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Lola Pons: «La politización de las lenguas nos lleva a levantar barreras»

Lola Pons: «La politización de las lenguas nos lleva a levantar barreras»

Suma excelencia en cada trabajo, en cada artículo. Su palabra, la que a su vez investiga los interiores y las vidas pasadas de otras palabras, es siempre sinónima de aprendizaje y de saber tan erudito como despojado de pretenciosa —casposa— intelectualidad: estilo que siempre se agradece. Así Lola Pons (Barcelona, 1976), profesora e investigadora universitaria, autora, entre otros libros, del conocidísimo Una lengua muy larga. Cien historias curiosas sobre el español, figura en los televisores, en las radios, en la prensa escrita y en la docencia. Puntos cardinales para situarnos en el mapa de un nombre que suena como referente del estudio de la Filología, de la lengua española. Si no han leído sus textos en Verne, de El País, ya pueden estar consultando; si aún no conocen sus publicaciones sobre sociolingüística urbana, no saben lo que se pierden; si no atienden al contenido de la entrevista —por la entrevistada, no por mí—, habrán perdido parte de su tiempo, aunque lo dediquen a sus ocupaciones más urgentes. Porque quien con Lola Pons se queda durante unos minutos, como suele ocurrir con todo profesor excepcional, gana vida. Horas de vida que nunca se irán. 

—En una ocasión, puse en Instagram una frivolidad —meme ramplón— sobre el futuro laboral de quien cursa Filología. Me reñiste, leve tirón de orejas en el comentario de la foto. ¿Tan cansada del cliché sobre la difícil salida laboral de los alumnos de Humanidades?

—Sí, cansada porque se trata de combatir un estereotipo que básicamente es falso, en tanto que tras el quiebre del ladrillo hemos podido comprobar —ya por fin, públicamente— que los ciclos laborales son cambiantes y que profesiones que parecían blindadas, como las ingenierías o la arquitectura, han tenido cifras elevadas de paro. Aquel viejo anuncio del charcutero que envolvía un filete en un título de licenciado en Filología, presentándolo como paradigma del papel inútil, nos pareció insultante a muchos filólogos en su momento y ahora nos hace reír pérfidamente.

—De ahí también, supongo, tu #FilologíaMola en las redes sociales. Un modo de insistir en que la Filología no es, contra el criterio de algunos, una carrera que se “estudie por gusto, de segunda opción”, sin “salida al mercado”. Por tanto, poco útil en la sociedad de hoy.

—Con el español en expansión en el mundo, la pulsión actual por aprender lenguas y el hecho de que cada vez necesitamos más llenar y dar sentido a nuestro tiempo de ocio, el lugar de las Filologías parece garantizado. La Filología es una profesión fortalecida. Pero es que, además, a quienes nos gustan los cuentos y las historias más que las cuentas y la Historia, la Filología nos llena a diario, porque es muy fácil que en ella converja la materia que es estudio obligado y la materia que es gusto disfrutado.

"Según lo que investigues, en Filología puedes usar pluma o calculadora"

—Sí. También tienen pocas connotaciones científicas. Las humanidades, en general, no se asocian al concepto de “disciplina científica”. Concepto que parece reservado a materias como la física o la biología.

—Absurdamente, porque justamente cuando nace la Filología, con un sesgo fuertemente historicista, por cierto, lo hace tomando conceptos y modelos de las ciencias naturales. Las familias de lenguas y las filiaciones entre manuscritos usan la imagen del árbol genealógico con el que se representaban los vínculos entre especies; las primeras leyes fonéticas se propusieron a imitación de las de la física. Hoy hacemos filología con mapas que usan sistemas de información geográfica, hacemos estadística continuamente y usamos espectrogramas para el estudio de los sonidos. Según lo que investigues, en Filología puedes usar pluma o calculadora.

—Cuéntame qué investigaciones recientes sobre el español pueden interesar al lector de esta entrevista.

—Como historiadora de la lengua, creo que en los últimos años hemos comenzado a reconstruir cuál fue la dialectología histórica del castellano; cómo eso que llamamos castellano ni siquiera en su momento inicial de surgimiento y expansión fue solo un romance de Castilla sino una suma de rasgos de las variedades circundantes. Y esa reconstrucción la estamos haciendo gracias a herramientas que se están construyendo, renovando o redescubriendo en los últimos años, como el proyecto de Diccionario histórico de la Academia o la recuperación de los materiales del ALPI (Atlas Lingüístico de la Península Ibérica) cuyas encuestas se hicieron en los años 30 pero cuyos resultados apenas pudieron verse porque los materiales se dispersaron tras la Guerra Civil. En general, estamos reescribiendo la historia del español a la luz de la variación geográfica y a través de nuevas ediciones de textos antiguos.

—Y, por favor, esa historia sobre la K del libro Una lengua muy larga. Una grafía no tan moderna como algunos estudiantes quinceañeros piensan.

—Nada moderna, porque como cuento en Una lengua muy (muy) larga la usaron, sobre todo con el apoyo del alfabeto gótico, nuestros antepasados en sus primeros y balbuceantes textos en castellanos (vedimos una kasa, escribían) y desde el XVII la han tomado cuantos han querido emprender reformas llamativas e idiosincrásicas del español. Hoy sabemos que okupar no es o mismo que ocupar, pero ese valor transgresor es muy viejo. En general casi todo lo que nos parece muy novedoso en la lengua tiene una larga historia detrás. Creo que los lectores de mi libro lo han tratado con cariño y lo han llevado a la cuarta edición porque he explicado en él que no hay nada estable en el idioma y que todo lo actual tiene un hilo que lo conecta con lo antiguo.

"No tiene sentido que la sociedad use la lengua de una forma y se prescriba que ha de usarse de otra"

—Hablando de investigaciones, grafías, historia del español… hay personas que no terminan de entender los, según su opinión, vaivenes de la Academia. Dos ejemplos actuales: aquel “idos, iros”, donde algunos apuntaron que se daba por correcto lo vulgar, o la acepción de “mujer fácil”, una decisión que muchos entendieron como machista, como que la RAE era una institución machista.

—Entiendo que tengamos mucho apego a la forma de escribir que nos enseñaron de chicos, pero todas las generaciones de hispanohablantes han pasado por reformas ortográficas desde que tenemos una ortografía oficial. Quitar la tilde a «solo», en una decisión que para mí es bien coherente, no es tan traumático como ciertos cambios que pasaron nuestros antepasados, del estilo de eliminar la «x» de «dixo» o la «qu» de «quando»… Otra cosa es el asunto de “iros”, donde tenemos que la Academia termina aceptando la forma que es más general y muchos hablantes se sorprenden de ello. No tiene sentido que la sociedad use la lengua de una forma y se prescriba que ha de usarse de otra; de hecho, me sorprende que haya muchos hablantes que prefieran que se les «prohíba» hablar como hablan.

—Me interesa mucho la relación entre lengua estándar y dialecto. ¿Por qué la lengua estándar es considerada “mejor” que sus variedades y sus dialectos?

—El estándar es la variedad a la que se tiende en contextos de ejemplaridad o de formalidad, es la lengua que escuchamos en los telediarios, la que enseñamos a los extranjeros y la que entrenamos en las escuelas. En el español no hay uno sino varios estándares según las zonas, pero hay que insistir en que el estándar no es la lengua materna de nadie. Suele partir de la lengua de una zona, de la cual se hace abstracción eliminando los rasgos más marcados. A los filólogos nos gustan las variedades, los dialectos, pero también estudiamos cómo se gestan y se van variando los estándares, porque estos han sido muy cambiantes históricamente.

—Hablemos claro: ¿por qué se suele pensar que el andaluz es un castellano mal hablado?

—Porque siempre hay sesgos económicos en la crítica social a los acentos. Y se ha hecho equivaler la distribución del tejido industrial de España (ojo, que no estoy hablando de la distribución de riqueza de materias primas) con la dignidad de sus formas de hablar. Es común a otras lenguas del mundo: las variedades que se prestigian menos son aquellas representadas por hablantes con menor poder socioeconómico. Y es curioso, porque hemos tenido presidentes de gobierno andaluces y ahora ministros y políticos de todas las ideologías que no ocultan su acento. Igual el desprestigio tiene que ver más con cómo nos vemos nosotros mismos o cómo se nos representa en las ficciones audiovisuales.

"En la comunidad hispanohablante habla mal todo el mundo y habla bien todo el mundo"

—Entonces, ¿los andaluces hablamos mal? ¿Tenemos que mejorar nuestra fonética, la pronunciación? Y el colmo: ¿es eso indicativo de nuestro nivel sociocultural?

—Pues claro que no hablamos mal. Ni los andaluces, ni los murcianos, ni los madrileños ni los peruanos, ni… Aquí, en la comunidad hispanohablante, habla mal todo el mundo y habla bien todo el mundo, porque esos parámetros de buen o mal hablar no equivalen a una pronunciación determinada ni a una zona concreta, dependen de la persona. Los patrones de corrección no tienen que ver con la fonética, sino con la capacidad de usar y entender vocabulario, con la facultad de construir una frase de forma completa, en suma, con saber expresarse. Y por encima de ello, está la capacidad de tener muchos registros, de saber que en casa puedes permitirte una coloquialidad que no corresponde en una reunión para convencer de un proyecto a una empresaria. Yo insisto mucho en la riqueza léxica, en tener mucho vocabulario, porque todo pensamiento se expresa lingüísticamente, y atesorar muchas palabras es no tener que decir nunca eso tan triste de «me faltan palabras».

—De hecho, creo que aportamos nuestra habla a Hispanoamérica. Con la inmensa riqueza verbal, lingüística e incluso sintáctica de aquellos países.

—Sí, el andalucismo del español de América está bien estudiado y explicado. Pero con los andaluces llegaron muchos otros pobladores que dieron lugar a una nivelación del español de América, se perdieron los rasgos prominentes menos extendidos, como el ceceo.

—Pero ¿puede ir desapareciendo esa riqueza en un mundo cada vez más globalizado? Me imagino que todos sabemos de qué estamos hablando: los numerosos préstamos que incorporamos de la lengua inglesa. Cada vez tenemos una personalidad lingüística más uniforme. Sobre todo en Europa.

—Hay globalización lingüística, pero esta globalización despierta eso que llamamos la «glocalización», o sea, el gusto por la expresión local y su reivindicación.

 

"El esperanto fue un intento voluntarista, con una idea muy ecuménica de que la igualdad lingüística haría desaparecer la desigualdad social"

—Incluso se pretendió, sin éxito, crear una lengua que fuese referencia para cualquier hablante del mundo: el esperanto.

—Fue un intento voluntarista, con una idea muy ecuménica de que la igualdad lingüística haría desaparecer la desigualdad social. Pero las lenguas inventadas, de las que ha habido muchos intentos además del esperanto, tienen el problema de la falta de variedad interna que poseen, en tanto que no son lenguas naturales.

—Eso quizá sea señal de que las lenguas evolucionan, y de que, en ciertas cuestiones culturales, las imposiciones son contraproducentes. Quizá por eso el inglés sí haya triunfado. Porque, más que imposición, es un acuerdo entre una comunidad de hablantes. Y que progresa su curso con naturalidad, adaptándose a las necesidades de aquellos.

—El inglés es la lengua franca actual, pero tenemos que trabajar para no dejar de acuñar terminología en nuestras lenguas, porque eso sí supondría un estrechamiento de posibilidades.

—Y sobre recientes debates en torno a una lengua, ¿cómo ves la consideración del asturiano como lengua cooficial del Estado?

—Todo proyecto de cambio en una política lingüística tiene que plantearse si cuenta con un apoyo social amplio. Para cualquier variedad que trata de gestar o renovar un estándar, está siempre el peligro de que la estandarización, paradójicamente, haga peligrar la riqueza de los dialectos internos o los desprestigie. En cualquier caso, no conozco bien en qué punto se encuentra en este momento el debate político para el asunto del asturiano.

—Es un asunto complicado porque, en muchos casos, se confunde lengua y política. O mejor dicho: lengua e ideologías identitarias.

—Esto ya es otra cosa, porque supone el uso político o politizado de las lenguas, que es distinto de su uso social por parte de los hablantes. Si los hablantes por naturaleza buscamos hacernos entender, allanar puentes y comunicarnos incluso con ese extranjero de cuya lengua no tenemos idea, la politización de las lenguas nos lleva justo a lo contrario, a levantar barreras, a inventar fronteras o a convertir en problema lo que no lo es.

—Me pareció muy divertida —acertada— una frase que comentaste en una entrevista en El País. La de que nada más sobrevalorado que el lenguaje oscuro en los intelectuales y la música de fondo en las fiestas. Respecto de lo primero, Juan de Valdés, en su Diálogo de la lengua, ya apuntaba algo similar. Pero aun así se sigue confundiendo rigor con artificiosidad de la escritura. Sobre todo, espero que no me vuelvas a reñir, en la literatura académica.

—La oscuridad la suele dar la terminología. Y los investigadores universitarios solemos ser también docentes, por eso es importante que sepamos armar a nuestros alumnos de terminología, con sentido, haciendo transparente su significado, para que ellos a continuación emprendan el camino inverso y partan de su conocimiento especializado a enseñar a entender la lengua primero desde la intuición y el uso y luego llamando por su nombre técnico a esas intuiciones. 

"Admiro mucho a Nebrija por su modernidad al describir la gramática del español y por su forma de explicar la ortografía"

—Sin embargo, te encanta Nebrija. Que cuando le daba por ponerse estupendo, se ponía.

—Admiro mucho a Nebrija por su modernidad al describir la gramática del español y por su forma de explicar la ortografía, que es una parte menos conocida del gramático sevillano. En los últimos meses me estoy dedicando a editar e investigar sobre otro gramático algo posterior, Juan de Valdés, que criticaba mucho a Nebrija. Valdés es un individuo lingüísticamente muy rico. Así que tengo amores divididos, pero puedo querer a dos gramáticos a la vez… y no estar loca. 

—También leí, en esa entrevista, que aún hay profesores que firman trabajos de sus pupilos. Eso me lleva a preguntar por la situación actual de la universidad pública en España. Alguna que otra vez cuestionada: nepotismo, clientelismo…

—Para mí el peor -ismo es el papelismo. Y no tengo la solución para ello, porque hemos sufrido tantos vaivenes en la legislación universitaria que ya no sabemos cuál es la fórmula correcta. pero desde luego, veo alarmante que se pueda llegar a ser profesor universitario simplemente acumulando papeles de méritos y sin mostrar cómo das clase y cómo te manejas hablando en público.

—Tus trabajos de investigación en la universidad son, principalmente, sobre el siglo XV. A mí es un siglo que, en la literatura, me interesa mucho: esboza, por un lado, los primeros signos del Renacimiento pero, por otro, los futuros rasgos estilísticos del Barroco. ¿Dónde está nuestra tradición literaria: en el Renacimiento o en el Barroco?

—En la tensión entre la construcción de una forma aparentemente desnuda y otra muy artificiosamente vestida. Somos las dos cosas, y ese Jano bifronte lo es también la lengua literaria, que fue muy cíclica del XV al XVII, con periodos de intensa oscuridad y otros de aparente naturalidad. Con los distintos proyectos de investigación y tesis doctorales que he dirigido sobre el siglo XV cada vez me convenzo más de que fue una etapa heroica por la manera esforzada en que los letrados de ese tiempo se intentaban acercar a la luz italiana del Renacimiento.

"Lazarillo soy y a Lazarillo adoro, y en el Lazarillo creo y al Lazarillo amo"

—¿Y la literatura moderna: Cervantes o Fernando de Rojas?

—¿Yo? Lazarillo soy y a Lazarillo adoro, y en el Lazarillo creo y al Lazarillo amo. La historia del pícaro abraza lo que tiene de realidad y calle la Celestina y anticipa lo que tiene de cárcel y de apariencias el Quijote.

—Sobre ese siglo XV, donde se atisba el origen del español pero aún persisten formas dialectales del castellano, una pregunta un tanto recurrente para los que os dedicáis al estudio de la lengua española: ¿castellano o español?

—Son cuestiones distintas la preferencia individual (por ejemplo, los andaluces solemos preferir «español»), el nombre oficial (ahí la Constitución optó por «castellano») y, en mi caso, la visión histórica: prefiero hablar de «castellano» para lo que se habla hasta el siglo XV y de «español» para lo que se habla a partir del XVI. Cuando hablo de «castellano» hoy, me suelo referir, como en mis clases, a la variedad dialectal de Castilla, que estudiamos en Filología, al igual que se estudia el extremeño, el español de América o el español hablado en Galicia. Pero no me gustan las imposiciones en la lengua, que cada cual llame a su forma de hablar como quiera. Cuando en América alguien te dice, con un seseo que te recuerda a un trianero, que lo que él habla es «puritito Castilla» te está resumiendo que la lengua es suma y mezcla. Historiarla es ir descubriendo los ingredientes de un experimento que sigue elaborándose. 

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