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Lo que he olvidado

Lo que he olvidado

Atentado en Barcelona. Me pilla por casualidad en la SER. Paso cuatro horas con la gente de informativos. Me impresiona su profesionalidad, la coordinación para informar sobre un suceso de esta magnitud sin alarmismo y sin frivolidad, intentando dar sólo información contrastada.

En un momento dado, mientras todo el mundo está intentando recabar información y es difícil saber exactamente qué sucede en Barcelona, enseño a uno de los periodistas una información nueva que proviene de un periódico. ¿Indica las fuentes?, me pregunta. No, respondo. Sacude la cabeza. Entonces no lo damos aún.

Termino de escribir una obra de teatro. Lo primero que debería hacer es buscar editor. Pero decido guardarla en un cajón por un tiempo. Lo lógico sería dársela ya a mi agente, pero no me gusta hacerlo sin tener primero una idea de a dónde me gustaría que enviase mi obra.

(Escribo “guardarla en un cajón” y me doy cuenta de que es una expresión tan anacrónica como “entregar un manuscrito”).

"Me llama la atención que cada capítulo termina con una frase contundente, significativa, en apariencia muy pensada. Se me ocurre que escribió el libro no para ser publicado íntegramente de una vez, como novela, sino en entregas periódicas."

He empezado a leer Los hermanos Karamazov. Aunque cuando se habla de Dostoyevski se suele hacer referencia a su habilidad para caracterizar a los personajes —obvia—, lo que me llama más la atención es su dominio de la voz narrativa. Ese narrador que duda entre varias versiones de un mismo hecho y que es capaz de adaptarse a la perspectiva de cada personaje es un prodigio. Leí varios libros de Dostoyevski cuando tenía poco más de veinte años, incluido Los hermanos Karamazov. No recordaba nada de esta historia. Pero no recordar un libro no significa que no te haya influido o cambiado. Somos la suma de lo que hemos ido olvidando.

He escrito antes “estoy leyendo”, pero no es cierto. Oigo el audiolibro de Los hermanos Karamazov en inglés mientras hago deporte en el gimnasio. ¿Se puede ser más nerd? Sí, oyéndolo en ruso.

Me llama la atención que cada capítulo termina con una frase contundente, significativa, en apariencia muy pensada. Se me ocurre que escribió el libro no para ser publicado íntegramente de una vez, como novela, sino en entregas periódicas. Wikipedia me confirma que así es.

Pienso en las series televisadas que hoy se alaban tanto y que tanto utilizan esa técnica de acabar en punta cada episodio. No creo haber pasado de la segunda temporada de ninguna de ellas. Aunque varias me han gustado, siempre llegaba el momento en el que dejaban de interesarme los avatares de los personajes y el contexto de sus acciones. Tenía la impresión de que me ofrecían detalles, más o menos espectaculares, de lo que ya sabía, y de que tampoco me ofrecían ningún placer estético nuevo. ¿Me pasará lo mismo con el viejo Fiódor? Ya veremos.

"Me acuerdo de ese párrafo al empezar a leer La mirada de los peces, la última novela de Sergio del Molino. Sólo llevo leídas veinte o treinta páginas, pero ya tengo la sensación que describía más arriba. Muchas de sus frases me hacen sonreír con satisfacción, feliz por el hallazgo de otro."

Dostoyevsky me parece mucho más moderno que Tolstoy. Pero ser más moderno no es una virtud. Sencillamente, ha desarrollado técnicas literarias y formas de expresarse más cercanas a las de la mayoría de los escritores actuales.

De literatura me gustaría más hablar con Dostoyevsky. Sobre el mundo, con Tolstoi.

“Soy escritor y, a mí, los escritores que más me gustan son aquellos que, cuando leo alguno de sus libros, me dan ganas no sólo de seguir leyendo: me dan ganas de ponerme a escribir.” Así empieza un cuento que escribí hace un tiempo. Hoy haría que el narrador dijese algo más, algo como que no sólo le dan ganas de ponerse a escribir, sino ganas de ponerse a vivir, esto es, de experimentar emociones, de atravesar situaciones inspiradas por las leídas en los libros de esos escritores que más le gustan. Y como mínimo lo que me gustaría a mí, cuando leo a uno de esos escritores, es estar presente, encontrarme en la escena que describen y ser capaz de verla con esa precisión.

Me acuerdo de ese párrafo al empezar a leer La mirada de los peces, la última novela de Sergio del Molino. Sólo llevo leídas veinte o treinta páginas, pero ya tengo la sensación que describía más arriba. Muchas de sus frases me hacen sonreír con satisfacción, feliz por el hallazgo de otro. Y sí, me habría gustado allí, en esa calle, en ese momento, para percibir cada detalle con tanta intensidad. Aunque sé que aquí hay una trampa: la intensidad, a menudo, se desvela al recordar y al escribir. En el momento en el que lo vivimos es probable que nos pasase desapercibida. Y eso es un buen escritor, ¿no?, el que es capaz de rescatar de lo aparentemente anodino su significado más profundo, los detalles que nos marcaron sin darnos cuenta.

"Me dan envidia esos autores. Yo sólo podría crear otro Holden Caulfield, y me entristece esta reflexión por lo que dice sobre mí mismo. "

Leo Kanada, de Juan Gómez Bárcena. Me impresiona su disciplina, ese empeño en no conceder alivio ni respiro al lector. La novela es tan claustrofóbica como la experiencia que relata. Ni siquiera cuando, mediante recuerdos o sueños salimos de la habitación en la que está encerrado el protagonista tenemos la sensación de respirar, de estar al aire libre. Porque la sensación claustrofóbica no la da el espacio físico, sino el mental. Hay novelas carcelarias en las que se respira mejor que en ésta.

Leo Kanada contra mi voluntad. No quisiera estar leyendo esto. Me agobia. Pero continúo leyendo hasta el final. Me hace pensar en libros como El Astillero o La pianista, en los que uno agradecería un momento de consuelo, pero al mismo tiempo sabe que cualquier consuelo sería una mentira. Por eso hablaba antes de la disciplina del autor, porque nunca cede a la tentación de dar al lector lo que desea.

Desde que se puso de moda la autoficción —que ha existido durante siglos, pero ahora vive un pico de popularidad— me he encontrado con numerosos libros que se recrean en la infancia y la adolescencia del alter ego del autor. Me llama la atención la soltura con la que son capaces de hablar de esas épocas. No siempre con nostalgia, pero frecuentemente con un afecto a menudo humorístico.

Me dan envidia esos autores. Yo sólo podría crear otro Holden Caulfield, y me entristece esta reflexión por lo que dice sobre mí mismo. Me da la impresión de que dichos escritores sabían ya tan pronto sentirse cómodos en un grupo, entenderse como parte de él y participar de sus travesuras, de sus tragedias, de sus alegrías. Yo…, mejor no sigo pensando.

Aldous Huxley escribió que las naciones son, en gran medida, una creación de los poetas. Se refería, me parece recordar, a que los nacionalismos del XIX se apoyaron en toda una serie de escritores que hacían una recreación poética —y, añadiría yo, en parte mitológica— de la nación, concediéndole una unidad emocional que no sería fácil advertir en la vida cotidiana. Me pregunto qué poetas están ahora contribuyendo a la creación de la nación catalana y cómo.

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