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Las durmientes, de Nando López

Las durmientes, de Nando López

Nando López vuelve a las librerías con un thriller juvenil, Las durmientes, que pone el foco sobre las víctimas de la violencia machista y sobre la LGTBIfobia. Gael es un joven periodista que regresa a su pueblo, de donde huyó por culpa de la homofobia, para cubrir una noticia sobre tres adolescentes que han sido víctimas de abusos y que, encima, ahora tienen que soportar que la sociedad les culpabilice y cosifique.

En Zenda ofrecemos el primer capítulo, y el arranque del decimosegundo, de Las durmientes, de Nando López (Loqueleo).

***

1

Tras un primer plano del rostro, la cámara se desliza mo­rosa a lo largo del cuerpo desnudo de la joven.

En los dos minutos y treinta y seis segundos que dura el vídeo, el objetivo apenas varía su proximidad y se sitúa siempre a una distancia similar, sin que nada ni nadie in­terfiera en la grabación.

Tampoco hay contacto físico entre el autor de las imá­genes y su víctima, que permanece inconsciente, ajena a los planos que protagonizan sus labios, sus piernas, su cintura o sus pechos.

El cuerpo llena una pantalla muda, con un fondo neu­tro, sin sonidos que acompañen las imágenes en las que la cámara se recrea con movimientos que parecen simu­lar la actividad sexual perpetrada por una silueta invisi­ble sobre la chica que está siendo grabada.

Gael tiene que apartar la mirada en más de una oca­sión antes de que finalice el vídeo. Su breve metraje es más que suficiente para repugnarlo con la sordidez de su contenido y, si no lo detiene, es solo porque Ricardo, el redactor jefe de su periódico, se encuentra junto a él.

—Esto es una violación.

—Técnicamente, no —lo corrige Ricardo.

—¿Técnicamente?

Gael inspira hondo, se recuerda a sí mismo lo mucho que necesita ese trabajo y busca el modo de responder sin alterarse, a pesar de que preferiría no verse obligado a ar­gumentar lo evidente.

—Que no haya violencia física no implica que no sea una agresión. A esa chica la han grabado desnuda sin su consentimiento.

—No digo que no sea un delito. —Ricardo carraspea con la incomodidad que le provoca ese becario que siem­pre tiene algo que apostillar—. Digo que, en sentido es­tricto, no es una violación.

—Lo mismo si se lo preguntamos a esa chica —«re­laja el tono, Gael, no subas la voz, Gael, que te juegas el puesto, Gael»—, ella sí siente que la han violado. «En sentido estricto».

Ricardo recibe su réplica sin acusarla en exceso y, en vez de prolongar la discusión, golpea con los nudillos en la minúscula mesa de su becario.

—Pues eso es lo que quiero que hagas: que se lo pre­guntes.

(…)

12

Vienen los dos juntos, pero Chloe se adelanta unos pa­sos en cuanto ve a Gael. A pesar de que su novio intenta cogerla de la mano, ella camina tan deprisa que a él le re­sulta imposible alcanzarla antes de que llegue a la altura donde los espera el periodista.

Antes de empezar a hablar, Chloe mira a Iago y espera a que le haga un gesto de aprobación, como si tuviese que autorizar el encuentro.

—Chloe —intenta tranquilizarla Gael—, quiero que sepas que estoy de tu parte. Todavía no sé cómo voy a poder ayudarte, pero te garantizo que no voy a parar de intentarlo.

Cualquier otra promesa sería mentira, así que le ofre­ce lo único que tiene a su disposición: un espacio público en el que compartir lo que ella esté dispuesta a contarle.

A pesar de que Chloe ha acudido en ropa amplia y de­portiva, con una enorme camiseta sin logo de color os­curo y ayudándose de su larga melena morena para cu­brir parte de su cara, Gael la encuentra más delgada de lo que aparece en el vídeo que, con su rostro pixelado, se ha divulgado en medios y redes, inmortalizando su cuerpo desnudo a través de ese inabarcable rastro digital del que ella daría cualquier cosa por no formar parte.

Le llaman la atención sus ojos claros, de un verde casi translúcido, sus labios finos, que se mueven nerviosos, como si siempre estuvieran a punto de decir algo; y su rostro pecoso le da un aire aniñado que contrasta con la madurez que se aprecia en su mirada.

—¿Puedo?

Tanto ella como Iago miran con suspicacia el móvil que Gael ha puesto ante ella para grabar sus declaraciones.

—Mira, Chloe, hacemos una cosa. —Está improvisan­do, dispuesto a probar cualquier táctica que la haga sentir cómoda y rescatarla del silencio que no acaba de romper—. Yo te grabo, transcribo nuestra conversación y, antes de enviarla a mi periódico, te la paso para que valores si estás de acuerdo con lo que he escrito. ¿Qué te parece?

—¿Y cómo sabemos que no nos la vas a jugar? —habla por fin.

No puede culparla por mostrarse tan desconfiada.

En las últimas semanas, desde que despertó desnuda en ese descampado, solo ha recibido motivos para serlo.

—Me temo que vas a tener que confiar en mí.

Chloe resopla y Gael permanece en silencio.

Nunca se le ha dado mal juzgar a la gente y, en este caso, tiene la impresión de que sería un error insistir. Ne­cesita darle espacio.

Tampoco está muy seguro, esa es la verdad, de qué de­sea recibir su jefe, pero espera que se ajuste a lo que él piensa entregarle. Un relato veraz de los hechos en el que se describa sin efectismo el estado anímico de las vícti­mas, porque ahora que saben que son dos, considera que también debería hablar con Damaris.

—A ver, tío —interviene Iago—, lo único que quere­mos es que cojan al hijo de puta que ha hecho esto. Nada más. Todo lo que no sirva para eso, no nos interesa.

—Va a seguir haciéndolo —dice para sí Chloe, a quien le cambia el gesto cuando se alude a su agresor.

—Solo necesito que me expliques qué pasó.

—Es que no sé qué pasó… —Trata de mantenerse se­rena, pero su voz se quiebra continuamente—. Lo único que recuerdo es lo que ya le dije a la policía… Está en la denuncia.

—Hay detalles que no figuran en esa denuncia. Por qué te quedaste sola… Por ejemplo.

Chloe mira a Iago dubitativa y él se encoge de hombros.

—¿Y eso qué importancia tiene?

—Puede ayudar a que otras chicas tomen precauciones.

—Es una mierda —se indigna—. Es una mierda tener que vivir con miedo para que no te pase nada. O tener que «tomar precauciones». ¿Por qué tengo que hacer yo nada, joder? Solo estaba de fiesta con un amigo.

—Tienes razón —se disculpa Gael, que se da cuenta de que está cayendo en las mismas trampas que recha­za—, lo siento. Te doy mi palabra de que el artículo no va a enseñar a temer a nadie. Ni a culpabilizar a las víc­timas, si es lo que piensas. Pero, si quieres que te ayude, tienes que darme algo que no se haya dicho todavía. Si no, vuestra historia se acabará muy pronto. En cuanto surja otro caso parecido. O incluso peor.

(…)

—————————————

Autor: Nando López. Título: Las durmientes. Editorial: Loqueleo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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