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La huella del zorro, de Moussa Konaté

La huella del zorro, de Moussa Konaté

El gran maestro de la novela negra africana, Moussa Konaté, llega a España con una novela de sus novelas más exitosas: La huella del zorro. Su protagonista, el comisario Habib, a quien la crítica europea considera como “el Maigret africano”, tendrá en esta ocasión que viajar a lo largo de Mali para investigar unos crímenes de estado que chocan frontalmente con las visiones milenarias de los pueblos que conforman el país.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de La huella del zorro, de Moussa Konaté (Libros de las Malas Compañías).

***

Capítulo 1

Caminaba a grandes pasos, descalza, entre zarzas y espinas, sin ver nada, sin oír nada. Aunque solo eran las diez, el sol quemaba. En un descampado, unos niños jugaban al fútbol en un alegre alboroto. Avanzaba, entre ellos, dando patadas o cabezazos involuntarios al balón, que provocaban comentarios y risas burlonas.

–¡Viva Yalèmo! ¡Viva Yalèmo! –entonaban con ironía los pequeños saltarines, riendo y bailando alrededor de la joven, que sudaba y resoplaba. Pero Yalèmo seguía sin oír ni ver nada. Superó el campo de fútbol y se adentró en la callejuela que llevaba a la aldea, desde la cual se atisbaban los techos de paja.

–¡Yalèmo! ¡Eh, Yalèmo!

Un niño corría tras ella llamándola a gritos, con una vocecita ronca que solo se escuchaba cuando la forzaba.

–¡Yalèmo! ¡Yalèmo! ¡Espérame!

Pero ella continuaba su carrera. Incluso parecía que aceleraba más el paso. Sin embargo, el niño consiguió alcanzarla. Le tiró de la tela estampada y la llamó de nuevo. Yalèmo se dio la vuelta y, sin mirar al niño, le asestó una sonora bofetada: este vaciló, trató de mantenerse en pie, pero acabó cayendo en el polvo del sendero. Yalèmo ni se dignó a mirarlo y siguió su camino.

–Soy yo, Diginè. Tan solo quería decirte que hemos encontrado tu cabra. ¿Por qué me has pegado?

Yalèmo ya estaba lejos. Diginè se levantó y le tiró varias piedras, en vano, pues la joven bajaba la cuesta que conducía a la aldea, y el niño ya casi no podía distinguirla.

–¡Que Lèbè te maldiga, Yalèmo, que haga que te salgan cuernos de vaca en tu cabeza de rana resfriada! –se vengó Diginè, que, con gestos de rabia, volvió con sus amigos.

Yalèmo llegó a la aldea. La tela mal amarrada le rozaba y, a cada paso, sus sandalias de plástico chasqueaban contra la planta de unos pies cubiertos de polvo. La saliva se le acumulaba en la comisura de los labios. Respiraba ruidosamente, con la boca abierta y, de vez en cuando, con un movimiento brusco, se enjugaba la frente empapada en sudor. Caminó así por las callejuelas de la aldea sin prestar atención a quienes se encontraba. Luego, empezó a balbucear. Y, como si su objetivo se acercara, se puso a correr.

Poco después, se metió en la casa paterna.

–¡Yalèmo! Eh, Yalèmo, ¿qué pasa? –preguntó su madre, que, sentada ante la cocina, arreglaba una calabaza.

Yalèmo no le respondió. Se dirigió hacia su hermano Yadjè. Este, un joven esbelto y agraciado, se resguardaba a la sombra de su cabaña, sentado en un taburete, y remendaba las redes de pesca. Cuando levantó la vista al oír los gritos de su madre, su hermana lo agarró del brazo.

–Yadjè, ¡ha salido el sol durante la noche! ¡Lo juro por Lèbè! –dijo ella.

–Cierra esa boca infame, ¡sinvergüenza! –bramó la madre–. ¿Cómo te atreves a hablar así?

–Te juro que ha salido el sol durante la noche –insistió la joven–. Es por nuestra culpa, hermano.

–¿Qué pasa, Yalèmo? –le preguntó con calma el chico, liberándose de su hermana.

–Ven conmigo y lo descubrirás.

–¿Qué andas tramando, malvada? –exclamó la madre acercándose velozmente a su hija–. ¡Deja tranquilo a Yadjè!

–Mamá, es asunto nuestro. No te metas –replicó Yalèmo.

La madre agarró un mortero y amenazó a Yalèmo. Yadjè se interpuso entre las dos mujeres. Despacio pero con firmeza, recuperó el utensilio de las manos de su madre,

que resoplaba de ira:

–¡Déjame que le rompa esa cabeza de perra!

–No, mamá, para –dijo el joven.

–Yalèmo está condenada –continuaba la madre, mientras Yadjè le impedía que avanzase hacia su hija–. Siempre igual, se mete en problemas y luego acude a ti a pedirte ayuda. Déjame que le rompa la cabeza y me quede tranquila.

Yadjè arrastró a la madre a la cocina y la ayudó a sentarse en un taburete. La mujer se dejó caer de inmediato y se llevó las manos a la cabeza.

Yadjè volvió con su hermana.

–Yalèmo, dime qué ocurre –le preguntó.

–Que el sol ha salido durante la noche.

–¿Y por quién ha salido el sol, hermana?

–Por ti y por nuestra familia. Ven conmigo, Yadjè.

El joven miró a su hermana, recogió el cuchillo de la arena, lo guardó en su funda y le dijo:

–Te sigo.

En ese momento, la madre comenzó a sollozar.

–Pronto la desgracia caerá sobre nosotros. Esta maldita hija va a traernos muchos disgustos –presagió.

(…)

—————————————

Autor: Moussa Konaté. Título: La huella del zorro. Traducción: Alejandro de los Santos Pérez. Editorial: Libros de las Malas Compañías. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.

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