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La memoria y los libros

La memoria y los libros

Ilustración de portada: «Habitación de hotel», de Edward Hopper

Abril siempre fue el mejor mes del año. A caballo entre los últimos coletazos de una primavera que parece otoño por las lluvias y un calor repentino propio del julio más veraniego, abril llega para recordar que hay meses en los que debemos parar y recordar que no hay prisa, que a pesar de los dolores aún quedan motivos para seguir bailando, que este frío que sí y este calor que también son solo un reflejo de nuestra cabeza a lo largo del día.

"La misma tarde se repite en mi cabeza cada vez que me golpea ese olor. Y me entristece la felicidad de los días pasados que no van a volver"

Me gusta abril porque de pronto todo el mundo habla de lo mismo: los libros. Para mí siempre fue una fiesta, ya que en Castilla y León el 23 de abril es festivo. Nunca le di demasiada importancia —que me perdonen los propietarios— a las fiestas oficiales de las Comunidades: para mí era festivo porque celebrábamos los libros. Nada más. De pequeña, salía con mis padres a los puestos de librerías colocados por el centro de Segovia y cada año la misma pregunta: «¿Qué libro quieres?». Recuerdo los nervios, la inseguridad, el «quiero este, pero este también», empezar a leerlo antes de llegar a casa.

Me sucede algo últimamente que me tiene el pecho algo encogido. Tengo una memoria olfativa muy unida a los recuerdos. Hay olores, para mí, que son viajes tan realistas que a veces me asusto. He aprendido a cerrar los ojos y dejarme llevar y —si procede— escribir algo, como el que se cruza de pronto con alguien que huele a una persona a la que quiso en otra vida y se queda ahí, suspendido, sin ganas de aterrizar. Cuento esto porque últimamente estoy volviendo a olores de mi infancia —tierra mojada, campo verde, nubes a las nueve de la mañana— que me llevan de una manera veloz a aquellas tardes que pasaba en casa de mis padres devorando libros y bocadillos de atún para merendar. La misma tarde se repite en mi cabeza cada vez que me golpea ese olor. Y me entristece la felicidad de los días pasados que no van a volver.

"Eso es lo que nos queda a los adultos, ¿no? La memoria de cuando no pasaba nada y pasaba todo"

Puedo comer un bocadillo de atún en la mesa de la cocina de mis padres con el mismo libro de ese viernes, pero yo ya no soy la misma, mi cabeza alberga otros mundos, soy esclava del tiempo de los adultos y esa felicidad, insisto, jamás volverá. Ruego me disculpen este golpe de realidad, pues estoy convencida de que muchas y muchos se sentirán identificados con mis palabras, pero ando conformándome con la nitidez de un recuerdo que puedo repetir en mi cabeza con solo oler los árboles. Eso es lo que nos queda a los adultos, ¿no? La memoria de cuando no pasaba nada y pasaba todo. Eso, y los libros. Siempre los libros.

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