El autor, cercano a una provecta edad, pretende reflexionar sobre los beneficios vitales de la lectura.
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Con el paso de los años uno empieza a advertir, casi sin darse cuenta, que la maquinaria corporal pierde parte de su potencia. Se ralentiza el paso, se debilitan los músculos, y la agilidad que antes acompañaba cada movimiento empieza a desvanecerse. No me preocupó en exceso la merma física; al fin y al cabo el cuerpo, en cuanto soporte de la maquinaria vital, se desgasta. Me consolaba y animaba saber que mi mente seguía en forma, que la memoria respondía con fidelidad y el razonamiento seguía siendo rápido y lúcido. Pero llegó un día —inevitable— en que también mi mente comenzó a mostrar señales de fatiga. La memoria flaqueaba y los pensamientos, antes ágiles, se volvían menos veloces.
Leer no solo mantiene activas las conexiones neuronales; también despierta emociones, estimula la memoria y reaviva la curiosidad. Cada libro es un territorio nuevo que obliga a la mente a explorar, a recordar, a imaginar. Leer concentra y relaja al mismo tiempo; nos obliga a mirar el mundo con ojos distintos y nos enseña a comprender mejor a los demás. La lectura, cuando es verdadera, seduce los sentidos y reanima el espíritu.
A medida que envejecemos, los quehaceres diarios disminuyen y las preocupaciones parecen multiplicarse. En ese terreno fértil para la melancolía, la lectura actúa como una medicina discreta y poderosa. Es un remedio contra la soledad: cuando un libro nos absorbe, olvidamos que estamos solos, habitamos otras vidas, viajamos por otros tiempos y prestamos atención solo a la historia que tenemos entre las manos. Además, leer libera tensiones, reduce el estrés y nos conduce a un estado de serenidad ideal incluso para conciliar el sueño.
Pero la lectura no solo entretiene y distrae: también protege del empobrecimiento intelectual. Siempre he sentido temor por la ignorancia —primero la mía, luego la ajena—. Ya en mis años de estudiante me avergonzaba pensar que pudiera demostrar mis carencias intelectuales. Por eso me sorprende hoy que haya quienes presuman de su ignorancia, que hagan de su analfabetismo funcional una suerte de emblema. Personas que, habiendo tenido maestros que les enseñaron a leer, renuncian a ese don por pura indolencia. Ignoran que la mente, igual que un músculo, se atrofia sin ejercicio. Dejan de leer, y poco a poco pierden no solo la costumbre de comprender, sino incluso la capacidad de hacerlo.
Leer con regularidad —sea por ocio, formación o para adquirir conocimientos— tiene efectos que van mucho más allá del placer: enseña a pensar por uno mismo. No hay mayor libertad que la que nace del pensamiento propio, y este solo se alcanza a través de la comprensión y el razonamiento. La lectura libera porque nos aleja de los dogmas, de los bulos, de las verdades prefabricadas de los engaños y de las mentiras. El lector no es propenso a que le manipulen. Leer nos devuelve la independencia del juicio, y ser libre, en ese sentido, es el primer paso para ser mejor.
No obstante, leer no nos convierte automáticamente en virtuosos. Ningún libro transforma por sí solo a quien no desea hacerlo. Pero sí puede abrir el camino: despierta la empatía, fomenta el pensamiento crítico y nos permite acceder a conocimientos complejos que amplían nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. Quien lee se ejercita en el arte de entender, y quien entiende, rara vez odia o desprecia.
En definitiva, leer nos mantiene jóvenes en lo único verdaderamente importante: la mente y el espíritu. Mientras pueda sostener un libro entre mis manos, mientras mis ojos sigan recorriendo palabras y mi imaginación responda, sabré que mi alma continúa viva y curiosa.
Parafraseando al gran Gabriel Celaya, la lectura —como la poesía— es un arma cargada de futuro. Y mientras pueda seguir leyendo, ese futuro será mío.
A la hora de hacer esta postrera reflexión, desfilan por mi mente todos aquellos familiares, maestros, profesores y amigos que me animaron, a lo largo de toda mi vida, a esforzarme en estudiar, aprender y educarme. No encuentro mejor momento que este para agradecerles haberme inculcado la curiosidad por instruirme y haberme enseñado que, en el estudio y la lectura, también es posible hallar satisfacción, entretenimiento y una profunda sensación de sentirme vivo.
A la vista de mis reflexiones, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que he sido, soy y seré feliz gracias a la lectura, que constituye una parte imprescindible de mi vida.


Exelente mensaje!. De verdad me a reeforzado mi pasion por lectura y la poesia. Muy agradecido.
Felicidades.
Muchas gracias por sus palabras. ¡Leamos mucho!
Gracias y mil gracias mi amigo este mensaje lo atesoraré y conservare para sienpre en mi mente y corazón
Muchas gracias, amigo. Leamos para mantener la fuerza vital.