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¿Qué ocultamos cuando nos reímos tanto?

¿Qué ocultamos cuando nos reímos tanto?

En política se crean ficciones y sus creadores pretenden que las tomemos por la realidad. La mayoría de los escritores somos más honestos.

La patria —hoy decimos la nación— es una de las ficciones más poderosas. Nos permite sentirnos en un colectivo que comparte nuestras emociones y nos ofrece un proyecto de futuro común. Pero luego siempre se descubre que los intereses son más decisivos que las emociones. Las emociones son el sustrato que permite que crezcan las plantas de las que sólo unos pocos recogerán los frutos. La mayoría tiene que conformarse con mirarlos crecer desde el otro lado de la valla.

Voy a la presentación de un libro en la que el escritor hace continuamente chistes. Hace tiempo que pienso que el humor, en España, está sobrevalorado. El humor es sano, qué bueno es reírse de uno mismo, no tomárselo todo en serio; el humor nos aleja de la tentación de solemnidad; el humor es corrosivo, el poder teme la sátira, que se rían de él. Todo eso nos dicen.

A mí me interesa el humor, he escrito sobre humor cruel, así que no iría tan lejos como Peter Handke, a quien leí que el humor no tiene cabida en la literatura. Pero el humor omnipresente se me ha vuelto sospechoso.

"¿Y si de vez en cuando decidiésemos que tomarnos en serio no es necesariamente una forma de arrogancia? ¿Y si evitar hacer chistes al día siguiente de un atentado fuese una forma de luto respetuoso?"

¿Qué ocultamos cuando nos reímos tanto? He conocido gente triste, depresiva, y a la vez chistosa. Vivo en una sociedad tan graciosa como falta de ilusión. El humor no es tan irreverente como dicen, es, a menudo, una forma de ocultar nuestro conformismo. Nos reímos del poder y lo acatamos. Nos reímos tanto que lloramos de risa. Nos volcamos con nuestras gracias en Twitter. Entretanto hay periódicos con secciones de tweets graciosos. Yo los leo, me río mucho.

Somos como el esclavo que ríe del tropezón del amo. Como el eunuco que ríe de lo pequeña que la tiene el dueño del harén.

¿Y si de vez en cuando decidiésemos que tomarnos en serio no es necesariamente una forma de arrogancia? ¿Y si evitar hacer chistes al día siguiente de un atentado fuese una forma de luto respetuoso? ¿Y si la literatura dejase de buscar la carcajada fácil y la lágrima fácil?

Es curioso. Yo utilizo el humor, he escrito una novela (tragi)cómica, y cada vez me revienta más el humor. Y no me refiero sólo al humor de los otros.

Alguna vez he oído decir (a hombres) que las mujeres no tienen sentido del humor. Si pienso en la literatura, la mayoría de los libros cómicos que se me ocurren están escritos por hombres (Elvira Lindo aparece ahí como excepción). Y si recuerdo presentaciones de libros en las que el autor y los presentadores se esfuerzan en ser muy divertidos, también mi recuerdo está acaparado por escritores varones. Quizá las mujeres se esconden menos detrás del humor. Tendría que pensar por qué es así. Aunque como desconfío de cualquier generalización sobre hombres y mujeres tendré que desconfiar también de ésta.

"Salvo cuando los personajes de Philip Roth hablan de su próstata, parece que los hombres no tenemos cuerpo o que todos tenemos el mismo, un cuerpo sin intimidad y sin significado."

Y ahora caigo en que hace un par de días dije que, aunque hablar de literatura femenina me parece una de las actividades más estériles a las que se pueda uno entregar, sí hay un ámbito en el que creo que las mujeres escriben de una forma particular, el ámbito del cuerpo. La mirada sobre el propio cuerpo y cómo nos define, cómo nos limita, cómo nos expone a las expectativas del otro, cómo cambia y se deteriora y lo que significa ese cambio, cómo lo marca la enfermedad, cómo lo marca la sociedad, todo eso lo he encontrado escrito por mujeres, la última vez en la magnífica Clavícula, de Marta Sanz. Pero los hombres escribimos casi como si no tuviésemos cuerpo. Salvo cuando los personajes de Philip Roth hablan de su próstata, parece que los hombres no tenemos cuerpo o que todos tenemos el mismo, un cuerpo sin intimidad y sin significado.

¿Vuelvo a caer en una generalización excesiva? Agradeceré ejemplos que me contradigan (¿o serán excepciones que confirmen la regla?).

Daniel Monedero recuerda en una presentación una gran frase de Eloy Tizón, que  cito de memoria: «Un cuento no está completo si no le falta algo». Supongo que eso mismo se lo podemos aplicar tal cual a la novela. ¿A la poesía también?

"Es la tarde después de la Diada, chispea, el Barcelona juega contra la Juventus. Creo que los tres vamos preparados para que no venga casi nadie. Así de frágil es la confianza que tenemos en los actos literarios."

E. se va hoy a la Fiesta del Libro de Medellín. Me da ahora pena que hayamos decidido que no la acompañe. Es sólo para dos días, el billete era carísimo, vamos a tener tantos viajes este otoño… Es verdad, pero me he acostumbrado a que nos acompañemos mutuamente en nuestros viajes. Uno como punto de apoyo del otro, como refugio al que regresar, aunque sólo sea brevemente, del ajetreo y del bullicio. Siempre que ella me ha acompañado a ferias o eventos literarios he sentido su presencia protectora. Bah, no me extiendo más aquí por si decido publicar también esta parte.

En Barcelona, con Pere Sureda y Magela Baudoin. A Pere no le veía desde hace años. Fue mi editor al principio de mi etapa en Ediciones B. Presentamos La composición de la sal, el libro con el que Magela ha ganado el García Márquez de cuento. La presentación sale bien, Magela tiene una forma pausada y reflexiva de hablar que invita a escucharla. Aunque teníamos nuestras dudas sobre la asistencia. Es la tarde después de la Diada, chispea, el Barcelona juega contra la Juventus. Creo que los tres vamos preparados para que no venga casi nadie. Así de frágil es la confianza que tenemos en los actos literarios. Al final, hay bastante gente; no masas, pero masas y literatura rara vez coinciden en un mismo lugar.

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