Marina Warner ya nos lo advirtió en uno de sus ensayos sobre el cuento: «El mapa de los cuentos de hadas aún contiene muchas esquinas inexploradas y mucha terra incognita, y el interés por descubrir nuevas partes de su territorio sigue creciendo entre diversos tipos de público». Es así, desde luego. La bibliografía relacionada con lo maravilloso me parece tan inabarcable como la legendaria biblioteca de Alejandría. Por otro lado, María Tatar, en su libro La heroína de las mil caras, introduce un matiz interesante sobre la parcialidad y transformación de las obras que han llegado a nuestros días: «Cuando los cuentos de hadas se trasladaron de las salas de hilado, los círculos de costura y la chimenea a la guardería, perdieron gran parte de su energía subversiva. Los editores de las famosas colecciones que se siguen publicando hoy en día —los hermanos Grimm, Charles Perrault, Joseph Jacobs, Alexander Afanásiev, etcétera— eran en su mayoría hombres, destacadas figuras literarias y actores políticos que no mostraban ningún reparo a la hora de tomar las riendas y reconvertir esas voces fastidiosas». Voces femeninas, por supuesto. También fascinantes y, lamentablemente, en muchos casos, desconocidas hoy en día. Historias silenciadas que Cuentos de hadas crueles, publicado por Horror Vacui, recupera con una cuidada selección de dieciséis relatos y una labor de investigación imprescindible.
El prólogo lo deja claro: no estamos solo ante una recopilación de relatos olvidados, sino ante una reivindicación. La de los cuentos como territorio político, como refugio y como espacio de resistencia femenina. No es casual que muchos de los relatos seleccionados se sitúen lejos de los grandes cánones y de las versiones dulcificadas. Aquí no hay zapatos de cristal ni finales felices garantizados. Aquí hay sangre. Castigos. Muerte. Transformaciones que no siempre redimen. Y una oscuridad que, muchas veces, es la mejor forma de denuncia. Tal y como se afirma en el ilustrativo prólogo: «Los cuentos de hadas, en su origen, eran un espacio donde las mujeres podían expresar sus miedos, sus deseos y su visión del mundo. Según la folclorista y teórica de la literatura María Tatar, los cuentos de hadas orales eran, además, una forma de resistencia ante el control patriarcal, pues a través de estos relatos podían hacerse cargo de sus propias historias, confrontar los temores sociales y dar voz a los aspectos más sombríos de la vida cotidiana». No es extraño, por tanto, que en esta selección se incluyan «los más violentos y crueles». Y, con acierto, los menos famosos, que no han perdido la capacidad de «causar asombro en el lector». Asombro que también experimentamos al leer las breves biografías de las mujeres antologadas, desde Dorothea Viehmann hasta las hermanas Hassenpflug o Wild —todas ellas inspiración y fuente de muchos de los cuentos recogidos por los Grimm—; Laura Gonzenbach —otra escritora olvidada, recopiladora de cuentos sicilianos—; Madame d’Aulnoy —una de las principales conteuses, contemporáneas de Perrault que utilizaron la figura del hada como reivindicación—; Nanette Lévesque —que pasó parte de su vida «contando cuentos por limosna»; Verra Xenophontovna Kalamatiano De Blumenthal, Cecilia Böhl de Faber o Elodie Lawton Mijatovic —recopiladoras de cuentos rusos, españoles y del folclore de los Balcanes, respectivamente— y la austríaca Bozena Nemcová, que para mí ha sido uno de los descubrimientos del libro con sus dos cuentos: uno con ecos de Los niños tontos, de Ana María Matute, y otro sobre hadas monstruosas.
Cada una de estas mujeres, según nos demuestra Cuentos de hadas crueles no solo narraban, también creaban. Inventaban, adaptaban, interpretaban la realidad a través del símbolo. Sus cuentos eran vehículos de una sabiduría popular muchas veces cruda, siempre elocuente. La edición comentada permite al lector trazar una evolución de estilos y temáticas que enriquecen aún más el volumen. Como he señalado antes, uno de los grandes logros del libro es, sin duda, su capacidad para alejarse del cliché del cuento de hadas infantil. Como bien se explica en la introducción, los cuentos recogidos entre los siglos XVII y XIX no estaban pensados para niños. En su origen, eran relatos para adultos, con una carga simbólica, violenta y muchas veces sexual, que ha sido sistemáticamente depurada en las versiones modernas. En este libro, la oscuridad se recupera sin tapujos. No por morbo, sino por fidelidad a una tradición que entendía el cuento como espejo distorsionado de la vida. No es un libro amable. No lo pretende. Es un libro que confronta. Que nos devuelve la violencia simbólica de muchos de estos relatos, lejos del edulcoramiento de Disney. Una violencia que, leída desde hoy, tiene mucho de alegoría: mujeres encerradas, perseguidas, castigadas por su inteligencia o su deseo. Madrastras inquietantes, hermanas vengativas, brujas que saben demasiado.
Y, sin embargo, no todo es sombra. Hay también, en estos relatos, una pulsión vital, un deseo de justicia, una forma de sabiduría que brilla entre líneas, con tres temáticas principales que me atrevo a trazar y dentro de las cuales puedo englobar algunos de los cuentos que más he disfrutado: el pacto con una entidad sobrenatural, en ocasiones diabólica; los de madres/madrastras malvadas y un tercer y último grupo que denominaría «de Barbazul», caracterizados por pretendientes de naturaleza más bien monstruosa. En el primer grupo, encajarían «La muerte madrina», de Elisabeth Wild, un cuento fascinante que reinterpreta la figura de la parca como una especie de tutora, alejada de la maldad pero inevitable; «La doncella sin manos», de Viehmann, perfecta muestra de lo siniestro pero también un relato redentor; «El tío Curro y su porra», grotesco y muy violento, de Cecilia Böhl de Faber o «El enano saltarín», de las Hassenpflug, con ecos de «Rumpelstiltskin».
Por otro lado, en el segundo grupo incluiría «El hueso cantor» —de Dortchen Wild— o, cómo no, «La madrastra» —de Nanette Lévesque— y «La madrastra malvada» —de Lawton Mijatovic—. Finalmente, en el tercer grupo, citaría «La novia del bandolero», de las hermanas Hassenpflug —y otro de mis favoritos—, que inaugura el libro con una historia citada también por María Tatar en su ensayo a modo de ejemplo sobre cómo muchas mujeres denunciaban también a través de los cuentos; o «El ladrón y la cabeza de la bruja», recogido por la siciliana Laura Gonzenbach, con ecos de la tradición de Basile y lleno de ingenio y truculencia.
Mención aparte merece Madame d’Aulnoy, la más conocida de las conteuses francesas que escribieron sus cuentos de hadas a finales del XVII y principios del XVIII. El título escogido, menos célebre que otros de su autoría, resume a la perfección su estilo preciosista y su defensa de las hadas como figura de poder femenino. Frente a Perrault, cuyas moralejas solían reforzar la obediencia y la domesticación femenina, las escritoras del círculo de D’Aulnoy reivindicaban otros valores: astucia, autonomía, desafío. Pero la antología no se detiene en Francia o Alemania. También incluye a figuras menos conocidas, ya citadas anteriormente, como Nanette Lévesque o la rusa Verra Xenophontovna Kalamatiano De Blumenthal, cuyos relatos aportan un aire orientalizante, cercano a las Mil y una noches. Al fin y al cabo, como bien señala el prólogo, esta selección apuesta no solo por el rescate de voces femeninas, sino también por la recuperación de cuentos poco difundidos, aquellos que han quedado al margen del canon. Esa elección editorial —arriesgada y necesaria— es otro de los grandes aciertos del volumen.
Las breves notas biográficas que acompañan a cada autora son un regalo adicional. Permiten contextualizar, poner datos y vida a tantas voces silenciadas. Saber, por ejemplo, que muchas de estas mujeres publicaron bajo seudónimo o que hombres más célebres se apropiaron de sus cuentos. Leer sus nombres en un índice ya es, en sí mismo, un acto de reparación tanto para quienes amamos los cuentos como para quienes creemos en la necesidad de revisar la historia cultural desde una perspectiva más justa y plural. Cuentos de hadas crueles es, en definitiva, una obra vital porque recoge muchos de los hilos cortados y enredados de un tapiz que parecía perdido. Hilos recuperados y, de nuevo, tan fascinantes como solo pueden serlo los cuentos de hadas.
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Autor: VV. AA. Título: Cuentos de hadas crueles Editorial: Horror Vacui. Venta: Todos tus libros.


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