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La Alatristea

[Imagen de Joan Mundet hecha para capitan-alatriste.com en 2007]

En 2006, una de las veces que Arturo Pérez-Reverte estuvo en Argentina, mi admirada Corsaria del Plata le preguntó durante una firma de libros que qué podía ella leer sobre el tema del héroe cansado, parte importante de la tesis que estaba escribiendo. Él respondió que “la Odisea, ahí está todo”. A mí me extrañó que dijera la Odisea por delante de la Iliada y de la Eneida. Y de hecho, la respuesta completa que él dio fue: “La Iliada, esto perdón, la Odisea, ahí está todo”. Me pregunto si el lapsus significa que en realidad las tres obras son importantes, porque en un artículo 2004 había dicho esto de la Eneida: “Siempre fue mi fragmento favorito, el verso 360, cuando Eneas y sus compañeros, sabiendo que Troya está perdida, deciden morir peleando; y como lobos desesperados caminan hacia el centro de la ciudad en llamas, no sin que antes Eneas pronuncie ese «una salus victis, nullam sperare salutem» que tanto marcaría mi vida, mi trabajo, las novelas que aún no sabía que iba a escribir: la única salvación para los vencidos es no esperar salvación alguna». Sentimiento revertiano y alatristesco donde los haya. Así pues, buscando qué pudo ver Arturo en ella, me revisé la Odisea con Alatriste en mente, mirando qué se puede encontrar en ella de alatristesco, y lo que sigue es el resultado de mis divagaciones como notas de un lector cualquiera que pasaba por allí.

En principio parece imposible que pueda haber algo en común. La Odisea tiene 2700 años de antigüedad. Alatriste tiene 2700 días, más bien. Una está en verso griego, lo otro en prosa española. Una nació para ser narrada en voz alta y oída cuando el analfabetismo era la norma, lo otro nació para ser leído y hasta puesto en imágenes. Una va de un noble guerrero al que los dioses le hacen la puñeta haciéndole tardar once años en volver de Turquía a Grecia, para entonces encontrarse su hacienda llena de gorrones que amenazan a su hijo y esposa. El otro no tiene hijo ni esposa ni hacienda ni nobilidad (aunque sí nobleza) y vive en un mundo de un solo Dios que no le hace la puñeta a nadie, sino que son sus fanáticos quienes provocan las guerras en su nombre. Una está narrada de forma omnisciente y otra a través de un falso autor que a la vez es uno de los personajes. Una evolucionó vete a saber cómo, pasando por varias manos a lo largo de la historia, con añadidos y remiendos continuos y otro es creación de un solo cerebro que controla la versión única y definitiva de la historia (versión que jamás se perderá), que va creciendo en episodios estudiados al detalle, y que incluso licencia personalmente adaptaciones para otros medios.

En fin, que se parecen como un huevo a una castaña, en apariencia. Vamos a ver qué se puede encontrar escarbando, sin embargo:

Uno: Los críticos estiman la Odisea, el segundo libro cronológicamente hablando de la literatura occidental, por su mezcla de historia y realidad, de lo heroico con lo humilde, y de lo íntimo con lo público. También, y a diferencia de su predecesor en el tiempo, la Iliada, se estima por convertir la casa de Ulises (u Odiseo) en el centro de la historia en lugar de los campos de batalla frente a Troya. Todo esto, a nivel general, puede encontrarse también en la saga de Alatriste.

Dos: Homero contaba una historia situada en un pasado siglos atrás con respecto a sí mismo. No se sabe exactamente cuándo vivió Homero o cuándo se supone que ocurrió el sitio de Troya, si es que de verdad ocurrió, pero se cree que lo uno fue alrededor del VIII antes de Cristo y lo otro alrededor del XII antes de Cristo. Por peculiar coincidencia, son los mismos 400 años que separan a Alatriste del hombre que puso sus hazañas por escrito. De igual forma que el pasado heroico del XII a.C. ya no existía cuatro siglos más tarde (tanta es la diferencia que los griegos luchan con armas de bronce, y el hierro es un adelanto escaso), tampoco el Imperio español existía cuando se empezó a escribir Alatriste.

Tres: La historia completa de la Odisea abarcaría desde el nacimiento hasta la muerte de Ulises, un periodo de más o menos 60 años, que es también lo que vive Alatriste. Sin embargo, la Odisea no nos cuenta la vida de Odiseo (Ulises) en orden cronológico, sino que en realidad trata solo del momento de su llegada a casa y su enfrentamiento con los pretendientes de su esposa. Todos los demás detalles de su vida los vamos sabiendo a través de su propio relato, del de excompañeros de Ulises o de conversaciones entre otros personajes, como por ejemplo sus criados. De igual manera, el pasado de Alatriste existe para nosotros sólo como nos lo cuenta Íñigo, a quien a su vez se lo contaron, y cada libro se refiere a un solo aquí y ahora en la vida de Alatriste, salpicado de recuerdos sobre el pasado que le ha hecho ser quien es y del futuro que pronto será. En ambos casos, el elegir hacerlo así da un color a la narración distinto del que sería una crónica puramente biográfica y cronológica. Y es que en ciertos momentos, lo que importa es cuándo un determinado detalle sale a la luz (la cama de Ulises, la italiana de la juventud de Alatriste) más que cuándo ocurrió exactamente. Y lo que siempre importa es qué significan los veinte años de ausencia de Ulises o los treinta que lleva Alatriste como soldado más que quién ganó qué batalla o cuántos murieron dónde.

Cuatro: La biografía del héroe central no está contada por sí mismo, y ni siquiera el autor imita este modo de contarlo en primera persona. Ya hemos visto que el tipo de narrador es diferente, pero a ambos personajes se les ve a través del tamiz de otros. Son otros quienes les están retratando para la posteridad.

Cinco: Telémaco no se parece en nada a Íñigo. Al primero lo conocemos con 20 años, al segundo con 13. El primero es hijo de un padre al que nunca conoció y que vuelve ahora, y el segundo perdió a su padre para siempre para pasar luego al cargo de un a-modo-de-padrastro nunca oficial. El primero es heredero de enormes posesiones y nombre, el segundo trae a Madrid sólo honra sin barcos. Sin embargo, algo les une: el deseo de demostrarse dignos de la generación que les precede. A Telémaco se le exhorta a que se acabe de hacer un hombre enfrentándose a los pretendientes de su madre, que coja las armas como Orestes hizo para matar al asesino de su padre, Agamenón, compañero de Ulises en Troya. Se le envía, en suma, a merecerse su kleos: el relato auténtico de las hazañas de alguien, que perdurará para la posteridad. Íñigo, por su parte, ha de encontrar su lugar en el mundo, aunque sea yendo contra los expresos deseos de su padre, un lugar más modesto que ser el rico héroe del lugar, pero importante sin duda. De hecho, Íñigo acabará encontrando la posteridad escribiendo él mismo su propio kleos, los Papeles del Alférez Balboa. Ambos se sienten tanto subidos a los hombros de gigantes como afectados por su sombra.

Seis: Penélope tampoco se parece a Caridad la Lebrijana. Ni a María de Castro. Ni a ninguna otra mujer. Es más, el hecho de que haya más de una candidata refleja que es difícil buscar un parecido. Obviamente, tienen en común el motivo de la espera, una por su marido legítimo, incluso rechazando moscones que le dicen que nunca volverá, y la otra al revés, esperando por alguien que siempre vuelve pero nunca se queda, y sobre todo nunca se compromete.

Siete: Hay unas reglas. En el primer libro de la Odisea se ve cómo los hombres de Ulises traen la desgracia sobre sus propias cabezas cuando ignoran la prohibición de alimentarse del ganado del dios del sol. Igualmente Egisto ignora disposiciones divinas y mata a Agamenón, pero será a su vez muerto por Orestes. Y por supuesto la iniquidad de los pretendientes será castigada con la ira del propio Ulises, asistido por Atenea. Hay, pues, un fondo ético que castiga a quien lo transgrede.

Ocho: Los pretendientes. ¿Cómo? ¿Se parecen en algo? Bueno, estirando un poco las reglas del juego de los parecidos, podrían ser como Felipe IV metiéndose por el medio de Alatriste y María, pero la verdad es que tiene muy poco que ver. Un motivo más alejado, más metafórico, pero quizá más útil es comparar a estos ciento ocho pretendientes, todos ellos la flor y nata del patriciado local, que se instalan en la residencia de Ulises y devoran su hacienda mientras buscan que su mujer elija a uno de ellos como su nuevo marido, con el enjambre de poderosos del estado y la iglesia que devoran la hacienda de todos los ciudadanos de la monarquía española. Uno puede preguntar: ¿cómo es posible que se le metieran un centenar de gorrones por el morro a Penélope en casa? Pues porque hay unas reglas. En este caso, la xenia, u obligación de acoger a quien te llega de fuera. Y de la misma manera que los pretendientes abusan de la xenia para sus propios intereses, la clase dirigente española del Siglo de Oro se está aprovechando de una costumbre local, el que los hidalgos no trabajan, para en vez de usar su tiempo gobernando bien y dirigiendo militarmente el imperio, utilizarla para vivir regaladamente del esfuerzo de sus inferiores.

Nueve: Los secundarios. Entre planes, escapadas y discursos queda en la Odisea sitio para ver sirvientes y esclavos tratados como personajes literarios individualizados. En esto Alatriste no le va a la zaga, es más, incluso le supera, ya que la investigación y los restos que tenemos de la cultura pasada que se imita en el texto son mucho mejores ahora que los que usaban Homero y compañía para hablar de griegos y troyanos. Si Eumeo y Euricleia nos muestran la trastienda de los héroes, Alatriste para empezar es ya parte de la propia trastienda, pero aún así vemos todavía más cosas a través de Caridad, Quevedo, los De la Cruz, Bartolo, Malatesta o el moro Gurriato. También vemos cómo de la misma forma que en la Odisea hay esclavos con total naturalidad, en Alatriste hay misóginos y fanáticos del tipo que se gastaba entonces, sin pedir ningún tipo de disculpa.

Diez: El uso de esquemas prefabricados. La Odisea era un poema para recitar de memoria, y como todos aprendimos con el Mio Cid, que siempre era “el bien barbado” o “el que en buena hora nació”, los poetas que recitan oralmente tienen trucos para ganar tiempo o atinar mejor con la rima que son propios de su oficio. Así, en la Odisea la aurora siempre tiene dedos rosados, Penélope es sabia y Ulises astuto. De la misma forma Pérez-Reverte siempre ha dicho que las herramientas para construir una narración llevan ahí mucho tiempo y él las usa sin desdoro y a mucha honra. “Hay goces especiales, en literatura. Sobre todo en cierta clase de literatura de la antes llamada popular, cuando vamos a ella con la maliciosa disposición del público que una vez fue ingenuo pero que ya no lo es. En ese caso, cada lugar común, cada repetición del estereotipo, cada vuelta de tuerca o retorno de lo conocido, del golpe de efecto clásico o del recurso a determinados elementos antaño eficaces, supone un golpe de placer mayor aún que la originalidad, que el desviarse de patrones cuya solvencia quedó probada por el aplauso de las masas. Uno acecha con temblor de adicto el momento en que Holmes, envuelto en una nube de humo, toque el violín para aclararse las ideas, o espera anhelante que Edmundo Dantés se lleve una mano a la frente perlada de sudor y exclame “¡Fatalidad!”, mientras la tormenta pone siniestro contrapunto a su venganza. En cuanto a Raffles, Rocambole, Lupin y los otros, se espera de ellos exactamente lo que en su tiempo los hizo ser amados y seguidos por miles de lectores y, más tarde, denostados por críticos partidarios de educar al público en la bella prosa de alto nivel, aunque este público se aburra muchísimo. Aquel otro lector al que podríamos llamar no ingenuo, malintencionado, incluso perverso, espera de ellos –decíamos– que se conduzcan exactamente como fueron concebidos. Que digan y hagan aquello que los elevó a la categoría de mitos, de sueños.” Así, vemos que de la misma forma que un banquete o la manera que tiene un guerrero de armarse son parte de un ceremonial, en Alatriste lo son las cuchilladas que caen como granizo (frase a su vez sacada de Los tres mosqueteros), la detallada descripción de las vestimentas de los personajes o los ademanes profesionales de Alatriste antes de salir a la calle bien armado. Todo esto se hace no en plan de atajo para vagos, sino porque la repetición provoca una vuelta a una rutina placentera y reconocible del género que se está consumiendo que aumenta el disfrute, de igual forma que uno quiere que su vino sepa a vino y su fruta sepa a fruta, no aburriéndose por que sepan igual que siempre, sino al revés, deseándolo.

Once: Los cuatro siglos de distancia en el tiempo entre lo que se cuenta y cuándo se compone la narración provocan que el resultado final sea una mezcla entre los valores del tiempo antiguo y el moderno. De igual forma que el tiempo de los héroes ya pasó y el poema se iba modificando al paso del tiempo, Pérez-Reverte nos ofrece una narración donde vemos valores del XVII vistos desde el siglo XX-XXI. No juzgados, ojo, sino simplemente vistos. Incluso el uso del idioma lo refleja. No hay más que leer unos cuántos párrafos originales de Quevedo para ver que la manera de narrar de Íñigo no es la que se usaba entonces, y Pérez-Reverte desde el principio desechó el ponerse en plan anticuario y oscurecer el texto excesivamente. Era preferible que los lectores de hoy lo comprendieran. Ni siquiera Quevedo habla igual en las novelas de Alatriste que en sus propios escritos. Ambas son obras que tienden puentes entre dos épocas para disfrute del respetable y también para ser piedra y parte de la cultura, común y compartida, de la gente a quien se dirige. Porque los poemas de Homero se representaban y estaban orientados hacia la clase dirigente, pero existen testimonios de que la gente común estaba al tanto de las andanzas de Aquiles, Ulises y demás, y los consideraban parte de sus vidas y de su saber común. Hoy en día quizá es difícil que Alatriste llegue a tanto, pero désele tiempo.

Doce: Cada poeta que recitaba la Odisea no tenía por qué ceñirse al material tradicional, y así se fue metiendo material distinto como el de Ares y Afrodita, Calypso, etc. De igual manera Arturo introduce entre las aventuras mucho material sobre otros personajes y situaciones que en realidad no forman parte de la misión en concreto que les toca cumplir a Alatriste e Íñigo, pero que da profundidad al relato.

Trece: Ulises tiene poderosos enemigos entre los dioses, pero también poderosos aliados. Es más, en el mundo homérico los dioses sólo ayudan a quien se lo merece. En el XVII hay un solo Dios, que no baja a asomarse en persona por la Tierra, pero Alatriste también merece la ayuda que recibe. Se labra su propia suerte, cierto, haciendo “amigos hasta en el infierno” y siendo fiable, pero también es un hombre afortunado. Llámeselo hado o fortuna o ayuda divina, sigue siendo algo que no podemos explicar, pero que va con algunos elegidos de su tiempo.

Catorce: Las digresiones. Muy comunes en la épica, en la Odisea detienen la acción con descripciones, banquetes, discursos, e historia del pasado, y son una parte muy apreciada de Alatriste. Ver a Íñigo interrumpir su hilo para lanzar su ojo crítico sobre la España que le rodea es uno de los placeres de la saga.

En fin, todo esto son cosas que uno en realidad ve sólo si quiere ver. Dudo que Arturo Pérez-Reverte haya querido hacer este tipo de coincidencias a propósito. Pero además, es que no cubren la mayor pregunta de todas: qué hay de odiseico en el héroe cansado que es Alatriste. Pregunta que lleva a su vez a cuestionarse qué hay de heroico en Ulises y en Alatriste. Para Pérez-Reverte hay dos clases de héroes muy diferentes entre sí. “Uno es el héroe de corazón puro, el que va a la guerra de Troya por la gloria de la patria, por que Dios es bueno y está de su parte, porque Helena ha sido raptada por los troyanos. Y a ese héroe lo suelen matar. Luego está el otro: el que no muere. Ese es Ulises, que vuelve después de haber violado troyanas, con canas en la barba y en el pelo, con las manos llenas de sangre. Yo cuento eso: cómo los héroes van y vienen de Troya. Y cómo, a su regreso, son héroes cansados”.

Definir la heroicidad de Ulises ha sido uno de los temas de mayor debate entre los especialistas. En Homero, un héroe es alguien que siempre hace lo que dice: coger un barco, entrar en combate, enfrentarse al cíclope, tramar un plan, hablar con alguien… Sin embargo, los villanos son quienes cuentan mentiras, urden estratagemas, tienen doblez. Alatriste en esto gana a Ulises, porque si bien Alatriste tiene sus propias reglas, Ulises es el rey del engaño (el caballo de Troya, la huida del cíclope, sus múltiples disfraces, etc). Ahora, esto lo hace porque la situación se lo ha puesto así. De igual forma que Alatriste decide que cuando no está llamado a filas matar gente a sueldo es una forma aceptable de ganarse la vida, también Ulises se forjará su propio credo reaccionando a lo que la vida le eche encima, y no es lo mismo pelear en formación delante de los muros de Troya que salvar el pellejo entre sirenas, dioses, monstruos mitológicos y nobles tocanarices. Es más, para los griegos es una marca de auténtico héroe el hacerse sus propias reglas, no el de seguir las de otros, y eso aunque te llevaran a un punto desagradable. En este tema, sin embargo, Alatriste estaría más cerca de Aquiles, a quien sus reglas le llevaron a morir joven pero dejar memoria eterna.

Así que esa imagen de alguien que se ha ido joven, imberbe e ignorante, lleno sólo de ideales y de imágenes mentales propias y que luego vuelve (si sobrevive) con canas en la barba y habiendo hecho cosas de las que no está orgulloso es la que Alatriste hereda de Ulises. Ulises vuelve a una gran hacienda con mujer e hijo. Alatriste vuelve a una España que se hunde. Íñigo también lo hará. Pero lo que les une es que tuvieron los arrestos de ir, de volver y de enfrentarse a sus fantasmas a la vuelta, cuando lo de “héroe” ha de quedar muy matizado, incluso cuando te lo llaman otros.

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