Esta novela picaresca sigue los pasos de un huérfano que, para no ser devorado, ha de convertirse en cazador. Será un largo camino, repleto de miedos y excesos, que le llevará de la capital a una isla perdida en la que se alza una mansión habitada por fantasmas.
En este making of Guillermo Alonso cuenta cómo escribió El efecto deseado (Seix Barral).
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Comienzo a escribir este texto sobre cómo nació El efecto deseado repitiéndome a mí mismo: “No cuentes en Zenda la misma historia que ya has contado a otros cinco medios antes”. Pero enseguida recuerdo que no tengo otra, así que, esperando que no haya leído usted ninguno de esos cinco medios, me dispongo a repetirme. Es que es bastante buena, creo. Y si ya la ha leído, quédese igual, que le he metido algún ornamento nuevo. Confío en que, siendo esta una revista especializada en literatura, la mentira se admita como recurso narrativo.
Sería hermoso añadir ahora: “¡Aquí mi cabeza se puso a funcionar y escribí esa historia enseguida!”. Pero no, tardé más de 12 años. La empecé muchísimas veces, pero como no me salía, y abatido por esa impotencia tan íntima y tan devastadora que se siente ante la página que no funciona, la abandonaba y comenzaba otra. Y algunas las acabé y las publiqué: Vivan los hombres cabales en 2019 (¡ahí también salen sillas de ruedas!), Muestras privadas de afecto en 2021 (¡ahí también salen playas donde ocurren cosas que cambian el rumbo de sus protagonistas!), La lengua entre los dientes en 2023 (ahí, y esta acotación no requiere exclamaciones, solo salgo yo). Justo después de escribir este último, en 2023, encontré las respuestas a todo lo que me había preguntado en la playa porque empecé a darle vueltas de nuevo a la historia.
Escribir una novela es un proceso muy interesante por lo que tiene de expansivo. La escritura no se limita a cuando uno está sentado frente a su ordenador y teclea, nada más lejos de la realidad. Una novela se está escribiendo siempre, absolutamente siempre que uno está despierto. La idea se apodera de ti y empieza a vibrar en tu interior, y de repente, sin avisar, mientras trabajas, mientras vas en el metro, mientras estás leyendo un libro, mientras estás cortando cebollas, mientras intentas dormir (muy especialmente) o mientras haces que escuchas a un amigo, la novela empieza a hablarte ella sola. Y en mi cabeza empezaron a hablar no solo el chico que empujaba la silla (que pasó a ser el protagonista de El efecto deseado, Gaspar) y la criatura que iba sobre ella (que en la novela se llama así, la criatura), sino todos los personajes que los rodean. Se podría decir que me llegó a doler la cabeza, algunos no se callaban nunca. Pese a todas esas voces, los primeros intentos de empezar a escribir El efecto deseado no funcionaron porque comenzaban allí mismo, en aquella isla del Mediterráneo cuyo nombre ninguno de los protagonistas recuerda. Y yo necesitaba saber de dónde venían. Cualquier profesor de un taller literario me hubiese soltado algo tipo: ¡escribe la biografía completa de todos tus personajes! Pero qué aburrido me resultaría hacer eso. Yo prefiero escribirlo todo en la propia novela, como el que escupe todos los ingredientes de la receta en la sartén y no hace ningún experimento sobre la tabla de madera: todo lo que yo sepa de los personajes debe saberlo también el lector.
Así que me fui con Gaspar unos años atrás, para conocer su infancia; y también unos meses atrás, para conocer la casa en la que está antes de llegar a esa isla sin nombre a cuidar de esa criatura sin género. Esa casa es el palacete de una viuda millonaria y medio loca de Madrid que da fiestas todo el rato para olvidar el hecho de que está sola y de que está loca. Pensaba dejar a Gaspar allí durante 20 o 30 páginas, lo justo para darle una historia y un pasado y mandarlo a la isla. ¿Pero qué pasó? Que me enamoré de la viuda millonaria y medio loca, a la que llamé Pandora. Pero en realidad no se llama así: en esta novela todo el mundo se inventa su propio nombre antes o después, hay mucho de mascarada y muchos escritores que todo el rato cogen la realidad y se la apropian para contarla como les da la gana. El asunto es que me quedé en esa casa durante casi 150 páginas.
A veces me quejaba amargamente ante mi editor, que tiene la paciencia de santo Job y cuyo trato con esas criaturas débiles e hiperestésicas llamadas escritores debería convalidarle el grado en Psiquiatría, y él me decía: “No es una estructura caótica, es libérrima y mutante”. Y eso me gustó y me prometí no repetirlo en todas las entrevistas o textos que escriba sobre el libro, pero en realidad lo estoy haciendo, porque me parece, vaya, una forma prometedora y bella de definir lo que he escrito. Y no, ahora me desdigo: El efecto deseado tiene, en realidad, una estructura muy clarita y clásica, dentro de sus mutaciones, de narración que baila entre el pasado y el presente porque todo lo que pasó entonces cambia lo que pasó ahora (vaya, como la propia vida de usted, que lee esto). Y remarco lo de la estructura porque quiero reivindicar, ante todo, la diversión, la intriga y la adicción que puede suscitar un relato. Lo que yo leía de pequeño, lo que disfrutaba como gorrino en charco y lo que me educó literaria y emocionalmente, eran esos thrillers de bolsillo de Sidney Sheldon, Ira Levin, Gloria Murphy, Joy Fielding o PD James, historias construidas sobre una estructura de hierro que te tenían en vilo hasta el final. Eso que alguien podía desdeñar como literatura de aeropuerto y que a mí me hacían desear vivir siempre en la tienda de libros de un aeropuerto. Y eso de intentar llevar al lector de la mano por un camino divertido en el que siempre ocurran cosas y se vayan plantando semillas que le inviten a quedarse lo llevo a rajatabla. Pero para hablar de eso ya necesitaría otro texto. Y una novela puede ser libérrima y mutante, pero un texto como firma invitada en Zenda me temo que no. Así que, si un día me vuelven a invitar, ya hablo de Ira Levin. Porque si empiezo a hablar de Ira Levin no paro. ¿Debería haber contado de qué va exactamente la novela? Confío en que, si ha llegado usted hasta aquí, tenga al menos la curiosidad de buscarlo en Google.
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Autor: Guillermo Alonso. Título: El efecto deseado. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros.


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