Ilustración de portada: David Bastos
A continuación reproducimos la duodécima entrega de la serie de relatos Crónicas desde El Cabo, de Patricia García Varela.
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Estaba yo el otro día pensando en los biosbardos, sentada en el borde del muro de piedra que delimita el jardín delantero de La Casita con el arranque de las viñas, cuando me pareció ver algo que se movía detrás de los pies del hórreo. Tengo que aclarar que los pies del mismo no son pequeños, son seis buenas patas de piedra, así que lo que se podía mover detrás de ellas no tenía que ser precisamente enano para que una miope como yo lo vislumbrase.
Como no es la primera vez (ni será la última) que en la finca se cuelan zorros, perros de los vecinos, ovejas, cabras y bichos de todo pelaje, decidí acercarme despacito y sin hacer ruido, por si las moscas. Lo cierto es que no había dado ni cuatro pasos cuando pude ver claramente al animal en cuestión —o más bien, a los animales: tres crías de jabalí. Tres jabatos ya no tan pequeños que se estaban merendando las manzanas caídas bajo un manzano cercano, mientras jugaban entre ellos.
Mi primer pensamiento fue: “Qué monos”, aunque no estén para nada relacionados con la familia de los primates. El segundo fue acordarme de su madre, que igual no estaba muy lejos. Como no me apetecía en absoluto encontrármela, me fui tan callada como había llegado, pero mucho más deprisa.
Este tipo de encuentros en el rural no es para nada extraño; de hecho, es de lo más habitual. En Galicia, los jabalíes proliferan más que la mala hierba, aunque no sepamos exactamente cuántos hay, porque la Xunta no ha hecho un censo. Desde finales del año pasado y hasta febrero de este 2025 se declaró la emergencia cinegética temporal, lo que significó que se permitió cazar sin límite alguno en las 40 comarcas que nos conforman. Desde el 18 de octubre de este año hasta el próximo 22 de febrero de 2026, vuelve a estar abierto (en este caso sólo 38 comarcas por que se exceptuaron los territorios afectados por el fuego del pasado verano).
Es decir, que los cazadores registrados pueden patearse si así lo quieren el 85% del territorio gallego para descerrajar los tiros que puedan a jabalíes machos, jabalíes hembras, especialmente a estas últimas, e incluso a sus crías. Teniendo en cuenta que en los últimos dos años se abatieron casi 40.000 ejemplares, no parece que este método del escopeteo desbocado vaya a ser el que ponga coto a esta plaga incontrolada. De hecho, algunos científicos advierten que hay estudios que apuntan a que estas medidas podrían provocar un efecto rebote en el crecimiento de la población del puerco bravo.
¿Y eso cómo se come? Pues porque, al constatar la matanza entre las hembras, estas tenderían a reproducirse antes de lo que marca su ciclo natural, y las camadas serían mayores en número. Quizás haya que poner estos estudios en cuarentena, pero lo cierto es que las voces escépticas no fueron sólo las de los animalistas.
Incluso las hubo entre los mismos cazadores. Fueron muchos los que dijeron que las capturas eran las mismas o menores que en otros años, porque en realidad el problema se estaba desplazando del monte a las ciudades. Y en las ciudades, no se pegan tiros (o al menos, no contra los jabalíes).
Lo cierto es que, durante cinco meses al año, de jueves a domingo, me canso de escuchar a diario los tiros resonando por el valle, además de los ladridos insistentes de los perros de las jaurías. Por no faltar, ni siquiera falta el clamor de los cuernos, que en los días de invierno trae el viento y, mezclado con el graznido de los cuervos, deja una atmósfera de película épica pero sin señores ni anillos que buscar. En días como esos, no es extraño que algún zorro llegue hasta La Casita buscando refugio. Tampoco lo es que sus habitantes se lo concedan.
Las piezas se cobran, pero los jabalíes siguen siendo los mismos: cada primavera, nuevas camadas ocupan el lugar de las anteriores e invaden el prado. Cada vez hay menos habitantes en el rural que limpien el matorral en los montes: pasto para los incendios y para el crecimiento descontrolado de especies como la del cerdo salvaje o el corzo, sin depredadores naturales como el lobo que les pongan freno.
“¿Pero el lobo actualmente no es un peligro en España y hay que darle caza?”. Yo todavía no he visto ninguno. Los pocos que conozco, de oídas, se han aburguesado: prefieren cazar ovejas, cabras, caballos o vacas antes que animales salvajes. Es más fácil. ¿Quién va a querer correr tras el filete si le ponen la hamburguesa en la puerta? Igual si abundasen más las cercas eléctricas y aumentase el número de mastines y burros, la cosa cambiaría. Al lobo no le quedaría otra que zamparse muchos más jabatos y corzos.
Lo cierto es que no se pueden cerrar todos los campos de maíz ni todas las plantaciones de patatas, y que el número de jabalíes aumenta desaforadamente. O nos lo parece porque las noticias sobre ellos también se multiplican al aparecer en lugares donde antes no lo hacían: en rotondas en el centro de las ciudades, en autovías ocasionando accidentes de tráfico, rebuscando en contenedores frente a los MacDonald’s, bañándose en la playa…
Los jabalíes han empezado su diáspora campo-ciudad, también conocido como éxodo rural, tal y como los humanos hicimos hace décadas. Simplemente han descubierto que en la ciudad se lo dan todo hecho. Igual debería líar a Javier Memba para hacer proyecciones en el monte de la película de José Antonio Nieves Conde “Surcos” (1951), para que los pobres se concienciaran de que no todo el campo es orégano, y que la ciudad no es para ellos.
No son los jabalíes los únicos animales migrantes. Los pulpos, que a listos no les gana nadie, también han visto que en Galicia la cosa pinta mal para ellos con tanto turista y tanta tapa, y han dicho: patas, ¿ para qué os quiero? No hace mucho leía que se está produciendo un éxodo masivo de los cefalópodos hacia las aguas británicas, dicen que por el aumento de la temperatura del agua en el Canal de la Mancha. Yo prefiero creer que es porque en la pérfida Albión no existe la tradición del pulpo á feira y, por tanto, no tienen cuotas específicas para su pesca. Esto ha ocasionado su superpoblación en algunas áreas, lo cual también conlleva las quejas de los marineros ingleses porque los octópodos se zampan a dos carrillos todo el marisco de la zona. Está visto que nunca llueve al gusto de todos.
No hay datos fiables de muertes causadas por jabalíes (directa o indirectamente) en España en los últimos treinta años, pero sí están más que comprobados sus estragos en las carreteras y en los campos de cultivo. Hace más de medio siglo que un lobo no ocasiona la muerte de un ser humano en este país; un hecho luctuoso extremadamente infrecuente, aunque sí provoca importantes pérdidas en la ganadería.
Me llama la atención que la fama se la lleven lobos y jabalíes mientras que, a falta de un registro oficial, se calcula que en los últimos veinticinco años se han producido unas 80 muertes en España por el ataque de las velutinas (avispas asiáticas). Galicia tiene la mayor tasa de fallecimientos por picaduras de avispas de España y del mundo, y no parece que por ello las medidas antivelutina de la Xunta de Galicia vayan a ser mejores ni mayores en número. No va a haber una emergencia cinegética temporal contra estas avispas. Aunque este mismo otoño hayan ocasionado tres muertes en dos semanas.
En 2024 nos dimos cuenta de que, de pronto, parecía que el número de estos asquerosos bichos (sí, les tengo mucha manía), era menor. Antes revoloteaban por todas partes y se comían todo lo que estuviera a su alcance: abejorros, abejas, manzanas, peras, naranjas, pájaros… las he visto zamparse cosas que no creerían. Por un momento pensamos que las muchas horrendas botellas con ese dulzón líquido en su interior para atraparlas había funcionado. Sólo fue un paréntesis.
Parece ser que lo único verdaderamente eficaz es un pequeño ser emplumado: el abejero europeo. Cada dúo reproductor de esta ave rapaz es capaz de erradicar entre 67 y 83 nidos de velutina cada año. Por tanto, mucho mejor conservar el ecosistema y ayudar a que los depredadores naturales acaben con ellas que utilizar insecticidas (a los que se vuelven resistentes a los cuatro días) o poner trampas que también dejan de ser eficaces en cuanto se acostumbran a ellas.
Volvemos a lo de antes: reconducir al jabalí al monte, y al lobo al jabalí.
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