Rearme de franquicia tras el finiquito a la trilogía de Jurassic World, la aquí presente Jurassic World: El renacer hace todo lo posible por limpiar el escenario de vicios adquiridos. Por un lado, el film de Gareth Edwards se “conforma” con ser una nueva aventura selvática que, casi automáticamente, remite a clásicos de serie B y un cierto contenido icónico en la línea de King Kong, lejos de los líos corporativos y sátira corporativa de las películas de Trevorrow. Por otro, el guion de David Koepp, que regresa a la franquicia tras las dos primeras películas de Spielberg, asume en sus propios postulados que los dinosaurios ya no interesan a nadie, respetando la continuidad con la anterior franquicia pero situando de nuevo a unas criaturas en el centro del relato como algo tan milagroso como terrorífico.
Si la finalidad fundamental del film era volver a hacer de los dinosaurios algo interesante, el objetivo de Jurassic World: El renacer está cumplido. La aparición del T-Rex y la escena de la balsa supone todo un homenaje a la “escena desaparecida” de la primera novela, y algunos hasta añadiríamos al videojuego de 16 bits (ojo a la virtual “desaparición” de la criatura tras la balsa, en uno de esos planos que convierten a Edwards en un buen discípulo de Spielberg). El prólogo y el epílogo con una nueva bestia mutante permiten al realizador de The Creator inventarse un par de maneras de visualizar el monstruo (o de no hacerlo) que lo convierten en un ser terrorífico, como todo lo relacionado con el helicóptero de rescate. En general, poco pero se puede poner a la segunda mitad de una película que sabe a lo que va.
Nada disimula, no obstante, que tras una presentación de personajes un tanto torpe, de un reparto que no logra encender la mecha del entusiasmo, el guion se limita a engarzar un puñado de escenas de aventura, las citadas y otras más, para reforzar la franquicia. Pero eso es justo lo esencial, una pura labor de aseo tras el lío corporativo orquestado por la anterior saga: por el camino y como puro trabajo de director, el suspense, el sigilo y la variedad de las mismas destacan por encima de otros discursos, permitiendo que un humanismo y ecologismo bien ponderados asomen en su desenlace. Todo, en general, se presenta mejor filtrado que en anteriores ocasiones, quizá producto de la experiencia de Koepp como un guionista que, obvio, ha afrontado mejores obras y trabajos más finos. Pero ahí está la explicación del cambio climático por parte del personaje de Jonathan Bailey, mucho más elegante y menos sesgada de lo que estábamos acostumbrados, o esa noción de las farmacéuticas como nueva bestia a batir, que el film sabe trasladar con ironía y sin subrayados.
La destreza de Edwards en los momentos clave, tanto en lo técnico, creando geografías de suspense o aventura, como preservando cierta ingenuidad básica, compatible con alguna nota de violencia extrema tolerable en un blockbuster familiar, y el innegable carisma y fotogenia de Scarlett Johansson son las claves para compensar ciertos momentos insostenibles. El film tarda horrores en arrancar, y lo hace a golpes, dando la impresión de que el argumento nunca acaba de desenvolverse del todo. El reparto de actores secundarios, desde Mahershala Ali hasta el propio Jonathan Bailey, o Manuel Garcia-Rulfo, siempre dan la impresión de no saber demasiado bien por qué están ahí, sin que Edwards encuentre la manera de darles vida. Vivir del espejismo de Spielberg es lo que tiene, pero Jurassic World: El renacer sigue siendo un film muy disfrutable.
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