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Las piezas de ajedrez de San Genadio (II): Historia de un expolio

Las piezas de ajedrez de San Genadio (II): Historia de un expolio

Piezas de San Genadio. Foto: M. A. Nepomuceno.

Santiago de Peñalba es un pueblo situado en el centro de un paraíso de belleza, cuna del río Oza y corazón de la Tebaida berciana. También es el lugar que en la transición de los siglos IX al X conoció el resurgir de una vida eremítica, llevada de la mano de un hombre santo: Genadio, obispo de Astorga, quien desde su condición de mitrado favoreció e impulsó la construcción de eremitorios y monasterios en el Valle del Oza.

En el centro del pueblo se yergue poderosa y callada una joya medieval del arte mozárabe: la iglesia de Santiago, único vestigio del monasterio que a instancia del rey Alfonso III “el Magno” construyó el santo en el año 909. Allí murió en el 936 y allí también fue enterrado al lado de su compañero San Urbano, primer abad del monasterio. Hoy poco se conserva de sus restos más allá de unos huesecillos que la ladrona duquesa de Alba dejó “como señal” antes de llevarse los cuerpos de ambos santos y un gran número de obras de arte para enriquecer su recién fundado monasterio de la Laura en Villafranca del Bierzo en el año 1603. Cuando el convento fue trasladado posteriormente a Valladolid, las citadas reliquias siguieron la misma suerte y, a pesar del pleito entablado por el cabildo de Astorga contra las religiosas, el expediente fue resuelto con una sentencia del nuncio de su Santidad Gregorio XV por la que se determinaba que le fuera devuelto al cabildo el cráneo de San Genadio y al pueblo de Peñalba un hueso del brazo que aún se conserva en iglesia.

La Anunciada, antiguo monasterio de La Laura.

Bajando hacia la villa por la que fue antigua carretera nacional Madrid-La Coruña, a nuestra derecha estuvo el convento de La Laura, fundado por doña María de Toledo, hermana del quinto marqués de Villafranca y virrey de Nápoles, don Pedro de Toledo, y duquesa de Alba por casamiento con don Fadrique de Toledo, cuarto duque de Alba.

Dice el historiador astorgano José Mª Luengo que cuando doña María enviudó y perdió a su único hijo, don Pedro la instó a que fuese a gobernar sus estados, de los que él no tenía más remedio que estar ausente. Enterado del propósito de su hermana de fundar un convento, le ofreció su castillo de Villafranca. Aceptó doña María y púsose en camino para Villafranca con los restos de su esposo e hijo difuntos que deseaba enterrar en la nueva fundación. Ya había llegado a Carracedo cuando don Pedro se volvió atrás en el ofrecimiento del castillo, y convenció a doña María para que de momento no entrara en Villafranca porque había peste, llevándola al castillo de Corullón.

No cejó Doña María en su empeño, y comenzó a construir un convento de dominicas en 1601 para el que trajo cinco monjas de Medina del Campo y Mayorga y en el cual profesaron también doce novicias navarras, además de intentar tomar hábito una hija del mismo marqués, doña María de Toledo Osorio.

En 1603, el papa Clemente VIII aprobó la fundación y, en el mismo año, doña María, que deseaba tener en su fundación importantes reliquias, hizo un viaje a Peñalba y trajo lo principal de los cuerpos de San Genadio y sus compañeros, dejando solo una pequeña parte en los primitivos sepulcros. Al parecer, la marcha del convento era poco satisfactoria para la orden, y le denegó su protección, teniendo que acudir doña María a Roma y declarándolo Paulo V, en bula de 1606, sujeto a la Santa Sede.

Los problemas no terminaron para la vida del convento en Villafranca, a los que no debió de ser ajeno el marqués don Pedro, y doña María decidió trasladarlo a Valladolid, donde ya se cita el convento de La Laura en septiembre de 1606 y donde en la actualidad existe.

La iglesia de Astorga puso pleito a las religiosas por las reliquias de Santiago de Peñalba, y el conflicto se resolvió cediendo la duquesa al cabildo la cabeza de su santo obispo Genadio, quedando lo restante de su cuerpo en Valladolid.

Milagrosamente, quizás por tomarlas como utensilios de uso litúrgico, la expoliadora y su séquito dejaron las piececillas de ajedrez en la iglesia. Durante estos casi cuatrocientos años han quedado bajo la custodia de los sucesivos párrocos de Santiago de Peñalba. El último de ellos, don Carlos, persona sensible y culta, los ha inventariado para evitar malentendidos y que manos desaprensivas con pretextos peregrinos las enajenaran para nunca más regresar a su lugar de origen.

El Louvre y su legado español

El parisino museo del Louvre posee uno de los legados hispano-mozárabes más importantes del mundo, ya que entre sus tesoros se encuentran la patena y el cáliz de San Pelayo, junto a un copón de plata primorosamente trabajado y procedente de Santiago de Peñalba, así como varias piezas de ajedrez datadas como del siglo XI pese a pertenecer al siglo IX, pudiendo ser parte de otros juegos posteriores salidos de tierras leonesas. Como señala Baldomero Montoya en su libro Marfiles cordobeses, “las piezas son de probable procedencia española. Pertenecen a la colección Guilhou, donde figuran con el número de catálogo 332. Sin embargo, el objeto más importante de esta colección parisina es una torre de marfil que Charles Stein donó en 1892. Es de forma rectangular con una escotadura en lo alto análoga a algunas de las mozárabes guardadas en Peñalba”, según señala Ferrandis. “Está decorada en todos sus lados: uno de los mayores presenta dos caballeros vestidos con cota de malla y cubiertos con cascos cónicos montados sobre caballos, cuyas sillas arrastran sus adornos por el suelo, y armados de escudos largos luchan con sus lanzas. En el otro lado figura Adán y Eva de pie desnudos, a cada lado del árbol del bien y del mal, alrededor del cual se enrolla la serpiente. Adán tiene una manzana, Eva dos. Los lados menores representan a Adán con jubón corto, trabajando la tierra, y a Eva, también con jubón corto, hilando. En la parte superior, en los dos departamentos rectangulares, bordeados por discos, se presentan animales como un perro y un jabalí groseramente esculpidos. Conserva rastros de pintura y dorado. Mide 64 mm de alto por 68 de ancho y 24 de espesor. También es española la catalogada con el número 3.448 y la número 332 del catálogo de la venta de la colección Guilhou”.

En Nueva York existen igualmente algunas piezas de juegos del año 1067, procedentes de la colección del conde de las Almenas. Son dos peones similares —al principio se las dató como dos reinas— que fueron vendidas junto a todas las alhajas de la colección del conde el 15 de enero de 1927.

Piezas de ajedrez del Louvre. Dos torres procedentes de Peñalba. Siglo XII. (Cazaux)

Torre del Louvre.

Pieza de ajedrez del Castillo de Mataplana

Para el investigador catalán Alejandro Melchor, “el juego ya era objeto de especial estimación por parte de la nobleza y considerado en la Edad Media una de las disciplinas que se enseñaba a los jóvenes de la corte al mismo tiempo que el latín, la caza o los deportes ecuestres, y de ahí que conllevara un modelo de comportamiento de los caballeros. Por ello no es de extrañar que en la época de la corte del barón Huguet de Mataplana (1174?-1213) se cultivase su práctica —hay que decir que ya en el siglo XI el primer europeo que menciona el ajedrez es el judío Moisés Sephardi, y en su Disciplina clericalis incluye el ajedrez en los siete «logros»probitates de un caballero».

Alfil escandinavo, siglo XII.

“La pieza que se encontró en 1986un alfil, al que han datado mal diciendo que es un caballo, como figura en la inscripción del museo de Girona, (la bastardilla es mía)— formaba parte de este período y pudo haber llegado allí a través del conjunto de algún juego por herencia intrafamiliar o fruto de alguna conquista contra los árabes e incluso de algún intercambio comercial. En el primer caso, no debemos olvidar que eran feudatarios del Condado de Urgell, que como se ha dicho, su escudo de armas ajedrezado así lo atestiguaba en el frontispicio del castillo. En el segundo caso, debemos mencionar que el Barón participó en la famosa batalla de Las Navas de Tolosa (1212) contra los árabes y pudo conseguir tan preciado “tesoro”, o bien intercambiar algún regalo con sus vecinos del sur de la comarca del Condado, cercana a la ciudad de Lleida, que es donde estaba establecida la “frontera musulmana”.

La segunda prueba más clarificadora nos viene dada por un documento escrito. Se sabe que Huguet fue un personaje culto y refinado, protector de juglares y trovadores y que en su castillo acogió a Ramón Vidal de Besalú —quien probablemente le dio lecciones de occitano y del arte de trovar, ya que del mismo barón se conservan algunos fragmentos de obras—. En su obra So fo’l temps c’om era jais el trovador de Besalú nos describe muy gráficamente lo que ocurría, y él mismo vio en la segunda planta de la torre rectangular principal: “Unos iban y venían por la sala, por tal como es muy gentil jugaban a juegos de mesa y al ajedrez sobre tapices y cojines, verdes, rojos, de indio y azules.” (“Per la sala e say e lay, per so car mot pus gen n’estay, ac joc de taulas e d’escax per tapís e per almatracx vertz e vermelhs, indis e blaus”, en su original occitano).

En este punto convendría hacer una aclaración: el “ajedrez” tal como lo conocemos hoy tiene poco más de 500 años. El juego que se conocía en la Edad Media, proveniente de los árabes, era conocido como Shatranj y, aunque los movimientos de las piezas eran similares, éstos eran más lentos —los grandes cambios no llegarían hasta el siglo XV, con la irrupción de la dama y las nuevas características del alfil—”.

Bolos de San Genadio

No hay rastro en España de figuras de tipo naturalista, y solamente un pequeño grupo de piezas abstractas en hueso. Se trata de los llamados “bolos de San Genadio” —estudiados en la parte I de este trabajo—, conservados en la pequeña Iglesia de Santiago del pueblo leonés de Peñalba de Santiago. Son tres: un caballo de 3 cm de altura, un alfil de 5,5 cm y una torre fraccionada en dos trozos (5,5 y 4 cm). Son de hueso, sin apenas adornos, lo que los diferencia sustancialmente de otros ejemplares ya comentados. Su forma, en general redondeada, se prestaba especialmente a un uso que debieron darle los campesinos leoneses y que justifica su nombre de “de bolos”.

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