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Blue Jeans: «Mi aspiración es estar en el mundillo literario el máximo tiempo posible»

Blue Jeans: «Mi aspiración es estar en el mundillo literario el máximo tiempo posible»

Leemos en Wikipedia que Francisco de Paula Fernández González, o sea, Blue Jeans, nació el 7 de noviembre de 1978 en el municipio sevillano de Carmona; en la web AlohaCriticón, retrasan el alumbramiento de la criatura un par de años; en su web y en sus libros, el autor juvenil —en este caso, el calificativo es siamés del sustantivo— se limita a citar día, mes y lugar de nacimiento. A Zenda nos cuenta que esconde la fecha de su venida al mundo por una manía, y de ahí no lo sacamos. Allá él. Ya invocaremos, si es necesario, a Dionisio el Exiguo para que nos eche un cable.

«¿Por qué vas a la ópera, si te duermes? / ¿Por qué te vistes a la moda, si te sienta como un tiro?», preguntó en uno de sus programas el magnífico Jesús Quintero, El Loco de la Colina. Fernández González, digo, Blue Jeans —se me hace raro hablar de/con un tipo que firma «Vaqueros Azules»— es, ante todo, un tío muy humilde, que viste cómodo, que antepone su obra a su personaje —eso afirma— y que tiene muy claro cuál es su papel en el ecosistema literario. Por eso me cae simpático. Este ídolo de masas adolescentes, efervescentes, tecnológicas y posmodernas, acaba de publicar su primera novela de misterio: La chica invisible (Planeta, 2018). En ella, cuenta cómo un joven raro, una buena estudiante y los padres de esta —un policía y una forense— intentan resolver un caso de asesinato. Pretende ser un libro realista, pegado al hoy. Está dirigido a un «ejército de corazones azules y blanditos, amante de las rosas y también de sus espinas».

En fin, aquí va el fruto de nuestro encuentro:

P: ¿Cómo prefiere que le llamen: Blue Jeans, Francisco de Paula…?

R: Pues mira, en mi casa me llaman Paco (risas). Lo que pasa es que los chicos, en internet, me llaman Blue. Así que como quieras. Pero Francisco de Paula no, que es muy largo, muy formal.

P: ¿Qué simboliza su gorra: es un estandarte, un escudo…?

R: Es una seña de identidad. Al principio era un método de defensa: llevaba la cabeza rapada cuando empecé con todo esto y pensé que eso podía causar impresión. Comencé a ponerme gorras cuando empecé a entrenar en fútbol sala, también llevaba la cabeza rapada en ese entonces. Y ahora se ha convertido en una seña de identidad. Me da seguridad.

P: ¿Seguridad respecto a…?

R: No… Es como quien lleva sus pantalones preferidos. A mí me gusta ir muy cómodo. En las firmas voy lo más cómodo posible. No me pongo chaqueta y corbata. Y con la gorra me siento cómodo: en los actos, en las fotos…

P: En la breve biografía que aparece en el libro, leemos que nació en Sevilla “un 7 de noviembre”. ¿De qué año?

R: El año no lo digo. Si no está ahí es por algo.

P: ¿Por qué?

R: Es una manía. Cuando empecé en internet, en Fotolog, nadie sabía nada de mí. Me han preguntado muchas veces qué años tenía y nunca lo dije. No creo que sea importante la edad que tenga. Hay edades por ahí, de todo tipo, la Wikipedia está equivocada…, que cada uno ponga la que quiera.

"Escribir para jóvenes es lo mejor que me ha podido pasar en la vida. Los lectores juveniles son superfieles"

P: ¿Ha pensado alguna vez en librarse del calificativo «juvenil» que siempre acompaña a sus libros?

R: No, para nada. Eso de «librarse» suena a que quiero escapar de ello. Y no, en absoluto: estoy superorgulloso de escribir literatura juvenil, este tipo de libros. Escribir para jóvenes es lo mejor que me ha podido pasar en la vida. Los lectores juveniles son superfieles. Es gente que me ha dado todo en la vida, desde el principio, desde que empecé en internet. Para mí, esa etiqueta es perfecta.

P: La chica invisible es su primera novela de misterio.

R: Entiendo que los libros no tienen edad. Una novela catalogada como «juvenil» puede gustarle a cualquier persona. Es cierto que esta historia es para todos los públicos. Aunque los protagonistas son dos adolescentes, he intentado que los adultos intervengan y tengan un papel importante. De hecho, la madre de Julia es forense; el padre, sargento de la Policía judicial. Quería darle autenticidad a la historia. Lo de Julia y Emilio, dos chicos de 16 años, persiguiendo un misterio, me sonaba a Scooby Doo.

P: Escribe en el cuadernito que acompaña a La chica invisible: «Somos un ejército. Pero un ejército de corazones azules y blanditos, amante de las rosas y también de sus espinas. Natural». Y, en las páginas finales del libro, leemos: «Al cierre de estas páginas, somos más de 171.000 en Twitter, 49.000 en Instagram, más de 70.000 en Facebook y casi 29.000 en el canal de YouTube». ¿Cómo digiere usted ser un ídolo de masas adolescentes?

R: Lo llevo con mucha tranquilidad. Nunca me he considerado un ídolo de masas o cosas así. Lo bueno de mi historia es que quienes se han hecho famosos o conocidos son mis libros. Si no llevara un «Blue Jeans» puesto en la gorra, me conocería muy poquita gente. Conocen a Blue Jeans, los libros de Blue Jeans… No quiero decir que esté en un segundo plano, que es lo que he pretendido siempre, pero, para mí, lo importante es la obra. Los importantes son los libros y los lectores.

P: ¿Siente que tiene alguna responsabilidad con los jóvenes?

R: Es indudable que cuando te va leyendo cada vez más gente, en edades complicadas, en las que estás cambiando, formando la personalidad… Yo esa responsabilidad la he asumido hace tiempo. Trato con mucha rigurosidad y con mucho mimo temas complicados: anorexia, bullying, identidad sexual… Un montón de temas que creo que son los que interesan a la gente joven, y he sido muy puntilloso. Después puede gustar el libro o no, pero he tratado estos temas con mucho cuidado. Tengo una hermana psicóloga, y cuando tengo que tratar estos temas, acudo a ella. Tengo una responsabilidad y la he asumido hace años, sin ser yo un médico, un psicólogo o alguien que, a lo mejor, puede dar consejos a estos chavales. Siempre les digo que tienen que buscar una ayuda en su entorno.

"En otros libros sí, he hablado de las drogas e incluso del sida, que es un tema olvidado. He tratado estos temas con documentación, con rigor…"

P: En su novela, sus personajes beben mucha Coca-Cola; por otro lado, encontramos grandes críticas al alcohol y a las «putas drogas».

R: Bueno… El tema del alcohol y las drogas los he tratado antes. En esta novela, lo que me interesaba era la investigación policial. La he intentado hacer lo mejor posible. Y luego, temas secundarios que apoyan la historia: el caso de Emilio con sus padres, el de las notas de Iván, el de la aparente seguridad de Julia en sí misma… En otros libros sí, he hablado de las drogas e incluso del sida, que es un tema olvidado. He tratado estos temas con documentación, con rigor… Pero, en este libro, el tema principal era la investigación. No quería que se me fuera a CSI o a Mentes criminales (risas).

P: ¿Y las redes sociales? ¿Acaso no son una droga peligrosa?

R: Sí, claro que lo son. Hay gente muy enganchada, gente adicta, gente que no puede vivir sin las redes y que las utiliza mal. Las redes han traído cosas buenas y malas. Yo soy un usuario diario, tengo que estar pendiente de mis lectores. Respondo a mis lectores. Yo no me considero adicto, pero sí que es cierto que hay mucha gente adicta.

P: En su libro encontramos ejemplos cotidianos, no sé si inofensivos, no sé si inquietantes. Por ejemplo: Julia empieza a ilusionarse con Iván porque empieza ella a seguirle en Instagram; esos dos jóvenes que se presentan —no recuerdo quiénes eran— y, acto seguido, «bajan la cabeza y echan un vistazo a sus móviles», por no hablar de ese grupo de WhatsApp en la que todos aquellos que despreciaban o ignoraban a Aurora, tras su muerte, no escatiman en pucheros virtuales.

R: Tú, antes, conocías a alguien y le dabas el teléfono; ahora, los chicos se dan la cuenta de Instagram y se empiezan a seguir por Instagram o por Twitter. Eso es así, yo intento que el libro sea lo más realista posible. Y en esto estamos ya. Sobre el segundo ejemplo: eso es también así. Yo estoy comiendo con mi chica y, a veces, tengo que echarle la bronca en plan «deja ya el móvil». Yo estoy con mi hermana y mi hermana está todo el rato con el teléfono móvil. Tú vas a la cafetería donde suelo ir, y hay un grupo de amigos o amigas, y los tres o cuatro están con el móvil. Y lo del grupo de WhatsApp: ¿cuántos grupos de WhatsApp tenemos cada uno? Yo tengo pocos, porque no me gustan. Pero hay grupos en los que se cuenta todo. Y no es lo mismo lo que se dice en WhatsApp que lo que se habla en la realidad. Eso sí es una especie de crítica. Tú estás ignorando a una chica toda su vida, y por el morbo de lo que ha pasado con la pobre Aurora, de repente, «ay, pobrecita». Eso pasa. No al extremo de una muerte, pero pasa.

P: En La chica invisible alerta contra los linchamientos virtuales.

R: Sí. Yo, que uso tanto las redes sociales, que estoy tan metido en ese mundo, he tenido que dejar de mirar Twitter. Sí que sigo haciendo caso a lo que me escriben, y respondo, pero no leo nada de lo que aparece en Twitter. Todos los días hay un linchamiento. La gente juzga antes de saber si es algo verdad, y esos temas me ponen muy nervioso. De hecho, me afecta. La radicalización de todo me afecta. Yo, que intento ser comedido en las cosas, ser prudente, cuando veo que todo el mundo critica, insulta, va a linchar a alguien, no lo soporto. Aunque no me afecte a mí. Pero me pongo en la piel de la persona que lo sufre, y lo paso mal. Estoy bastante aislado de todo. Leo las noticias y punto.

"No quise poner nombre al pueblo para no ofender a nadie. No vaya a ser que vaya luego a Carmona y me digan lo que has puesto aquí, no veas cómo has dejado al alcalde"

P: Pasemos de la «aldea global» al pueblo que aparece en La chica invisible. Es un pueblo sin nombre, muy cenizo, amargo, marujo.

R: No quiere decir que los pueblos sean así. Yo soy de pueblo, de Carmona. Aunque tengamos el título de ciudad, yo siempre lo he considerado mi pueblo. Todo el mundo se conoce y todo el mundo habla, es normal. Pero cuando pasan cosas como el asesinato de Aurora, todo el mundo opina, todo el mundo juzga. En principio, en mi cabeza tenía mi pueblo, Carmona: las distancias, el mapa… No quise poner nombre al pueblo para no ofender a nadie. No vaya a ser que vaya luego a Carmona y me digan «lo que has puesto aquí, no veas cómo has dejado al alcalde» (risas).

P: ¿El concepto educativo de «lectura obligatoria» es un oxímoron?

R: A mí el concepto de «lectura obligatoria» no me gusta. Incluso con mis libros. Cuando me han dicho: «Tu libro lo van a leer 35 alumnos de tal clase». Son 35 ventas, tendría que estar contento (risas). Pero me rechina. A alguno no le gustará cómo escribo, el tipo de libros que hago… Entiendo que los chicos tienen que leer. Ojalá leyeran más, aunque los jóvenes leen más de lo que se piensa. En época de crisis, la literatura juvenil ha sido la única que no se ha caído. Incluso se ha incrementado. No estoy hablando de youtubers, sino de gente que escribe buena novela juvenil. No estoy en contra de que los chavales lean clásicos. Los clásicos los deben conocer. Pero no es habitual empezar con Cervantes o Quevedo.

P: ¿Cómo hacemos entonces para que los jóvenes descubran a los grandes, la Literatura con mayúscula, de verdad?

R: Pues hay que marearse un poco. Yo he estado en un colegio donde la clase que más libros leía se iba de viaje de fin de curso a tal sitio. Y tenían puestos unos indicadores de lectura. Entonces, los chavales iban apuntando los libros que iban leyendo. A lo mejor, el clásico valía tantos puntos, el otro, tantos… ¿Por qué no se adaptan más libros? Un ejemplo: yo participo en un proyecto que se llama «El tercer Quijote». Chicos de quinto y sexto de primaria, de todos los colegios de Alcalá de Henares, tutelados por un escritor y un profesor, han escrito un tercer Quijote. Eso ha ayudado a que los chavales conozcan al Quijote, a Sancho Panza, a Dulcinea… Estas cosas hay que trabajarlas. Pero si llegas: «Esta semana tienes que leer el Lazarillo de Tormes y hacer un trabajo». Así no se crean lectores.

P: Finalmente: ¿usted a qué aspira como escritor?

R: ¡Ostras! ¿A qué aspiro? Pues mira… (Piensa) Ojalá viviera siempre de los libros. He conseguido que mi pasión se haya convertido en mi trabajo. Le echo más horas, cada vez soy más exigente conmigo mismo. Eso no quiere decir que sea mejor o que guste más. Pero lo intento hacer lo mejor posible. Aprender, mejorar, tener los pies clavaditos en el suelo. Este mundo es superefímero. Ahora me va muy bien, pero a lo mejor, en dos o tres años, la editorial o la gente se cansan de mí. Y me tengo que buscar la vida de otra manera. Mi aspiración es estar en este mundillo el máximo tiempo posible.

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