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La llamada de… Pilar Quintana

La llamada de… Pilar Quintana

Foto de portada: Manuela Uribe

Álvaro Colomer sigue indagando en el mito fundacional oculto en la biografía de todos los escritores, es decir, desvelando el origen de sus vocaciones, el germen de su despertar al mundo de las letras, el momento exacto en que sintieron la llamada no precisamente de Dios, sino de algo tal vez más complejo: la literatura.

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Pilar Quintana preguntó a la bibliotecaria de su instituto si tenía un ejemplar de ¡Que viva la música! Un amigo le había dicho que no sabría lo que era un buen libro hasta que leyera a Andrés Caicedo, que no volvería a ser la misma después de adentrarse en sus páginas, que esa novela le cambiaría totalmente la vida. Así que la adolescente preguntó a la bibliotecaria por ese libro y, tan pronto como oyó el título, la anciana arqueó una ceja, miró a la estudiante y le recomendó que invirtiera su tiempo en autores más edificantes (sic). Pero Quintana no se arredró y se mantuvo firme: “Quiero a Caicedo”. La bibliotecaria suspiró y repitió entre dientes: “La niña quiere a Caicedo… en fin”. Cogió entonces un manojo de llaves, se levantó y caminó hasta una puerta que siempre permanecía cerrada. Antes de abrirla, hizo jurar a la alumna que no contaría nada de esto a sus compañeras y, cuando obtuvo su palabra, entró en un cuartucho con las paredes cubiertas de estanterías, con una pequeña mesa en el centro y con una única bombilla colgando del techo. En los anaqueles, autores prohibidos: Anaïs Nin, Henry Miller, el marqués de Sade… y Andrés Caicedo. Aquella noche, estirada en su cama, la estudiante empezó a leer la novela y solo se detuvo cuando alcanzó una frase que no esperaba: “Y así es como una alumna del Liceo Benalcázar se convierte en puta”. Pilar Quintana era alumna del Liceo Benalcázar, la biblioteca pertenecía a ese colegio, el cuartucho secreto también estaba ahí dentro.

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La historia de las bibliotecas secretas tuvo uno de sus momentos clave el 22 de junio de 1900, cuando el ermitaño taoísta Wang Yuanlu encontró, en las cuevas de Mogao, Dunhuang (China), una puerta excavada en la roca. El polvo acumulado durante siglos había ocultado los contornos de la apertura y, cuando al fin lograron abrirla, apareció una cámara con 50.000 manuscritos antiguos. Las autoridades locales asignaron a Wang Yuanlu la custodia de la llamada a partir de entonces Cueva 17, pero algunos años después, en concreto en 1907, llegó un explorador, por supuesto inglés, que engañó al ermitaño y, a cambio de una cantidad ridícula, se llevó miles de pergaminos, documentos y pinturas sobre seda. Entre los objetos adquiridos por sir Aurel Stein estaba el Sutra del Diamante, considerado el libro impreso más antiguo del mundo.

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El escritor catalán David Castillo encontró su “Cueva 17” en los contenedores de basura de El Coll. La editorial Bruguera tenía su sede en ese barrio barcelonés y los empleados tiraban a la basura los tebeos que llegaban de imprenta con erratas, coloraciones corridas o manchas de tinta. Los ejemplares de Pulgarcito, El Capitán Trueno y El Hombre Enmascarado se amontonaban junto a los cubos de basura y, cuando caía la noche, los chavales los saqueaban como si fueran pordioseros de la cultura. Se ocultaban entre las sombras y se arrastraban por el suelo porque el vigilante de seguridad era un cabrón de mucho cuidado y, si los veía rondando el material desechado, cogía los ejemplares y los rasgaba con sus propias manos.

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El niño que hubo en Antonio Muñoz Molina también alucinaba con los tebeos. De pequeño se apretujaba con sus amigos para leer el ejemplar que habían comprado entre todos. Eran también las aventuras de El Capitán Trueno, de El Guerrero del Antifaz y de cualquiera de aquellos héroes. Por desgracia, en ocasiones la pandilla no conseguía reunir el dinero necesario como para comprar un cómic de esos y entonces Muñoz Molina daba un paso al frente y narraba a sus compañeros una historieta que, según decía, había leído en casa de sus tíos. Había realmente en aquella casa un baúl repleto de tebeos. Eran revistas de historietas que sólo podían comprarse por correo, y que no se vendían en los kioscos normales y que, por tanto, tenían protagonistas no conocidos por los otros niños. El día en que Muñoz Molina descubrió aquel baúl, supo que había encontrado un tesoro. Y como sus tíos le prohibieron sacar esos ejemplares de casa, él contaba las hazañas de aquellos héroes a sus amigos. Hasta que un día descubrió que, en vez de reproducir en voz alta las viñetas que había leído, era más divertido inventarse aventuras nuevas.

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En La historia interminable, el preadolescente Bastian Baltasar Bux entra por casualidad en la librería de Karl Konrad Koreander y se fija en un libro encuadernado en cuero de color cobre y adornado con dos serpientes en la cubierta. No puede evitarlo: lo roba, lo abre… y lo lee. Y esta simple acción, la de abrir una puerta y asomarse a un mundo distinto, salva por siempre el reino de Fantasía.

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Pilar Quintaba acaba de publicar Noche negra (Alfaguara, 2025).

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