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Las dudas de la verdad     

Las dudas de la verdad     

La Historia es una edad que depende de la memoria. Y también del tiempo. Orillas cada una del puente por el que cruzarla con paso firme de libro y la voz para contarla. Unas veces desde dentro, otras desde fuera y sujeta a la distancia que favorece no militar en las heridas, ni tampoco en la niebla. Igual que hace Arturo Muñoz (Granada, 1986) en Por un túnel de silencio, excelente metáfora que expresa muy bien ese tránsito de lo vivido que uno deja a oscuras entre una vida y otra, y del que calla las cicatrices, las culpas, lo que sucedió con uno en medio o en sus márgenes. Es inevitable pensar en que ese túnel de ser soleado de luz dura sería como el horizonte de atrás y el destino de por delante hacia el que se dirige el eterno antihéroe fordiano de Centauros del desierto, con sus secretos, sus dudas, su soledad interior. Lo mismo que el guardia civil protagonista de la novela de Arturo Muñoz, enfocado con conversaciones de grabadora entre lo confesional, lo documental y la indagación del periodismo narrativo.

Pero vayamos por partes, y lo primero es el mapa del que parte el viaje hacia la equis. En Granada hay un bar sin literatura en su escondite, que sobrevive intemporal, casi invisible y simbólico en la ciudad, de nombre Las Provincias. Por su barra pasó la Nueva Sentimentalidad, el grupo de poesía y acción experimental La Carpeta, la política soñadora de la Transición y la música de Morente, de 091, casi todos los jóvenes escritores de una Granada cuya modernidad era el Planta Baja, la cultura la isla de los piratas de la cultura La Tertulia, y las Provincias como caverna de Platón donde su tapa de arroz nos inspiró entonces y años después a Arturo Muñoz que allí imaginó junto a su amigo Mario un libro Capote con el mismo espíritu de A sangre fría pero relacionado con Henri Parot, el etarra que en 1987 voló una casa cuartel de la Guardia civil en Zaragoza matando a 11 personas, cinco niñas entre las víctimas.

"Arturo Muñoz escribe limpio. Escribe sincero. Escribe con linterna hacia delante de ese túnel que es siempre el dolor de la memoria"

Escribir un libro sobre esa sombra roja de ETA, aún astillada en la memoria colectiva y hoy día más famosa por la novela Patria de Aramburu, y por la herida que algunos se empeñan en no cerrar o en hacerlo con ungüentos del lenguaje, no es fácil. Aunque se tengan más de veinte años a favor de la neutralidad, nunca del todo real, de la vuelta de páginas de la Historia, y a mano la voz de un superviviente, la mirada de quién se sentó al lado del asesino y conversó policialmente sobre la carga de explosivos en el asiento de atrás de un destino que no se produjo. Escribir sobre este tejido complejo en su telaraña de fondo y en sus efectos colaterales, en la sensibilidad que enseguida aflora en lo emocional y en lo ideológico, es la empresa de un novelista o de un periodista curtido en la esgrima de su pluma y en su experiencia indagatoria. Por eso resulta más llamativa y valiosa la historia de Por un túnel de silencio por la que Arturo Muñoz nos lleva sin más ambición que la de preguntarse sobre unos hechos, sobre esa época del tardofranquismo, acerca de un lobo de mar varado en un barrio de Granada donde la periferia se extiende hacia el mar y hacia la nieve, con la honestidad de quien pretende contarnos una historia de la violencia contra la violencia. Sin conclusiones de ninguna clase, permitiéndose dudar hasta de adónde ha llegado su escritura explorando las verdades frágiles de la verdad.

Arturo Muñoz escribe limpio. Escribe sincero. Escribe con linterna hacia delante de ese túnel que es siempre el dolor de la memoria, lo que sólo se cuenta desde el lado del que se huye o del que se enfoca para deslumbrar lo que esconde. Y escribe Arturo, sin prejuicios y con respeto, como escribe un periodista que hace un trabajo de campo con un objetivo que luego se convierte en otro, y es en ese hallazgo donde reside la poética, la fuerza y la credibilidad de la historia. La de Paco Trassierra, su antihéroe zurcido de silencios y oscuridades del franquismo, que responde a las preguntas, que observa y desvela, que cuenta y se esconde mientras desmiga ante una grabadora de tarde con café y galletas la vida en el País Vasco. El paralelismo entre el padre del cuerpo que persigue maquis en el monte de la derrota de la guerra y el hijo que se adentra en el monte donde ETA es un comando de la guerra desgranada en atentados, en un disparo seco por detrás de la sombra. Lo mismo que la mujer, la suya, Nuria, a la que una bola de nieve le hace blanco sin pólvora en la espalda.

"Cada uno, todos, nos hacen veraz esta historia que atrapa en su ritmo, en la pulcritud de no hacer juicio de su indagación"

El buen periodismo narrativo es lo que mueve la trama y el latido de esta historia de matices, muchos en la importancia de lo pequeño y las contraluces, que aborda la tortura especializada del capitán Hidalgo, el pistolerismo de la ultraderecha de Fernández Guaza, el asesinato del joven sindicalista Ruiz víctima de una bala no investigada, igual que tampoco la del joven Caparrós en Málaga. La intimidad de lo cotidiano intimidada de las familias de los guardias civiles a principios de los setenta en El País vasco, ese paisaje de nombres que suenan a exorcismos de la Historia, a lugares hermosos en los que sin embargo se jura a hierro la militancia en batalla. Un paisaje real en su caleidoscopio moral que alberga entre Bermeo y Mundaka y el Zaidin del Partido Comunista VPO y la Feria de verano de en los jardines de Las Titas, una colmena de secretos, de ángulos muertos, de personajes de uno y otro lado como los etarras Badiola y Urkiza, el guardia civil Andrés Segovia —creíbles en sus contradicciones y hechos, no porque existieron sino por su humanidad de cuerpo literario y de la mirada cervantina con la que Arturo Muñoz los mira a los ojos y escucha su pasado desde sus huellas y desde su presente—. Cada uno, todos, nos hacen veraz esta historia que atrapa en su ritmo, en la pulcritud de no hacer juicio de su indagación, y que nos conduce y nos revela de nuevo que la verdad siempre duda  que junto con la mentira no son una frontera de un lado y otro, sino el mismo territorio contaminado de ambas. Y en este caso de una más que prometedora literatura que nada tiene que ver con las provincias, sino con el talento que le viene de casta y que Arturo, como es propio de la mitología de su nombre, se ha trabajado a mano, filtrando rastrojos, puliendo la piedra y blandiendo la escritura con la que seguro nos vuelve a sorprender en próximas historias.

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Autor: Arturo Muñoz. Título: Por un túnel de silencio. Editorial: Pepitas de calabaza. Venta: Todostuslibros.

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