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Marinetti. Retrato de un revolucionario, de Maurizio Serra

Marinetti. Retrato de un revolucionario, de Maurizio Serra

Han pasado más de cien años del accidente que sufrió Marinetti al volante de su Fiat, inmortalizado en una fotografía tomada en 1909, tres meses antes de que el poeta italiano publicara el Manifiesto del futurismo en Le Figaro. Así se daba el pistoletazo de salida a este movimiento artístico vanguardista fascinado por la velocidad, la máquina y la guerra.

Zenda publica un fragmento del primer capítulo del libro, Marinetti. Retrato de un revolucionario (ed. Fórcola), de Maurizio Serra.

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Debemos a Anatole France, el cantor de una Tercera República amenazada por la decadencia, algunas páginas proféticas acerca del malestar espiritual que culminaría en la Gran Guerra. El tomo segundo de un ciclo narrativo suyo de finales del siglo xix empieza con un diálogo entre un viejo erudito, el señor Bergeret, y un coleccionista y patriota napolitano, el comendador Aspertini. Pasan del arte a la política, y resulta que están acuerdo sobre el hecho de que «si no estuviese toda Europa acuartelada, estallarían insurrecciones como en otros tiempos, ya en Francia, ya en Alemania, ya en Italia». No son propuestas reaccionarias sino de un escéptico sentido común, como en el estilo de France. El sentido común encierra una lección de humildad frente a las pasiones que han devastado el continente y se preparan para devastarlo de nuevo.

La caserne, la ordenación determinada por el triunfo prusiano de 1870-1871, todavía tiene bajo control «las energías ignoradas que de tarde en tarde produjeron alguna sublevación y desempedraron las calles de la capital». La humilde carrera en el ejército en tiempos de paz frena el ímpetu de las nuevas generaciones: «El grado de sargento […] es un aliciente para invertir la energía de los jóvenes héroes que, libres y arrastrados por sus impulsos, hubieran construido barricadas donde ofrecer un desgaste a sus bríos». Pero ¿durante cuánto tiempo? La guerra separa a los vencedores de los vencidos: no es algo que sorprenda a los dos amigos, estudioso de la Antigüedad. Pero de las guerras modernas se derivan «consecuencias infinitas»; los vencedores ambicionan también la primacía espiritual; desconsolado, Bergeret observa:

[…] no se avienen a seguir la escuela de los vencidos. Para estar acreditado un profesor que nos habla de los caracteres del arte eginético o los orígenes de las porcelanas griegas debe pertenecer a la nación que fabrique mejores cañones.

Aspertini trata de darle ánimos, enumera las deudas que el mundo ha contraído con Francia; pero como buen heredero del Risorgimento, se compadece de la frívola hermana latina:

«Si el alma francesa no vibra ya en el alma de otras naciones, ni hace latir con su ritmo el corazón de toda la Humanidad, es porque los franceses ya no son los apóstoles de la justicia y de la fraternidad […]. Nunca digáis que vuestras desgracias provienen de las derrotas. Decid que provienen de vuestras culpas».

La idea de la décadence se desarrolla a partir del trauma de la patria mutilada por el enfrentamiento cultural. Para France, espíritu mucho más abierto de lo que sus tiempos podían admitir, la alternativa al enfrentamiento sólo podía darse desde la renuncia a cualquier tipo de fanatismo. Los hombres de buena voluntad saben que existen épocas para el combate, y otras para el retiro y la espera. En este diálogo, había un sobreentendido pesimista, pero de un pesimismo tolerante. Bergeret sabía mostrarse por encima del adulterio urdido por la ajada consorte, y al mismo tiempo no malgastaba energías contra las traiciones de la historia y las miserias de la política[i].

El pesimismo dejaba traslucir una Francia tolerante sólo en apariencia, entre los siglos xix y xx, y estaba destinado a influir en el debate entre pasado y presente, conservadurismo y progreso, tradición y modernidad respecto a todo el continente. Parecía que la cuestión social hubiese tomado la delantera respecto a la nacional, pero en el fondo no era así. Otro ejemplo lo proporcionan las novelas de Alphonse Daudet, por entonces muy leídas y difundidas. Junto a Maupassant, Daudet había sido el mejor intérprete del sacrificio, del heroísmo involuntario de la «gente humilde», que se vio arrastrada por la caída del Segundo Imperio y la invasión prusiana. Después, perdiendo en parte la frescura de las primeras obras, pasó a realizar oscuras estampas de ambientes medio-altos, enfermos de especulación, de misticismo, de neurastenia, males que estaban extendiéndose a las raíces sanas del pueblo[ii].

¿Dónde estaba el país seguro de sus propias raíces, el país del terroir, de la religión laica del deber? El hijo de Daudet, Léon, se convertirá en el mayor representante, junto a Maurras, de Action Française, adalid de la intransigencia germanófoba y xenófoba, enemigo de la penetración extranjera, hebraica, masónica, protestante, que «hibridaba» y envilecía a la nación. Para Daudet y Maurras, la República era el mal porque, nacida de la derrota, constituía el símbolo de ésta. Los llamamientos al legitimismo promovían una representación mítica de la Francia «profunda», que desembocará, después de dos guerras, con muchos compromisos y muchas ilusiones, en la restauración de Vichy. Entretanto, la sombra de la crisis del siglo xx –la herida de la modernidad–, el malestar del individuo abandonado a sí mismo frente a la historia traidora, se proyectará en el hogar de Daudet. El hijo de Léon, Philippe, un joven prodigio, desaparecerá en el oleaje de la conspiración terrorista y, quizá, de la rebelión contra el padre[iii].  (…)

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[i] A. France, Histoire contemporaine (1896-1901), II, Le mannequin dosier, Calmann-Lévy, París, 1897, pp. 29, 34-36 [trad. esp.: El maniquí de mimbre, Fabril Editorial, col. Mirasol, Buenos Aires, 1960]; sobre el antijuvenilismo de los personajes de France, véase G. Macchia, «Il maestro di Proust», en Le rovine di Parigi, Mondadori, Milán, 1985, pp. 289-293.

[ii] Véase en concreto A. Daudet, LEvangéliste. Roman parisien, Dentu, París, 188319, dedicado al célebre neurólogo Charcot [ed. esp.: La Evangelista, La Novela Ilused.a, Madrid, s. f.]; sobre la «tesis moral» de la obra ha extendido B. Croce, «Zola e Daudet», en Poesia e non poesia, Laterza, Bari, 19423, pp. 273-284 [ed. esp.: Poesía y no poesía, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2006].

[iii] La desaparición de Philippe Daudet, en noviembre de 1923, seguida del hallazgo de su cadáver algunos días más tarde, fue uno de los sucesos más sonados en la lucha política en la Francia de entreguerras. Se habló abiertamente de las simpatías de Philippe por los círculos anarquistas e incluso de su participación en un plan para atentar contra personalidades de derechas, entre las cuales se contaba su padre; véase la defensa apasionada en memoria de su hijo que hizo madame L. Daudet, La vie et la mort de Philippe, Fayard, París, 1926, con testimonios de Léon Daudet, Maurras, Bainville, etcétera. En el libro se rebate la tesis del suicidio, de la que la policía se sirvió para archivar el caso.

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Autor: Maurizio Serra. Título: Marinetti. Retrato de un revolucionario. Traducción: Ester Quirós Damiá. Editorial: Fórcola Ediciones. Venta: Todostuslibros, AmazonCasa del Libro.

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