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Los amigos lectores

Uno es de donde nace, oímos siempre decir, aunque en mi tierra escuché con frecuencia aquello de que uno, “más que de donde nace, es de donde pace”, por no mencionar la versión que allá en el siglo XVI nos legó Francisco Delicado en su famosa La lozana andaluza, asegurando que “uno no es de donde nace, sino con quien pace”. Me encanta… Opción a la que añadir las palabras de Max Aub afirmando que “uno no es ni de donde nace ni de donde vive, sino de donde estudió el bachillerato, que es el lugar donde despertó a los sentidos, al amor y a una primera consciencia sobre el mundo propio y ajeno”. Y así hasta llegar a mi inolvidable Antonio Pereira, a quien, en acalorado debate sobre el tema en su amada Villafranca del Bierzo, le oí cortar por lo sano los mil argumentos de cada cual asegurando que “los que escribimos no tenemos ese dilema, porque sabemos que uno es realmente de donde tiene su biblioteca, que es en realidad el lugar que menos abandonas o al que siempre deseas llegar”.

"Por eso he disfrutado tanto este libro, y desde su portada, con esa foto en la que se ve a un Miguel Munárriz niño, subido a un muro, con un pie en la piedra y el otro al aire"

Y el nombre de lugar al que quiero llegar en estas líneas es precisamente el de otro escritor, Miguel Munárriz, que acaba de recoger en La escritura contra el tiempo un buen puñado de sus crónicas publicadas durante años en Zenda, revista digital que espero acoja ahora también esta debilidad mía, sin considerarla endogamia entre amigos y colaboradores de la casa, aunque a decir verdad empiezo a tener una edad en la que esto de ser acusado de prevaricación sentimental me importa un bledo. De cualquier forma, no quiero hablar en esta ocasión de su libro, sino de las amistades que se hacen por coincidir en las mismas lecturas. Por coincidir, mejor dicho, en la misma opinión, pasión, rechazo o reincidencia incurable en algún mismo autor, o título concreto, a lo largo de nuestras vidas. Poder ser más o menos distintos, y hasta antagónicos, en otras ocupaciones, criterios, trayectorias, manías, querencias, dolores musculares, incluso pasiones deportivas imposibles de conciliar cuando uno es del Sporting de Gijón, y otro del histórico, aguerrido, elegante, electrizante y celeste Real Oviedo. Y no les daré el gusto de desvelar a cuál de ambos clubes nos debemos cada uno, sólo insistir de nuevo en que pueden separarnos menudencias o abismos en otras cuitas y maitines, pero nos ha unido siempre la misma devoción literaria. Ese nombrar de pronto en mitad de nuestras charlas a alguien del que no habíamos hablado nunca antes, a pesar de nuestra ya prolongada andadura de allegados en la materia, y sentir al instante ese silencio sorprendido, pero a la vez respetuoso y a la espera, aguardando a comprobar si una vez más el otro exclamará asombro y coincidencia, o rechazo común por muchos parabienes que atesore el mentado o la mentada en los suplementos y escaparates literarios de moda. Aunque en este último caso el tema no dará mucho más de sí, y en cambio la celebración se elevará y ensanchará en exceso, y dejando además por ambas partes puntual constancia del hecho, al evocar sobre la marcha tal o cual anécdota, o artículo al respecto escrito en el pasado, o envío de la correspondiente foto esa misma noche y ya desde casa atestiguando los ejemplares y primeras ediciones del autor o la autora que ocupan lugar de honor en nuestra biblioteca; ese lugar que es realmente de donde uno es, según nos enseñó Pereira, al que imagino que en semejante trance, pero hablando en este caso de definir la amistad —otro género al que se han dedicado miles de tentativas—, aseguraría que un amigo es en realidad aquel con el que has compartido a lo largo de la vida las mismas lecturas. O, dicho de otro modo, las mismas derrotas, las mismas historias, las mismas heroínas, las mismas bombillas encendidas en mitad de la noche, la misma vocación, los mismos sueños… Y todo eso no significa necesariamente pensar lo mismo, pero sí sentir lo mismo. Y no hay lazo más cierto.

"Este hermano de charcos, que subraya los mismos subrayados, rememora las mismas pasiones, los mismos textos, nuestra tierra al unísono"

Por eso he disfrutado tanto este libro, y desde su portada, con esa foto en la que se ve a un Miguel Munárriz niño,  subido a un muro, con un pie en la piedra y el otro al aire, en el vuelo, mientras sus ojos, apocados aún, con timidez y duda, sin creérselo del todo, miran ya sin embargo hacia lo lejos, y con luces muy largas, como hacía su amigo Luis Eduardo Aute sentado de niño en el muelle del puerto filipino de Manila, mirando al horizonte, aprendiendo ya a ser poeta, que es cantar lo perdido, pero arañar lo por venir, la sensibilidad alerta, soñar lejos… o como decía Stevenson, el hijo del constructor de faros, el autor de La isla del tesoro, confesando ya adulto que comenzó a tener imaginación cuando el columpio de su jardín infantil se elevaba y él llegaba a ver un instante, lo lejano, lo allá, lo más allá aún, por encima del alto y grueso muro de piedra de su casa… Soñar, viajar, llegar, ilusionar, tocar el infinito, la vida por delante y sus mil vidas e historias por contar: literatura.

Este hermano de charcos, que subraya los mismos subrayados, rememora las mismas pasiones, los mismos textos, nuestra tierra al unísono, construida por supuesto con el barro de esos nombres canónicos y unánimes donde pacen los Joyce, Onetti, Cortázar, Rulfo, Capote, Salinger, José Agustín, don Ángel, Claudio, Plath, Pamuk, Szymborska, Allen Ginsberg, Walt Whitman… pero aparecen de pronto con vitola sagrada y casi con marchamo de propiedad exclusiva —valiente espejismo— los Arreola, los Saroyan, o nuestra inclinación y ternura irredenta hacia ese imprescindible del alma llamado Julio Ramón Ribeyro, que nos enseñó La tentación del fracaso, y dejó escrito, por cierto, que “un amigo es alguien que conoce la canción de tu corazón y puede cantarla cuando a ti ya se te ha olvidado la letra”.

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Autor: Miguel Munárriz. Título: La escritura contra el tiempo: Ayer fue miércoles toda la mañana. Prólogo: Ricardo Labra. Fotografías: Daniel Mordzinski. Editorial: Luna de Abajo. Venta: en la página web de la editorial.

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