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Las montañas de la luna

Encontrar dos seres humanos más diferentes, e incluso encontrados, que Richard Francis Burton y John Hanning Speke, me temo que resultaría imposible. El primero era un irredento aventurero y explorador, iconoclasta y provocador, capaz de peregrinar a la prohibida Meca transmutado en musulmán, o traducir las Mil y una noches; el segundo era un no menos aventurero cazador obsesivo, un elegante, ambicioso aristócrata, un British gentleman de public school, dispuesto a aceptar cualquier desafío. Por otra parte, habría que encontrar a mitad del empírico, romántico y orgulloso siglo XIX un desafío más abismal que adentrarse en un mapa con las coordenadas en blanco, poblado de leyendas, lagos como mares, montañas inaccesibles coronadas por nieves perpetuas, esparcidas por caravanas, aborígenes extraídos de la misma frontera temporal y espacial de la pérdida del Paraíso del Génesis y blanqueadas por cadáveres de curiosos impertinentes, y marchar, literalmente a tientas, en busca de las fuentes del misterioso Nilo Blanco. A Burton, un tipo indomable pero experto en juzgar seres humanos y desconfiar de todos, le falló un botánico experto y se le presentó Speke. No le gustó un pelo, pero lo aceptó en la expedición que preparaba en Adén, ante la mirada sospechosa o desconfiada del cónsul británico. La expedición Burton-Speke abrió el camino a desentrañar los misterios del África Central y oriental y se erigió en uno de esos momentos épicos que marcan la Historia. Un éxito indiscutible y un epílogo humano devastador entre Burton y Speke.

"Rafelson es un cineasta nada habitual, compañero de la generación entre beatnik y hippie de los Jack Nicholson o Dennis Hopper, pero también de Coppola, Milius, Bogdanovich, De Palma, Scorsese y Spielberg"

Candice Millard le ha dedicado El río de los dioses, un libro extraordinario. He viajado en el tiempo, a mis años juveniles y veraniegos de Julio Verne, ilustrado por Roux, de la misma manera que merced a María José Solano y su no menos extraordinario libro Una aventura griega se me ha aparecido en carne viva, envuelto en una desbordante pasión amorosa, el bueno de Paddy Leigh Fermor, el viajero que todos quisiéramos haber sido y lamentamos no haberlo conseguido, y a la vez los luminosos espacios recobrados de su Grecia, que es, qué diablos, la nuestra desde entonces, y gracias a María José Solano, nuevamente la nuestra recobrada.

Si con lo anterior no están dispuestos a recuperar o a ver por vez primera o revisar Las montañas de la luna, una película dirigida por Bob Rafelson en 1990, habré fracasado deshonrosamente. Porque esa película, olvidada injustamente, sin apenas éxito en su caso (casi nunca se pasa por las televisiones, ni se habla de ella, como de su director, autor de películas como El caso de la viuda negra, El cartero siempre llama dos veces), amén de ser una película excelente, es una mirada a esa aventura a dos, de Burton y Speke, de sus conflictos, de sus avatares de todo tipo en esa exploración. Rafelson, fallecido el año pasado, es un cineasta nada habitual, compañero de la generación entre beatnik y hippie de los Jack Nicholson, Dennis Hopper, pero también de Coppola, Milius, Bogdanovich, De Palma, Scorsese y Spielberg. Su trazo estilístico es curiosamente clásico, luego matizado por un cierto distanciamiento emocional para lo que cuenta, algo que no transforma sus películas en un iceberg, sino en un producto vivo que hay que explorar reflexivamente. Todo lo vemos cual es, pero además, y cuando se entra en ese estilo tan depurado, matemático, sutil, si uno se aventura descubre la profundidad de un artista lleno de recovecos.

"Alguien ha definido Las montañas de la luna como una épica intimista, del estilo de las de David Lean o Huston, pero eso no le hace justicia comparativa a Bob Rafelson"

Ese estilo de Rafelson se muestra en un magnífico reparto nada glamuroso pero excelente, encabezado por Patrick Bergin como Ferguson e Iain Glen como Speke. El aspecto visual de la película no queda nada lejos de la magnificencia de Memorias de África, gracias a una magnífica foto de Roger Deakins, un consumado especialista en ese campo. Alguien ha definido Las montañas de la luna como una épica intimista, del estilo de las de David Lean o Huston, pero eso no le hace justicia comparativa a Bob Rafelson, un director, un cineasta, un artista válido por si mismo. Si tienen dudas vean su Poodle Springs, un muy personal y vitalista Chandler – Philip Marlowe maduro.

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Las montañas de la luna (Mountains of the Moon, 1990). Producida por Mario Kassar. Escrita y dirigida por Bob Rafelson. Fotografía de Roger Deakins. Montaje de Thom Noble. Vestuario de Jenny Beavan. Música de Michael Small. Interpretada por Patrick Bergin, Iain Glen, Fiona Shaw, Richard E. Grant, Delroy Lindo, Roshan Seth, Bernard Hill, Anna Massey, Adrian Rawlins, Peter Vaughan. Duración: 126 minutos.

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