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La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

En Doce monos (1995), la obra maestra de Terry Gilliam —basada a su vez en La Jetée (Chris Marker, 1962), uno de los mejores cortometrajes que se hayan rodado desde la primera proyección de los hermanos Lumière el 22 de marzo de 1895—, hay un viajero en el tiempo. El tipo responde al nombre de James Cole y está interpretado por Bruce Willis. A fe mía que es el mejor personaje de toda la carrera de este actor. Mas, a lo que voy, es a uno de esos trayectos que le llevan desde ese futuro apocalíptico —que según tantos augurios parece aguardar a las generaciones venideras— a ese año 1995 en que tiene lugar la primera línea argumental de la narración.

Cole regresa con la encomienda de salvar a la humanidad de una pandemia —desatada por un grupo animalista— que habrá de diezmarla y condenar a los supervivientes a una suerte de catacumbas mientras las bestias se adueñan de nuestras ciudades, esas ciudades que, según Fernando Chueca Goitia, son el gran invento de nuestra especie. Esas ciudades contra las que un ruralismo renovado, pero tan necio y reaccionario como el de Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951) vuelve a cargar con toda la fuerza de la que es capaz.

"Sé de un embrujo semejante a ese que lleva a la doctora Railly, una vez que Cole la ha dejado loca a ella con su entusiasmo por la música del siglo XX, a comenzar a enamorase de su antiguo paciente y dejarlo todo para irse a salvar al mundo con él"

En fin, que para que las fieras no acaben campando a sus anchas en las calles de Baltimore, Cole se ve obligado a secuestrar a la bella doctora Kathryn Railly (Madeleine Stowe). La joven fue su psiquiatra en un viaje anterior. Por eso precisamente cree que Cole es un alienado cuando la obliga a conducir su coche en busca de Jeffrey Goines —uno de los grandes personajes de Brad Pitt—, el fundador del Ejército de los Doce Monos, los animalistas que desatarán el apocalipsis en 1996. Cole está destrozado, la bella doctora no le cree, las fuerzas le flaquean… Su afán parece resentirse cuando, de pronto, comienza a sonar en la radio del coche «Blueberry Hill», en la versión del gran Fats Domino. Cole la escucha, le pide a la psiquiatra que suba el volumen, exalta la belleza de la música del siglo XX y renueva sus fuerzas, presto a luchar por el futuro de una especie capaz de alumbrar algo tan hermoso como el rock & roll —y por ende el rock, su evolución—, que fue la música por antonomasia de la centuria pasada y tuvo en la versión de Fats Domino de «Blueberry Hill» una de sus primeras piezas melancólicas, de ritmo más pausado.

Sé de un embrujo semejante a ese que lleva a la doctora Railly, una vez que Cole la ha dejado loca a ella con su entusiasmo por la música del siglo XX, a comenzar a enamorase de su antiguo paciente y dejarlo todo para irse a salvar al mundo con él. No es otro que el que sienten los amantes de esa música por las chicas que inspiraron algunas de sus grandes canciones.

“Algo en su manera de moverse me atrae más que ninguna otra”, escribe George Harrison sobre Pattie Boyd, su mujer de entonces, en «Something». Cara A del único single extraído de Abbey Road (1969), con el correr de los años la canción —junto con «Yesterday» (1966)— se ha convertido en la más versionada de todo el repertorio de The Beatles.

"Desde el primer momento fue la chica de ese capítulo que en la historia del rock se conoce como la invasión británica, en alusión al triunfo de la música de esas islas en Estados Unidos"

Aún estaba unida a Harrison cuando Eric Clapton escribió, pensando en Pattie, «Layla». La primera parte de la versión original, la anterior a la fuga del mellotron, la incluida en el álbum Layla and Other Assorted Love Songs (1970), de Derek and the Dominos, es una de las mejores expresiones del furor del enamoramiento que ha dado el rock. Ya casados, una vez que Pattie se arreglaba para ir juntos a una fiesta, le preguntó a Clapton que cómo la encontraba. Unos días después, él escribió «Wonderful Tonight». Así de prodigiosa era la música del siglo XX y las chicas que inspiraron sus mejores canciones.

Marianne Faithfull y Mick Jagger en 1969.

Sin embargo —y sin que ello signifique menoscabo alguno para Pattie— mi dilecta es Marianne Faithfull, a quien Mick Jagger y Brian Jones escribieron en 1964 «As Tears Go By». Desde el primer momento fue la chica de ese capítulo que en la historia del rock se conoce como «la invasión británica», en alusión al triunfo de la música de esas islas en Estados Unidos. Y también desde el primer momento, Marianne Faithfull fue actriz. De hecho, ya anciana y toda una leyenda de la heterodoxia del siglo XX, confiesa que si no se siente realizada es porque no ha interpretado a Shakespeare todo lo que hubiera querido. De modo que, en sus últimos discos, se nos ha descubierto como toda una rapsoda de los sonetos del Bardo de Avon.

"Sí que tuvo que dejarlo todo cuando, tras romper con Jagger, su chico entre 1966 y 1970, se vio tirada en el Soho londinense como una yonqui más"

Ciertamente, la filmografía de Marianne Faithfull conoció un nuevo brío a raíz de su creación de la reina Maria Teresa I de Austria en Maria Antonieta (2006) de Sofia Coppola. Pero sus primeros cameos en el cine coinciden con sus primeros éxitos musicales. Así, ya pudo vérsela entre los jóvenes ingleses que visitan a Dylan en uno de los hoteles de su gira británica en Don’t Look Back (D. A. Pennebaker, 1967). Ese mismo año compartió cartel con Oliver Reed y Orson Welles en I’ll Never Forget What’s’isname, una comedia dramática de Michael Winner. En el 66 había trabajado con Godard en Made in USA y en el 69 se estrenó con su querido Shakespeare, recreando a la Ofelia de una versión de Hamlet dirigida por Tony Richardson. Por no hablar de los videoclips de The Beatles y The Rolling Stones en los que intervino.

«Rollo, decadencia y sastrería exquisita como no se había visto en Inglaterra desde la restauración de Carlos II» —recuerda Marianne en sus memorias, que conocieron una traducción española en 1995, en la efímera y admirable Celeste Ediciones—. «Éramos jóvenes, ricos y hermosos, y la corriente (creíamos) iba a nuestro favor. Por supuesto, íbamos a cambiarlo todo, pero, sobre todo, íbamos a cambiar las normas. A diferencia de nuestros padres, no tendríamos que renunciar a nuestro hedonismo juvenil a favor del loco mundo de los adultos».

Sí que tuvo que dejarlo todo cuando, tras romper con Jagger, su chico entre 1966 y 1970, se vio tirada en el Soho londinense como una yonqui más. Por esas mismas fechas también habían quedado atrás los días en que, mientras protagonizaba a las órdenes de Jack Cardiff La chica de la motocicleta (1969), vivió un tórrido romance con Alain Delon, su partenaire en aquella cinta. Aunque para tener sexo con un extraño —que reza el título de una de sus mejores canciones—, según confesión propia, le bastaba con que el desconocido le comentase que había leído a Jean Genet.

"Pero con Marianne no habría de poder ni el Covid-19, que, ya anciana y en este infausto tiempo, ha superado felizmente. Resurgió de sus propias cenizas, aunque le había cambiado la voz"

De orígenes aristocráticos, es tataranieta de Leopold von Sacher-Masoch —el autor de La venus de las pieles (1870), en cuyas páginas se describieron los placeres que, al parecer, procura el masoquismo a quienes lo son—. Marianne Faithfull era una chica de Hampstead, una de las zonas nobles de Londres, el barrio de Mary Poppins. Coautora junto a Jagger y Richards de «Sister Morphine», en 1971, el mismo año que se ponía a la venta Sticky Fingers, el álbum que incluye la polémica pieza, ella sabía cómo son las cosas cuando te ves en la calle y se han acabado el sexo, las drogas y el rock & roll.

Lo perdió todo. Hasta la patria potestad de su hijo. Pero con Marianne no habría de poder ni el Covid-19, que, ya anciana y en este infausto tiempo, ha superado felizmente. Resurgió de sus propias cenizas, aunque le había cambiado la voz. De esa chica de Hampstead de voz dulce, que cantaba en los 60 «Plaisir d’amour» y el tema principal de Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964) bajo el título de «Ne me quitte pas» —como la canción de Jacques Brel, pero sin tener nada que ver con ella—, no quedaba ni el recuerdo. La Marianne Faithfull de Broken English, el álbum del regreso, era una mujer de voz aguardentosa y un novio punk que supo ganarse a las nuevas audiencias.

A diferencia de la música, en los 70 no dejó el cine. Es muy probable que sus colaboraciones para la pantalla fueran su única fuente de ingresos en los años que estuvo tirada y olvidada por todos. Sí dejó de hacer películas en los 80, para volcarse en los discos y la escena.

Cuando los 90 la devolvieron a la pantalla ya era una leyenda no solo entre los amantes de la música del siglo XX, los admiradores de las chicas del rock y los estudiosos de la heterodoxia finisecular, también entre las nuevas caras de la iconografía occidental e incluso de cierto feminismo. Desde su colaboración con Sofia Coppola, el prestigio de Marianne Faithfull como actriz ha ido en aumento. La modelo Kate Moss la adora. En estos mismos días se ha anunciado que, en breve, la maravillosa Lucy Boynton —una de las actrices con más dotadas y con mayor encanto de la nueva generación— interpretará a Marianne Faithfull en un biopic que Hollywood se dispone a dedicar a una de las mujeres más destacadas de la música y la heterodoxia del siglo XX.

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