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Los álbumes del gato Boris, de Erwin Moser: Canción afinada

Los álbumes del gato Boris, de Erwin Moser: Canción afinada

La serie de álbumes protagonizada por el gato Boris pertenece a la parte final de la trayectoria del artista austriaco Erwin Moser, figura destacada de la ilustración de las últimas décadas. Su edición en óptimas condiciones permite recuperar a un autor algo olvidado en nuestro país en los últimos años, dotado de una gran inventiva y de una valiosa capacidad para representar, con aparente sencillez de medios, la aventura alegre.

Sus historias se articulan siempre en seis únicas viñetas, una por página, en formato apaisado. Se disponen en forma de planos generales o de conjunto, con uno o dos personajes a lo sumo, en un paisaje doméstico o campestre. El dibujo es a plumilla, coloreado con tonos suaves y luminosos (azules, blancos, mentas…), de trazado simple (la cabeza del gato Boris es prácticamente una bola de plastilina naranja, tal como la dibujaría un niño). Quizás por todo esto, el arte de Erwin Moser podía parecer sencillo, ingenuo, pero no lo es en absoluto. No conviene confundir la candidez o la impericia con la capacidad para representar un mundo alegre, orientado a la gracia. Dicha capacidad exige un espíritu atento a la risa del niño, desprendimiento de afectación y conocimiento de los resortes clásicos de la comedia (por ejemplo, de la desarrollada en el cine mudo).

Otro elemento importante que contribuye a la claridad de la serie del gato Boris es el ritmo perfectamente acompasado de las imágenes y el texto, que funcionan como una pareja de baile. De ahí el encanto, la musicalidad de estos álbumes que hablan con imágenes.

Bastará con recordar la primera de las historias (se agrupan a razón de ocho por álbum), titulada “La llegada”, para comprender a la perfección esta síncopa musical, así como la eficacia narrativa y plástica conseguida por Moser. En el texto al pie de las viñetas se lee lo que sigue:

El gato Boris flota por el río dentro de un pequeño barril. ¿De dónde viene? Nadie lo sabe.

Se aproxima una tormenta. Boris desembarca en un recodo del río. Una lechuza observa al gato.

Enseguida empieza a llover. La lechuza, curiosa, sigue a Boris desde el aire.

En el dibujo que comparte página con esta leyenda el lector ve cómo, al margen de las gotas de lluvia que rayan la viñeta en diagonal, un par de ellas rebotan en la mano del gato Boris, que evidencia con este gesto característico y universal para cerciorarse de que está lloviendo, lo que el dibujo ya mostraba  y lo que el ojo está leyendo. Es este subrayado esencial, nada cargante, lo que garantiza la gracia del acoplamiento, lo que, lejos de resultar redundante, garantiza el “movimiento único” de la página, su transparencia, la reunión de todas las energías desplegadas por la imaginación (dibujadas y escritas). Es el arte elegante y eficaz de los mimos, el oficio de los actores del cine de orígenes, la maestría del autor de álbumes.

La historia continúa:

Boris se cobija bajo un árbol. —Conozco una casa vacía que podría ser para ti— le dice la lechuza.

(Este diálogo tiene su correlato mudo en la mirada encontrada de las córneas azules del gato Boris y de las córneas amarillas de la lechuza).

La lechuza acompaña a Boris hasta una casita. Llueve a cántaros.

(Este par de frases aparecen como reflejo de una viñeta donde, en delicado escorzo, el felino corre y la rapaz vuela hacia la casa).

La sexta y última viñeta es un interior. El gato Boris aparece tumbado en una cama, risueño. A los pies de esta, de perfil, la lechuza observa a su nuevo amigo.

La casa está seca. Boris se tumba en la cama. —Me gusta este lugar —dice—. Creo que voy a quedarme una temporada.

Es difícil encontrar una presentación mejor. La pequeña aventura (llegada misteriosa, encuentro sorprendente, tormenta repentina) se resuelve en un final cálido y amistoso. Y el pequeño felino intuye y adelanta a quien escucha y a quien mira y lee que esto sólo es el principio de algo.

Así será a lo largo de las peripecias recogidas en los diferentes volúmenes publicados hasta la fecha (El coche bañera, El pez dorado). Los episodios irán encadenándose y el gato Boris conocerá nuevos personajes, encuentros siempre benefactores, sin antagonistas: el erizo Ernesto, el oso Bruno, la Gata salvaje, la rana Álex, los jabalíes Irene y Carlos, el tejón Guille…

En este ambiente de camaradería y buena vecindad dos son los motores principales de la aventura: el deseo de ayudar o agasajar (a una gaviota desvalida en medio de la tormenta, a un carrito de bebé a la deriva en el río, a un vecino en su mudanza, una visita de cortesía…) y la inventiva lúdica, que permite convertir una bañera en un coche, una mesa en un trineo, un neumático en un nido de cigüeñas… La ingenuidad y la buena intención reciben siempre premio en este mundo alegre, la torpeza encuentra un final feliz y el azar convierte una razón buena en una razón óptima.

Todos los movimientos, por arriesgados que puedan ser, desembocan en dicha (si un coche cae por el precipicio, aterrizará en el tren que deseaban coger y ya se iba, si una cosa se pierde, se encuentra otra mejor o más graciosa). Es la enseñanza que brinda el universo de Moser, donde vive su gato Boris. La actitud abierta (venir de no se sabe dónde), confiar en el juego, integrarse en la comunidad, ayudar y buscar cosas nuevas, propicia una aventura dichosa. La música afinada de las palabras y las imágenes entona esa canción de vida.

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Erwin Moser, El gato Boris. El coche bañera. Flamboyant, 2022

Erwin Moser, El gato Boris. El pez dorado. Flamboyant, 2023

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