Debemos quejarnos de que Una casa llena de dinamita no se estrenara propiamente en cines, y de que en Madrid, la ciudad con más salas de España, tuviera uno que irse a Leganés o no sé dónde para verla. Ni un cine en el centro o el medio-centro o, en fin, la ciudad entera estrenó la nueva película de Kathryn Bigelow. Esto es raro, siendo una gran directora y haciendo cine donde explotan cosas. Después de ver la película, debemos considerarlo delito. Estrenan basura como Caza de brujas, que no sé quién dirige (no me acuerdo) y no estrenan Una casa llena de dinamita. No entiendo para qué le producen (Netflix) películas a Kathryn Bigelow si no puedes ir a verlas al cine.
En el filme, los americanos detectan ese misil, pero no saben quién lo ha lanzado. Pueden ser los rusos o los chinos, o Corea del Norte. Mientras siguen su trayectoria y arman el sistema de defensa, dudan a qué país borrar del mapa, con sus propios misiles, y sólo ese detalle (tan deliciosamente visto por el guionista, Noah Oppenheim) pone en ridículo todo el tinglado atómico y la noción sacrosanta de la disuasión. ¿De qué vale la “destrucción mutua asegurada” ante un enemigo desconocido?
La película emplea mucho tiempo en dar verosimilitud a los procesos, al punto de que, si yo fuera Corea del Norte, la vería dos o tres veces y luego lanzaría un misil sobre la Casa Blanca. Hay protocolos para todo, llaves duplicadas, de las que deben girar al mismo tiempo dos personas; hojas plastificadas con códigos de verificación; escalafones interminables hasta llegar al presidente, que es el que debe decidir si volamos todos por los aires, según tenga el día. Un tipo le aconseja.
Esto está muy bien hecho, como siempre en la directora, cuyo retrato de las bambalinas militares (valga el volatín) resulta inimitable. Oficinas, pasillos, gente bien vestida, decisiones cruciales, cafés en vasos de cartón. Lo vimos en La noche más oscura, gente acorralada por los datos, que deben transformar en muerte.
Pero en Una casa llena de dinamita hay mucho más. Mientras ves la película, te das cuenta de que las personas a las que pagamos para que nos libren del desastre saben del desastre lo mismo que nosotros: nada. No tienen ni puta idea. Esto es así porque, evidentemente, ninguno de nosotros ha vivido nunca un apocalipsis nuclear, o zombie, o la llegada de los marcianos (con malas intenciones) o un gran desbordamiento de aguas que se lleva pueblos enteros por delante. Cuando sucede, el encargado de protegernos vive una epifanía aterradora: es la primera vez que ve algo así, aunque su trabajo consistiera en tomar las decisiones acertadas llegado ese escenario. Nadie ha vivido un ataque nuclear, nos dice la película, y la gente que tiene que hacerle frente y que está preparada para ello, y que tiene los dossieres precisos con las instrucciones exactas, de pronto, después de diez o quince años en esa labor, se siente como si fuera su primer día de trabajo. ¿Qué hago? Nadie le dijo que llegaría un día en que tendría de hecho que hacer algo.
En la cima de la toma de decisiones, está el presidente de Estados Unidos, un tipo que tampoco pensó nunca que tendría que elegir entre dejarse aniquilar o aniquilar cuanto antes a un país a voleo. El misil se dirige a Chicago, y los encargados del sistema defensivo se encuentran por primera vez ante la eventualidad de que ese sistema defensivo no funcione, no sepan utilizarlo o no dé para el siguiente misil que les lancen. Un militar de sangre gélida aconseja atacar, a quien sea, en lugar de dejarse destruir por completo. Otros creen que, si cae el misil, habrá que hacer llamadas, preguntar si tanto nos odian, no vaya a ser que el misil fuera lanzado por error. Rusia dice que no han sido ellos. ¿Qué va a decir Rusia?
Pero lo enternecedor de la película no está en estas alturas deliberativas, sino en el pequeño operario de misiles, en el encargado de protocolos, en la anónima jefa de emergencias de una ciudad. Nuevamente, se hallan ante algo para lo que les pagan, pero que nunca pensaron que debían saber hacer de verdad. Entonces, dudan, tiemblan, lloran, llaman a sus familias. El hombre encargado de protegernos de una gran hecatombe lo primero que va a hacer si llega el caos es llamar a sus hijos para que se pongan a salvo. Y, probablemente, será lo único que le dé tiempo a hacer. Han sido elegidos por el Estado para proteger un país, y, llegado el caso, sólo se acordarán de sus hijos, sus cónyuges y, quizá, de ese vecino con el que juegan al Trivial.
La película, según yo lo veo, señala la gigantesca tomadura de pelo que es la seguridad cuando afecta a amenazas verdaderamente devastadoras, y el modo en el que vivimos tranquilos gracias a una compartida ilusión protectora. Todo funciona perfectamente mientras no haya que utilizarlo. Los funcionarios y militares son grandes profesionales hasta que llega el día en que tienen que demostrarlo. La tecnología es mágica, pero un manotazo de la naturaleza la reduce a cenizas. Nadie sabe nada. El caos reina, pero no queremos aceptarlo.



Sería un coñazo ser amigo de Alberto Olmos, porque comparto con él gustos y puntos de vista, y lo peor es que consigue que eso resulte interesante. No me pierdo esa película.
Buff, todo esto para echar un capote a cierta persona. Penoso, en su línea.
“Nadie ha vivido un ataque nuclear, nos dice la película”
¿Seguro? solo eso descalifica la película y, de paso, la crítica.
En todo caso, vista la película, me parece el bodrio más espectacular del año.
El caos reina, esa frase aparecía en una peli de Lars Von Trier. Solo cabe cruzar los dedos.
Pues estoy de acuerdo, es un petardo. 13 días, cualquier episodio del Ala Oeste o Borgen que involucren una emergencia nuclear están a años luz en cuanto a verosimilitud y precisión.Redundante sin aportar nada.
Me ha recordado a aquella estupidez llamada “No mires arriba”.
Quería decir que no estoy de acuerdo. Es mala de solemnidad.
Pésima película con grandes actores. Infumable
“(…) las personas a las que pagamos para que nos libren del desastre saben del desastre lo mismo que nosotros: nada. No tienen ni puta idea.”. Querido amigo, no sabes hasta qué punto eso es cierto. Firmado: un funcionario del ministerio del interior con muchos trienios.