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La filosofía es La Polla, de Tomás García Azkonobieta

La filosofía es La Polla, de Tomás García Azkonobieta

El subtítulo de este ensayo es toda una explicación sobre el mismo: “Donde se habla de la filosofía política y de las canciones de La Polla Records y se establece comparación entre ambas, y dado el curioso parecido que se descubre, se comentan algunos extraordinarios fenómenos y se reflexiona sobre todo ello”. Pues eso.

En Zenda reproducimos el primera capítulo de La filosofía es La Polla (Pepitas), de Tomás García Azkonobieta.

***

1. Penetración

Queridos amiguitos
en este mundo todo está bajo control…
¿Todo? ¡No!
Una aldea poblada por irreductibles galos
resiste ahora y siempre al invasor
con una poción mágica
que los hace invencibles:
el cerebro.

La Polla Records

Evaristo Páramos, la voz y el alma de La Polla Records, ha contado en diferentes ocasiones que decidió poner ese nombre al grupo porque andaban siempre diciendo «la polla», «mecagüen la polla», «esto es la polla»… cosas así. Lo de Records era simplemente por meter algo en inglés, probablemente para que el nombre sonase más parecido al de su banda de referencia, los Sex Pistols. De hecho, no cayeron en que records significa grabaciones, y lo usaron en el sentido de marca, de récord deportivo. El título de este ensayo es mucho más fácil de explicar, ¿qué mejor nombre para un libro que se sumerge en el universo conceptual de la filosofía política de la mano de las canciones de La Polla Records? Lo curioso es que tras este divertido hallazgo se oculta una gran verdad: la filosofía es la polla.

La filosofía es la única disciplina que se interesa por todo: ciencia, historia, derecho, religión, lenguaje, música… Para cada una de estas áreas del conocimiento existe hoy una filosofía específica. Y podríamos continuar la lista: filosofía de la computación, filosofía de la biología, filosofía de la tecnología, filosofía de la física, de la moda, del diseño, del género, de la arquitectura, del deporte… Esta casi morbosa curiosidad por todo tipo de saber se observa no solo en la etimología de la palabra (amor a la sabiduría) sino también en la propia historia del uso del término.

En la Grecia antigua, los filósofos eran unos personajes que buscaban el conocimiento a toda costa, lo que en ocasiones los llevaba a cuestionar las convicciones y creencias tradicionales. Filosofar era sinónimo de investigar racional y críticamente. Este uso se mantendrá durante siglos. De hecho, hasta el final de la Edad Moderna toda actividad que hoy llamaríamos científica formaba parte de la filosofía.

Así, en 1697, Isaac Newton decía haber inventado una nueva variedad de filosofía, la filosofía experimental, y publicaba el tratado fundador de la física moderna bajo el título Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica; en 1808, John Dalton presentaba el libro que da origen a la química moderna como A New System of Chemical Philosophy; y, un año después, Jean-Baptiste Lamarck publicaba la primera teoría de la evolución biológica moderna en un libro titulado Philosophie zoologique [Mosterín 2013]. Por aquel entonces a ninguno de ellos se les consideraba científicos, eran tan solo filósofos.

No es hasta entrado el siglo XIX cuando estas disciplinas se especializan y se transforman en las famosas ciencias que hoy conocemos. Otras, como la psicología, la sociología o la economía, siguieron después el mismo camino. En las universidades de habla inglesa el título de doctor —el más alto que se otorga a un estudiante en cualquier disciplina (matemáticas, física, química, biología, filosofía…)— se designa como PhD, «Doctor of Philosophy», unas siglas que perviven como vestigio ancestral, una especie de vergonzante coxis del pasado filosófico de las ciencias.

Parece entonces que, en cuanto se hace posible el conocimiento preciso sobre una materia, deja de ser considerada filosofía y se convierte en una ciencia autónoma. Desde esta perspectiva, la filosofía sería una especie de célula madre embrionaria de todo el conocimiento humano que va produciendo en su desarrollo disciplinas especializadas en diferentes ámbitos. ¿La filosofía tiene que limitarse entonces a ser nada más (y nada menos) que una especie de vivero de las ciencias especiales, las verdaderas productoras de conocimientos positivos? ¿No es capaz de generar un tipo de conocimiento genuinamente filosófico?

El gran Bertrand Russell descubrió una característica del conocimiento filosófico que lo hace muy diferente al conocimiento científico, y es que, mientras que las ciencias ofrecen respuestas concretas a las dudas que plantean, proporcionan certezas, la filosofía disminuye nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, es decir, genera incertidumbre sobre lo que consideramos cierto (expandiendo al mismo tiempo el espacio de lo posible). La filosofía es la polla porque nos hace conscientes de nuestro desconocimiento, nos libera de prejuicios, nos aleja del dogmatismo y nos devuelve la capacidad de admirarnos ante la cruda rareza de «la realidad».

Por eso, entre otras razones, la filosofía sigue ocupándose de un enorme abanico de cuestiones que suelen agruparse en varias áreas temáticas: la metafísica —que estudia qué es la realidad, cuáles son sus propiedades, qué existe, o qué es existir—, la gnoseología o teoría del conocimiento —que se interesa en cómo obtenemos conocimiento, qué es conocer—, la lógica —que estudia las reglas del discurso, la validez de los argumentos—, la antropología filosófica —que trata de entender qué es el ser humano—, la ética —que se ocupa de la moralidad, qué es el bien y el mal—, la estética —que se centra en las manifestaciones artísticas, en el estudio de la belleza— y finalmente —además de todas esas nuevas «filosofías de» y ciencias autónomas que sigue dando a luz— la filosofía política, la protagonista de estas páginas.

(…).

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Autor: Tomás García Azkonobieta. Título: La filosofía es La Polla. Editorial: Pepitas. Venta: Todos tus libros.

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