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La apetencia de escribir

La apetencia de escribir

Un día tendré que hacerlo. Y será un error, porque se me enreda en la parra como un deber y no un deseo. La apetencia de escribir. Lo que sea. Como sea. Cuando sea.

Entonces valdrá, al menos internamente, la pena.

Admiro a los escritores que acometen el sacro momento de entintar el folio con una fecha de entrega, plazos, tempo tasado, la musa domesticada, la imaginación vallada, el verbo cronometrado. La hostia.

Una vez sí que me lo propusieron. Un café, dijeron, charlar no más para conocernos, pensarnos qué hacer, un nuevo proyecto, “el próximo que tengas lo hablas antes con nosotros”, me sugirieron. Saltar a una editorial grande porque “con nosotros”, eso me remarcaron, “Txalaparta habría tenido mucho más recorrido”.

"Prefiero seguir así: sentado en el asiento del tren probando si lo que perpetro tiene algún interés"

Esa taza nunca la sorbí. Lo admito, sería de necio no hacerlo. Fue bueno para mi ego, pero la interlocutora no sabía que con su lisonja ya me valía, y que de verdad lo que ansiaba saber era cómo llegó a sus manos, quién se la recomendó, qué sintió al leerla, ¿fue grato?… Las preguntas se agolpaban en mi cabeza mientras la embajadora de una de las grandes me insistía con voz incrédula: “¿De verdad que no te apetece probar con nosotros?” Pues no, seguramente algo influyó mis recurrentes miedos a fallar, a no estar a la altura del reto propuesto.

Pasar de querer a deber es un Gólgota que no quiero transitar. No me veo, la verdad. Prefiero seguir así: sentado en el asiento del tren probando si lo que perpetro tiene algún interés. El mío es admirar cómo lo hacen los buenos, a quienes leen con fruición miles de personas que aguardan como feligreses en el Rocío a saltar la valla de la librería para hacerse con un ejemplar de la nueva novela del prestigioso escritor.

"Lo de la novela me llegó por enfermedad, la necesidad de lidiar con mis terrores buscando como capotear sus embestidas"

Karina Sainz Borgo, que ya habita en ese Parnaso, no deja de trabajar en su nueva novela, adelanto que tiene pintaza, con horario y todo eso. Ella, que es de las muy buenas, me insiste en que alumbre otra de mis cositas y me reprocha que no pruebe en un sello grande, que todo es diferente. Puede ser, seguramente, pero a mí me da que para jugar ahí debe uno valer más incluso de lo que cree.

Lo de la novela me llegó por enfermedad, la necesidad de lidiar con mis terrores buscando cómo capotear sus embestidas.

Moscas me sirvió para eso, Txalaparta para ver cómo era teclear por el simple placer de hacerlo. Si la primera fue terapéutica, la segunda lisérgica.

Ahora, ya les conté que mi biblioteca es la memoria del móvil, ando con algo en la cabeza, dando vueltas. Veremos, igual encuentro motivo para darle forma a este cigoto novelesco. Será sin temor a fallar a la firma rubricada en un contrato ni embarcar a tantos amigos en el pestiñazo de leer unas cuartillas para ver si me absuelven, antes siquiera de escuchar el lacónico “adelante” de mi editor Julián Lacalle, a quien debo mucho más de lo que él cree y, seguro, yo alcanzo a reconocer.

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