los “conquistadores”, Juan Gil señala que en el segundo viaje de Mendaña, de 352 tripulantes —incluida, con los marineros y soldados, la gente de servicio— más de 80 eran mujeres y niños, pues no olvidemos que “poblar” era uno de los objetivos de la expedición.

"La navegación debía de ser muy agobiante por la escasez de agua dulce y de comida, las averías, los vientos inesperados, ciertos maremotos y erupciones de volcanes cercanos, y los aguaceros"

La Introducción de Juan Gil, que ocupa 283 páginas de las 750 del libro —sin pormenorizar las referencias bibliográficas y otros aspectos similares— concluye con una parte titulada “Encuentros y desencuentros” en la que, tras señalar cómo todos aquellos viajes estaban cargados de elementos simbólicos en las denominaciones y los sucesos —Salomón, los Reyes Magos, las apariciones de estrellas y extrañas nubes que se suceden—, se refiere al encuentro con los nativos, en el que se ha apaciguado el “afán conquistador”. Tanto Mendaña como Quirós, desde los primeros contactos, intentan la paz y la concordia, pero no lo consiguen por el “hartazgo” de los aborígenes, muy diversos —entre ellos se encuentra incluso gente de cultura antropófaga— que, a poco de conocer a estos extraños visitantes y aprender algunas palabras de su idioma —que, al parecer, pronuncian con una música vocal muy parecida— les gritan ¡Afuera! ¡Afuera!, muy expresivamente, y se manifiestan muy activos a la hora de repeler la entrada de los intrusos, a pesar de la inferioridad de su armamento —flechas frente arcabuces y culebrinas—.

Juan Gil también nos recuerda algunas incidencias de la navegación, que debía de ser muy agobiante por la escasez de agua dulce y de comida, las averías, los vientos inesperados, ciertos maremotos y erupciones de volcanes cercanos, y los aguaceros, aunque las dificultades y las enfermedades se alternaban con las numerosas celebraciones festivas: Reyes, San Pablo, Semana Santa, Pascua, Corpus Christi, San Antonio, procesiones rogativas… demostrando la antigua implantación de ciertos memes en la cultura española.

A continuación, Juan Gil repasa los textos de los que es introductor, aclarándonos sus verdaderas o supuestas procedencias: la “relación” del primer viaje de Álvaro de Mendaña; la “historia” de Pedro Fernández de Quirós —en la que estará incluida la relación del segundo viaje de Mendaña de la mano de Hernán Gallego, uno de los colaboradores en la empresa—; la de Diego de Prado, separado involuntariamente de la flotilla del segundo viaje, como dije; así como otras breves pero interesantes, para completar el conocimiento de asunto. A esto añade Juan Gil un capítulo titulado “Los roles de los viajes”, en el que nos describe meticulosamente las tripulaciones —oficiales, lombarderos, marineros, soldados, frailes, mujeres, hijos, grumetes…— deteniéndose en muchos casos a darnos datos del personaje citado.

Cuando termina la meticulosa, certera y amena Introducción, que culmina con un abundante repertorio bibliográfico, como he señalado, entramos en el mundo de los textos de referencia, completado por un Apéndice en el que no falta la carta de Pedro Sarmiento de Gamboa al rey atacando a Mendaña a la que he aludido.

"Hay que agradecer a Juan Gil su docto interés y su estimulante trabajo. Gracias a sabios tan lúcidos y esmerados como él persiste una memoria que, lamentablemente, ignora la mayoría de los españoles"

Tras una Introducción tan deleitosa, los textos originales nos permiten recuperar ya de modo directo las expresiones y la atmósfera de la época. A mi juicio, no hay ninguno que no estimule nuestra atención: ahí conoceremos directamente los difíciles trabajos de la travesía, la compleja y sangrienta relación con los indígenas, las discordias interiores… A mí me atrae en especial el testimonio del “megalómano” —como dije que lo califica Juan Gil— Pedro Fernández de Quirós. Barroco, pretencioso, tiene sin embargo un contenido muy iluminador del personaje y de la época, como el capítulo IV, en el que Quirós, enfermo, dicta 49 normas “a los demás pilotos y gente de mar, para que supiesen cómo se habían de gobernar” y donde, aparte numerosas instrucciones de carácter religioso —hasta llegar a la santurronería, espacio muy propio del personaje— da también muy interesantes referencias para conocer los entresijos de la navegación en aquella época. También el capítulo XXIV es a mi juicio modélico para entender la pretenciosidad de Quirós, que aunque ha fracasado en su misión, no tiene reparo en celebrar con absurda solemnidad “… la fiesta de la víspera y día del Espíritu Santo, y la posesión en nombre de la Iglesia católica y en nombre de Su Majestad¡de un lugar que abandonará enseguida sin dejar rastro!

En fin, hay que agradecer a Juan Gil su docto interés y su estimulante trabajo con los documentos que acreditan tantas acciones de aquellos tiempos del Descubrimiento. Gracias a sabios tan lúcidos y esmerados como él persiste una memoria que, lamentablemente, ignora la mayoría de los españoles.

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Autor: Juan Gil. Título: En demanda de la isla del rey Salomón: Navegantes olvidados por el Pacífico Sur. Editorial. Biblioteca Castro (Fundación José Antonio de Castro). Venta: Todos tus libros, Amazon.

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