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La escopeta nacional

La escopeta nacional

Prepárense. Al contrario que la genial película de Berlanga, este artículo carece de humor.

Chantada, Lugo. Posiblemente año 2020. La multiconexión nos satura de tantos horrores que uno ya no sabría decir si caben en los mismos doce meses. A menudo me planteo la opción de que nos hayamos vuelto demasiado pusilánimes. De una forma u otra, somos los herederos de la humanidad, y la sensibilidad contemporánea es la que debe imperar, sin referencias al pasado. Un mal esbozo de hombre dispara a su perra, que acaba de parir, y después le propina una brutal paliza. “Soy cazador y pego tiros a quien me sale de los cojones” es su respuesta.

Huesca. 2019. Un energúmeno lanza por los aires a un zorro. Luego lo pisotea hasta matarlo. No hace falta añadir al relato las risas del que graba las imágenes y que ambos se hacen llamar cazadores. La Guardia Civil localiza al aspirante a viticultor. La causa, por supuesto, fue archivada. La sensación de que el Seprona carece de toda utilidad es cotidiana.

Ustedes, señores, no pueden hacer sátira de las instituciones del estado, por mucho que sea su sudor el que las sustenta. Pero en el otro extremo del código penal, nos encontramos con un vacío absoluto en lo relativo a maltratar y torturar fauna silvestre.

La Guardia Civil no puede… Dejemos de lado lo que pueden y no pueden hacer. Hablemos en cambio de un miembro del Instituto Armado que también muestra afición al maltrato animal. Ha sucedido hace poco, un día antes de que escriba estas líneas. Se puede señalar la localidad, identificar al tipo, y más.

"Ciertos tipos de cazadores representan una carga menor para el planeta que la que corresponde a los haters que desde las redes sociales pretenden proteger a la naturaleza"

Pero deseo dejarlo de lado, solo serviría para que algunos esgrimieran la ley mordaza alegremente —los mismos, he de señalar, que se mostraron en contra en su momento, pero hoy día la arropan y besan por las noches—. No favorecería el entendimiento de este artículo.

Baste saber que miembros de una protectora hallan a un perro de caza de edad avanzada, en estado de malnutrición, desorientado y lo llevan al veterinario. El animal tiene chip. La primera obligación del veterinario al apreciar maltrato en el perro es denunciar y entregar el perro a la perrera o a una protectora hasta que un juez determine si el pobre animal debe volver con el psicópata que lo maltrataba, o si por el contrario hace responsable del perro a la protectora que se ofrezca a cuidar de él. El veterinario, tan indiferente al bienestar animal como son un gran porcentaje en esta profesión, quiere quitarse al perro de encima. Llama al dueño, Guardia Civil, como ya indiqué, y este recoge con malas maneras al animal. Sabe que se enfrentaría a una sanción si el veterinario hubiera obrado como debía y hubiera denunciado el abandono. En cambio, recoger al perro y asegurarse de que nadie vuelva a saber de él… la ley ya no tiene ninguna opinión a ese respecto.

Estos son casos de maltratos, torturas, abandonos y asesinatos de animales por parte de un grupo de la sociedad que se hacen llamar cazadores. Por desgracia he asistido a escenas horripilantes de todo tipo, y podría llenar estas líneas de ejemplos aún más monocromáticos, tirando al rojo. Pero no deseo causar el rechazo del lector, tampoco quiero despertar sentimientos en él. Lo que deseo es que piense. Para ello es requisito el uso de la equidistancia. Lo siento. Yo más que nadie.

Nos dice la Real Academia Española que este adjetivo se dice de una persona que caza por oficio o por diversión. Por diversión. Je. Qué cachondos los señores académicos. Siempre deseosos de integrarse en el siglo contemporáneo con uno de retraso.

Decía hace unas semanas en mi Twitter que todos los cazadores son escoria. Es mi opinión, me hago responsable de ella. Pero creo que debo matizarla. Y mucho.

En primer lugar, una sociedad que fomenta los valores de la caza es una sociedad atrasada a nuestro tiempo, incapaz de responder a los retos climáticos y migratorios que claman atención por parte de la clase gobernante, ya que el acoso y asesinato de un ser vivo sin más objetivo que la diversión airea una carencia de valores como la empatía, la compasión, el respeto o la integridad moral. Qué coño.

"La caza de subsistencia en las zonas donde hay inseguridad alimentaria es un tremendo dolor en el trasero para los biólogos conservacionistas"

Pero no me gusta meter a todo el mundo en el mismo saco. Y considero que se puede establecer una clasificación en base a la definición de la RAE. Hay cazadores de oficio —lo interpretaré como subsistencia— y cazadores lúdicos. Voy a pecar de simplismo. Muchos de mis conocidos animalistas me maldecirán por esto. Lo sé. Pero ya he alertado de la necesidad de la equidistancia. Ciertos tipos de cazadores representan una carga menor para el planeta que la que corresponde a los haters que desde las redes sociales pretenden proteger a la naturaleza. Asumidlo. El mundo necesita más adultos maduros y menos niños en cuerpos de adultos.

Vamos al lío.

Cazadores de subsistencia

Aún hoy quedan personas que, por elección o por no quedarles otra alternativa, habitan lugares donde la productividad de la tierra es baja. Puede ser por inviernos prolongados, veranos eternos o guerras interminables, reflejo de lo bien que nos lo hemos montado unos pocos. En estas tierras no queda otra opción que la caza de subsistencia. Por desgracia, a menudo deriva al tráfico de animales, al furtivismo, y a casos tan tristes como los que se viven en diversas reservas africanas.

La caza de subsistencia en las zonas donde hay inseguridad alimentaria es un tremendo dolor en el trasero para los biólogos conservacionistas, como uno mismo. Sus habitantes, muertos de hambre, matarán y se comerán cualquier cosa. Desde suricatas hasta tiburones, que tienen la carne más incomestible del planeta. Dicho mal y pronto, acumulan orina en la musculatura. Estas personas causan daños terribles a los esfuerzos de conservación, talan bosques, queman hectáreas y acaban con especies. Para alimentarse de ellas o simplemente para comerciar. Este es un subgrupo de los cazadores de subsistencia que causan al medio ambiente más daño del que ninguna persona sin una compleja comprensión de la genética de poblaciones y la ecología imaginaría. Los culpables somos nosotros. Y nuestros antepasados. Además, no son el grupo de cazadores que me inspiraron este artículo. Quizás en el futuro hablemos sobre ellos en un artículo iluminado por los testimonios de personas como Jane Goodall.

El otro grupo de cazadores de subsistencia son personas que han abandonado deliberadamente el mundo desarrollado. Las comodidades de la ciudad, su ruido, la contaminación, ese pozo giratorio por el que arrojamos a un sumidero una cantidad de cadáveres en los que jamás pensamos. Estas personas han cambiado las bandejas de pollos de tres meses de edad perfectamente cortados, los filetes de ternera y los alimentos procesados por los bosques, donde solo sus habilidades les permiten sobrevivir. Cazan lo que son capaces de capturar, no dependen de comodidades y servicios que causan impactos medioambientales difíciles de abarcar, y si no tenían un respeto por la naturaleza antes de escoger esa vida aislada, sin duda lo adquirirán. O morirán. Estos cazadores son los únicos que merecen mi respeto. Pero quiero dejar clara una cosa, y es que la capacidad de carga de los ecosistemas no es capaz de dar cabida a tantos como somos. Así que, por favor, no os arrojéis a los montes a vivir a lo salvaje. No es posible.

"La caza supuso el desarrollo del cerebro de los primeros homínidos. Gracias a ella fue posible volvernos, o creernos, la especie más inteligente del planeta Tierra"

Sí, por eso de la capacidad de carga que he mencionado. Esta viene a ser simplemente la cantidad de lobos, osos, rapaces, ratones, ciervos, jabalíes, insectos y peces que pueden sostener los recursos de un ecosistema. El ser humano siempre va a ser la especie más demandante y más acaparadora. Somos las secuoyas del reino animal: allá donde brota un humano no crece nada más.

La caza supuso el desarrollo del cerebro de los primeros homínidos. Gracias a ella fue posible volvernos, o creernos, la especie más inteligente del planeta Tierra. Esto se debió principalmente a dos factores: el suplemento extra de proteínas y calorías que proporcionó la caza, y la necesidad de desarrollar trampas, estrategias y herramientas para que unos pobres monos sin garras ni colmillos fueran capaces de cazar presas que les superaban físicamente en todos los aspectos. De ellos descienden los animalistas, los filósofos, Donald Trump… también los brutos invitados a estas líneas.

Cazadores lúdicos

Estos infraseres son los que han inspirado el artículo de la semana. Se cuentan entre los sectores más atrasados y deficitarios intelectualmente de la sociedad. Recurren a la violencia antes que al diálogo, a los insultos en lugar de a la razón, y a la mentira cuando comprenden que sus medios trogloditas bien les pueden valer penas de cárcel.

Somos muchos los que estamos cansados de sus proclamas. «La caza protege la naturaleza y la biodiversidad», dicen. Esto no solo es falso, es un escupitajo en plena cara de la verdad. La caza es responsable de la introducción de especies invasoras, de la extinción de aquellas que amenazan la supervivencia de las especies cinegéticas, y del empobrecimiento progresivo de los ecosistemas en cuanto a biodiversidad se refiere.

A menudo habremos escuchado a uno de estos caballeros vestidos de verde bosque, con boinas, maneras de señorito —de esos que Delibes nos dio el gusto de ahorcar— anunciar su profundo conocimiento del comportamiento y distribución de las especies a las que matan, y de todas las demás, ya puestos, claro que sí. No sé qué idea errónea les habrá entrado en la cabeza. Acaso el plomo de las municiones cause lesiones cerebrales al inhalar sus vapores. Pero esperar al acecho, azuzar perros o distinguir un ciervo de un mulo, queridos, no os hace naturalistas. Ya lo dije hace tiempo en otra parte: Darwin, durante su viaje en el HMS Beagle, no fue capaz de identificar o clasificar una sola especie. Antes que eso, sus análisis se limitaron a matarlas y comérselas. Sabed esto: el padre de la Teoría de la Selección Natural fue un tonto afortunado. Luego de ello, en Inglaterra, cuando necesitó echar mano de los conocimientos acumulados durante sus viajes, descubrió que la mera caza no le aportó saber alguno, como él mismo reflejo en sus diarios. Discúlpenme, castizos y avezados mataguarros, pero si Charles Darwin no pudo sacar un solo conocimiento de sus experiencias cinegéticas, no puedo por menos que dudar de vuestras personas.

Si deseáis aprender, lanzaos al campo. Estamos de acuerdo. Pero hacedlo con un libro, un cuaderno y la mente abierta.

Matar a un animal implica enhebrar una profunda costura de respeto por la vida. Sed más originales. Dejad de copiar a Hollywood. No es aconsejable. Descubriréis que vuestras palabras se envuelven en plástico. Desde el momento en el que una persona se alimenta de la industria de la cría de animales de granja, de cultivos que han expulsado a organismos autóctonos de sus ecosistemas, pierde cualquier tipo de conexión real con la naturaleza. Pues lo cierto es que se la cogen por detrás cada día.

"Cien cazadores en un terreno que nadie más puede pisar, frente a mil personas en actividades de ecoturismo"

Galgos ahorcados, jabalíes asesinados a pedradas, zorros atrapados en cepos apaleados o despedazados por jaurías de perros, grandes depredadores muertos para decorar las paredes de la residencia de algún ricachón. ¿Dónde está el vínculo? Señores cazadores: tenéis con vuestras presas el mismo vínculo que un pederasta con su víctima. Una relación enfermiza, sustentada en el daño ajeno, en el placer del acecho, la muerte y la malsana afición de imaginar que se esgrime un poder irreal sobre la vida.

«Potencian la economía». Conviene no olvidar quiénes son, en gran medida, los cazadores. Personas de bolsillos acomodados. “Pues mi padre siempre cazó conejos y no somos ricos”. Si te puedes permitir el tiempo para ir a cazar, la munición, el arma y la licencia, eres, a ojos de esta sociedad de clases medias convertidas en bajas, de familia acomodada. Esto por no hablar de las piezas de mayor tamaño, de las cuales se puede cazar todo lo que uno imagine, siempre que disponga de modos para pagar por ella. Bendito neoliberalismo, ¿eh? Que mejoren la economía local no queda nunca tan claro. Cien cazadores en un terreno que nadie más puede pisar, frente a mil personas en actividades de ecoturismo. No me salen los cálculos. Que alguien se esté beneficiando, en cambio, es incuestionable. Al final es en lo que consiste. Criaturas crueles desembolsando cuantiosas sumas por saciar sus tristes instintos.

Alimañas y Comunidades Autónomas. En lo que al territorio español se refiere, no hay duda alguna de que las administraciones toman partido del lado de los escopeteros en esta disputa. Olvidan su obligación de preservar nuestra herencia natural, y tampoco le prestan un caso excesivo a la de convertir la sociedad en un lugar mejor que aquél que encontraron. Lo de permitir corridas de toros, encierros, trampeo de pequeños depredadores, el exterminio del lobo o la introducción de especies con potencial para volverse invasoras con el fin de entretener a los de los gatillazos, en cambio, les llena de felicidad.

Quien maltrata… No hace falta darle muchas vueltas al asunto. Aquél que maltrata, o mata a un animal con fines lúdicos, tiene todas las apuestas a su favor para ser también un abusón en su ámbito laboral y doméstico. Prueba de ello son las míseras condiciones de vida de los perros de caza, que a menudo encuentran un fin brusco, temprano y cruel, por parte de esos a quienes sirvieron en vida.

Es un escenario cotidiano al que se enfrentan las protectoras en nuestro país, y la sociedad civil está cansada de pedir, gritar y suplicar una regulación para que, ya que nadie prohibirá la caza, al menos nos sea posible perseguir legalmente a aquellos que piensan que sus escopetas son extensión de la voluntad divina y toda vida está dispuesta para ser tomada.

A los cazadores y maltratadores les diría algo en relación con Hemingway, su conocida afición a la caza y los golpes a las mujeres. Y su temprano fin. Pero ellos no sufren la enfermedad hereditaria de la familia Hemingway, y tampoco comparten el genio de alguien que fue un gran autor, a pesar de sus muchas, infinitas, pegas. El Hemingway persona era como cualquier cazador: escoria. El autor era sublime. No vayan a pensar el resto de cazadores que esta excepción puede librarlos a ellos del envoltorio sádico y el rastro de sangre que acompaña sus vidas.

"A nadie se le ocurrió abordar la hipocresía de crear municiones biodegradables para proteger el medioambiente"

Es posible que haya quienes sientan que quedan cosas por decir. Aportar otros datos en contra o refutar más posibles ventajas de la caza como deporte. Sin embargo, mi opinión es que se equivocarían. Al contrario, lo que hubiera hecho falta es escribir mucho menos. Algo tan simple como “caza mala” debiera ser suficiente en un siglo de corrección política, dibujos animados castrados de violencia, películas para niños e incluso adultos en las que se vigila que nadie, absolutamente nadie, pueda sentirse ofendido. Instagram censurará los pezones femeninos, pero no veréis una censura en las fotos de un cazador matando a un zorro en un cepo. No existe un control de la exposición a contenidos violentos o desagradables. No se están protegiendo sensibilidades. Se está estableciendo una relación en la que las redes sociales son quienes determinan nuestro rumbo moral. Nosotros aceptamos sin rechistar. Y esto entraña tantos peligros que desde aquí le ruego a Planeta o Random firmar ya un contrato para poder deshacerme de las mías. Por pedir, que no quede.

Quiero terminar con una información que espero que os cause alguna reflexión. Todos sabemos la tendencia absurda de la prensa española a ensalzar emprendedores españoles que inventan cualquier chorrada y triunfan en el extranjero. Leía hace tiempo una de estas noticias destinadas a enternecernos, en las que describían el periplo de un hombre de inventiva admirable que creó munición ecológica, sin plomo y en cartuchos que se degradan en unos pocos años. Hay cazadores que ya la usan, distintos cuerpos policiales de Estados Unidos están pendientes de adquirir esas municiones orgánicas y no genéticamente modificadas (sic); incluso Batman se ha interesado. Pero a mí la noticia me sonó sórdida, parecida a presumir de la exportación del garrote vil para ahorrar electricidad en las cárceles norteamericanas o el uso de inyecciones letales. A nadie se le ocurrió abordar la hipocresía de crear municiones biodegradables para proteger el medioambiente, o que haya países cuya población y cuerpos de seguridad usen tantísimas balas que de veras vean ventajas en comprar un tipo de munición con menor impacto medioambiental.

La caza, amigos, es la punta de un iceberg. Uno que debió haberse derretido hace mucho. Pero sigue libre, haciendo naufragar vidas. Y dudo que vaya a desaparecer. Lo que hace aún más necesaria la actividad de resistencia de repelentes como yo, reduciendo al ridículo a sus practicantes unicejos, y recordando a la sociedad cuán hondo es el daño que hacen. Este de aquí caerá, pero otro ocupará mi lugar. No somos legión, pero sí los suficientes. Y no podemos negar que os seguimos el rastro.

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