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La ficción y la vida, de Manuel Rico

La ficción y la vida, de Manuel Rico

Manuel Rico ha compilado en un único volumen sus mejores trabajos —algunos publicados en Zenda— sobre la narrativa española y sus aledaños en el tránsito del siglo XX al XXI, es decir, en ese periodo de tiempo en el que se entremezcló la “nueva narrativa española” con la realidad digital que se imponía.

En Zenda reproducimos el Prólogo a La ficción y la vida (Sílex), de Manuel Rico.

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En todo libro suele haber una semilla, un momento originario. En el caso de La ficción y la vida, un libro atípico en mi bibliografía, la semilla se encuentra en la lectura, en el remoto 1986, de una mesa redonda aparecida en el número de marzo de aquel año de la nueva época de una revista imprescindible, El Urogallo.  En aquella mesa redonda participaban cinco jóvenes novelistas (solo uno, superaba con largueza los 30 años) con libros recién publicados o casi: Ignacio Martínez de Pisón, Pedro Molina Temboury, Jesús Ferrero, Mercedes Abad, Alejandro Gándara y Julio Llamazares. Era el tiempo de la recuperación de la democracia, en el que la sombra del 23 F todavía se proyectaba en las conciencias más lúcidas y en el que en la literatura, en concreto en la narrativa, se apuntaban signos evidentes de renovación. Una nueva generación, la de los nacidos en los años 50 y primeros 60, comenzaba a abrirse pasos. La novela joven, se abría camino, con títulos que tuvieron un éxito inmprevisto como El invierno en Lisboa, o Luna de lobos, o Belver Yin…. La nueva generación de narradores contaba con una cobertura crítica muy relevante, con apoyos editoriales importantes (Seix Barral, Alfaguara, Anagrama, Debate…) y, de modo un tanto desordenado, se dotó de un sustrato teórico construido a base de los más diversos materiales: el agotamiento de la novela realista en la década de los 50.60, la irrupción de la novela del boom latinoamericano, el nacimiento de un experimentalismo titubeante que llegó a influir en obras determinantes de nuestros narradores “mayores”, la vuelta a la narratividad y al argumento. De la evolución de la novela a partir de aquellos años va La ficción y la vida. Creo que el mejor modo de hacer un ejercicio de autor ante la propia obra es (al menos en este caso) reproducir el prólogo. En él están la síntesis y la cocina del libro. Aquí va el texto que, tras la introducción de Marta Sanz, abre el volumen.

De un siglo a otro novelando

Aunque inicié mi trayectoria como escritor con la poesía, no tardé en darme cuenta de que la narrativa, como una suerte de campo de desarrollo de algunas de las obsesiones que aparecían en los poemas, no andaba lejos de mis pulsiones más profundas. Quizá por esa razón, mediada la década de los ochenta, comencé mi primera novela. Y, del mismo modo que me ocurrió con la poesía, me sentí concernido por la evolución del género en aquellos años de cambio político y cultural en los que publiqué dos libros de poemas y colaboré con trabajos puntuales sobre poesía y crítica en revistas literarias como la recién nacida Leer, o Ínsula, o Cuadernos Hispanoamericanos. Cerré la década con una novela publicada en una pequeña editorial (Mar de octubre, Fundamentos, 1989) y con un creciente interés por la evolución de la narrativa española en la nueva realidad democrática. Hasta que advertí la presencia creciente, en diarios y revistas, de obras de autores nacidos en los años cincuenta (mi generación) y comencé a seguir de cerca sus intentos de teorizar sobre el proceso. Eran las primeras muestras de una literatura de la transición. Corría el año 1985 y ya asomaban en los escaparates de aquella España los primeros títulos de lo que pronto tendría el marchamo de “nueva narrativa española”. Es decir, NNE. Recuerdo la irrupción de una autora hoy casi olvidada, Adelaida García Morales, con El silencio de las sirenas, o los primeros pasos de Antonio Muñoz Molina y de Julio Llamazares, con Beatus Ille y Luna de lobos respectivamente. O la explosión Larva que conectaba con el breve experimentalismo de los 70. O el exotismo contenido de Jesús Ferrero y Belver Yin. Eran los nuevos nombres que, en paralelo con otros autores algo menos jóvenes como Luis Mateo Díez, o José María Merino, habían comenzado a publicar en la década anterior. También llegaban narradoras como Rosa Montero, o la infortunada Mercedes Soriano, o Mercedes Abad. Anagrama, la Alfaguara de cubiertas azules y diseño Satué, Seix Barral, Debate… tomaban el testigo y se ponían al frente de un proceso llamado a renovar nuestra narrativa.  Marías, Millás, Chirbes, Gándara, Longares…. La sucesión de nombres que dio entidad a ese proceso (ciñéndome a los más conocidos) sería casi interminable.

Como en todo proceso de cambio generacional y de cambio en los modos de escritura, se fue imponiendo, poco a poco, el principio obligado de “matar al padre”. Si los novísimos, en poesía, habían descalificado a los poetas precedentes —hablo de la generación del medio siglo— con juicios que no siempre sus promotores han sostenido a lo largo del tiempo, en la narrativa española nacieron algunas tentativas teóricas que, como lógica afirmación de los principios propios, descalificaban todo lo anterior desde distintos enfoques. Nacía lo que se llamó “novela light”, se acuño el término “costumbrismo” para infravalorar la novela realista de los años cincuenta y sesenta, el cosmopolitismo y la búsqueda de referentes en las literaturas europeas y anglosajonas se convirtió en un casi obligado recurso de prestigio y modernidad, y Juan Benet ejercía el único magisterio (entre Faulkner y James) reconocido por autores alejados de cualquier presupuesto realista desde una distancia en la que aún se especulaba con su polémica de finales de los sesenta con el novelista Isaac Montero.

En coherencia con ese ambiente, las novelas de la nueva narrativa se acompañaron de numerosas declaraciones de principios, de afirmaciones respecto a lo que la novela debía ser o no, respecto a las influencias más relevantes entre los narradores españoles y extranjeros, respecto al pasado inmediato y no tan inmediato de nuestra literatura: mesas redondas, conferencias, presentaciones, cursos de verano, monográficos, entrevistas a los recién llegados fueron ocupando un número considerable de páginas en medios especializados y no tan especializados. El realismo, en su vertiente crítica o mágica, el experimentalismo, la nueva realidad de Internet y el fragmentarismo, la narratividad, el papel de la “historia” en el género, el argumento, la memoria colectiva o histórica o el lenguaje utilizado han sido, en los tres decenios largos que nos separan de aquellos años, asuntos de los que se ha debatido (y se sigue debatiendo) en los foros más diversos.

A ese debate no he sido ajeno. Me impliqué con afán clarificador y con posiciones no exentas de contenido polémico y tan discutibles como cualquier otras.  Así, entre 1990 y 2011 publiqué numerosos artículos en diarios y revistas (tanto en las especializadas como en las generalistas), casi siempre motivados por alguna noticia o declaración leída o escuchada en los medios de comunicación. De ellos, destaco dos textos publicados en Letra Internacional en abierta polémica con Constantino Bértolo, un crítico de referencia en nuestra literatura, a propósito del concepto “narrativa crítica”, enriquecidos con el agudo texto de réplica del propio Bértolo, aparecido en la misma revista. Otros trabajos, con las mismas preocupaciones como telón de fondo, aparecieron, incluso con posterioridad, en mi blog Al margen o en revistas digitales como Zenda o Culturamas, ya en años muy recientes. Su lectura de conjunto, como si se tratara de capítulos o apartados de un libro, dibuja, desde la perspectiva presente, un hilo conductor regido por cierta coherencia y ofrece una suerte de crónica de un tiempo decisivo de nuestra literatura. Así, este volumen es, en cierto modo, la muestra sistematizada de una colección de trabajos con un denominador común: una visión (o concepción) de la narrativa que trasciende la coyuntura en que fueron escritos, lo cual es, en el fondo, una forma de ordenar la particular historia de mi relación teórica con la novela y con su realidad en el tránsito del siglo XX al XXI.

El conjunto está dividido en cuatro partes de desigual extensión: en la primera y más amplia, compendio reflexiones, artículos y ensayos sobre la narrativa española de los últimos treinta años y algunas importantes polémicas suscitadas en el ámbito crítico; en la segunda, recojo diversas críticas y artículos sobre varios autores, algunos marginados y hoy olvidados: desde Juan Eduardo Zúñiga hasta Isaac Montero pasando por José Vidal Cadellans, un raro que obtuvo el Premio Nadal en 1958, o Antonio Ferres. La tercera parte incluye trabajos sobre literatura anglosajona de autores que estuvieron presentes en los debates literarios de la época: de Carver a John Fante pasando por el siempre cuestionado (y sacralizado) James Joyce. Todos ellos —su obra o sus silencios, sus influencias o sus marginaciones— gravitaron sobre el ecosistema narrativo en que se ha desenvuelto la novela española en las últimas décadas. Por último, me atrevo, en la parte final, a reflexionar sobre algunas novelas o ensayos en los que las huellas de dos dictaduras (Portugal, Alemania) se mantienen como advertencias, algo que cobra una actualidad inquietante a la luz de lo ocurrido en los últimos años en Europa. Todos esos apartados se complementan y, en su conjunto, dan buena cuenta de mi concepción de la novela.

Advertirá quien lea este libro la ausencia de artículos dedicados a la narrativa escrita por mujeres. De hecho, lo señala Marta Sanz en su generoso prólogo, lo que, sin duda, agradezco como crítica que asumo con deportividad. La razón es sencilla: en la medida de que se trata de textos nacidos al calor de polémicas planteadas públicamente en relación con la perspectiva y la función de la novela (y del cuento), la realidad es que, en el espacio temporal abarcado, todos los debates surgidos al respecto tuvieron como protagonistas a escritores o críticos, en ninguno o muy pocos casos, a escritoras. En todo caso, la importancia de su aportación a nuestra literatura antes, durante y después de los años en que nacen estas páginas, es fundamental. Desde Ana María Matute, Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite hasta Almudena Grandes, Rosa Montero o Clara Sánchez, pasando por autoras hoy casi olvidadas como Dolores Medio o Mercedes Formica, y llegando a escritoras tan recientes como Edurne Portela, Pilar Fraile o la propia Marta Sanz, contamos con una larga estela de narradoras que han jugado un papel esencial en la historia de nuestra novela y en la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres, a veces en condiciones extremadamente difíciles.

Creo que las reflexiones que en La ficción y la vida se recogen mantienen sus valores y su vigencia hoy en día y pueden tener una gran utilidad para las nuevas generaciones de lectores amantes de la literatura (especialmente de la narrativa), desconocedores en buena medida del proceso de recomposición del género tras la dictadura. Y por una razón adicional: hoy, cuando desde los foros más diversos, se cuestiona el papel de la novela (incluso escritores como el ya fallecido Vicente Verdú o como Luis Goytisolo han firmado en extensos trabajos su acta de defunción o casi), no viene mal situar en el escenario crítico-teórico posiciones que apuesten con firmeza y convencimiento por el futuro y la vitalidad del género. La mía es una de ellas.  Buena lectura.

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Autor: Manuel Rico. Título: La ficción y la vida. Ensayos y otros textos apasionados sobre la narrativa del siglo XXI. Editorial: Sílex. Venta: Todos tus libros.

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