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Luis Ybarra: «En poesía los spoilers no existen»

Luis Ybarra: «En poesía los spoilers no existen»

Luis Ybarra tiene 26 años, estudió periodismo en Sevilla y firma columnas en el ABC. Ha escrito varios libros de flamenco, colabora en radio, dirige el aula de Cultura de ABC de Sevilla, tiene una novela acabada en un cajón, centenares de versos en una carpeta de Google Drive y un libro de poesía recién publicado: Tal vez felices (Anantes, 2023). Charlamos con este joven portentoso en un bar de Madrid, ciudad donde vive desde hace unos meses.

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—¿Es difícil publicar poesía hoy en día?

—Pues he tardado tres años en encontrar una editorial, lo que tardaron Magallanes y Elcano en dar la vuelta al mundo (risas). Empecé picando alto, en editoriales grandes. Yo lo hice en plan inocente, sin intermediario ni nada, a puerta fría, y claro, así es muy difícil que alguien te lea. Después empecé a probar con editoriales pequeñitas. Para animarme recordé que Borges había editado su primer libro en una tirada de 200 ejemplares pagados por él mismo. Y no sólo él, muchos de los grandes han empezado por cosas pequeñas. Así que probé en las que tenía más cerca, y para mi sorpresa la editorial Anantes se interesó relativamente rápido. Es pequeña, pero con buena distribución y son valientes en su catálogo y su trabajo. He tenido suerte al final.

—¿De dónde viene tu contacto con la literatura?

—Yo creo que de mi padre, que es muy lector.  En mi casa hubo biblioteca. Esa es una de las claves para que los niños lean. La otra clave es, sin duda, prohibírselos (risas). Pero bueno, si no se los prohíbes y se los dejas fuera puede ocurrir lo que me pasó a mí, que me acerqué a ellos de una manera anárquica y maravillosa, como el descubrimiento de islas del tesoro.

—¿Cuáles son las lecturas que recuerdas como importantes?

"Algunos autores los doy por leídos cuando en realidad no están bien leídos porque los descubrí siendo muy niño"

—Bueno, todo lo que caía en mis manos me parecía que estaba bien. Pero, por ejemplo, me leí La máquina de follar, de Bukowski estando en primero de la ESO o El Astillero, de Onetti, que es también un libro muy duro para cierta edad. Me leí El Libro de Arena de Borges, que es muy bonito, pero seguramente yo no entendí nada. De hecho, algunos autores los doy por leídos cuando en realidad no están bien leídos porque los descubrí siendo muy niño. Seguro que si los revisito ahora encuentro otras cosas.

—¿Y en tu infancia? (Tan reciente, Dios mío)

—Leía principalmente cómics, me gustaban mucho Mortadelo y Filemón, Tintín… Lo que le gusta a todo el mundo, tampoco ahí hay nada original. Pero mi padre me dijo un día algo que para mí fue duro: “Es hora de que empieces a leer cosas serias, Luis”. Reconozco que me molestó, pero también supuso un reto y un profesor mío, también poeta, al que pedí consejo me regaló El Señor de los Anillos. A partir de Tolkien dejé de atiborrarme de cómics y empecé mi vagabundeo feliz por los libros. 

—Pero tu pasión es la poesía.

—Sin duda. La poesía me viene por el flamenco. De hecho, yo empecé a memorizar muchísimas letras porque también las cantaba, y así fui descubriendo el lado oscuro, profundo de la poesía: Enrique Morente, Pepe Marchena, Camarón, Calixto Sánchez… Todos ellos cantan a Lorca, a Alberti, a Miguel Hernández, pero también a Saramago, Rafael Montesinos o Manuel Alcántara. Esa fue la base de mi formación poética. El primer poema que de muy pequeño me aprendí de memoria fue “El pez más viejo del río”, una nana de Miguel Hernández cantada por Camarón. Pero bueno, con los años me fui dispersando con más poesía, más flamenco y más literatura, y eso me preocupaba por si no lograba encontrar mi voz o no conseguía centrarme, hasta que uno de mis profesores, que en parte ha ejercido también como consejero en este poemario, Juan Carlos Marset, me dijo algo importante: “Hasta los 30 puedes dar bandazos”. Y le estoy haciendo caso.

—¿Cómo definirías este primer libro tuyo de poesía?

"Salgo mucho a pasear por este barrio a pegar la oreja en los bares, en las tiendas… para aprender de las voces de la calle"

—Es una mezcla de gustos y lecturas, de referencias dispersas. Yo diría que es poesía de la experiencia pero con matices: es una poesía encontrada con el surrealismo en lo que toca a la creación de imágenes (El Arco y la Lira de Octavio Paz ha sido muy importante para mí). También me interesa, y eso está ahí de alguna manera, cierto realismo sucio, así como la anti poesía (inevitable la influencia de Nicanor Parra, que me encanta). Pero vamos, que tengo 26 años y soy, ¿cómo te diría?, proactivo al cachondeo (risas). A ver, me gusta reírme, ironizar… Mi poesía va también por ahí, busca ese tono un poquito más desenfadado, aunque sin renunciar a referencias cultas y también al realismo. La poesía de los barrios me encanta. Mira, yo ahora vivo en La Guindalera y salgo mucho a pasear por este barrio a pegar la oreja en los bares, en las tiendas… para aprender de las voces de la calle.

—Voces de la calle como el flamenco, que también está en tu poemario.

—Por supuesto que el flamenco está, aunque yo creo que no a simple vista, sino por dentro: hay alguna soleá, aunque no está hecha para ser cantada; hay un romance, pero con una imagen extraña; hay un fandango, que yo me llevo a otra estructura… El flamenco es una puerta para la poesía popular, para comprender la contundencia del lenguaje expresivo. Fíjate qué letra: “Dijo a la lengua el suspiro / échate a buscar palabras / que digan lo que yo digo”. El flamenco te da la poesía muy desmenuzada y la digieres casi sin darte cuenta.

—¿Por qué empiezas a escribir poesía?

"Escribiendo llegaba a un estado de concentración de mi propio mundo que me encantaba"

—Pues por algo que me parece muy simple: porque escribiendo llegaba a un estado de concentración de mi propio mundo que me encantaba. Tenía versos o arranques de poemas en un drive (unos 600 o 700 poemas o piedras sin pulir, vaya) pero ni los revisitaba, ni los mejoraba, ni lo leía. Y claro, la escritura automática después hay que trabajarla un poquito, por eso seleccioné unos pocos y me puse a ello. Me di cuenta entonces que había cierta cohesión, no narrativa, pero sí estética. Y que eso podía ser un poemario.

—Divides tu poemario en cuatro partes.

—Sí. En la primera el clima es de extrañeza, con imágenes que son semillas para el laberinto que propongo. La segunda parte está llena de “surcos y vueltas”, es la entrada al laberinto con referencias un poco más realistas y también irrumpe el humor (me gusta Luis Alberto de Cuenca precisamente porque tiene ese humor refinado que yo tanto admiro, como también lo tiene la poesía de los Machado). En la tercera parte el lenguaje se pone en primer plano, busco la idea tomada de Miguel Hernández de que las palabras retumben, que si digo “trigo” se pueda ver y oler y tocar el trigo. Y la última parte del poemario plantea las dudas crónicas y generacionales que son las que remiten al título del poemario: Tal vez felices. El último de los poemas (“Avanzar”) es tal vez el mejor resumen de eso, pues con él trato de finalizar la incertidumbre del laberinto proponiendo la aceptación de la inestabilidad de nuestra generación como la única estabilidad posible. Te cuento aquí el final porque en poesía los spoilers no existen (risas).

—¿Cómo se compaginan los versos con el periodismo?

"A veces me he robado a mí mismo alguna idea de un poema porque me valía para una columna"

—Pues yo creo que mi periodismo gana. Cuando redacto una noticia no me lo planteo, pero en los textos donde puedo mostrar mi estilo sí busco un periodismo literario (que por desgracia se está perdiendo, con honrosas excepciones, como la de Alberto García Reyes, por citar algún referente cercano). Creo que en los géneros periodísticos que practico, como la gastronomía, el flamenco, la crónica taurina (géneros por donde tantos grandes literatos han pasado) me ha sido de mucha utilidad conocer algunos recursos poéticos y de hecho, aunque está muy feo decirlo, a veces me he robado a mí mismo alguna idea de un poema porque me valía para una columna. También se las he robado a otros, por supuesto.

—Eso no se llama robar, sino emular.

—Pues yo emulo muchísimo (risas). Y además lo hago de forma inconsciente, incluso de canciones que tocan de perfil una idea que me gusta: la cojo sin ningún remordimiento, me la llevo a mi terreno y la trabajo.

—¿Qué es una columna periodística para ti?

—Uf… Pues mira, sobre todo es un ejercicio de libertad e individualidad plena, y en eso se parece a la poesía. De hecho, yo uso la poesía en el ejercicio íntimo de la reflexión periodística, pero con cuidado de no convertir la columna en algo poético y desde luego, procurando no olvidar el humor jamás.

—¿Tú te sientes hijo de tu tiempo?

"En mi poesía es verdad que no se refleja el compromiso social como sí plantean de forma expresa otros poetas contemporáneos"

—Sí, sí claro. Cuando era chico no, eso es raro. Pero es que me gustaba mucho la música de los años 30, la ópera flamenca… Yo pensaba que me había equivocado de siglo al nacer. Pero eso se me ha ido quitando: disfruto de Netflix como todos, de las comunicaciones, de haberme ido de Erasmus… en fin. Y acepto también todas las precariedades y las incertidumbres que, por ejemplo, la generación de mi padre tuvo en menor medida. Sin embargo, en mi poesía es verdad que no se refleja el compromiso social como sí plantean de forma expresa otros poetas contemporáneos. Tal vez porque la poesía la entiendo como lugar de recreo y el compromiso social queda relegado a mi oficio de periodista.

—En la última pregunta me detengo. ¿Quién es o va a ser este jovencísimo Luis Ybarra?

(Luís sonríe, busca un texto en su móvil y me lee este autorretrato. Permítanme que lo comparta con todos ustedes):

Desbordado vago sin días ausentes.

Demente protector del azar de los truenos.

Amigo de mis amigos y otras bobadas.

Zarpazo de viajes. Rata de domingo

que en los parques explora la nostalgia.

Devorada víbora que a solas dialoga.

Entrevistador de mis propios sueños.

Malabarista de palabras. Contador

de historias en periódicos.

Flamencólico casi bohemio

a pocas millas de todo, pero sin

certeza de nada. Tipo de campo

y de playa que adapta su atuendo.

Más bueno que malo. Menos números

y más letras, que en la ambigüedad me muevo.

Como lector, lento. Rápido comiendo

y quieto jugando a estarse quieto.

Cumplo las reglas por no discutir.

Y por vivir muero cada día.

Por la noche trato de dormir

mientras que el resto de horas a fingir he aprendido;

con excepciones: de viernes a domingo,

relámpagos sin reloj en la almohada.

Cabalgo al trote de los días totales

y jamás cojo el teléfono.

Hay gente que me produce pereza

y otra gente que aún no conozco.

Paseo, escribo versos, opino

con falsa contundencia si tres vinos

bailan dentro de mi cuerpo.

Imagino y leo biografías en las frentes de los otros.

Planeo sin moverme hacer deporte

y acostumbro a postergar tales esfuerzos.

Soy eso: un hombre descubriendo al horizonte

descender por el reservo.

A la espalda le canto. A la entretela.

Deseo calzar el mundo en el teclado

y mudarme por un momento de planeta.

Coger las cosas y fugarme,

despejado, a desandar misterios infundados

que orbitan tras los resortes de la mente.

Soy un espejo. Una moneda. La lanza

que al vuelo busca una tierra donde herirse.

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Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Buena entrevista. Le deseo suerte.