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Manuel Jabois: «El final de la novela me lo escribió la vida»

Manuel Jabois: «El final de la novela me lo escribió la vida»

Tras el éxito de Malaherba y Miss Marte, el periodista y escritor Manuel Jabois cierra esta especie de trilogía sentimental con Mirafiori (Alfaguara). Novela que rebusca en el desamor y mezcla las líneas de lo biográfico con lo ficcional, quizá en ese cruce se encuentre el autor, incluida esta entrevista.

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—No sé si está de acuerdo: creo que Mirafiori es una novela sobre la pérdida y la incapacidad de aceptarla. De ahí que crea que sea tan afortunado el uso de fantasmas. Significan no aceptar que alguien se ha muerto.

—Has hecho el mejor diagnóstico que se podía hacer, porque eso es exactamente lo que quise contar. Quise contar esa primera semana de desamor que yo he vivido cuatro veces en mi vida. Han sido las cuatro veces muy parecidas, cada una con sus circunstancias. Pero son cuatro. Las primeras semanas: dolorosísimas. Es una pérdida, es un luto. La pregunta: ¿qué ocurre si se prolongan? ¿Qué ocurre si no cambian? ¿Lo mitiga el tiempo? Pero ¿qué ocurre si no lo atenúa el tiempo? Pues que se entra en una fase de locura y en una fase finalmente casi paranormal. Hay un momento de la novela que creo que refleja bastante bien la locura en la que se sumerge el protagonista, que es cuando sigue a la protagonista. Las páginas salvajes del seguimiento. Y además dice una cosa que es verdad: esto no es acoso. Esto ya sé que parece que tiene toda la pinta de que va a cometer un asesinato en cualquier momento, pero no molesta, no interfiere, no llama, no pregunta, no nada. Simplemente es ese pajarito pluvial que le está quitando la carne a los colmillos de tu cocodrilo. Y el cocodrilo nunca, nunca, cierra la boca

—Es una novela que transcurre en presente: alguien va contando su pasado desde allí. O sea, ha contado su vida en pasado, como si el protagonista no tuviese futuro.

"Me encontré a una persona muy querida, amiga mía, de ciencias, profesional exitosa, que me cuenta efectivamente qué ella desde niña ve muertos"

—La novela no es una novela feliz. Malaherba tampoco es una novela feliz y Miss Marte tampoco es una novela feliz. Pero yo me lo he querido pasar tan bien como con las otras dos escribiéndola. Y lo conseguí precisamente gracias a la estructura que confeccioné para poder escribir la historia. El capítulo uno se sitúa en 2023, el capítulo dos se sitúa en 1997-96, no lo recuerdo bien, el capítulo tres en 2017-18. Me entretuve mucho fabricando capítulos donde el tiempo iba hacia atrás y adelante, creándome problemas a mí mismo que tenía que resolver. Y una cosa que ya hacía en Miss Marte: acabar ciertos capítulos diciendo «luego tenemos que contar esto». Eso sí, nada ha nacido de antemano, no ha habido una libreta con esquemas. Yo no sabía el final. El final, de hecho, me lo escribió la vida. Pero no tenía ni idea y entonces me entretuvo. ¿Qué tengo que hacer yo para poder escribir una novela? Pasármelo bien. Escribo en un periódico, hablo en una radio, viajo. Necesito no ver mi trabajo como un trabajo, necesito verlo como una pasión. Y esta novela lo fue ya desde 2021, cuando acabo Miss Marte. De hecho, los primeros capítulos están escritos entonces, y tenía clarísimo que iba a escribir sobre fantasmas porque Malaherba no toca absolutamente nada de lo que no tuvimos presente en los años ochenta y noventa. En Miss Marte hay muchísimas cosas que es imposible que hayan ocurrido, pero que físicamente pueden ocurrir. Y me gustó cuando escribí ciertos pasajes de Miss Marte: me apetecía contar más cosas paranormales. Vengo de una cultura con una tradición oral potentísima, la gallega, en la que las historias de fantasmas están a la orden del día. Cuando era niño me contaban historias en la playa a mí y a otros niños, una mujer que se llamaba «Pincha las Tetas». La llamaban así porque era una enfermera que pinchaba. Te hablo de unos niños de nueve, de diez años, y nos reuníamos en torno a ella en la playa y nos contaba unas historias de terror fascinantes. Y yo entonces tuve terrores nocturnos, cuatro o cinco días llorando, de estar haciéndome pis en la cama, de chillar… Y me veía en el espejo y detrás a la Santa Compaña. Crecí con esos cuentos y con esas historias, y cuando ya las tenía olvidadas de adulto, de repente, me encontré a una persona muy querida, amiga mía, de ciencias, profesional exitosa, que me cuenta, efectivamente, que ella desde niña ve muertos. Esta novela empieza con esta pregunta. ¿Qué ocurre cuando alguien de tu plena confianza, el amor de tu vida en la novela, te dice algo así? Tú tienes más o menos claro a quién le puedes contar de tu círculo que has matado a alguien. Tú puedes contar más o menos a alguien en tu círculo qué amante tienes o si tienes una segunda familia: secretos que tienen que permanecer siempre ocultos bajo tierra. Pero ¿a quién le cuentas lo que no puedes contar? ¿A quién le cuentas que ves fantasmas sin que te internen?

—En una de las entrevistas anteriores en Zenda, Julio Llamazares me decía que todo el mundo tiene una vida pública, una vida privada y una vida secreta. Digamos que eso es la vida secreta, que en principio solo deberías saber tú.

—Qué bueno. Y sobre eso gira un poco todo. Nunca había escrito en ficción nada relacionado con el amor. Malaherba es una historia de una amistad que puede ser amor o no, y jugamos a esa ambigüedad, porque tienen diez años y los niños de diez años no saben lo que es el amor. Miss Marte cuenta una desaparición. Ya hay una relación muy bonita de amor, pero no es el eje. Nunca había escrito sobre el desamor. He sufrido muchísimo el desamor en las parejas que he tenido. Me ha afectado mucho y me ha afectado mucho porque me he enamorado mucho. Pero nunca había escrito sobre una cosa que yo nunca he tenido, y siempre envidio a la gente que ha tenido una pareja de toda la vida. Con la que luego tú puedes establecer cualquier tipo de acuerdo, pacto, etcétera para mantenerlo si no vivo, si por lo menos con interés. Yo ya no puedo, con cuarenta y cinco años, pero a mí me hubiera encantado tener una pareja de vida, llámala como quieras, pero esa pareja de vida de mirarnos y decir: «Jo, ¿te acuerdas? Como en el 89…». Estas cosas son preciosas. Y entonces pensé en cómo podría sobrevivir esa pareja o cómo podría arruinarse. Me decidí por lo de arruinarse, porque, al fin y al cabo, como nunca las he tenido, y he tenido cuatro parejas largas, me pregunté: ¿Cómo se puede arruinar una pareja así o de qué forma puede languidecer y destruirse?

—Una pequeña vuelta, ¿usted cree o llegó a creer en lo sobrenatural?

"Hay una cosa en unas páginas en la novela que me gusta subrayar, que es que yo creo que todo lo que no tiene respuesta ahora mismo la tendrá el futuro"

—No, no. La primera frase de la novela: esta novela no está basada en hechos reales. No, no creo, pero tampoco creo en la locura de las personas que me hablaron de esas cosas. Entrevisté a mi exsuegro, que está en ese libro como personaje, que es psiquiatra y es el padre de Estrela. Me ayudó con la novela y le dije: «¿Qué ocurriría si una persona de tu máxima confianza, alguien con un expediente intachable científico, te dijese que vio fantasmas?». De hecho, un amigo nuestro, Raúl Cimas, decía: «¿Te hubiera quedado bordada si la protagonista en vez de una actriz, porque las actrices son más faranduleras, fuese una científica?».

—Puñetero Cimas, siempre en el clavo… (nos reímos)

—Mi exsuegro me ayudó en lo que me tenía que ayudar: la psiquiatría. Yo para entonces ya había hablado con la gente que inspiraron las brujas de la novela, gente que siente presencias, escucha o sabe. Hay una cosa que para mí es muy valiosa: no cobran. No han ganado dinero, no se dedican a eso. Hay algo en las páginas de la novela que me gusta subrayar: todo lo que no tiene respuesta ahora mismo la tendrá en el futuro. En el futuro todo te lo van a explicar. Y no será tan divertido

—Le conozco demasiado para saber que el protagonista no es usted, sino que todos son un poco usted. Si existiese este verbo, usted se «despuzla» en varios.

—Ocurría también con las otras, pero en esta se ha acentuado y por eso esta novela suena más de verdad. Y la gente que ya ha podido leerla y ha leído las dos anteriores me ha dicho que esta novela es mejor, en el sentido de que es más de verdad. Yo no te voy a decir que es mejor, porque todo el mundo tiene sus favoritas. No es la más autobiográfica, pero está escrita con mucha más verdad. Por supuesto, está todo distorsionado, ya sabes cómo funciona la ficción. Yo me caí, me di un golpetazo unas navidades, evidentemente, pero ni urgencias, ni en casa de mis padres,… De hecho, dormí esa noche en casa de mi hermana, ni drogas, ni hostias… Esas cosas pasan, pero luego tú las distorsionas.

—Sería muy difícil de explicar a un chino que esta es una trilogía sentimental sobre Pontevedra. ¿Usted podría explicar Pontevedra a este chino?

"En cualquier relación, por unida, por enamorada que esté, tú tienes que tener un tanto por ciento de vida privada o secreta"

—Hay un tiempo y un espacio que une las tres novelas. Es mi ciudad. Evidentemente, escribo de ella, pero podría haberle puesto otro nombre. No hay nada que diferencia a Pontevedra de una ciudad de similar población. Yo no creo en esa suerte de identitarismo de «esto solo pasa en Pontevedra» y esas movidas. Eso sí, tengo un sentimiento muy profundo por la ciudad, por la gente. En la trilogía soy el tipo que está cantándole a lo perdido. Le canto al amor perdido en esta novela, le canto a la adolescencia perdida y todos los sueños que tenemos con veinte años que se fueron rompiendo poco a poco en Miss Marte y le canto a la infancia perdida en Malaherba. Todo eso ocurre en mi ciudad perdida, que es Pontevedra. ¿He perdido Pontevedra? No, por supuesto, no la he perdido. Pero para una persona que vivió allí treinta y tantos años seguidos de su vida pues, de repente, no vivir allí le causa una cierta nostalgia. Eso sí es verdad.

—Las redes y el amor.

—Eso es peligrosísimo. Cuando escribo el capítulo del libro dedicado a este tema, que es angustiosísimo, se acentúa algo que la poca gente que ha leído ya la novela me dice: «Si yo te contase…». De repente, hay una persona de la que sabes todo porque está contigo veinticuatro horas a la semana, y abruptamente ya no vuelves a saber más. ¿Y sabes cuál es tu preocupación? Que está comiendo. No es en plan: «Oye, va esta noche a no sé dónde, voy a aparecerle allí». Me fascinó la idea, el potencial que tiene. Lo que quiero decirte es que, más allá de eso, es algo súper tóxico. En el caso del narrador quiere justificarse, pero es enfermizo, por supuesto. Creo que las redes sociales han acentuado los celos de la gente celosa. Y bueno, yo tengo cuarenta y cinco años, o sea, en fin, soy demasiado viejo para volverme loco por tonterías de redes. Pero un tipo o tipa con quince o dieciséis y el «no me deja ver el móvil», «y si no me lo deja ver, ¿por qué?», «entonces, si no oculta nada, ¿por qué no me deja ver el móvil?»… En cualquier relación, por unida, por enamorada que esté, tú tienes que tener un tanto por ciento de vida privada o secreta. Eso no significa traición, significa tiempo para ti mismo.

—Como ocurría en las otras dos anteriores, aparte de ser una novela llena de historias, subhistorias, anécdotas, en esta sí hay muchos consejos morales, en el mejor de los sentidos: «La amabilidad es la kryptonita de la gente que odia».

"Si yo odio a alguien, espero por Dios que esa otra persona me odie, y que me odie incluso con más fuerza, para entrar en una espiral pequeña"

—La gente que odia espera una respuesta. He jugado al tenis toda mi vida. Cuando tú golpeas la bola fuerte, el otro, si tiene talento, aprovecha tu fuerza para devolvértela con más fuerza. Solo tiene que impulsar un poquito más el brazo, pero ya no tiene que darle la fuerza que el otro ya le dio, ya la tiene. El odio es exactamente lo mismo. Si yo odio a alguien, espero por Dios que esa otra persona me odie, y que me odie incluso con más fuerza, para entrar en una espiral pequeña. Al que odias, primero, puede no reparar en ti. Pero si repara en ti y te dice: «Ah, coño, perdona, no te había reconocido. Te leo, me encanta cómo escribes, tío. Oye, tío y tal»… Qué haces, ¿qué haces? ¿Le rompo el vaso en la cabeza? Mi amistad con David Gistau nace porque yo un día, con cortesía, le pinché con la polémica que tenía con Arcadi Espada, acerca de la historia del puticlub de Cercas. Le pinché: «¡Pareces Joaquin Phoenix en tu foto!». El cabrón me contesta: «Hostia, tío, qué guay que escribas, porque llevo tiempo leyéndote y me encanta cómo escribes». ¿Ahora qué hago? Estaba preparando ya la segunda pulla… David era un genio en eso.

—Me gustaría también que quedase claro con respecto a Mirafiori que no es una novela trágica, sino que el humor no para de aparecer.

—Hay una cosa para mí importantísima, ya lo sabes, soy incapaz de escribir sin humor. O sea, soy incapaz de estar en un entierro, como ocurre aquí, y que no haya humor. También soy incapaz de crear un hijo de puta. Todos tienen en el fondo una ternura, no he creado nunca un supervillano. Yo creo que la ternura y el humor me salen inconscientes. Y luego no es una historia trágica por una razón: el desamor no puede ser trágico. Una tragedia es que se derrumbe un edificio. El desamor nos ha pasado a todos, y nos pasa a cada minuto de nuestra vida. Esta novela me ha hecho volver a artículos que yo escribía con mucho más coraje del que tengo ahora en la prensa porque hablaban de mí. Sigo hablando de mí, pero cosas más profundas y más jodidas las contaba hace años en el Diario de Pontevedra. Y me ha hecho retroceder ahí, aprovechando la ficción para contar muchas cosas de mí de los últimos veinte años. Por supuesto, con su correspondiente distorsión, pero que suenan a muy de verdad y suenan a aquello que me contaban cuando yo empezaba a escribir en prensa con veinte, veinticinco, treinta años. Me decían: «No sé cómo tú tienes huevos a escribir de esto, que a todos nos pasa, pero no contamos ni de coña». Recuerdo que con veinticinco años contaba mis gatillazos en mis columnas. O sea, este tipo de vergüenzas que no cuentas en general. Y eso, evidentemente, pues te haces viejo, te haces más conservador en ese sentido y no cuento ahora en El País cosas así, entre tanto análisis geopolítico (nos reímos).

—¿Cómo hace para escribir una novela y, a la vez, radio, periodismo escrito y qué sé yo?

"Si me dicen que tengo que escribir un libro con la presión de que tengo que vender veinte mil ejemplares... se me congelan las manos del miedo"

—Cuando trabajas tanto, tu sensación no es de trabajar tanto. Cuando además vives tanto… Porque en mi caso, mis armas son la vida que llevo, mi familia, las sobremesas, la gente que conozco, los romances que puedas tener, los amigos con los que viajas, los conciertos, las experiencias… Todo eso yo me lo traigo, incluso al periódico o a las novelas. Ya que trabajas tanto, que ese trabajo sea parte de tu voz. O que consigas con ese trabajo pasártelo bien. Lo más importante: eliminar la ansiedad de «tengo que vivir de esto». Eso sí, si tú escribes en un periódico o en una revista, o en donde escribas o en donde colabores, tienes que pedir siempre que te paguen. O sea, olvídate de la puta visibilidad. Tú tienes que vivir de eso para luego poder escribir estas cosas. Nunca dejaría el periódico o la radio, porque si me dedico a la literatura y me dicen que tengo que escribir un libro con la presión de que tengo que vender veinte mil ejemplares… se me congelan las manos del miedo. Porque esta es una labor, entre comillas, «artística». No tiene que ver con lo que yo conozco. Este es un mundo en el que me estoy metiendo ahora, metiendo la cabeza, pero mi suelo es el periodismo. Lo que hago es, con un día complicado, voy a intentar pasármelo bien escribiendo el libro. Esta novela ha sido escrita pensando «qué ganas tengo de llegar a casa y ponerme con esto». Dicho esto, soy horrible para los consejos. En la novela había una escena eliminada de una señora que un hijo se había ido al Himalaya. Le pregunté: «¿Qué consejo le daría a un niño?». «Yo nunca doy consejos», me contestó. «Mira, aquí en Madrid en los ochenta estaba todo el mundo drogándose. Entonces a mi hijo le aconsejé que hiciese deporte y murió hace veinte años en el Himalaya». Entonces yo no doy consejos a nadie nunca. Si se quiere pinchar, que se pinche. (nos reímos)

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