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La lista de amores perdidos

La lista de amores perdidos

Johannus tenía claro cuál era su tipo de mujer preferida, la ajena… De soltero fue más versátil, y de anciano fantaseaba con la idea de pagar un aviso en los principales periódicos de Viena, invitando a escribir (a un apartado postal) a todas aquellas mujeres con quienes hubiera compartido, incluso apenas horas, de intercambio de tactos y fluidos (con él)… Sabiendo que los olvidos suelen ser más interesantes que los recuerdos, se ofrecía con cierto agrado a una cierta amnesia en cuarto creciente por el abuso de hachís, opiáceos y… el paso del tiempo, del que ya Johannus había abusado bastante. Cierta vez, de joven, había escrito una lista de mujeres a quienes creía que tenía que agradecer algo, fue para cerrar el año 1888 y la lista rondaba una cincuentena de nombres femeninos, de cuerpos femeninos, de compañeras ocasionales, prostitutas, doncellas, groupies, muchachas de familia y amigas que le habrían dado amor y abrigo durante el transcurso de aquel año. Sin embargo aquella lista no fue publicada en los agradecimientos de su celebrada novela Destierro de la Carne, firmada con seudónimo para evitar el escarnio y el escándalo de la prensa crítica literaria danesa, y de la sociedad de Copenhaagen Daas. Cuando terminó de escribir esta novela de crítica y picaresca, Johannus intentaba reconquistar el cariño de la bellísima Nicolasa, una de las muchachas más hermosas de entonces. 

"Sentía Casanova que merecía un busto de bronce en la Plaza Mayor de Copenhaagen Daas. Por el conjunto de sus conquistas, por alguna en especial, por saber amar y ser amado."
 No era Nicolasa lo que podríamos esperar de una mujer dinamarquesa, tenía pelo rizado, piel trigueña, grandes ojos negros; era alta y flaca con pechos generosos y todo en ella resultaba interesante e inquietante para todos los hombres del ambiente intelectual y editorial de la Copenhaagen Daas de entonces; su noviazgo con Nicolasa había levantado ampollas —y admiración— en la grey de la noche y las letras danesas de finales del siglo XlX… Los insistentes episodios de libertinaje de Johannus (que organizaba o improvisaba con idéntica naturalidad y eficacia) habían terminado por mermar la paciencia de Nicolasa, que no pudo resistirse a las debilidades del abandono. Borrar esta importante lista de meretrices y acompañantes se antojaba importante para reconquistar el cariño de la bella Nicolasa. Irrenunciable Johannus de Isidro Casanova, encontraba placer en la conquista, abrigo en la soledad, euforia en el primer beso y… además respetaba con indudable admiración la inteligencia y belleza de la rama femenina. Se consideraba un feminista serial. Sentía Casanova que merecía un busto de bronce en la Plaza Mayor de Copenhaagen Daas. Por el conjunto de sus conquistas, por alguna en especial, por saber amar y ser amado, por lo que en el Delta del Mississippi hubieran llamado el «mojo» que destilaba Johannus. Así le gustaba recordarse, y siempre abrigo la idea de confirmar si así le recordaban los cientos, probablemente miles, de jóvenes muchachas que habían compartido mañanas, tardes y noches con él. Pocas veces había caído enamorado, muy pocas en relación a la notable cantidad de mujeres que había conocido. En sus últimos años intentó no enamorarse de muchachas jóvenes para no sufrir daños colaterales. No siempre con éxito el intento. «Vacas viejas», decía el torero Juan Belmonte (casi contemporáneo a Johannus Isidro de Casanova) en clara referencia a las mujeres de veinte o veintidós años de promedio. Una broma que entienden en el campo ganadero.

"Las Carinas (con o sin ka) apenas arrojaban cuatro o cinco episodios. Si tan solo hubiera llevado un memorándum escrito de sus relaciones..."

Estamos con Casanova mayor y en los primeros compases del siglo veinte, aceptando que sus mejores días habrían quedado atrás, y conforme con vivir unos años más de una vida saludable y tranquila. Nunca publicó la solicitada en los periódicos y toda esa correspondencia nunca llegó; aunque no descarta encargarle esa investigación a Watson Palacios, uno de los pocos discípulos en quienes el de Casanova confía en términos de literatura y honor. Algunas tardes se detiene en una letra del abecedario para encontrar en la memoria nombres femeninos que le ayuden a recordar, pero siempre fue un aliado del olvido, nunca consiguió recordar un poema de memoria en las lecturas, y difícilmente registraba el nombre de sus colegas de oficio, críticos y simpatizantes.

Las Carinas (con o sin ka) apenas arrojaban cuatro o cinco episodios. Si tan solo hubiera llevado un memorándum escrito de sus relaciones… Carina la rubia, más alta incluso que Johannus, la prima de un amigo… Con los rasgos ligeramente equinos de la familia, y aquel único coito en casa de los padres de la niña. Carina, la que vivía perpendicular al cementerio, el hogar familiar de esta Carina, muy bonita y de pelo castaño oscuro. Habían llegado de tomar absenta en un Bar cercano a la antigua penitenciaría de Copenhaagen Daas. Carina (con o sin ka) … aquella hermosa y joven mujer que noviaba con un compañero de colegio, a la que seduciría sin remordimiento alguno en casa del hijo de un importante arquitecto judío; una de las primeras experiencias adolescentes formidables, intensas… Lamenta Johannus no haberse enamorado de la primera Carina, se encontraban en la casa familiar de los Isidro Casanova, y fornicaban como dos adolescentes que eran… Esta hermosa niña judía, de pelo marrón y piel blanca, era la primer mujer que Johannus prefería recordar, aunque no recordaba porque habían terminado de verse, de compartir tardes en la casa familiar de los Casanova. Ahora recordaba a esa muchacha con melancolía, no solo por la muerte temprana de Carina, muerta por ingestión de gases tóxicos antes de los treinta, también por el delicioso sabor de los besos y todos los fluidos de aquella muchacha, y por ser la primera, o la primera que Johannus prefería recordar como la primera. O Carina «Carilina» … una de las dos aristocráticas camareras del Cabaret «Marruecos», tan deseadas en las miradas de los parroquianos del «Marruecos», que Johannus frecuentaba los miércoles. Una de ellas era casi un mito de la belleza mediterránea, Patrizia. 

"Johannus se sentó al lado de Carilina, bromearon un poco, fumaron opio en el baño del tren, fornicaron de pie y durmieron juntos hasta llegar a Oporto."
 Johannus había escuchado interminables confesiones románticas de su, alguna vez compañero, Brazil Bindemberg, que estaba perdidamente enamorado de Patrizia, así como lo estaba de Nicolasa, antes de ser la mujer de Johannus. Y probablemente siempre. Curioso dato, puesto que Bindemberg terminó casado con una hermana de Nicolasa. Y concuñados. Patrizia, entonces, era una mujer deseada por todo aquel que frecuentaba el «Marruecos» y un mito de belleza mediterránea que florecía (el mito) en muchas conversaciones y en la fantasía emotiva de muchos varones de la época. Una tarde Johannus y Patrizia se cruzaron, después de la compra semanal de hachís. Fue el preámbulo para un segundo encuentro casual en una carnicería de Copenhaagen Daas; ese encuentro desembocó en una sorpresiva confesión de Patrizia, siempre había deseado los besos de Johannus, y no tardó demasiado en conseguirlos. Besos y todo tipo de intercambio de fluidos. De la carnicería fueron al apartamento de Patrizia y empezaron una relación peligrosa, Patrizia viajó a Portugal con una compañía de teatro y Johannus le escribía correspondencia todos los días. Ya no recuerda Casanova cómo fue que termino aquello, pero ahora siente nostalgia de un romance que duró menos de lo que se merecía el encuentro con Patrizia. En el «Marruecos» las reinas eran Patrizia y Carilina, una pelirroja alta y flaca, con la piel muy blanca; la novia de Penne, el dueño del night club, un personaje conocido por representar artistas y escritores. El encuentro con Carilina fue casual y en un tren, la belleza de Carilina era diferente pero irresistible, alta y flaca; era imposible no mirarla. Ella viajaba con una buena cantidad de opio para llevar a la sucursal del «Marruecos» en Oporto. Johannus se sentó al lado de Carilina, bromearon un poco, fumaron opio en el baño del tren, fornicaron de pie y durmieron juntos hasta llegar a Oporto, en donde siguieron conviviendo por más de un mes, hasta que Johannus volviera a Copehaagen Daas, a su vida marital con Nicolasix. Johannus se queda pensando que jamás volvió a ver a ninguna de estas mujeres, de las Carinas. Con o sin Ka.

Aun recordando la camarera caribeña que le hizo pis y caca encima….

Y a aquella muchacha uruguaya en ácido.

Y a dos gallinas viejas que sirven para dos pucheros.

Y a la nieta de aquel músico en blanco y negro….

Y a las dos modernas que se quedaron viendo los fuegos artificiales.

Y la primera mujer con nombre de continente.

Y aquella que intentó suicidarse.

Y la potencial lesbiana que lloró después de una serie de orgasmos.

Y el sex símbolo del siglo pasado, de su misma edad, una mujer que parecía una escultura de chocolate.

Y la bailarina inolvidable del Ballet de Cuba, más bonita que Naomi Campbell.

Y la melliza.

Y aquella que se quedó a dormir cuando trajo la invitación para su boda con otro.

Así hasta llegar a mil.

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