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Las piezas de ajedrez de San Genadio (y III): La conexión escandinava

Las piezas de ajedrez de San Genadio (y III): La conexión escandinava

Sepulcro de San Fortis en Santiago de Peñalba

La pieza “vikinga” en marfil de morsa y latón de la Real Colegiata de San Isidoro, León

Más antigua que las piezas de San Genadio existe un idolillo vikingo. Este ejemplar de dudosa utilización originaria podría ser una figura de juego de ajedrez llegada a León a través del Camino de Santiago, procedente de las lejanas tierras del Norte quién sabe si después de alguna incursión vikinga. La tipología decorativa parece indudable, las medidas (4 x 2,3 x 2,5 cms) y figura resultan apropiadas para esta finalidad, e incluso el saliente delantero parece otorgarle un cierto carácter distintivo respecto de otras posibles piezas.

Cuatro joyas del ajedrez leonés para un reino de 1100 años

León tiene como sedes emblemáticas tres de los edificios más representativos de su patrimonio que, en diferentes períodos de su existencia, han sido protagonistas en el devenir histórico de la capital del viejo reino: la colegiata de San Isidoro, del siglo XI, la catedral del XIII y el palacio de los condes de Luna del siglo XIV, a los que hay que añadir el diamante de la corona, en pleno corazón del Bierzo, la iglesia mozárabe del siglo X (937) y antesala del valle del Silencio, Santiago de Peñalba. Cuatro edificaciones que albergaron y algunas todavía albergan entre sus piedras los orígenes del ajedrez hispano, como las piezas de San Genadio, del siglo IX, hasta los precursores del juego en Europa, como el ídolo vikingo de San Isidoro del siglo X, el tablero de los condes de Luna del siglo XIV o un juego emparentado con el ajedrez como es el alquerque, origen de las damas, y que cuenta con numerosas representaciones en piedra en la catedral leonesa, cuyo claustro de los siglos XIII, XIV y XV es el único de todas las catedrales góticas de España que es un perfecto cuadrado regular, o tablero de 8×8 casillas, o tramos de treinta metros de lado.

Claustros catedralicio y del convento de San Marcos, ambos cuadrados perfectos de 8×8

El “ídolo vikingo” de San Isidoro, ¿una torre del siglo X?

Durante siglos ha sido una de las piezas más misteriosas de San Isidoro de León. En 1990 el «ídolo vikingo», como se conoce a esta pequeña figurita de cinco centímetros, fue descubierta «por casualidad» por arqueólogos daneses que se desplazaron a León a estudiar el báculo de San Pelayo, custodiado en la catedral, y que se creía también de origen escandinavo, aunque resultó ser románico. Fue entonces cuando oyeron hablar del enigmático objeto cedido a la colegiata románica por los reyes leoneses. La pieza —una pequeña caja cilíndrica de unos ocho centímetros de altura con orlas entrecruzadas— está considerada como el objeto vikingo más importante de España, y que, según Antonio Viñayo, el llorado abad perpetuo de San Isidoro, pudo haber llegado a León como botín de guerra. Posiblemente fueron los reyes leoneses Fernando I y doña Sancha quienes depositaron la talla en San Isidoro tras hacerse con ella, «bien como parte de un botín de guerra o bien como parte de un regalo» obsequiado por otros monarcas de la Península Ibérica, probablemente musulmanes. La segunda versión apunta a que podría ser una ofrenda realizada por algún peregrino a san Isidoro y que decidió depositar en la colegiata consagrada a este santo. En todo caso, los investigadores consideran que, de forma previa, este ídolo permaneció durante un tiempo en el califato de Córdoba, ya que los musulmanes asentados en la antigua Al-Ándalus, ahora Andalucía, mantuvieron estrechas relaciones con los vikingos que, en el siglo IX, recorrieron la Península Ibérica. Los vikingos desembarcaron en España y las costas mediterráneas en el siglo VIII, estableciendo diferentes enclaves en Jerusalén, Cerdeña y el sur de Italia. Los jefes vikingos tenían por costumbre agasajar con obsequios a los dirigentes de estos reinos. Es posible que inicialmente entregaran esta figurita como presente al califato de Córdoba. De hecho, durante muchos años se pensó que la pequeña talla era árabe, porque posee dos tapas metálicas con inscripciones en este idioma. Más tarde, las investigaciones demostraron que era vikinga. El ídolo, con aspecto de cajita cilíndrica decorada con orlas entrecruzadas, pudo haber sido utilizado en alguna época como relicario.

Pieza de ajedrez

Las nuevas investigaciones sobre la talla han dado como resultado que está hecha de asta de reno, dato sumamente importante, porque de este modo se sabe que su procedencia es sueca o noruega, “ya que de haber sido tallada en hueso de ciervo entonces habría que pensar en Dinamarca como su lugar de origen”. Y lo que aún ha llamado más la atención a los citados investigadores es que el llamado «ídolo» se puede datar como de la segunda mitad del siglo X, y, esto es lo más llamativo, “podría tratarse de una pieza de un juego parecido al ajedrez, llamado hnefatafl, juego de mesa que pertenece a la familia de los juegos tafl, antiguos juegos de mesa germánicos que se practicaban sobre una tabla cuadriculada y que son probables descendientes del ludus iatrucorum romano. La palabra tafl (pronunciada «tapl») significa mesa o tablero en nórdico antiguo, pero actualmente es la palabra para «ajedrez» en islandés moderno.

Algunas versiones de este juego fueron populares en Europa del Norte desde el año 400 hasta que fueron reemplazados por el ajedrez durante el Renacimiento. A diferencia del ajedrez, donde la disposición de las piezas se emplazan inicialmente de forma lineal en flancos opuestos, las figuras del tafl parten del centro del tablero. Las descripciones de las reglas de esta familia de juegos son confusas. Sin embargo, hasta un grado razonable se ha reconstruido el juego como debió practicarse en la antigüedad. La pieza del rey se llamaba hnefi («rey»); las otras fichas se llamaban hunns («botones») o tæflor («hombres del tablero»). Los lapones llamaban a sus fichas de tablut «suecos» y «moscovitas» (eran muy similares a las piezas de ajedrez modernas: el rey sueco se asemeja al rey, los hunns suecos a los peones y los moscovitas a las torres curvadas). Algunas veces tenían bases que calzaban en huecos hechos en el tablero. El rey era más grande y más adornado. El rey va en el cuadro central (el trono), rodeado por sus hombres (otras fichas blancas). Las fichas enemigas (negras) se disponen en torno de los bordes del tablero. Las oscuras mueven primero.

Aunque se estudió como un juego parecido al ajedrez, lo cierto es que el único juego con piezas “parecido al ajedrez” en el siglo X ¡no era otro que el ajedrez!, porque el Chaturanga no evolucionó hasta el 1030, tras un mestizaje entre este y otro juego de estrategia llamado Petteia, del que según algunos historiadores podría derivar el ajedrez. La clase de ajedrez que se jugaba en la baja Edad Media no era como se conoce hoy día, sino con un tipo de piezas y reglas que lo caracterizan en ese período. De ello se encargaron de demostrarlo con todo lujo de detalles el orientalista inglés Duncan Forbes (1798-1868) en su The History of Chess y posteriormente su compatriota el historiador británico H. J. Murray en 1913, en su monumental Chess History, donde señala que “al término del siglo X el ajedrez ya era bien conocido por toda Europa, hasta el punto de atraer con suficiente interés a reyes, filósofos y poetas, y los grandes jugadores registraron sus partidas para la posteridad”.

“Ídolo vikingo” o torre de ajedrez (?). San Isidoro de León, finales del siglo X o principios del XI

Otra imagen del “ídolo”, donde se pueden apreciar las tapas metálicas

El cónsul de Dinamarca en España, Pedro Elorduy Apraiz, visitó el museo de San Isidoro para ver la famosa “torre vikinga» (?) y solicitar su estudio.

Desde un punto de vista histórico el “ídolo” es una suerte de caja cilíndrica «cerrada» con dos tapas metálicas en las que hay inscripciones en árabe. Más tarde, las investigaciones demostraron que era vikinga. El ídolo pudo haber sido utilizado en alguna época como una pieza (posiblemente una torre), correspondiente a un juego de ajedrez del siglo X, procedente del norte de Europa que permaneció en el Sur de España hasta su llegada a León hacia 1059, bien como donación a los reyes de León, Fernando I y Sancha, o como parte de un botín de guerra, a juzgar por las inscripciones árabes de sus tapas. Similares a ella han sido estudiadas por Pallás, Manuel Gómez Moreno, Ferrandis y Montoya en sus libros sobre eboraria, el arte de la talla del marfil en la España califal. Medidas: 4,5 x 3,5 (parte superior) ó 5 (base) cm. Real Colegiata de San Isidoro de León

Esta curiosa pieza del tesoro de San Isidoro de León muestra una especie de dragón o animal fantástico que se revuelve sobre sí mismo, ocupando en una complejísima composición todo el cilindro de la pieza, y cuya cabeza sobresale de la base de la misma. Todo el bote está completamente calado, tanto en la obra de hueso como en su tapa y base de latón, donde se repiten nuevamente complejos motivos entrelazados. Esta obra destaca por su excepcionalidad, ya que nos hallamos ante una pieza vikinga procedente de Escandinavia, lo que la hace única, al no ser conocidas otras de similar índole en España. Para su estudio es necesario acudir al norte de Europa y al denominado estilo vikingo de Mammen y Ringerike.­

Respecto a su cronología, los diferentes especialistas la han datado entre la segunda mitad del siglo X y los primeros años del siguiente, si bien su carácter excepcional y descontextualizado dificulta poder ajustar más sus fechas de realización.

Torre de marfil, sin tapas, con dibujos circulares semejantes a los de las piezas de San Genadio del siglo IX. El juego estuvo, pese a algunas prohibiciones coránicas, muy extendido en el mundo islámico. De estos juegos se han conservado algunas piezas y otros objetos de hueso, algunos de los cuales pueden ser figuras de ajedrez.

Centro: Pieza de ajedrez, siglo XIII, Museo Nacional de Escocia. © Foto: Marta Ortega

No olvidemos que desde el siglo XI hubo un gran taller de eboraria y orfebrería en San Isidoro de León impulsado por el rey Fernando I (c.1010 – 27 de diciembre de 1065) y su esposa Sancha, principales difusores del arte del marfil en la península, que traspasó la producción de las artes menores al gusto europeo. Fernando I dedica sus esfuerzos a lo que será su panteón regio a partir de la llegada de las reliquias de San Isidoro, pero antes de esa fecha hay constancia de la donación, en 1059, de una cruz relicario con doce placas de marfil, la Cruz de San Juan y San Pelagio.

Restos vikingos

Como es bien sabido, el juego llegó a Europa entre los años 700 y 900, a través de la conquista de España por el islam, aunque también lo practicaban los vikingos y los cruzados que regresaban de Tierra Santa. En las recientes excavaciones de una sepultura vikinga hallada en la costa sur de Bretaña se encontró un juego de ajedrez, y en la región francesa de los Vosgos se descubrieron  piezas del siglo X, de origen escandinavo, que respondían al modelo árabe tradicional. Durante la edad media España e Italia eran los países donde más se practicaba. Se jugaba de acuerdo con las normas árabes (descritas en diversos tratados, de los que fue traductor y adaptador Alfonso X el Sabio), según las cuales la reina y el alfil eran piezas relativamente débiles, que sólo podían avanzar de casilla en casilla.

El tablero de los condes de Luna

Fue hallado en el palacio de los condes de Luna de León, linaje que tiene su origen en Quiñones del Río. Fue Pedro Álvarez merino mayor de Asturias y recibió las villas de Urdiales y Santa María del Páramo. Se casó con Violante Ponce de León, iniciando así ese proceso de vinculaciones matrimoniales con otros linajes influyentes en el reino. Pedro Pérez de Quiñones incrementó su patrimonio y sus dominios gracias a su apoyo a la causa Trastámara y a las compras realizadas de tierras y propiedades en tierras leonesas. Pedro Suárez de Quiñones y su esposa Juana fueron los responsables de la construcción del palacio, llamado posteriormente palacio del conde de Luna, en la ciudad de León, que fue ampliado después por Catalina Pimentel. En él se encontró, como parte del ajuar, el conocido tablero doble que por un lado es un damero y por el otro un tablero de backgammon, exquisitamente montado sobre un marco de lados orlados, con arquillos, sobre el que discurre una frondosa talla de enredaderas con motivos florales que cobijan emblemas heráldicos. Como puede apreciarse en la foto siguiente, en la parte de abajo aparece el escudo de los Quiñones, con cuartela ajedrezada, además de águila y lobo. En la parte superior, centrado, un medallón con medialuna hacia arriba abarcando cinco estrellas. Esto permite datarlo hacia 1462, fecha de concesión del condado a don Diego Fernández de Quiñones por Enrique IV.

Tablero de ajedrez de los Coandes de Luna, siglo XV.

El reverso está dedicado al juego del nard

Escudo de los condes de Luna.

El reverso está dedicado al juego del nard, y se pueden ver 12 picos a cada lado con incrustaciones óseas, quizá con símbolos numéricos alusivos a la astronomía y al año: 12 son los meses y los signos del Zodiaco, y sumados los de un lado y los del otro equivalen a las 24 horas del día.

Sendos dragones en forma de serpiente miran hacia abajo para concluir en tallos floreados. Las casillas del tablero están formadas por escaques individuales incrustados en madera de dos tonos, pino y roble, una lisa y otra con vetas para indicar las de color negro. En los flancos existen espacios para depositar las piezas capturadas, adornados con tres rombos unidos por una línea. En el reverso pueden verse cuatro grupos de seis picos con incrustación de hueso para el juego de tablas o chaquete. En el flanco, tres rombos, restos de lo que tuvo que ser un fino trabajo de entrelazado. Como detalle curioso puede verse en uno de los lados una argolla que sirvió para colgar la bolsa donde se recogían las piezas, hoy perdidas.

Torre de marfil perteneciente al llamado ajedrez de Carlomagno del siglo XI

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