Cristina Sánchez-Andrade lo ha vuelto a hacer: con la misma elegancia y maestría, ha legado otra inolvidable novela a la narrativa hispánica, ¡y ya son muchas en su haber! Y no se trata de una simple adición más, sino que Habitada se inserta como icono en su retablo de textos emplazados en el terruño galaico. Junto con Las Inviernas (2014), Alguien bajo los párpados (2017), El niño que comía lana (2019) y La nostalgia de la Mujer Anfibio (2022), su nueva publicación enhebra hilos que fijan un paisaje y un paisanaje costumbrista y simultáneamente atípico. Porque si algo destaca en las narraciones de la autora es el diseño de un rural gallego que bebe de múltiples fuentes, fundamentalmente las orales y populares, pero también las históricas, pasando por los ecos de autores literarios de referencia en las letras de Galicia, como Rosalía de Castro, Wenceslao Fernández Flórez, Rafael Dieste, Álvaro Cunqueiro o Carlos Casares, entre otros. Todo ello se suma al entramado de influencias que pespuntean la obra de la autora y dialogan con corrientes literarias foráneas, como es el caso del gótico sureño estadounidense, tan afín al peculiar cosmos de la escritora. La suya es una prosa lírica, sensual, incisiva, patinada por una suerte de realismo que oscila, por momentos, entre lo mágico y lo hiperrealista. Y en Habitada, además de todo esto, se nos ofrece una narración lúdicamente intrincada, donde el lector se ve inmerso en un gozoso espigado de discursos por desentrañar.
La narración se divide en dos partes: la primera, elocuentemente titulada “muda”, corresponde a los acontecimientos previos a la posesión, donde recorremos la cotidianidad de Manuela. Esta sección, adaptada a la oralidad con un uso exquisito del flujo de conciencia y la ruptura de las convenciones ortográficas, se halla perfectamente encuadrada socioculturalmente en un contexto de economía de subsistencia —el propio de la época. En este espacio contemplamos a una joven aprisionada por un sistema patriarcal en el que el padre, el amo del pazo y el clérigo de la aldea deciden cada uno de sus pasos. Vejaciones, abusos, desprecios… Manuela es sirvienta y subalterna para cada uno de estos hombres. (A este respecto, no hay que olvidar el valioso libro de testimonios contemporáneos recopilados por la autora sobre el asunto, Fámulas (2022), donde rescata la voz silenciada de mujeres dedicadas al trabajo doméstico). Sin embargo, lejos de ser el retrato del desvalimiento de una oprimida por los dictados machistas, religiosos y clasistas de su tiempo, este es el recorrido por una personalidad inquieta. Una joven que encuentra una suerte de vía de escape o de subversión en un mundo alternativo y mágico, hilvanado tanto por su imaginación como por los aportes de la secular y rica cultura campesina que la rodea.
Pero la trama no solo articula la historia de Manuela. Como en todas sus obras de temática gallega, la autora ensambla un mosaico de personajes, una aldea viva, de tipos muy diversos. Ese es uno de los grandes méritos de nuestra escritora —y la razón por la que siempre la encomiaré como una de las voces más provocativas y relevantes de nuestras letras—: su aguda capacidad para construir personajes veraces en su singularidad y sorprendentes en su tipismo. Seres detestables, entrañables, joviales, grotescos… una diminuta localidad en la feraz Galicia se transforma en un hervidero repleto de historias, todas suculentas, todas acompasadas con el profundo conocimiento, respeto y amor de la escritora por su territorio familiar. No se trata de una simple alabanza de aldea, en absoluto, es el acercamiento a través de un prisma que se ajusta a una realidad a veces cruda e incompasiva y, en otras ocasiones, acogedora, nutricia, maternal. No en vano este último aspecto vertebra toda la poética de la autora: la centralidad de la mujer no solo como protagonista, sino como propulsora de un universo humano desde el espacio secularmente ensombrecido de la domesticidad. Meigas —personaje infaltable de muchas de sus novelas, también de Habitada—, labriegas, costureras, criadas, burguesas…el mundo femenino de Sánchez-Andrade nunca defrauda, siempre se halla dotado de infinitos dobleces.
La segunda sección, bajo el título “huésped”, nos abre a la dimensión de un difunto clérigo de Ortigueira, que desarrolló su ministerio en Cuba, y que se encarna en el cuerpo violentado, enfermo y encamado de Manuela. La unión entre ambas secciones puede resultar tenue en un principio, arrumbada la voz de la joven frente a la exuberancia caribeña del a la par docto y procaz ortigueirés. Pero no, esto es solo apariencia; ambas partes representan dos caras complementarias en la búsqueda de trascendencia en un mundo huérfano de sentido. Si en el primer capítulo sobresalía el estilo quebrado por la emulación oral, en este segundo el experimentalismo formal se trueca en un despliegue de situaciones y personajes delirantes y orgiásticos dentro de la mejor tradición carnavalesca bajtiniana. Campesinos y eruditos citadinos, que indagan el caso de posesión, se igualan así en su asombro ante el prodigio que opera en el cuerpo y mente de Manuela. Pero mientras que los primeros lo celebrarán y participarán de sus posibles beneficios milagrosos, los segundos permanecerán inermes, estupefactos ante la maravilla. Un nuevo guiño a la sabiduría de la cultura rural y popular que tan buena defensora tiene en la novelista. El humor descarnado y la deformación grotesca inundan las páginas de esta sección, sin abandonar nunca el lirismo que, tan magistralmente, Sánchez-Andrade sabe imprimir a todo lo que escribe. Y qué decir de Isolina Agar, el espantallo —espantapájaros en gallego— que tan delicadamente Manuela hiciese compañera maternal durante su etapa previa a la posesión; se convierte en extraño cómplice también para el intruso del cuerpo de la muchacha. Manuela y el ortigueirés, un ser de algún modo hermafrodita, armonizado emocionalmente por la figura semihumana de un espantapájaros, ¡otro sensacional hallazgo dentro de esta novela!
Una brevísima coda concluye la narración y nos deja en vilo, preguntándonos por el destino de Manuela, perdida para nosotros igual que su homóloga de carne y hueso, cuyo rastro se borró para siempre una vez decaído el auge sensacionalista de su caso. Habitada enaltece el testimonio acallado de los humildes, enmarca la leve huella de quien atraviesa este mundo por sus orillas. Una vez más, debemos dar las gracias a Cristina Sánchez-Andrade por recuperar vidas en apariencia mínimas y hacerlas resonar con su destreza literaria. Verdaderamente una novela imprescindible, no la dejen escapar.
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Autora: Cristina Sánchez-Andrade. Título: Habitada. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.


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