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Las soledades del pequeño filósofo: vida de Azorín

Las soledades del pequeño filósofo: vida de Azorín

Una biografía no es más que un relato que intenta dar sentido a las contradicciones de una vida. Esta frase es una adaptación al gusto actual de la cita de Ortega y Gasset que encabeza el retrato biográfico que ha hecho el profesor valenciano Francisco Fuster, uno de nuestros grandes especialistas en la llamada Edad de Plata, de uno de los escritores señeros de ese período: José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín. La cita no puede ser más pertinente, sobre todo si la entendemos como directriz de este libro: Fuster ha sabido hallar el hilo conductor para glosar una dilatada vida individual, la del maestro de Monóvar, que abarca casi un siglo, de 1873 a 1967. Es también un siglo de España, una de las etapas más convulsas de su historia: Sexenio Revolucionario, Primera República, Restauración, Dictadura de Primo de Rivera, Segunda República, Guerra Civil, Dictadura de Franco. Una vida que transita por todas esas fases, ¿cómo va a sustraerse a sinuosidades y contradicciones? El autor ha sabido interpretarlas y resolverlas del modo certero que el propio título anuncia: Azorín, clásico y moderno.

Creo que debo hacer hincapié en el último de estos términos, porque hoy se tiende a ver a Azorín como autor de temática y estilo tradicionales —convertido él también en un clásico de nuestras letras, con la servidumbre que ello conlleva—, orillando de modo injusto la dimensión renovadora en fondo y forma que introdujo en su momento en el panorama literario español. Ahora bien, lo apremiante en este punto, antes de proseguir por ese camino, es dilucidar la cuestión que, a buen seguro, se harán tanto el devoto del escritor alicantino como el que nunca o pocas veces se haya asomado a sus escritos. ¿Una biografía? ¿Es realmente necesaria para entender al literato? ¿No es mejor sumergirse directamente en sus textos?

"Las características azorinianas que acabo de indicar se perfilan así, desde mi punto de vista, como el mayor reto al que ha tenido que enfrentarse el profesor Fuster"

Unas cuestiones que, en el caso concreto de Azorín, adquieren particular importancia por varias razones. Me basta aducir dos. En primer lugar, porque su inmensa producción literaria es del todo autosuficiente. Es indudable que esto mismo puede decirse de muchos autores, y tanto más cuanto más grandes son, pero quien haya leído a este genio de la literatura sabe bien hasta qué punto resulta característico en este sentido. Y en segundo término, de modo complementario y específico, nos podemos preguntar qué valor añadido aporta el conocimiento de las peripecias vitales del alicantino a la comprensión y disfrute de su obra. Máxime teniendo en cuenta que Martínez Ruiz representa, si nos atenemos al tópico, la figura de escritor puro, el individuo que existe por y para su obra, que se consagra a ella en cuerpo y alma y que incluso, llegado el caso, se parapeta en ella.

Las características azorinianas que acabo de indicar se perfilan así, desde mi punto de vista, como el mayor reto al que ha tenido que enfrentarse el profesor Fuster. Pues si Martínez Ruiz —el individuo, el hombre concreto— quiso transfigurarse en todo y por todo como Azorín —el escritor, el artista del lenguaje—, hasta el punto de renunciar incluso a su nombre y apellidos para fundirse con él, ¿para qué transitar por el camino inverso con la pretensión de desentrañar el ser de carne y hueso que quiso permanecer a su sombra? Más aún, he mencionado antes el concepto de reto y no por casualidad. Suele concebirse las biografías al uso como sucesión de episodios singulares o brillantes y por ello mismo resultan más atractivas cuanto más insólitas o pintorescas.

"Con todo, el aparato crítico se ha reducido a la mínima expresión, en poco más de treinta páginas finales de notas y bibliografía"

¿Qué hay de interesante en este hombre pulcro, silencioso, observador y contenido? Su vida es como su rostro, su indumentaria o su apariencia en conjunto: denota serenidad y elegancia, pero también frialdad y cierta monotonía. Es probable que fuera el propio Azorín quien primero estuviese dispuesto a reconocer que su vida era su obra o, si no tanto, que su máxima aspiración era que esta última, su literatura, fuese lo único importante. Y a ese fin consagró su existencia. De ahí la dificultad de una biografía como la presente. Aparte de la investigación inherente al empeño, Fuster tiene que hacer atractiva para el lector una vida sosegada, silenciosa, que parece estar siempre en penumbra. El milagro —hay que decirlo ya— es que lo consigue.

Para ello Fuster ha empleado los mismos recursos que ya usó en obras anteriores y, en especial, en otra magistral semblanza biográfica: Julio Camba: Una lección de periodismo (2022). En este volumen, de poco más de 150 páginas, fue capaz de sintetizar la trayectoria vital del mencionado escritor gallego. Aun escrita con rigor y pulcritud encomiables, el historiador valenciano aspiraba a llegar a todo tipo de público con una escritura diáfana y amena, sin hacer ostentación del inmenso aparato bibliográfico que cimentaba su trabajo. Conseguía así un libro con una falsa apariencia de facilidad: solo era fácil su lectura, claro, no todo lo que llevaba detrás. Mutatis mutandis, nos encontramos ahora con una aspiración semejante, aunque en esta ocasión se trata de una obra de mayores proporciones y más altas aspiraciones. Con todo, el aparato crítico se ha reducido a la mínima expresión, en poco más de treinta páginas finales de notas y bibliografía.

"El problema no era que Azorín estuviera vinculado o no a una determinada causa política. Es que estuvo en muchas, contrapuestas entre sí"

¿Y qué imagen de Azorín nos transmite Fuster? La de un hombre dispuesto a sacrificarlo todo en aras de su vocación de escritor. Y en ese todo hay que incluir lo positivo y lo negativo de su vida, si se me permite ahora, a bote pronto, una simplificación que enseguida trataré de matizar. Quiero decir con ello que incluso lo que desde la óptica de hoy nos parece menos edificante o menos justificable de sus actitudes y decisiones se puede y debe entender como consecuencia, a veces tan indeseada como forzosa, de aquella determinación inquebrantable. Y conste que no me estoy refiriendo, como quizá se pueda creer de forma apresurada, a su adscripción ideológica o política. Muchos ubican a Azorín en el entorno conservador, atendiendo a sus años de ferviente seguidor de Maura y La Cierva. Pero Martínez Ruiz había sido antes anarquista de salón y federalista de Pi y Margall, como luego sería republicano y terminaría transigiendo con Franco.

El problema no era que Azorín estuviera vinculado o no a una determinada causa política. Es que estuvo en muchas, contrapuestas entre sí. O quizá en el fondo, como sugiere Fuster, dichas causas no eran para él más que instrumentos para sobrevivir. ¿Fue, como decía La Vanguardia en su obituario, un liberal? Aun concediendo que así fuera, no había cosa más difícil —por no decir imposible— que ser liberal en la España que le tocó vivir. Ateniéndonos a los hechos concretos, lo mínimo que puede decirse es que Azorín incurrió en múltiples zigzagueos, incoherencias y deserciones. Algunos de sus coetáneos serán mucho más duros: oportunista, acomodaticio, servil, cobarde, chaquetero… ¿Fue el de Monóvar un ser tan frío, duro e interesado como se desprende de esos asertos? La explicación es más fácil o, para ser más precisos, debe buscarse en el ámbito que antes esbocé.

"Su obra se desgrana con precisión, paso a paso, situando cada libro o incluso cada artículo que se cita en su circunstancia histórica"

Las luces y las sombras, como pasa en la mayor parte de las vidas, se confunden y son inextricables. Los pasajes menos edificantes de la trayectoria vital del inventor del rótulo de «generación del 98» —que en estas páginas no se ocultan pero tampoco se enfatizan—, se debieron en última instancia a las precarias condiciones de vida que implicaba la condición de escritor en su época (tampoco en esto la nuestra es muy distinta). ¡Vivir de la pluma, nada menos! Es innegable que Martínez Ruiz, el hombre, se acercó al poder, a cualquier poder y en cualquier época, ansioso de recoger las migajas que le cayeran desde arriba. Esta fue su miseria, como fue su grandeza no abdicar jamás de su vocación literaria.

El biógrafo no se propone juzgar sino comprender. En la mayor parte de los casos, ni elogia ni censura, simplemente expone. Ello es así no solo en lo tocante a su biografiado sino a los múltiples acontecimientos de la historia del período que aparecen tan solo como contexto o telón de fondo para encuadrar o explicar determinadas actuaciones concretas, bien de Azorín, bien de las personas que le rodean. Su obra se desgrana con precisión, paso a paso, situando cada libro o incluso cada artículo que se cita en su circunstancia histórica. Fuster ha escrito una biografía excelente que reivindica al escritor y trata de comprender al hombre que lo encarnaba: nunca dejó de ser un pequeño filósofo en un mar de soledades.

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Autor: Francisco Fuster. Título: Azorín: Clásico y moderno. Editorial: Alianza. Venta: Todostuslibros.

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