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Making of de ‘La luz que fuimos’

Making of de ‘La luz que fuimos’

¿Quién sabe que en 1009 el pueblo de Córdoba se organizó en asamblea para derrocar a un tirano, nombrar un nuevo califa, formar gobierno y hasta un ejército con artesanos, panaderos o carniceros? ¿Quién sabe que ese mismo año murió la poeta cordobesa Aixa, que escribía “Una leona soy / y nunca me agradaron los cubiles ajenos, y si tuviera que escoger alguno / nunca contestaría a un perro, yo / que tantas veces los oídos cerré a los leones”? ¿Quién sabe que Ibn Hazm vivió la primera revolución de Occidente con apenas quince años y le marcó para toda su vida? ¿Quién sabe que se cumple un milenio de su tratado de amor El collar de la Paloma, quizá el más hermoso que jamás se haya escrito en la península?

La luz que fuimos no nació para responder a estas preguntas, sino para intentar que nunca más vuelvan a formularse. Es una novela. Ficción. Pero sus decorados sociales y políticos son tan ciertos como el corazón que alimenta tus venas. Está escrita en primera persona del femenino plural para que las cronistas de aquella rebelión sean las mujeres de Al Ándalus, las más olvidadas del periodo más olvidado de nuestra historia. Y comienza con el parto de sus protagonistas, la Paloma e Ibn Hazm, que a lo largo de sus páginas serán hermanos, amigos, amantes, enemigos y desconocidos. Es mi manera de rendir tributo a una de las obras cruciales de la literatura universal, que sigue sin estudiarse como se debiera en nuestros colegios e institutos. La luz que fuimos radiografía una Córdoba caleidoscópica, compleja, que mantiene huellas de civilizaciones anteriores, y que hemos condenado a lo peor del ostracismo, al peor de los olvidos, al prejuicio.

"Mil años después, nadie sabe dónde se encuentra Medina Azahira. Nadie recuerda su nombre. Ni Córdoba siquiera"

Sólo hay un rasgo más humano que el amor anidado en la memoria: el odio para devastarla. Nada queda de los manantiales de oro y agua nueva que llenaban los estanques de Medina Azahira, la ciudad palacio que levantó Almanzor a imagen y semejanza de la Medina Azahara de los omeyas, a los que el dictador envidió hasta su muerte por llevar la misma sangre que el Profeta. Nada de los incontables capiteles de avispero que coronaban las columnas de sus patios, tan altos que arañaban el cielo de la Córdoba insolente que se sabía capital del mundo y se creía, por ello, inmune a las plagas, invencible ante sus enemigos, eterna. Nada de los besos y ópalos de fuego que decoraban las redomas para el vino que bebían por igual musulmanes, cristianos, judíos y cafres, hombres y mujeres, negros y blancos, esclavas y libres, ricos y pobres. Nada del aroma a carne usada que desprendían las sábanas deshechas por los espasmos del poder y la lujuria. Nada. Todo se lo llevó el olvido. La revolución. Nosotras.

Porque la ardimos. Porque la odiábamos. Porque no queríamos que quedase sobre la faz de la tierra un átomo de mal y tiranía encarnado en sus piedras. Así fue. Mil años después, nadie sabe dónde se encuentra Medina Azahira. Nadie recuerda su nombre. Ni Córdoba siquiera. Pero lo que no podíamos imaginar es que las utopías sólo brillan mientras se persiguen, y que las secuelas de la derrota son más negras que los pozos. Ibn Hazm, que conocía la luz que irradia el amor como ninguno, también nos describió las sombras del odio en El collar de la Paloma cuando años después regresó al barrio que fue su casa: “Sus huellas se han borrado, sus vestigios han desaparecido, y apenas se sabe dónde están. La ruina lo ha trastocado todo. La prosperidad se ha cambiado en estéril desierto: la sociedad en soledad espantosa; la belleza en desparramados escombros; la tranquilidad en encrucijadas aterradoras. Ahora son asilo de lobos, juguete de los ogros, diversión de los genios y cubil de las fieras los parajes que habitaron hombres como leones y vírgenes como estatuas de marfil, que vivían entre delicias sin cuento”.

"También nosotras decidimos olvidar los sueños en los que creímos y por los que nos dejamos la vida para que nuestros hijos pudieran dormir en calma"

Ha pasado un milenio de aquella revolución popular que cambió la historia de Córdoba y de la península para siembre. Otros que no la vivieron hablarán de ella. Y dirán que provocó una guerra entre hermanos que se entendían en distintas lenguas y rezaban a distintos dioses. Y quizá cuenten los entresijos de las traiciones. Y recuerden los nombres de los poderosos que mataron y murieron por ellas. Pero nadie nos nombrará a nosotras. A las mujeres que componíamos poemas y cantábamos romances mientras ellos se acuchillaban por la espalda. A las mujeres que frotábamos las manchas de su sangre con asperón y azulillo para tenderlas limpias al frescor del verano. A las mujeres que hacíamos sombra a nuestros hombres cuando nos obedecían en la cama o en el campo de batalla, la misma trinchera a fin de cuentas. También nosotras hicimos la revolución. También nosotras derrumbamos los muros que nos cobijaban del miedo y la intemperie. También nosotras mordimos los venenos del odio y del deseo sin reparar en los dolores de la resaca. También nosotras decidimos olvidar los sueños en los que creímos y por los que nos dejamos la vida para que nuestros hijos pudieran dormir en calma. También nosotras apagamos la luz que fuimos.

Y por todo ello, por ellas, escribí esta novela.

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Autor: Antonio Manuel. Título: La luz que fuimos: Rebelión en Córdoba. Editorial: Almuzara. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Pepehillo
Pepehillo
1 año hace

¡A ver si el feminismo fue inventado en Córdoba hace mil años y nosotros sin cobrar royalties!