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Las pretensiones del novelista

Las pretensiones del novelista

No deja de asombrarme la soberbia de algunos cuando me explican sus novelas.

Hay, entre los escritores, una fauna de boquirrubios que enseguida hablan de sus letras con términos grandilocuentes. Plantean los argumentos de sus novelas aderezándolos con grandes apologías filosóficas. Se ponen a hablar del texto subliminal, del mensaje oculto o de las cualidades literarias de su historia como si la gloria de los libros de literatura de futuras generaciones estuviera revoloteando a su alrededor. Antes de hablar de cómo han construido sus personajes se enredan con prolijas jaculatorias sobre el metatexto y la intraestructura, que a saber lo que diantres son esas cosas.

Yo no logro entenderlos. No solamente porque usen palabrejas que ni siquiera vienen en el diccionario, sino también porque no comprendo cómo pueden plantear sus obras en esos términos.

"Yo creo que pretender escribir una novela sobre, digamos, lo insustancial del amor, la pureza de las ideas o la verdad del alma humana es empezar la casa por el tejado"

A mí, personalmente, me resulta estrambótico plantear mis cuentos en términos abstractos. Cuando voy a contar una historia pienso, más bien, en el rosario de acciones y eventos que dan sentido al argumento. No me cuestiono si los retratos de mis personajes demuestran la catadura social de todo un pueblo. No intento aspirar al Nobel ni a nada semejante, solo procuro contar una historia entretenida, una que a mí mismo me gustaría leer, una que incite en el lector el deseo de pasar de página.

Jamás se me ocurriría bañarme en la soberbia necesaria para afirmar que mis obras pretenden analizar las pasiones humanas. Mucho menos osaría argüir que mis textos demuestran la decadencia del hombre. Y, sin embargo, escucho a menudo expresiones semejantes en bocas ajenas.

Yo creo que pretender escribir una novela sobre, digamos, lo insustancial del amor, la pureza de las ideas o la verdad del alma humana es empezar la casa por el tejado.

El objetivo de un novelista, a mi modo de ver, ha de ser el de entretener, si se quiere, e incluso puede irse un poco más allá y aferrarse al ideal clásico del prodesse et delectare, instruir y deleitar, pero ir más allá es materia para filósofos, no para escritores de ficción.

A mi entender, cuando un novelista plantea su obra en términos que van más allá de las acciones que la conforman está dándole la vuelta a la hermenéutica, está centrándose en la consecuencia y no en la causa y, además, se está embarrando en un jardín lleno de ciénagas, porque para dedicarse a algo así hay que saber mucho de procesualismo, hay que leer a Heidegger de carrerilla y, además, conocer bien, como si se tomara café con él todas las mañanas, a Dilthey.

"El escritor debe ser honesto con la historia y esa es la parte más difícil de las labores de un escritor"

Yo creo que el novelista debe esforzarse por plasmar una buena historia que resulte coherente con el escenario y el tiempo elegidos para las acciones del argumento. Punto. Y es bastante, porque esa sola tarea resulta ya inmensa, enorme, titánica. Baste pensar en los más grandes escritores de todos los tiempos. No todo lo que Lope compuso está a la altura y quizá por eso mismo el tiempo ha tratado mejor a Calderón. Y por más que le pesara a mi admirado Victor Marie Hugo, Los trabajadores del mar no está a la altura de su inmensa Los miserables. Y se pueden aportar miles de ejemplos similares. Si ni siquiera los más grandes literatos fueron capaces de convertir todas sus obras en algo inmemorial, cómo va a pretender el novelista ramplón, como yo, llegar a cotas tan altas. No, la verdad de este trabajo no está en la grandilocuencia de la poiesis, en la alabanza de la abstracción tras la tinta y el papel, la verdad de este trabajo está en la historia misma, en la que pretende contarse. La verdad de este trabajo de los cazadores de historias está en la honestidad ante la hoja en blanco.

El escritor debe ser honesto con la historia y esa es la parte más difícil de las labores de un escritor. No decía el genial Zweig que sus manuscritos eran enormes y que, lectura tras lectura, corrección tras corrección, acababan convertidos en las breves obras que entregaba para publicar; estaba siendo honesto, consigo mismo y con su obra.

Centrarse en las aspiraciones megalómanas del trasfondo literario, buscar la memoria del público intentando plasmar la fanfarria intelectual es un engaño, es como aquel traje nuevo del emperador, es, sencillamente, una farsa.

"La historia tras la novela es frágil, delicada, y no puede ser manoseada burdamente"

Esos juicios, esas apreciaciones, solo llegarán, si es que han de llegar, con el paso del tiempo, que es el único juez sincero. Los años van cubriendo los libros de polvo y de juicio. Si la novela es honesta, si la historia está bien construida, entonces, con un pellizco de suerte, el trabajo será reconocido más allá de la tinta.

Cervantes afirmó en varias ocasiones que su intención fue la de mostrar a los lectores los disparates de las novelas de caballerías, contar una historia que pusiera en evidencia la fatuidad irrisoria de aquellas historias. Y eso fue lo que hizo. Sin embargo, el tiempo, ese tiempo que es juez, nos ha enseñado que su monumental obra tiene, además, una riqueza y complejidad inabarcable, por su estructura, por su técnica narrativa, por su honestidad. Y de ella se extraen múltiples niveles de lectura, infinitas interpretaciones, ingentes lecciones de humanidad y más de un puñado de consejos para el novelista. Tiene todo eso y mucho más, muchísimo más. Sin embargo, esa no fue la intención inicial del maestro, eso es algo que su obra adquirió por el hecho en sí de ser una historia contada a la perfección.

La historia tras la novela es frágil, delicada, y no puede ser manoseada burdamente. Preservarla, ser capaz de hacerla aflorar a la superficie sin perder ni una sola de sus piezas es una tarea enorme. La historia no puede cargar con el peso de nuestras aspiraciones personales, solo puede sostenerse a sí misma, y apuntalarla para servirse de ella en beneficio propio solo lleva a una cosa: a la mentira.

Por eso, lo que un novelista debe hacer es centrarse en esa delicada criatura, en el agónico reflejo de la historia. Eso y nada más.

El resto vendrá si es que ha de venir.

A veces me digo a mí mismo que no debería pensar así, que podría ser un arrebato presuntuoso causado por mi ignorancia, pero entonces vuelvo a toparme con alguien que me habla de su próxima novela como si fuera a remediar todos los males del mundo… y entonces vuelvo a la primera casilla.

No deja de asombrarme la soberbia de algunos cuando me explican sus novelas.

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Pietro
Pietro
6 meses hace

Entendemos que quien firma es quien sabe cómo puede y debe —y cómo no puede y no debe— escribirse una novela. Se agradece la generosidad que ha demostrado al compartir la solución definitiva a una cuestión que lleva siglos inquietando a miles de escritores, que tantos caminos diferentes —y ahora sabemos que equivocados— han seguido. El autor también sabe tanto sobre la soberbia que está en condiciones de escribir y publicar un artículo sobre la soberbia de otros. No sabemos con exactitud de quiénes, parece que nadie y al mismo tiempo cualquiera menos el que firma. Quizá el próximo artículo podría dedicarlo a la soberbia propia, por ejemplo la que ha demostrado en alguna ocasión al referirse a escritores noveles a los que nunca ha leído. El mundo es demasiado pequeño como para lanzar al aire un alegato como este, que obliga a examinar en primer lugar al que se permite el lujo de señalar con el dedo.