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Sobre la guerra (I)

Sobre o falte. Da igual. El caso es que, dejando al margen los desaforados higienismos marinettistas, guerra, como nos enseñó Heráclito, ha habido siempre y, ¡ay!, seguirá habiéndola. Por eso los poetas, pararrayos celestes, ojos altazor, nunca han dejado de tratarla.

El trato, sin embargo, es desigual.

Tenemos, de entrada, a los que, además de cantarla en uno u otro sentido, murieron en combate o de resultas del mismo, los señores incrustados de letras tomar.

Jorge Manrique. Garcimuñoz, Cuenca, 1479. Un precursor. Cayó mala y renacentistamente en una batalla tonta tras haber cantado la buena muerte, en la cama, rodeado por los suyos, del guerrero medieval —su propio padre, Don Rodrigo—y la del manierista —a quien no alcanzó a conocer—, Don Alonso nombrado.

[…]

Tantos duques excelentes,

tantos marqueses y condes

             y varones

como vimos tan potentes,

di, muerte, ¿dó los escondes

           y traspones?

Y sus muy claras hazañas

que hizieron en las guerras

           y en las pazes,

cuando tú, cruda, te ensañas,

con tu fuerça las atierras

           y deshazes.

 

Las huestes innumerables,

los pendones y estandartes

           y vanderas,

los castillos impunables,

los muros y valuartes

           y barreras,

la cava honda, chapada,

o cualquier otro reparo

    ¿qué aprovecha?

Que si tú vienes airada

todo lo pasas de claro

       con tu frecha.

[…]

(Ed. Vicente Beltrán)

Garci Lasso de la Vega. Le Muy, Niza, 1536. Si Garcilaso volviera, yo sería su escudero, que buen caballero era (Rafael Alberti dixit). 

Boscán, las armas y el furor de Marte,

que con su propria fuerza el africano

suelo regando, hacen que el romano

imperio reverdezca en esta parte,

 

han reducido a la memoria el arte

y el antiguo valor italïano,

por cuya fuerza y valerosa mano

África se aterró de parte a parte

.

Aquí donde el romano encendimiento,

donde el fuego y la llama licenciosa

solo el nombre dejaron a Cartago,

 

vuelve y revuelve amor mi pensamiento,

hiere y enciende el alma temerosa,

y en llanto y en ceniza me deshago. 

Francisco de Aldana. Alcazarquivir, 1578. Nos dejó para siempre, no su obra, en la batalla de los Tres Reyes, que él, consejero bélico-áulico, desaconsejó emprender. La misma en que su rey prestado, precursor borgiano, refundó el chiísmo. Doce pasteles de Madrigal, doce, a la salud de Don Fernando Pessoa.

Otro aquí no se ve que, frente a frente,

animoso escuadrón moverse guerra,

sangriento humor teñir la verde tierra

y tras honroso fin correr la gente.

 

Este es el dulce son que acá se siente:

¡España, Santïago, cierra, cierra!

y por süave olor, que el aire atierra,

humo que azufre da con llama ardiente.

El gusto envuelto va tras corrompida

agua, y el tacto sólo apalpa y halla

duro trofeo de acero ensangrentado,

 

hueso en astilla, en él carne molida,

despedazado arnés, rasgada malla:

¡oh, sólo de hombres digno estado!

José Cadalso y Vázquez de Andrade, alias Dalmiro. Gibraltar/San Roque, 1782. Y en aquel mar de vino, como naves de guerra, naden con altas asas las anchas tembladeras (Nicolás Fernández de Moratín scripsit).

Pierde tras el laurel su noble aliento

el héroe joven en la atroz milicia […] 

Wilfred Edward Salten Owen. Ors, Europa, 1918. Refutador de Horacio. Tras volar literalmente por los aires gracias a un impacto de mortero y pasar varios días en una trinchera abandonada por los alemanes, le diagnosticaron tensión postraumática y lo internaron en un hospital de Escocia. Terminada la convalecencia, regresó al frente, donde murió una semana antes de que terminara la primera parte de la Guerra mundial. Su íntimo maestro, Siegfied Loraine Sassoon, soldado voluntario y poeta antibelicista como él, fue condecorado por heroísmo, se negó a volver al frente y sobrevivió a la justicia militar y a la contienda.

DVLCE ET DECORVM EST

[…]

¡Gas! ¡Gas! ¡Rápido, muchachos! En un éxtasis

de torpeza

nos pusimos a tiempo las burdas máscaras;

pero uno gritaba todavía y daba traspiés,

debatiéndose como si se quemara en una hoguera o en cal viva…

[…]

Si en un sueño sofocante pudieras tú  también caminar

tras la carreta donde lo arrojamos,

y ver sus blancos ojos retorciéndose en su rostro,

en su rostro colgante, como el vómito pecaminoso del diablo;

si pudieras oír cómo, a cada sacudida,

gorgoteaba la sangre al salir de sus pulmones anegados de espuma,

obscena como un cáncer, amarga como el bolo regurgitado

de llagas viles, incurables, en lenguas inocentes,

entonces, amigo mío, no dirías con tanto entusiasmo

a los niños que anhelan una desesperada gloria

la vieja Mentira: Dulce et decorum est

pro patria mori.

(Versión A.L.)

Rupert John Cornford. Lopera, Jaen, 1936. Aunque bisnieto de Charles Darwin, si no fuera por José Ángel Valente (veintiún años/ametrallados sobre el aire/…/Después cayó, como dijiste,/ la noche larga sobre Europa…), pocos lo conocerían además de su novia. 

                                                                   A Margot Heinemann

Corazón del mundo sin corazón.

Querido corazón, pensar en ti

es el dolor en mi costado,

la sombra que me enfría la vista.

El viento se levanta al atardecer,

señal de que el otoño se acerca.

Tengo miedo de perderte,

tengo miedo de mi miedo.

En el último kilómetro hacia Huesca,

la última barrera para nuestro orgullo,

piensa amablemente, cariño,

que yo te siento a mi lado.

Y si la mala suerte arrojara mi vigor

a una tumba a flor de tierra,

recuerda todo el bien que puedas,

no te olvides de mi amor.

(Versión A.L.)

Vienen luego, variante, pese a todo, del grupo anterior, los muertos póstumos en combate, los que vivieron la guerra y la cantaron, pero no cayeron propiamente en acción o como consecuencia directa de ella.

George Gordon Byron, sexto barón de Byron. Misolongi, Grecia, 1824. Aunque no falleció por guerra, sino de una cumplida mezcla de malaria, epilepsia viciosa y sangrías facultativas, lo convocamos aquí porque es una suerte de arquetipo y porque, como Heráclito, ya ha salido en estas páginas. Un habitué, como quien dice.

LA DESTRUCCIÓN DE SENAQUERIB 

Bajaron los asirios como al redil el lobo.

Brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura;

sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,

como en tu onda azul, Galilea escondida.

 

Tal las ramas del bosque en el estío verde,

la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:

tal ramas del bosque cuando sopla el otoño,

yacía marchitada la hueste, al otro día.

 

Pues voló entre las ráfagas el Ángel de la Muerte

y tocó con su aliento, pasando, al enemigo:

los ojos del durmiente fríos, yertos, quedaron,

palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.

 

Y allí estaba el corcel, la nariz muy abierta,

mas ya no respiraba con su aliento de orgullo:

al jadear su espuma quedó en el césped, blanca,

fría como las gotas de las olas bravías.

 

Y allí estaba el jinete, contorsionado y pálido,

con rocío en la frente y herrumbre en la armadura,

y las tiendas calladas y solas las banderas,

levantadas las lanzas y el clarín silencioso.

 

Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan

y el templo de Baal ve quebrarse sus ídolos,

y el poder del Gentil, que no abatió la espada,

al mirarle el Señor se fundió como nieve.

(Versión Marie Montand)

Wilhelm Albert Włodzimierz Apolinary Kostrowicki, alias Guillaume Apollinaire. París, 1918. Se criticará que lo incluyamos aquí, porque oficialmente murió de gripe (la muy terrible de ese año, llamada —leyenda negra— española), pero lo cierto es que la epidemia se le coló por las heridas obtenidas dos años antes en las trincheras, galones que exigieron una trepanación cerebral.

Si yo muero allá lejos en el frente de guerra

Tú llorarás un día oh Lou mi gran amor

Y después mi recuerdo se apagará en la tierra

Como un obús que estalla en el frente de guerra

Bello obús semejante a la mimosa en flor

 

Más tarde este recuerdo que en el aire ha estallado

Cubrirá con mi sangre la tierra toda entera

El valle el mar y el astro que pasa como al lado

De Baratier los frutos de oro en primavera

 

Presencia en cada cosa olvidada y viviente

Yo encenderé el color de tus senos rosados

Encenderé tus labios y tu cabello ardiente

Tú no envejecerás y todo lo existente

Cobrará nueva vida sobre el destino amado

 

La fuga ineluctable de mi sangre en el mundo

Dará un fulgor más vivo al sol agonizante

Hará la flor más roja y hará el mar más profundo

Un amor inaudito descenderá hasta el mundo

Y tendrá más poder en tu cuerpo tu amante

 

Si al morir allá lejos mi recuerdo se olvida

Recuerda Lou en los éxtasis más puros de tu vida

—En tus días de amor y pasión amorosa—

Que mi sangre es la fuente de esta dicha futura

Y siendo la más bella sé tú la más dichosa

¡Oh mi amor oh mi única oh mi inmensa locura!

 

La noche comienza a caer

Oscuridad que augura

Un largo destino de sangre

(Versión Andrés Holguín + coda A.L.)

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