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La sangre de la aurora, de Claudia Salazar Jiménez

La sangre de la aurora, de Claudia Salazar Jiménez

La sangre de la aurora (ed. Malas Tierras) es la primera novela de Claudia Salazar Jiménez (Lima, 1976), que recibió en 2014 el Premio de las Américas. El jurado del premio destacó: «Claudia Salazar Jiménez ha trenzado unas historias donde el horror, la locura, el deseo y la crueldad muestran lo peor de la condición humana».

Zenda publica sus primeras páginas.

***

«Cualquiera que conozca algo de historia sabe que
los grandes cambios sociales son imposibles sin el
fermento femenino».
Marx

apagón total oscuridad ¿dónde fue? en todas partes ¿de dónde vino? torres tensas altas cayeron arrodilladas bombas explotar todo arrasar volar reventar ¿estabas con el grupo? cocinando en mi casita esperando mi esposo apagón pasando a máquina las actas de la reunión apagón revelando unas fotos apagón conseguir velas no me alcanza seis páginas dos torres las afueras de la capital ¿qué dijiste? usted no puede firmar camarada oscuridad excluido de la historia someterse o reventar bomba ¿supiste lo que hicieron? uy limpio me dejaste el plato sonrisa sin velas come tres torres dicen ahora más horas más torres ¿cuándo volverá la luz? velas prende la radio no encuentro los fósforos tres velas sin fósforos saca chispas de las piedras mentira bomba tenemos un generador eléctrico ir al epicentro donde está pasando lo que no vemos bomba contar lo que está pasando al otro lado de las torres ver ¿dónde estaba cada una de ellas tres? apagón

***

Me trajeron a esta cárcel de la capital poco antes de que cayera la cúpula. Casi siempre me traen a esta sala para que me interrogue el comandante Romero. Todo es blanco. Más blanco que hospital. Tres sillas. La mesa con la cubierta de melamina blanca. Las paredes son blancas también. Van a ser ya dos semanas desde que supe que los captura­ron. ¿Qué le habrán hecho a camarada Líder? Pe­rros de mierda, si lo tocan se van a morir todos, uno por uno van a caer.

El único sonido es el que viene del reloj. Ro­mero no llega. Hace un poco de frío en este cuarto tan blanco. Tan distinto de ese arenal donde co­mencé mi labor social. Recuerdo en especial un día que el sol nos puso a prueba. Insoportable. Infernal. Así era el calor en esa larga extensión de arena po­blada por una marejada humana. Llegué acompa­ñada del ingeniero que coordinaba las obras y de Fernanda, la asistenta social. Llevaba también a mi hija de cuatro años. Pensaba que hacerle compartir juegos con esos niños que poco o nada tienen sería una buena manera de sensibilizarla.

El arenal se desplegaba inmenso como un hir­viente manto amarillo. El calor me sofocaba y sentía el sudor de la manito de mi hija en la mía. Una de las encargadas del comité de viviendas me ofreció un vaso de agua para calmar la sed de mi pequeña. El agua se vendía a precio de oro en ca­miones que iban apenas una vez por semana. Ese vaso que mi hija acababa de terminar significaba menos agua para uno de estos niños.

La dejé más tranquila con las otras criaturas y me reuní con los pobladores para discutir los proyectos pendientes. Necesitaban una red de agua potable, desagüe y alumbrado público que cubriera al menos diez calles. También habían so­licitado al municipio una posta médica con servi­cios básicos y la construcción de una escuela. La educación es primordial para romper el esquema de desigualdades en que está fundada la organi­zación social, sin ella las posibilidades de cambio ¡¡¡Mami!!! son prácticamente nulas. Mis años de experiencia como pedagoga me dan la autoridad para afirmar ¡¡¡¡Mamiiiiiiiiii!!!! que sin el adecua­do nivel de ¡Señora Marcela, es su hija!

Corrí rápidamente hasta donde jugaban los niños. Vi a mi hija petrificada en medio del are­nal, sus piernecitas temblaban de susto, casi sin respirar, hipando y con el rostro empapado de lá­grimas. Había caído en un lugar donde la arena se mezclaba con tierra muerta y era difícil man­tenerse de pie. Cuando me vio, estiró sus bracitos hacia mí y lanzó un grito potente y desesperado ¡Mamita, aquí no hay piso, cárgame!

La levanté y la apreté contra mi pecho. Ella se estrujó contra mí. Su pequeño corazón batía rápi­do, tan rápido como un pajarito asustado. Limpié su carita del sudor y las lágrimas. Le acaricié la cabeza y retiré la arena que se había metido entre sus cabellos. Tranquilízate que aquí estoy contigo, nada malo te va a pasar, le dije. Pasé mi mano por sus sienes en un movimiento que siempre la relajaba. Se tranquilizó poco a poco. Los niños se aglome­raron a nuestro alrededor, en ese arenal perdido, sin zapatos, las ropas desgastadas, los pies sobre la arena caliente, poquísima agua y sin quejarse. Para ellos realmente no había piso. No se podía perder el tiempo en tonterías cuando había tanto que hacer. Ya deja de llorar, nosotras somos valientes.

—Profesora, ¿cómo está? —me dice el co­mandante Romero entrando intempestivamente. Siempre me llama así. Le sigo la corriente para ver si me deja saber más de nuestro líder, creo que en sus manos puede estar nuestro futuro.

—Buenos días, comandante. Aquí estoy, lista para que hablemos, pues. —Romero se acomoda en la silla frente a mí. Sonríe. Sólo me quedan dos armas: mi paciencia y mi silencio.

—Profesora, en estos días he tenido el placer de ir conociéndola y veo que es usted muy persis­tente, tenaz, perseverante. Una roca. —Romero se acomoda en el asiento como si quisiera decir algo en tono confidencial. Se inclina un poco sobre mí y me dice, casi susurrando—: Por eso usted tenía acceso al Comité Permanente, ¿verdad?

***

Tomar decisiones en coyuntura de guerra era la labor que les correspondía sin sombra de dudas. Nuestra correcta y única línea ideológica decidía. Camarada Líder, camarada número Dos y cama­rada número Tres: trinidad perfecta. Camarada Lí­der, es el Uno, pensamiento guía de nuestra revo­lución. Camarada Dos, fue ella quien me insertó en el partido. Camarada Tres, era la encargada de la organización logística. Tres. Número perfecto y sagrado. Círculo cerrado. El Comité Permanente. Clandestinidad organizadora en el epicentro.

La revolución no podía tomar más tiempo, quedarse esperando reacciones es lo que el Esta­do quiere. Sustituir una clase por otra, un número por otro. La idea gobierna, pero ya lo dijo Mao: «El poder nace del fusil». Nuestro brazo militar, camarada Felipe, era un potro agitado listo para el combate. Él nos dijo que en algunas comuni­dades campesinas reaccionaron muy mal ante la doctrina revolucionaria. Se le hacía difícil al pue­blo aceptar la revolución, pero confiábamos en que entenderían y tendrían que asimilar el pensa­miento guía. Hubo enfrentamientos y algunos ca­maradas cayeron, lo que propició que la policía se envalentonara en zonas primordiales para nuestro avance. Recuerdo que, en esa reunión, camarada Felipe le enseñó a camarada Tres uno de los FAL que habíamos conseguido.

—De aquí viene el poder, camarada, siéntelo.

Hacía tiempo que ella no cargaba uno, ahora se enfocaba en lo político, en el pensamiento, en lo que perdura cuando las armas ya han caído. No le pesaba tanto, pero su solidez se le afianzaba en el brazo. Con un movimiento veloz, lo descargó y volvió a cargarlo. Luego, como si se incomodara súbitamente, le devolvió el fusil a camarada Felipe. El Líder se dispuso a hablar frente a los mandos convocados para inaugurar la reunión. Camaradas, establecido debe quedar esto desde el principio: el par­tido manda al fusil y jamás permitiremos lo contrario. Ahora bien, la masa necesita ser educada en el crisol de la ideología marxista-leninista-maoísta. El ejército revolucionario tiene que movilizar a las masas. Acciones contundentes se requieren para dar el salto cualitativo de importancia decisiva para el partido y la revolución. Pasar de las masas campesinas desorganizadas a masas militarmente organizadas. Camarada Líder se detu­vo para observar reacciones. Ni un solo murmu­llo. Silencio venerable frente a sus palabras. Cama­rada Dos mantiene mirada en blanco. Ella siempre rígida, vertical, alineada con la pared de la que cuelga el afiche de Mao guiando a su pueblo bajo el sol rojo en perpetuo avance y transformación. Nueva aurora floreciente. Camarada Líder conti­nuó trazando plan ideológico. Camarada Felipe se encargará esta vez de los detalles tácticos, ver cómo la acción debe ejecutarse. El lugar ya estaba decidido. El potro se siente liberado, empuña la FAL con más fuerza, las venas de sus manos casi saltan.

Objetivo: privar al enemigo de su indigna superio­ridad e iniciativa, empujarlo a la inferioridad y pasivi­dad. Que las acciones hablen. O están con nosotros o en nuestra contra. Arrasar. Comenzamos a derrumbar los muros y desplegar la Aurora. Acción contundente. Esto no se lo esperan. Camarada Líder pronunció el nombre del pueblo: Lucanamarca.

—Lucanamarca —repitió la número Tres al­zando su voz casi como un grito y el puño en alto. Camarada Dos me mira con zozobra, había perdido segundos para reaccionar, así que levan­tó también el puño haciendo eco de la decisión única.

—Lucanamarca.

***

cuántos fueron el número poco importa veinte vinieron treinta dicen los que escaparon contar es inútil crac filo del machete un pecho seccionado crac no más leche otro cae machete puñal daga piedra honda crac mi hija crac mi hermano crac mi esposo crac mi madre crac carne expuesta el cuello roto machete globo ocular crac fémur tibia peroné crac sin cara oreja nariz trágatela crac aho­rita cómetela oreja del piso recógela no escupas no crac en línea cinco ponlos machete crac sopa de sangre salpica hace barro sus botas resbalan ca­marada crac gritos aullido chirrido machete hue­sos crac diez nomás eran suficientes sogas brazos para arriba apestas hedionda crac apestas apestan tus pies sus chuchas sebo machetazo barro el piso chap chap penes testículos que se lo coma tu ma­dre vieja abre la boca crac por piedad machetazo no hay plata para balas crac campesinos macheta­zo el partido es dios crac labio diente garganta filo filo filo hachazo crac diez suficiente machetazo crac la tierra se empapa no recibe más sangre crac pachamama vomita líquido del pueblo crac se es­capa con bebé crac cuatro meses crac machetazo espalda materna aullido cállate puñal ojo no sale por fin te callaste puta crac bebé en suelo crac piedra pesada cráneo blando bebé crac tres meses crac lucanamarca.

***

Vas toda feliz a la yunza acompañada con Justina y Dominga. Felices las tres a la fiesta para ver qué regalo les toca. Justina quiere aprovechar para en­contrarse con Vicente, el muchacho del otro pue­blo que le gusta. La otra vez pudo hablar con él un ratito. La Domingacha ha sacado su mejor ves­tido para verse con Fabián, ya parece que se van a ir a vivir juntos dentro de poquito. Dominga te ha contado que Fabián le escribió unos poemas bien amorosos, que la llamaba vicuñitay del zorzal y que muy cariñoso era además. Suertuda la Dominga que se ha enganchado con el hijo del concejal pues. Suertuda es ella, tu amigacha. Te han invita­do para ver si conoces un muchacho para ti.

La chicha corre como el río del pueblo, abun­dante, derramando risas y alegría entre los co­muneros. Te has puesto el sombrerito rojo que tu taita Samuel te acaba de regalar por tus dieciséis años. Mariano te dice que estás guapa con el rojo, linda eres, primita, dame un besito. Te enrosca con serpentinas y después las sueltas. Cuánta chicha se habrá tomado el Mariano. Besito quiere. Está loco pues. Loco lo pone la chicha. Tu primo es fuerte y además es un buen leñador. De un hachazo corta los troncos. Seguramente que él se va a tumbar al árbol, se lo va a tumbar enterito. Tiene las cejas grandes y unos ojos que miran así como cóndor para todas partes. Ágil y fuerte como puma.

Pruebas un poquito de chicha y rápido rápido las mejillas se te ponen rojas, chaposa te quedas, Modesta. Chaposita, te dice un chico que recién conoces. Tú te ríes pero no le dices nada, bajas los ojos nomás y sigues mirando al Mariano que se ha puesto a bailar con la hija de los Huaroto. Este chico dice que se llama Gaitán y desde ahí no se te despega en toda la fiesta. Bailan todos rodean­do el árbol que está repleto de globos coloridos, serpentinas onduladas y regalos. ¿Qué te tocará? Todos hacen una ronda y giran hacia la derecha bailando. Paran. A la izquierda. Bailan. Bailan. Se acercan al árbol y ahora se alejan. Vienen y van. De las manos la comunidad baila. Gaitán sale de la ronda y da un hachazo pero, pucha, ni marca le deja al arbolito. ¡Con más fuerza tienes que darle, pi­chón!, le gritan los hermanos Quechán haciéndole muecas feas. Cuando le toca al Mariano, el árbol retumba y hasta un regalo salta del tronco. ¡Túmba­lo, campeón, túmbalo! Mete dos hachazos y el árbol cae. La comunidad mezclada sobre sus ramas entre la serpentina, los regalos y globos que explotan.

***

Una extraña mezcla de amor y odio ha definido siempre mi relación con las fiestas de Ana Ma­ría Balducci. Es una rutina recibir la invitación. Las caras y los cuerpos son los usuales. Variaciones mínimas. Quizá alguna cara nueva se integra después de pasar los filtros que se le ocurren a Ana María, pero ella prefiere evitar novedades. Aquello era un templo pagano donde podíamos vibrar sin interrupciones. Nunca más de catorce, tampoco éramos muchas. Una fiesta entre ami­gas. Suena bien decirlo así. No hay complica­ciones para nadie. Melanie, darling, quiero felicitarte por tu excelente reportaje de la semana pasada. La aspirante a congresista siempre halaga mi trabajo. Ella es la única política que participa en nuestras fiestas. Cuenta con la discreción de todas no­sotras para abrirse camino y ocupar un puesto en el Congreso. Yo hago mi trabajo, investigo, capturo imágenes, trato de revelar lo que no se ha visto. Hace poco colaboré con un reportaje sobre cierto caso de corrupción en un minis­terio. Queda esperar que el poder judicial haga lo que debe, aunque no espero mucho de ellos. Casi nada, a decir verdad. Voy por un vodka. Me gusta estar aquí.

Las veo a todas bailar, conversar, beber. La fiesta es una burbuja. Si dependiera de ellas, mu­chas se pasarían la vida en Europa o Miami. Se quedan en la ciudad de la garúa porque saben bien que la burbuja no sería tan compacta ni exclusiva en otra parte. Tal vez la burbuja sea también una cárcel. Camila, ¿sabes que mi sobrino Ricardito va a postular a la Escuela de Oficiales de la Marina? Quiere llegar a ser almirante, como tu papi. Sí, querida, sí. Y Camila seguramente ya tomó nota mental, no te preocupes. No hace falta que lo pidas expresamente. Mañana mismo hablará con su viejo y le comentará sobre tu sobrino. Será un gran oficial, sin duda. Qué bueno estar aquí.

Me deslizo a otro sofá. Comentan las noti­cias más recientes. Fue una masacre. No perdonaron ni a los niños. Los rostros manifiestan extrañeza salpicada con espanto. ¿Qué cosa buscan esos gue­rrilleros? Alguien le da una calada profunda al ci­garro. Otra expulsa el humo como si fuese una locomotora furiosa. Sincronizadas al decir ¿gue­rrilleros? ¿Qué mal puede hacer un bebé? Las demás escuchan con atención fingida. La aspirante a congresista quiere más información. Ana María, tú debes estar mejor enterada, cuéntanos qué está pa­sando en la sierra.

Se hace un silencio y todas las miradas apun­tan hacia la anfitriona. La familia Balducci posee el canal de televisión más poderoso de todo el país. Con un mohín de fastidio, Ana María cruza los brazos y nos dice:

—Comunistas, chicas. Rojísimos, muy radica­les. Reclutan campesinos y planean una «guerra popular» en la sierra. Nada de qué preocuparse, seguramente en un par de semanas el Ejército se encargará de todo.

—Si reclutan campesinos, entonces ¿por qué los han masacrado? —inquiere alguien.

—Tal vez algún problema de propiedades. A veces la gente de la sierra se pelea por cualquier cosa y pueden ser medio violentos para resolver sus disputas. Si quieren saber más, ya saben, vean el noticiero —responde con una sonrisa que da por concluido el tema.

Alguien ha comenzado a bailar al compás de David Bowie para evitar que Ana María se fastidie. No conviene indisponerse con ella. El ambiente ha quedado un poco tenso. Ni Bowie logra relajarlo. No más política ni favores por esta noche. A bailar un poco. Hablar. Beber. Yo preferiría estar en el Kraken. Es temprano todavía. Agito mi vodka lime con la cereza. El líquido gira. ¿Para qué masacrar a quienes supuestamente quieres reclutar? Algo ahí no encaja. ¿Por qué Ana María se fastidió tanto? Esa relación entre los campesinos y la violencia parece un disco rayado desde tiempos colonia­les. ¿Qué será lo que está pasando ahí? Sorpresi-vamente, Ana María se me acerca, su perfume es inconfundible.

—Estás muy pensativa esta noche, ¿te pasa algo?

—¿De verdad crees que eso de la sierra es una cuestión de campesinos violentos?

—Ya dejemos eso. Mira, te voy a contar algo que yo sé que te va a poner contenta. ¿Sabes quién está en la ciudad?

—Mucha gente, ¿no? Tú y yo, por ejemplo.

—Ay, Mel, no seas mala. Vas a ver que te lo digo y se te quita lo graciosa.

—Te escucho.

—Ahora no te digo. —Ella hace su papel de niña caprichosa; pero una de mis sonrisas de co­lección la desarma—. Ya pues, si me sonríes así, te lo digo de una vez: ha venido Daniela.

—…

—Quiere verte.

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Autora: Claudia Salazar Jiménez. Título: La sangre de la aurora. Editorial: Malas Tierras. Venta: Todostuslibros, Fnac y Casa del Libro.

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