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Lepisma y la irresistible somnolencia

Lepisma y la irresistible somnolencia

Hoy, cuando cada miembro de la familia dispone de su propia pantalla para aislarse del resto y seguir la nueva serie de moda alardeando así de haberla visto antes que nadie, para jugar a un videojuego y retransmitirlo ante una audiencia potencial de millones de espectadores pero efectiva de cero, o para chatear en una app de contactos con una atractiva chica de 20 años sin saber que es un jubilado de Cuenca, se recuerda con cariño esa época en la que sólo había un televisor en cada hogar. Sin embargo hace poco he cumplido los 50 y ese medio siglo me permite ver las cosas con cierta perspectiva, y saber que si bien ahora añoramos esas reuniones familiares ante la denominada caja tonta (¿aún se le seguirá llamando así?) entonces era considerada un invento que iba a acabar con el diálogo familiar. Cuantos recuerdos: programas infantiles con sabor a pan con chocolate, debates nocturnos con olor a humo de tabaco, el molesto pitido de la carta de ajuste y los ronquidos de papá.

— Ya está dormido, aprovecha y pon la segunda —me decía mi hermana mayor, ya que el mando a distancia de la casa era yo.

Y allí iba, en misión ninja, sigiloso para cambiar de canal sin despertar a mi padre que, como si fuera un deber ciudadano, insistía en ver el parte (telediario, para las nuevas generaciones) aunque solía dormirse antes de llegar a la sección de Internacional.

—¿Qué haces? Vuelve a poner la primera —su voz me llegaba desde el sofá y el ninja se derrumbaba en una rabieta.

—Jolín, papá, ¿a ti qué más te da, si estabas frito? Joooooo…

—No estaba dormido, sólo estaba descansando los ojos.

Han pasado décadas, ahora con un video podría demostrarle que estaba roncando, aunque sé que lo negaría, aseverando que sólo respiraba fuerte mientras reposaba la vista. Muchas cosas han cambiado: ya no esperamos al comienzo de las noticias para poner en hora el reloj, porque ya no comienza puntual sino cuando acaba el programa de cotilleos anterior; ya no hay solo dos canales sino decenas, aparte de las plataformas; ya no se fuma en los platós, aunque el ambiente está más viciado que nunca… Únicamente una cosa, llegada cierta hora, permanece inalterable: sólo que ahora mi padre soy yo.

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