Algunas nobles voces que aquí mismo se han alzado y otras que he oído por otra parte me han demostrado que en Barcelona hay voluntad de amor. Pero en todas esas voces, así como en algunas menos amorosas, un poco irónicas, que también he oído, late o aparece claramente en uno u otro tono esta pregunta: «¿Y cuál debe ser el objeto de nuestro amor, redentor de la ciudad?». Yo diría: «Aquel que el corazón os dicte en cada momento». Y con qué tristeza presiento que más de uno debería responderme: «¡Es que en este momento el corazón no me dice nada!».
Cómo podéis permanecer así de tranquilos en vuestra casa y en vuestras ocupaciones sabiendo que un día, de buena mañana, en lo alto de Montjuïc, sacarán del castillo un hombre atado, y lo harán pasar ante el cielo y el mundo y el mar, y el puerto que trafica y la ciudad que se levanta indiferente y poco a poco, muy poco a poco, para que no tenga que esperar, lo llevarán a un rincón del foso, y allí cuando sea la hora, aquel hombre, aquella obra magna de Dios en cuerpo y alma, vivo, con todas sus capacidades y sentidos, con este mismo afán de vida que tenéis vosotros, se arrodillará de cara al muro, y le meterán cuatro tiros en la cabeza, y él dará un salto y caerá muerto como un conejo… Él, que era un hombre tan hombre como vosotros… ¡Acaso más que vosotros!
¿Cómo podéis permanecer en vuestra casa, y sentaros en la mesa rodeados de hijos y meteros en la cama con la mujer, y atender vuestros negocios, y que esta visión no se os ponga delante y no se os atragante el bocado de pan en la garganta, y no se os hiele el beso en los labios y no os impida ocuparos de otra cosa que no sea ésta?
¿Y esto no os despertará el amor? ¿Aún preguntaréis cuál puede ser su objeto, ahora, en seguida? ¿Pues qué otro que éste? ¿Cómo podéis pensar en ninguna otra cosa, en estos momentos? ¿Ni cómo habéis podido dejar pasar tanto tiempo? ¡Y mientras, ya han muerto así tres hombres, y los que esperan…!
¿No os sentís fraternales con estos infelices? No queráis saber qué han hecho: mirad sólo en el fondo de sus ojos: ¡fijaos! Sois vosotros mismos: un hombre como vosotros; con ello basta: capaz de todo vuestro bien y de todo vuestro mal: como vosotros del suyo. A este hombre, yo no digo que se le deje marchar y se le abandone y se le devuelva libre a su odio y a sus fechorías; no, a él como a nosotros, nos conviene estar presos de una forma u otra, y enderezados aunque sea a golpes de mazo, y amasados todos juntos de nuevo en el amor de la ciudad nueva, aunque sea con gran sufrimiento suyo y nuestro, mientras lo suframos juntos; pero, en lugar de esto, ¿matarlo, matarlo fríamente mediante un trámite señalado y a una hora fija, como si la justicia humana fuera algo seguro, infalible, definitivo como la muerte que da? ¿Qué os parece?
Si a este hombre lo hubieseis matado batiéndoos como leones con él al pie de una barricada o en la puerta de una iglesia, yo no podría haceros ningún reproche, porque en tal combate habríais demostrado vuestro amor hacia algo, exponiendo vuestra vida por vuestro ideal; y por el amor de un ideal y su valentía podemos ser absueltos de muchas cosas. Pero ahora, ¿quién os absuelve? ¿Dónde está vuestro ideal, vuestro amor y vuestro sacrificio? ¿Dónde habéis demostrado vuestro valor? Pues no queráis ser cobardes dos veces. Si entonces vuestro valor debía estar en las armas y no lo tuvisteis, tenedlo al menos ahora en el perdón, que es el momento preciso.
Y ya lo veréis: las vidas que habréis salvado os parecerán obra vuestra; y a estos hombres que habréis arrancado de las puertas de la muerte, los amaréis como a hijos; y ya no los perderéis nunca más de vista; y allí donde estéis os cuidaréis de ellos y de sus semejantes, y vuestro amor los obligará al amor; y sólo por esta obra de perdón con la que empezaréis, Barcelona empezará a ser una ciudad. Porque los de fuera que lo sepan no digan —¡que no puedan decir!—: «A éste o a aquél les salvaron y redimieron éstos o aquéllos, los blancos, los negros o los rojos»; sino que deberán decir: «Barcelona ha pedido y obtenido el perdón de sus condenados a muerte». Y aunque después haya bombas, Barcelona ya no podrá ser llamada la «ciudad de las bombas»; sino que el renombre os vendrá de otra cosa que es más fuerte que todas las bombas juntas y que todos los odios y que toda la maldad humana: el renombre os vendrá del amor, y Barcelona será llamada: «la ciudad del perdón», y desde ese mismo instante empezará a ser una ciudad.
Empecemos, pues: al Rey que puede perdonar, a sus Ministros que pueden aconsejarle el perdón, a los jueces que pueden atemperar la justicia con la piedad: ¡Perdón para los condenados a muerte de Barcelona! ¡Caridad para todos!
Y sería hermoso que empezasen los más ofendidos.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: