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La mente de los justos, de Jonathan Haidt

La mente de los justos, de Jonathan Haidt

Jonathan Haidt (1963), ensayista e investigador, es psicólogo moral y profesor de la Universidad de Nueva York. En La mente de los justos (Deusto, 2019), Haidt centra su investigación en los orígenes de la moralidad y las razones por las que las personas están divididas por la política y la religión, mostrando que la mente humana fue diseñada para la justicia grupal, ya que son los instintos los que guían el razonamiento. La mente de los justos pretende disminuir la ira y la división y reemplazarlas con asombro y curiosidad.

Zenda publica la introducción que el autor ha escrito para este libro, y que comienza así: «Imagina que una civilización alienígena hubiera puesto un satélite en órbita alrededor de la Tierra hace cuatrocientos millones de años, justo en el momento en el que las plantas y los animales empezaban a aparecer en el planeta”.

Imagina que una civilización alienígena hubiera puesto un satélite en órbita alrededor de la Tierra hace cuatrocientos millones de años, justo en el momento en el que las plantas y los animales empezaban a aparecer en el planeta. El satélite está programado para emitir una imagen de alta resolución de la superficie terrestre a los extraterrestres cada diez mil años. La serie de imágenes desvela muchos cambios graduales; continentes que se separan, casquetes polares que se expanden y luego se contraen. Tras algunos impactos de asteroides hay cambios drásticos en los patrones vegetales.

Después de examinar todas y cada una de las cuatrocientas mil imágenes, los extraterrestres seguramente se maravillarían especialmente con las últimas diez. Las imágenes inmediatamente anteriores a esas diez mostrarían los bloques de hielo retirándose, como lo han hecho muchas veces antes. Pero justo después de este último movimiento (que marca el comienzo de lo que los terrícolas llaman el Holoceno), nuevos y maravillosos objetos comenzarían a brotar entre la vegetación. En las primeras imágenes, los extraterrestres verían las primeras aldeas humanas, rodeadas de los primeros cultivos. En la quinta imagen, ya verían canales, grandes plataformas de piedra y templos mesopotámicos; en la sexta, las pirámides de Egipto. En las siguientes tres imágenes verían ciudades que emergen a lo largo y a lo ancho, que crecen y se conectan por caminos. Verían acueductos y estadios; verían miles de barcos en el mar.

Sin embargo, todas estas cosas serían profundamente triviales comparadas con la transición entre la novena y la décima imagen. En la décima imagen, la mayor parte de los terrenos y de los bosques, e incluso alguna de las regiones desérticas, se habrían transformado en vastos tableros de cultivos alineados, conectados por caminos y rieles a ciudades gigantes cuyos espacios aéreos estarían inundados de aviones y helicópteros.

De glaciares en retirada a civilización global en sólo un par de imágenes. ¿Cómo ocurrió?

La respuesta obvia es la tecnología, comenzando por la agricultura y continuando progresivamente con la metalurgia, la ingeniería, la química y otras ciencias. Puedes leer libros como Armas, gérmenes y acero (Debolsillo, Barcelona, 2007), de Jared Diamond, o What Technology Wants, de Kevin Kelly, para comprender esa parte de la historia.

Ahora bien, hay una historia psicológica de fondo que debe contarse antes de que la historia tecnológica pueda comenzar. Si esos extraterrestres hubiesen arrojado arados, paquetes de semillas y tarjetas con instrucciones ilustradas sobre África hace un millón de años, nuestros antepasados homínidos no se habrían convertido antes en agricultores. Se necesita mucho más que tecnología para cultivar; se necesita cooperación. Muchas personas deben trabajar juntas con un alto nivel de confianza que les permita dividir tareas y trabajar durante muchos meses sin recompensa. Cuando finalmente la cosecha llegue, los agricultores deben ser capaces de compartirla, guardarla, defenderla y hacer que una parte dure hasta que sea hora de la siembra el próximo año. Se necesita una aldea entera para levantar un cultivo. ¿Cómo lograron nuestros ancestros llegar al punto de poder trabajar juntos en aldeas, luego en ciudades-Estado y finalmente en naciones?

El parentesco es la forma favorita de la naturaleza de crear comunidades cooperativas. Las colmenas de abejas y los nidos de hormigas son muestras geniales de cooperación. Ellas permanecen unidas en parte porque son familia, casi todas hermanas. Y esto funciona de maravilla para abejas y hormigas, cuyas reinas pueden poner millones de huevos, pero obviamente no es una forma viable para que los humanos pueblen ciudades y construyan pirámides. Entonces, ¿cómo nos mantenemos juntos para hacer cosas grandiosas? ¿Cuál es nuestro «pegamento»?

 

Las personas que han dedicado su vida a estudiar algo específico suelen creer que el objeto de su fascinación es la clave para entenderlo todo. Muchos libros se han publicado en años recientes acerca del papel transformador en la historia humana que ha jugado la cocina, la maternidad, la guerra… incluso la sal. Éste es uno de esos libros. Yo estudio la psicología moral, y para mí la moralidad es la extraordinaria capacidad humana que ha hecho posible la civilización, e intentaré probar mi caso. Con esto no quiero decir que la cocina, la maternidad, la guerra o la sal no fueran también necesarias, pero en este libro te guiaré en un recorrido por la naturaleza humana y la historia desde la perspectiva de la psicología moral.

Al final de este recorrido, espero haberte dado una nueva manera de pensar acerca de dos de los temas más importantes, irritantes y polémicos de la vida humana: la política y la religión. Los libros de protocolo nos dicen que no deberíamos discutir sobre estos temas en compañía educada, pero yo os insto a que sigáis adelante. La política y la religión son expresiones de nuestra psicología moral subyacente, y la comprensión de esa psicología puede contribuir a unir a las personas. Mi meta con este libro es drenar algo del calor, la ira y la división que generan estos temas y reemplazarlos con el asombro, la sorpresa y la curiosidad. Somos francamente afortunados por haber creado esta compleja psicología moral que ha permitido que nuestra especie haya pasado de los bosques y selvas a las delicias, las comodidades y la extraordinaria tranquilidad de las sociedades modernas en apenas unos miles de años. Mi esperanza es que este libro haga que las conversaciones sobre moralidad, política y religión sean más comunes y más divertidas, incluso en compañía heterogénea.

Nacidos para ser justos

Podía haber titulado este libro La mente moral para transmitir el sentido de que la mente humana está diseñada para «crear» moral, así como para «crear» lenguaje, sexualidad, música y muchas otras cosas descritas en libros populares que reportan los hallazgos científicos más recientes. En cambio, he elegido La mente de los justos para transmitir el sentido de que la naturaleza humana no es sólo intrínsecamente moral, es también intrínsecamente moralista, crítica y sentenciosa.

La palabra justo (righteous) viene del término rettviss en norse, un dialecto nórdico antiguo, y del antiguo inglés rihtwis. Ambos términos significan «justo, recto, virtuoso». Hoy día, términos como justo o virtuosidad tienen fuertes connotaciones religiosas porque generalmente se utilizan para traducir la palabra hebrea tzedek. Tzedek es una palabra común en el Antiguo Testamento, y a menudo se usa para describir a personas que actúan de acuerdo a los deseos de Dios, pero también es un atributo de Dios y del juicio de Dios (que generalmente es duro, pero se piensa que justo).

La conexión entre la virtuosidad y el juicio crítico es capturada en algunas definiciones modernas del término justo, tales como «surgido de un indignado sentido de justicia, moralidad o juego limpio». El vínculo también aparece en el término arrogante moral, que significa «convencido del propio juicio, especialmente en contraste con las acciones y creencias de los otros restrictivamente moralistas e intolerantes». Quiero mostrar que la obsesión con la rectitud (que conduce inevitablemente a la arrogancia) es lo normal en la condición humana. Es característico de nuestro diseño evolutivo, no un bug o un error que se infiltró en unas mentes que de otro modo hubiesen sido objetivas y racionales.

Nuestra mente justa ha permitido a los seres humanos, y no a otros animales, producir grandes grupos cooperativos, tribus y naciones sin el «pegamento» del parentesco. Y al mismo tiempo, nuestra mente justa ha garantizado que estos grupos cooperativos siempre estarán condenados a conflictos morales. Algún grado de conflicto entre grupos puede ser necesario para la salud y el desarrollo de cualquier sociedad. Cuando era un adolescente deseaba la paz mundial, pero ahora añoro un mundo en el que las ideologías opuestas estén en equilibro, los sistemas de rendición de cuentas nos impidan salirnos con la nuestra más de la cuenta, y en el que menos gente crea que fines justos justifican medios violentos. No es un deseo demasiado romántico, pero es uno que realmente podemos lograr.

Lo que nos espera

Este libro tiene tres partes, y se puede pensar en él como si fueran tres libros separados, pero cada uno depende del que lo precede. Cada parte presenta uno de los grandes principios de la psicología moral.

La primera parte gira en torno del primer principio: la intuición viene primero, el razonamiento estratégico después. Las intuiciones morales surgen automáticamente y de manera casi instantánea, mucho antes de que un razonamiento moral haya tenido la oportunidad siquiera de comenzar a formarse, y esas primeras intuiciones suelen guiar nuestro razonamiento posterior. Si piensas que el razonamiento moral es algo que hacemos para encontrar la verdad, te sentirás constantemente frustrado por lo tonta, tendenciosa e ilógica que puede llegar a ser la gente cuando no está de acuerdo contigo. Pero si piensas acerca de los razonamientos morales como una habilidad que los humanos hemos desarrollado para avanzar en nuestras agendas sociales, justificar nuestras acciones y defender los equipos a los que pertenecemos, entonces las cosas tendrán mucho más sentido. Vigila las instituciones y no interpretes literalmente los argumentos morales de las personas. En su mayoría son construcciones post hoc, creadas sobre la marcha para lograr uno o más objetivos estratégicos.

La metáfora central de estos cuatro capítulos es que la mente está dividida, como un jinete que guía a un elefante, y el trabajo del jinete es servir al elefante. El jinete es nuestro razonamiento consciente, ese flujo de palabras e imágenes que conforman nuestro consciente. El elefante es el otro 99 por ciento de los procesos mentales, esos que ocurren fuera de nuestro consciente pero que de hecho controlan la mayor parte de nuestro comportamiento. He desarrollado esta hipótesis en mi libro La hipótesis de la felicidad (Gedisa, Barcelona, 2006), donde he descrito cómo el jinete y el elefante trabajan juntos, y a veces mal, mientras damos tumbos por la vida en busca de significado y conexión. En este libro usaré la metáfora para resolver enigmas como por qué parece que todos (los demás) son unos hipócritas por qué los militantes de un partido están tan dispuestos a creerse mentiras escandalosas y teorías de la conspiración. También usaré esta metáfora para mostrar cómo puedes persuadir mejor a las personas que parecen impermeables a la razón.

La segunda parte versa sobre el segundo principio de la psicología moral, que es que hay más en la moralidad que sólo perjuicio y justicia. La metáfora central de estos cuatro capítulos es que la mente de los justos es como una lengua con seis tipos de receptores gustativos. Las moralidades occidentales seculares son como cocinas que intentan activar sólo uno o dos de estos receptores, dividiendo entre preocupaciones acerca del daño y el sufrimiento, o preocupaciones acerca de la justicia y la injusticia. Sin embargo, las personas tenemos muchas otras intuiciones morales, como aquellas relacionadas con la libertad, la lealtad a la autoridad y la santidad. Explicaré de dónde vienen estos seis receptores gustativos, cómo han conformado las bases de muchas de las «cocinas» morales del mundo, y por qué los políticos de derechas tienen una ventaja intrínseca cuando se trata de cocinar platos que a los votantes les gustan.

La tercera parte gira alrededor del tercer principio: la moralidad une y ciega. La metáfora central de estos cuatro capítulos es que los seres humanos somos un 90 por ciento chimpancé y un 10 por ciento abeja. La naturaleza humana ha sido generada por la selección natural trabajando en dos niveles simultáneamente. El primero es el de los individuos que compiten contra otros individuos en cada grupo. Aquí nosotros somos los descendientes de primates que hemos triunfado en esa competencia. Éste es el lado feo de nuestra naturaleza, el que generalmente leemos en libros acerca de nuestros orígenes evolutivos. Somos, de hecho, egoístas hipócritas y tan talentosos para aparentar virtuosismo que hasta cierto punto incluso nos engañamos a nosotros mismos.

Pero la naturaleza humana también se ha ido conformando con la competición de grupos contra grupos. Como apuntó Darwin hace mucho tiempo, los grupos más compactos y cooperativos generalmente vencen a los grupos de individualistas egoístas. Las ideas de Darwin acerca de la selección grupal fueron descartadas en los sesenta, pero ciertos descubrimientos recientes han devuelto sus ideas al ruedo, y sus implicaciones son profundas. No somos egoístas hipócritas todo el tiempo, de hecho, bajo ciertas circunstancias tenemos la habilidad de apagar nuestro lado interesado y comportarnos como células de un organismo más grande, o como abejas en una colmena y trabajar por el bien del grupo. Estas experiencias a menudo se sitúan entre las más apreciadas de nuestras vidas, aunque esa tendencia a actuar como colmena puede cegarnos respecto a otras preocupaciones morales. Nuestra naturaleza de abeja facilita el altruismo, el heroísmo y también la guerra y el genocidio.

Una vez que veas nuestra mente justa como la mente de un primate con un componente de abeja, tendrás una perspectiva completamente nueva de la moralidad, la política y la religión. Te enseñaré que nuestra «naturaleza superior» nos permite ser profundamente altruistas, pero ese altruismo es generalmente dirigido a miembros de nuestros grupos. Te mostraré que la religión es (probablemente) una adaptación evolutiva para cohesionar grupos y ayudarlos a crear comunidades con una moralidad compartida. No es un virus ni un parásito, como algunos científicos (los «nuevos ateos») han argumentado en los últimos años. Me valdré de esta perspectiva para explicar por qué algunas personas son conservadoras, otras son liberales (o progresistas), y por qué otras se convierten en libertarias. Las personas, al fin y al cabo, se unen a bandos políticos con los que comparten narrativas morales, y una vez que han aceptado una narrativa particular, se ciegan a otros mundos morales alternativos.

(Una nota sobre terminología: en Estados Unidos, la palabra liberal hace referencia a las políticas de izquierda o progresistas, y utilizaré la palabra en ese sentido. En Europa y el resto del mundo, liberal es más fiel a su sentido original: valorar la libertad sobre todas las cosas, incluso en las actividades económicas. Cuando los europeos usan la palabra liberal, generalmente están tratando de definir algo para lo que los estadounidenses usarían el término libertario, que es un término difícil de situar en el espectro izquierda-derecha.9 Los lectores tal vez prefieran sustituir mentalmente el término liberal por progresista o de izquierda.)

En los próximos capítulos me basaré en las últimas investigaciones en neurociencia, genética, psicología social y modelos evolutivos, pero el mensaje que quiero dar con este libro es antiguo. Es una de las Grandes Verdades que se pueden encontrar en la mayoría de las tradiciones de sabiduría del mundo. Comienza con la comprensión de que todos somos hipócritas arrogantes:

¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? […]. Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mateo, 7: 3-5)

Continúa con la afirmación de que la iluminación (o la sabiduría, si lo prefieres) nos exige a todos deshacernos de lo que han visto nuestros propios ojos para luego escapar de nuestro moralismo persistente, mezquino y divisivo. Como escribió el maestro zen chino del siglo viii Sen Tsan:

La vía perfecta sólo es difícil
para aquellos que escogen y eligen;
Que nada te guste, que nada te disguste;
todo estará claro entonces.
Incluso con la más pequeña de las diferencias,
el Cielo y la Tierra se distanciarán;
Si quieres que la verdad aparezca clara frente a ti,
nunca estés a favor o en contra.
La lucha entre «a favor» y «en contra»
es la peor enfermedad de la mente.

La vía perfecta sólo es difícil para aquellos que escogen y eligen; Que nada te guste, que nada te disguste; todo estará claro entonces. Incluso con la más pequeña de las diferencias, el Cielo y la Tierra se distanciarán; Si quieres que la verdad aparezca clara frente a ti, nunca estés a favor o en contra. La lucha entre «a favor» y «en contra» es la peor enfermedad de la mente.

No digo que deberíamos vivir la vida como Sen Tsan. De hecho, creo que un mundo sin moralidad, rumores o juicios, rápidamente caería en el caos. Pero si queremos llegar a comprendernos y a entender nuestras divisiones, nuestros límites y nuestros potenciales, necesitamos dar un paso atrás, dejar de lado el moralismo, aplicar en su lugar algo de psicología moral y analizar el juego que estamos jugando.

Examinemos ahora la psicología detrás de esta lucha entre «a favor» y «en contra». Es una lucha que se da en cada una de las mentes de los justos, y en cada uno de los grupos de los justos.

 

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Autor: Jonathan Haidt. Título: La mente de los justos. Editorial: Deusto. Venta: Amazon y Fnac

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