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La realidad es una ficción con presupuesto ilimitado

La realidad es una ficción con presupuesto ilimitado

«Me calientan la ropa antes de vestirme. Ojalá hubiera conocido antes este lujo», reconoce Mildred Bevel, protagonista de Fortuna, novela donde fluye el dinero, se gana y se invierte, se inyecta y se dona, pero donde a nadie se le sube a la cabeza. Este es el decorado. El dinero es pura fantasía, y como mercancía fantástica que es, ni puede comerse ni puede abrigarte, aunque represente toda la comida y toda la ropa del mundo: jugoso, ventajoso, mayúsculo, ¿verdad? La fortuna que amasa Benjamin Rask se convierte en el caballo sobre el que cabalga la historia, como savia fue en El gran Gatsby y en Los cambistas, de Sinclair, o en El financiero¸ de Dreiser. Pero Fortuna nos fascina cuando calibramos los intereses que alimentan las relaciones que se dan entre sus personajes, comprendiendo, así, la mutación a la que se verán sometidos.

"Han contado bien, todas las muñecas rusas que nos descubre Fortuna construyen la esencia de la ficción y de la literatura, una gran mentira que nos dice la verdad"

Los protagonistas de Fortuna se desdoblan, y lo consiguen con el efecto Doppler que Hernán Díaz aplica a la memoria de quienes narran su novela, de los narradores en tercera y del que juega en primera persona, que no es quien escribe el diario final. No habrá que resolver ningún cubo de Rubik, pero sí hay que reconocer que el horizonte que se divisa desde las primeras páginas de la novela resultará sustancioso y virguero… ¿Por qué? Porque el tono de los acontecimientos que experimentan los personajes, Benjamin, Helen, Andrew y Mildred en las novelas y en las notas del diario que conforman Fortuna, cambia cuando se alejan a toda velocidad de ellos mismos: un Benjamin Rask de ficción se transforma en un Andrew Bevel en la realidad (dentro de esta ficción llamada Fortuna); una Helen Brevoort de mentira engrandecerá a una Mildred Bevel que no sabe cómo decirle a su marido…; y un marido, Andrew Bevel, que dibujaba a Mildred en su imaginación, pero ni era la Helen de la ficción ni la Mildred de la realidad. Pero esta vive, se especula y se refleja en el diario que alimenta durante su matrimonio, donde se resume: «No es que esté cansada de él. Estoy cansada de la persona en que me convierto cuando estoy con él». Han contado bien, todas las muñecas rusas que nos descubre Fortuna construyen la esencia de la ficción y de la literatura, una gran mentira que nos dice la verdad.  

Siempre que se ilustran estos juegos especulares de la ficción, aparece un recurso narrativo: el mise in abyme, o la posibilidad de hacer fractal la narración, la matrioskización de las tramas y de los argumentos, incluir e imbricar dentro de un relato otro de similar temática. Quien lo probó primero fue Cervantes, después de recaudar impuestos y terminar en 1597, por su relación con aquel dinero, en la cárcel de Sevilla. Allí columbraría y barruntaría a Alonso Quijano. Porque, ¿no recuerdan El Curioso Impertinente, Marcela y Crisóstomo y la Historia del capitán cautivo? Tan prolífico recurso es, que suele dotar a las narraciones de suculencia, textura e inteligencia, como sucede en Fortuna. Por cierto, lo recuerdo ahora, ¿se acuerdan de ese otro ejemplo, de esa perla de mise in abyme protagonizado por una mujer en «Juanico el ciego», relato agazapado en Los trabajos del infatigable creador Pío Cid, de Ángel Ganivet?

"No cierren el libro sin detenerse en la reflexión del último narrador de Fortuna: todo diarista es un monstruo: la mano que escribe y el ojo que lee proceden de cuerpos distintos"

Pero hablábamos de las matrioskas de Fortuna, que cabalgan sobre el dinero. La primera es Obligaciones, de Harold Vanner, pieza embrionaria que estremece y permite el feliz parto de Fortuna. Cuando terminamos de leer Obligaciones atisbamos por qué Hernán Díaz es premio Pulitzer. Sin ninguna duda. Aquí se incluye la primera versión de la vida de Benjamin Rask y Helen Brevoort, tan rica en matices que sus etopeyas pretendieran invalidar los futuros desdoblamientos. Se narra la vida de una pareja que se convierte en matrimonio multimillonario. Europa, Estados Unidos, conciertos y clubs de lectura, principios de siglo XX y donde proliferan los sanatorios Hans Castorp. Desenlace sorprendente.

Aunque qué sería de esta novela sin la negra que compara la caligrafía de Mildred con los manuscritos de Voynich, porque, sin duda, hay que hablar de la negra, de la negra editorial que dota de simpatía, regocijo, inteligencia y vida, también de cohesión y coherencia, a la memoria del primer protagonista de Obligaciones, que seguirá siendo el protagonista (¿desdoblado?) en Mi vida y Recuerdos de unas memorias, dos novelas que alcanzan la vía muerta con Futuros, el rotundo diario de Mildred Bevel. Todo se ordena.

Hernán Díaz acierta con Ida Partenza. Como negra editorial se encargará de encontrar los granos de verdad que están sepultados en los textos donde aparecen las mentes de los protagonistas, que se convertirán en carne y alimento para sus propios dientes. Gracias a Ida interpretaremos la verdad. No cierren el libro sin detenerse en la reflexión del último narrador de Fortuna: «todo diarista es un monstruo: la mano que escribe y el ojo que lee proceden de cuerpos distintos». Y concluyo: yo no creo en la literatura sin historia, pero aquí hay literatura, y aquí hay una muy buena historia.

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Autor: Hernán Díaz. Traductor: Javier Calvo. Título: Fortuna. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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