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Lo más importante

A veces me pregunto qué importancia tiene la escritura en mi vida, en mi persona. La literatura, los libros, la lectura, la escritura… Escribir no es lo más importante, pienso. Ni siquiera los libros son lo más importante. Puedo equivocarme. Pero es claro, para mí y no sólo para mí, que los libros son muy importantes en mi vida.

Una vez el escritor Esteban Díaz, autor de La cabeza de la Gorgona, por citar una novela suya muy destacada, cuando firmábamos los dos en una feria del libro en la Plaza Mayor de Madrid, me dijo que se notaba mucho que para mí los libros eran lo más importante. Y me gustó que lo dijera. Me gustó cómo sonaba.

La realidad es que puede que eso sea verdad, siempre y cuando tenga a mi familia, a mis amigos, a mi mundo, y finalmente al mundo, en el sentido más amplio, que tanto amo. La vida, la Vida.

Los libros, sin todo esto, no serían nada. La escritura, sin el mundo, el más personal, el más mío, digamos, pero también el más general, no sería nada. Los libros son el complemento perfecto, y leyendo y escribiendo vivo con mucha más intensidad la vida. Como diría mi amigo el profesor Manuel Fernández-Sande, son un componente, y lo encuentro muy sabio. En mi caso son un componente que hace que la vida tenga más peso y alcance.

"Como diría mi tía Ángeles Martínez Pérez-Mendaña, misionera y escritora: me plenifica escribir. Es decir, me hace pleno, me llena. Me redondea"

No es que viva para escribir, porque vivo para mucho más, para todo, pero es cierto que necesito escribir, que me lo pide el cuerpo, constantemente —es una necesidad que debo satisfacer, y que quiero satisfacer—, y que se ha vuelto con los años, con los muchos años, una forma de respiración. Cada vez lo necesito más.

Es como una obligación, o sin el “como”: una obligación. Un deber que en apariencia me he autoimpuesto, y digo en apariencia porque creo que aquí está la vocación. La forma que tiene de expresarse en mi vida, mi vida y mi forma de vivirla.

Es cierto que me llena escribir. Como diría mi tía Ángeles Martínez Pérez-Mendaña, misionera y escritora: me plenifica escribir. Es decir, me hace pleno, me llena. Me redondea.

Además, ya es una cuestión de disciplina, de una disciplina que creo que me va muy bien, y que la mantengo, porque considero que no es cosa de cambiarla. Por las mañanas, cuando me levanto, cojo de mi escritorio un libro y la pluma, para ir a desayunar. Hay días en que me digo que esto es una obsesión y voy a dejar el libro y la pluma, pero luego me digo a mí mismo que esto me está dando buenos resultados y que no es momento de cambiar.

"Ahora miro a mi alrededor y me doy cuenta de que “la novela” no está dentro de mí, de que la novela está fuera, entre la gente"

En este sentido creo que lo que siento escribiendo, lo que significa la escritura para mí, no está muy lejos de lo que sentían con ella los místicos. En el sentido de trascendencia, pero también de comunicación y comunicación con los otros y con algo más elevado que yo mismo, mucho más elevado, que puede ser Dios pero que también es un algo indeterminado a lo que tiende —y yo creo que alcanza— la escritura, mi escritura. Tal vez una forma de panteísmo que incluye a todos mis semejantes, todos los seres y las cosas. Trascendencia, comunicación, comunión, conocimiento… De comunicación y conocimiento se suele hablar, o se hablaba antes, cuando se trata sobre la poesía moderna.

Algunas veces he dicho, o he escrito, que para mí escribir es volar. Y no me refiero a que sea como volar, sino a que es volar literalmente, es decir, literariamente. Me elevo cuando escribo, por eso en ocasiones pienso en los místicos. Pero cuando escribo todo, entre otras cosas, con toda fuerza la realidad, a los demás, los seres, las ideas y las cosas.

Últimamente, muy recientemente, he experimentado un cambio en mí, en mi sensibilidad hacia el mundo, lo que afecta a mi sensibilidad literaria, a mi escribir, pero mucho más a mi vivir, y con él, por supuesto, a mi escribir.

Ahora miro a mi alrededor y me doy cuenta de que “la novela” no está dentro de mí, de que la novela está fuera, entre la gente, con la gente, y que tengo que vivirla, que me pide vivirla. En realidad, pienso, tengo que vivirla para después escribirla. Pero lo importante es vivirla.

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