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La osadía de reescribir el Génesis

La osadía de reescribir el Génesis

Esta obra transcurre entre la actualidad y la prehistoria, esto es, entre la investigación que una joven abogada realiza en torno al asesinato de una mujer, y un Neolítico ya lejano que sirve al autor para reflexionar sobre el mito de Eva.

En este making of Sebastián Chávez desvela los orígenes de La osadía de Eva (Tapa Negra).

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Devoré aquel artículo de El País nada más leer su sugerente título: “Hallado en el valle del Jordán el vestigio más antiguo de la agricultura”. Era el 2 de junio de 2006. Los textos de Javier Sampedro son algo más que porciones interesantes y novedosas de conocimiento científico. Su prosa precisa, y con frecuencia divertida, nos suele situar el objeto de su comentario en un marco humanista que consigue superar aquella antipática frontera entre “las dos culturas” que describió Charles Snow a mediados del siglo pasado. Por eso nunca me los salto. Pero aquel tocaba un tema que me atraía especialmente. Reseñaba un estudio aparecido en la revista Science aquel mismo día, donde se aportaban evidencias arqueológicas sobre una plantación de higueras domesticadas 11400 años atrás en el valle del Jordán, casi un milenio antes de cualquier indicio conocido de agricultura.

Leí la pieza varias veces. Sampedro describía en ella la que llamaba “mutación proverbial” de las higueras, capaz de transformar los higos silvestres en otros más carnosos, dulces y suaves, e impedir su caída prematura. Esta mutación causa, a su vez, la esterilidad del árbol, lo que obliga a la intervención humana para su propagación mediante esquejes. Eran ese tipo de higos domesticados lo que los arqueólogos habían hallado en un primitivo silo de alimentos del Mesolítico.

"Fue aquella simple frase de Sampedro la que sembró en mi mente la semilla de La osadía de Eva, aunque en aquel momento yo aún no sabía que tenía una novela en la cabeza"

En la admiración por la intuición de aquellos investigadores habría acabado mi interés, si el periodista no hubiese deslizado en la parte final de su artículo que aquella mutación domesticadora encajaba “más en una parábola bíblica que en un texto de genética”. Súbitamente, aquella simple frase me hizo visualizar una conexión entre el descubrimiento de la agricultura mediante la domesticación de la higuera y el mito bíblico del Génesis. La escena en la que Eva toma el fruto del árbol de la ciencia no era sino una forma literaria de referirse al hallazgo del conocimiento agrícola y al paso del modo de vida cazador-recolector, propio del Paleolítico, a la revolución agropecuaria neolítica. Como en todo buen relato conspiranoico, el Génesis idealizaba el pasado paleolítico, elevado a la categoría de paraíso, y condenaba a quien había propiciado la innovación. En lugar de atribuir a Eva las virtudes de la autosuficiencia alimentaria, la castigaba como desencadenante de la catástrofe.

Fue aquella simple frase de Sampedro la que sembró en mi mente la semilla de La osadía de Eva, aunque en aquel momento yo aún no sabía que tenía una novela en la cabeza. Pasé años dándole vueltas a aquella idea, dudando sobre si podría tener algún sentido, comentando a lo sumo con algunos amigos mi propuesta de Eva como pionera del conocimiento agrícola, sacrificada en aquel relato tecnófobo que constituye uno de los fundamentos culturales de la civilización occidental.

"Pasé mucho tiempo recopilando información sobre las interpretaciones del Génesis, las analogías con los mitos sumerios, babilónicos, zoroastristas, hinduistas; hasta que cayó en mis manos The Rise and Fall Of Adam and Eve"

Y en eso quedó la cosa, hasta que poco antes de las navidades del 2015, recibí la invitación de la profesora Encarna Aguilar para impartir un seminario sobre biotecnología a sus estudiantes de antropología en mi universidad. Recordé entonces mi reinterpretación del mito bíblico y lo utilicé para trazar la analogía entre el reproche que el autor del Génesis hace a la Eva agrícola y transgresora, con las reacciones tecnófobas de nuestro tiempo: la repulsa contra las técnicas de mejora genética de alimentos, los movimientos antivacunas, la sacralización de aquello que es percibido como “natural” frente a los desarrollos tecnológicos, y todo el conjunto de campañas delirantes que nos asolan. Tras el estimulante debate con los estudiantes, salí del aula convencido de que aquella historia merecía ser contada.

La duda que me frenaba era si lo que yo percibía como una novedosa reinterpretación del mito era realmente original. ¿Nunca antes se había propuesto que la Eva bíblica representaba la innovación agrícola y que la historia que protagonizaba era un relato conspiranoico, donde el nuevo conocimiento técnico era acusado de desencadenar la pérdida del paraíso cazador-recolector?

Pasé mucho tiempo recopilando información sobre las interpretaciones del Génesis, las analogías con los mitos sumerios, babilónicos, zoroastristas, hinduistas; hasta que cayó en mis manos The Rise and Fall Of Adam and Eve, el maravilloso ensayo de Stephen Greenblatt. Tras leerlo, no solo me quedó claro que pisaba terreno firme, también entendí por qué nadie había mirado a Eva desde mi perspectiva. El motivo tenía nombre propio: Agustín de Hipona y su De genesi ad litteram, donde sexualizó la figura de Eva y vinculó su pretendida concupiscencia al desafío del orden natural diseñado por el creador. A partir del siglo V tomar el fruto del árbol pasó a significar consumar el acto sexual. Eva dejó de ser acusada de conocer la agricultura para serlo de conocer varón; su libre iniciativa por el saber agrícola, convertida en libidinosa curiosidad malsana. La enorme influencia de la doctrina del obispo filósofo, trasladada a los dogmas del cristianismo, sesgó definitivamente el mito, que nunca más pudo desprenderse de la misoginia del clérigo, incluso para el feminismo, que la reivindicó también desde la sexualidad y la crítica al heteropatriarcado.

"Me vi a mí mismo, un profesor de genética, investigador de los mecanismos moleculares de la expresión del genoma, escribiendo un ensayo para explicar un mito antropológico con las evidencias del registro arqueológico"

Estábamos ya a la altura de 2020 y había tomado la decisión de escribir un libro para rescatar a Eva, pero ¿cómo hacerlo? El impulso inicial fue escribir un ensayo con ánimo justiciero: primero des-sexualizarla, resituarla como pionera tecnológica al margen del sexo; segundo, denunciar que la cultura judeocristiana se base en un relato donde se presente a la innovación agrícola como causa de la pérdida de la abundancia natural, en lugar de como solución tecnológica para hacer frente al agotamiento de los ecosistemas.

En mis ratos libres, comencé a hacer esquemas y a ordenar toda la información ya recopilada. También me sumergí en la bibliografía disponible sobre los cambios ecológicos en la media luna fértil durante en el paleolítico superior. Encontré datos muy interesantes sobre las alteraciones climáticas en aquel periodo, la disminución de las poblaciones de herbívoros conforme aumentaban las humanas, o el incremento de la caza menor en respuesta a esta situación.

Llegado a este punto me vi a mí mismo, un profesor de genética, investigador de los mecanismos moleculares de la expresión del genoma, escribiendo un ensayo para explicar un mito antropológico con las evidencias del registro arqueológico. ¿A dónde iba yo por aquel camino? Cuando no se es consciente de las propias limitaciones resulta muy fácil caer en el ridículo. Y entonces se me ocurrió: si Eva era un mito literario, personaje principal de la obra de ficción más leída de la historia, la respuesta había que darla también desde la literatura.

"Eva no solo representaba simbólicamente a los pioneros agrícolas frente a quienes dependían del status quo preneolítico, sino a todos aquellos protagonistas del conocimiento que, sin tan siquiera ser conscientes, cada día desafían al poder"

Nos encontrábamos en plena pandemia y por fin tenía claro que quería escribir una novela, ¿pero de qué tipo? ¿Acaso una que se desarrollara en el mesolítico? Lo descarté de inmediato; no solo nunca había escrito ficción, sino que tampoco había leído relato histórico con frecuencia. La que sí me había apasionado desde mi adolescencia era la novela negra. Me planteé si podía reivindicarse a Eva desde ese género y pronto me cuadró todo. ¿No era acaso Eva la víctima de un gran asesinato moral, el perpetrado por al autor ancestral del Génesis para desprestigiar el ansia de saber, la osadía de conocer, la iniciativa de experimentar? Y fue también en ese punto, al empezar a crear mi personaje literario, cuando entendí que lo que tenía entre manos era aún más trascendente y actual de lo que hasta entonces creía. Eva no solo representaba simbólicamente a los pioneros agrícolas frente a quienes dependían del status quo preneolítico, sino a todos aquellos protagonistas del conocimiento que, sin tan siquiera ser conscientes, cada día desafían al poder. Esa era la novela que tenía que escribir.

A partir de entonces todo discurrió con rapidez. Tejí una trama en el presente que me permitiese ilustrar la reinterpretación del mito antiguo y, a la vez, dejar constancia de la actualidad de ese desafío constante que el conocimiento representa para el poder, entendiendo este en todas sus escalas, desde las relaciones de dominación dentro de la pareja a las que se dan entre los ciudadanos y las instituciones públicas; también las del mundo de la empresa, los medios de comunicación o las de mi ámbito profesional más directo: las universidades.

"El mito es universal, o al menos es conocido ampliamente en todo el hemisferio occidental. La novela, por tanto, podría haberse desarrollado en cualquier lugar de cultura judeocristiana, pero decidí ubicarla en Sevilla"

Elegí como víctima a una arqueóloga que intentaba reinterpretar el mito bíblico. Como presunto asesino, su propio marido, un biotecnólogo dedicado en cuerpo y alma a mejorar los cereales, y que es preso de las tensiones sociales y empresariales que sus nuevas variedades vegetales desencadenan. Y para investigar el crimen, Carmen Laguillo, una joven abogada que se estrena como penalista defendiendo al acusado, y que irá desvelando una verdad que también molesta a todas aquellas instancias de poder para las que ese conocimiento resulta corrosivo. Todos ellos son Eva, porque Eva nunca ha dejado de existir.

El mito es universal, o al menos es conocido ampliamente en todo el hemisferio occidental. La novela, por tanto, podría haberse desarrollado en cualquier lugar de cultura judeocristiana, pero decidí ubicarla en Sevilla. Bastantes dificultades tenía ya por delante como para añadir además un escenario geográfico ajeno. Mi ciudad es un territorio literario apenas explotado más allá de su formulación más tópica e historicista. Pocos foráneos conocen la Sevilla real, la de sus barrios, sus pueblos dormitorio, los bares sencillos donde para la gente normal, como los cientos de mujeres que limpian las habitaciones de todos esos turistas que abarrotan el parque temático en que hemos convertido nuestro centro histórico. Esa otra Sevilla no existe apenas en la literatura. Ni una sola vez se menciona la Giralda en La osadía de Eva, pero sí aparecen el barrio León, la avenida de Miraflores, el tanatorio de San Jerónimo, el campo del Betis o la cafetería Los Martines de San Juan de Aznalfarache. Esa Eva actual, que desafía cada día al poder con su osadía de conocer y que la inconsciente frase de Javier Sampedro sembró en mi cabeza hace 19 años, solo podía vivir allí, en medio de la gente.

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Autor: Sebastián Chávez. Título: La osadía de Eva. Editorial: Almuzara. Venta: Todos tus libros.

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Carmen Chávez de Diego
Carmen Chávez de Diego
4 meses hace

Intriga, ganas de saber sin límites, diferentes lugares y personas y épocas. Justicia, ciencia, Sevilla, mezclados sabiendo transmitir interés por qué pasará