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Marta Flich: “¡Matemos la austeridad! No ha valido absolutamente para nada”

Marta Flich: “¡Matemos la austeridad! No ha valido absolutamente para nada”

Marta Flich (Valencia, 1978) arribó a las vidas de muchos interpretando, en su videoblog del Huffington Post, a un personaje divertidísimo, a veces cuasi espídico, que bombardea con napalm rojo los excesos del capitalismo y las políticas económicas —aunque su crítica no se limita sólo a ellas— de los partidos de derechas patrios. Criada en una familia humilde y trabajadora, pianista íntima, estudiante becada, se licenció en Economía por la Universidad de Valencia y cursó un máster en Comercio Internacional por la Universidad de Delaware. Cuando habla/escribe de impuestos, pensiones o recortes lo hace con conocimiento de causa y, sobre todo, con pasión didáctica: a esta —también— actriz, humorista y presentadora le pirra poner en práctica el verbo “divulgar”.

Esto se nota en las doscientas y pico páginas de su primer libro, Necroeconomía: El manual para entender la economía perversa (Grijalbo, 2019), ilustrado por el mongol Darío Adanti. Flich, que entiende la necroeconomía “como una forma de ganar pasta a costa de la vulnerabilidad social de las personas o de los grupos”, ha publicado un ensayo “desde un lugar humilde pero solvente”, libre de cifras ininteligibles para el profano y con las píldoras justas de —amargo— humor. La autora explica, por ejemplo, qué es el Estado de bienestar, el timo de las eléctricas, el funcionamiento del mercado de trabajo. Y, dejando a un lado, relativamente, el ecosistema económico, también se refiere a los medios de comunicación, a las redes sociales o a la cultura.

Con la excusa del lanzamiento de Necroeconomía, Zenda entrevista a Flich en una terracita de la madrileña Plaza Guardias de Corps, a pocos metros de un busto de bronce de Clara Campoamor.

—En Necroeconomía dice, más o menos, que el mundo de la ultraderecha no tiene mucho futuro. Como leí su libro antes de las elecciones, pensé que estaba equivocada, que la ultraderecha tenía un futuro, en apariencia, prometedor, pero los resultados de las generales, con esa “España viva” tan minoritaria, parece que le han dado la razón.

"Muchos votantes de Ciudadanos que estaban desencantados por el giro a la derecha, a la radicalización, no te diría a la ultraderecha, pero sí quizá a la ultraderecha moderada, quizá, se han ido al PSOE"

—Escribí el libro en agosto de 2018. Quiero decir: en ese momento, está prácticamente reciente la moción de censura y Vox no tiene ningún futuro, aunque sí es verdad que hay un giro bastante pronunciado y radicalizado hacia la derecha no en el PP, al que se le esperaba, sino en Ciudadanos, que es el partido que se escora definitivamente. Al final, ese discurso de crispación, caricaturizado, ha sido el de Vox. Vox ni estaba ni se le esperaba. Yo pensaba que con las dos derechas, Ciudadanos y PP, que habían cohabitado en el Gobierno de Rajoy, ya estaba cubierto este espacio. Y, realmente, en estas elecciones generales hemos visto que sí, que estaba cubierto, porque ha habido un trasvase. Muchos votantes de Ciudadanos que estaban desencantados por el giro a la derecha, a la radicalización, no te diría a la ultraderecha, pero sí quizá a la ultraderecha moderada, quizá, se han ido al PSOE…

—Algunos se hacen llamar de “extremo centro”.

—(Risas) Lo del marketing nos está superando. Era un despropósito que se hiciera un cordón sanitario a un partido constitucionalista como es el PSOE. Es inaudito, está fuera de lugar. Y, con respecto a la ultraderecha, no tengo una bola de cristal para saber el futuro, pero somos un país en el que el sentido común, el Estado del bienestar y las necesidades de la sociedad están por encima, pese a una crisis de ocho años, de todo lo demás.

—Marta, ¿la propiedad es el robo?

—Creo que cuando el poder se enquista, la persona se corrompe. Y lo que se ha recordado en cuanto se entra en la política, sobre todo en estos últimos años de los gobiernos de derechas, ha sido el control. Cuando no hay una fiscalización de lo público, en cuanto no hay un control, se produce la sensación de impunidad. Y por eso se robaba y se hacían mordidas como si no hubiera mañana.

—Yo pensaba más en el ciudadano de a pie. En Necroeconomía, contradice a Proudhon y escribe que son los neoliberales quienes dicen que no hay que aferrarse a una propiedad y que hay que ir fluyendo.

"El ser humano necesita estabilidad, proyección, por lo menos en el medio plazo, para poder contar con un plan de vida, para hacer un cálculo vital"

—Ahí me refiero, por ejemplo, al alquiler. Los neoliberales dicen: “No, no compres una vivienda. Alquílala: así serás libre, decidirás tu futuro”. No, vamos a ver: con el alquiler, si tú haces la cuenta, al final pagas más pasta y lo que haces es no poder tener un proyecto de futuro. El ser humano necesita estabilidad, proyección, por lo menos en el medio plazo, para poder contar con un plan de vida, para hacer un cálculo vital. Y la derecha nos vende que es mejor la gentrificación, vivir de alquiler, porque así, en un momento determinado, te puedes ir a vivir a cualquier sitio del planeta. Para eso tienes que tener dinero, para eso tienes que tener un aval y estas cosas que exige esta nueva forma de vivir. No, que no nos mientan.

—¿Usted cree en los pronombres y adjetivos posesivos?

—Sí. Lo que pasa es que la interpretación… (piensa) Yo no estigmatizo nada: ni los adjetivos ni los pronombres posesivos ni los personales (risas). Sí creo que detrás de los continentes están los contenidos. Y detrás de las formas está la manipulación o la voluntad de creer el contenido de las palabras que ya existen. Eso se llama posverdad, en realidad. Es decir: “Me invento una nueva realidad con lo que acabo de decir y la institucionalizo como información real”. Y eso no es así. Y con los conceptos pasa lo mismo. ¿Por qué la bandera es mala? No. Lo que pasa es que la bandera es una simbología. Y ya está. Y no pasa absolutamente nada. Este es el ejemplo más común que hemos tenido estos últimos años.

—¿Y qué le suena mejor: el «mío» o el «nuestro»?

—Me suena mejor el “nuestro”. Para mí, la democracia y el Estado de bienestar están basados en la solidaridad. Y el “nuestro” es más solidario que el “mío”. Dentro de lo cual, el “mío” está integrado en el “nuestro”. En el tema de las pensiones o en el tema de la sanidad sería inviable que yo con mi dinero exclusivamente pudiera pagarme tratamientos o una pensión a futuro. Sin embargo, con el “nuestro”, gracias a esa redistribución y gracias a que sumamos todos —en el caso de las pensiones es un sistema de solidaridad intergeneracional— podemos tener unos beneficios sociales que, de otra forma, con el individualismo, no podríamos conseguir. Se trata de eso: el “mío” está integrado en el “nuestro”.

—Hablando de sonar, usted sabe un rato de música.

—Un ratito. Un ratito y pequeño, ¿eh?

—¿Y cómo le suena España, ahora, en mayo de 2019?

—Pues a Vivaldi, a Mozart. Romántica como Chopin. Y me suena compleja como Bach. ¿Por qué no? España es una mezcla de un montón de cosas. España es diversa, un conjunto de cosas preciosas, de culturas diferentes, de idiomas distintos y de personas con ideologías y preferencias distintas que tenemos un denominador común, que es la convivencia. España me suena a todo eso. Menos a botafumeiro, me suena a todo (risas).

—En Necroeconomía afirma que «no sólo estamos mal, sino que estamos peor que estábamos».

"Los recortes redujeron el estado del bienestar a cuotas de Bulgaria y Rumanía"

—Sí. En términos económicos, hemos vivido y hemos notado todos, desafortunadamente, una gran crisis. Hemos asistido a que se considerara algo normal que salvemos a la banca, por ejemplo, y que luego nos escandalicemos porque le subamos el impuesto de Sociedades, o porque se les quite determinados descuentos, por decirlo de una forma coloquial, a la hora de pagar impuestos… Hemos pasado una crisis fundamental, en la que ha habido muchísimos despidos, en la que se ha admitido una reforma laboral que ha precarizado el mercado de trabajo, en la que hemos asumido que teníamos que hacer un ajuste de la competitividad de España, desafortunadamente, al precio de bajar los salarios… No se ha invertido en cambiar el modelo de productivo. El nuestro se basa en el turismo —me parece cojonudo— pero también tenemos que tener laboratorios que investiguen enfermedades, y en las inversiones en I+D+i el Gobierno de Rajoy hizo un gran recorte. Este tipo de partidas son, al final, las que favorecen la inversión. Hay inversiones que las pymes no pueden hacer y que tienen que correr a cargo del Estado. También se hicieron recortes, políticas procíclicas, es decir: si no tenemos ingresos, vamos a recortar el Estado de bienestar. Lo redujeron a cuotas de Bulgaria y Rumanía, y eso hizo que se agudizara la desigualdad. Las rentas del capital siguieron creciendo y las del trabajo bajaron. Y no hay ningún precedente en ningún país de que el desarrollo esté basado en el crecimiento de las rentas del capital y sí en las del trabajo.

—¿Y por qué en España se piensa que, cuando llega al poder, la izquierda hace trizas la economía y, cuando lo hace la derecha,  esta recupera la economía?

—Es un mantra, sí. Bueno, hemos visto que Gürtel y Púnica tienen la marca de la derecha. Mira, algo muy concreto: a Bruselas, que son quienes marcan la dinámica y los planes de estabilidad que tienen los países y dicen “vais bien, vais mal”, el Gobierno de Rajoy, apoyado por Ciudadanos, mandó un Plan de Estabilidad y Bruselas dijo que era inviable. Las mayores cuotas de deuda pública, más del 100%, se han alcanzado con Mariano Rajoy. La hucha de las pensiones, de 66.000 millones de euros, Fátima Báñez la dejó en 6.000 millones. Si esto es gestionar bien, me quiero ir a mi casa. Esto es así. Y ahora, al Gobierno de la moción de censura, en diez meses, no le ha dado tiempo a hacer algo bien o algo mal. En ese periodo, da tiempo a aliviar ese dolor, ese desaliento que había producido la derecha en la clase obrera, pero no da tiempo a hacer nada. Estamos en una economía macro, globalizada, pero sí que es verdad que cómo salgamos de esta crisis depende mucho de qué políticas, de qué inversiones se hagan.

—Le voy a confesar que hay una cosa que me ha disgustado de su libro: el uso del término «austericidio». Caray, significa «matar la austeridad»…

"La austeridad no ha valido absolutamente para nada"

—“Austericidio” es un término que se acuñó después de la crisis, sobre todo después de la gran tragedia de Grecia. Efectivamente, “austericidio” es “matar la austeridad”, ¿no? ¡Pues matemos la austeridad! La austeridad no ha valido absolutamente para nada. Lo ha reconocido la propia Angela Merkel.

—Por otro lado, me ha gustado mucho una palabra que, al menos yo, sólo le he escuchado —en este caso, leído— a usted: «vertira».

—La “vertira”, claro. Es como un fake. Digo una mentira hasta que la transformo en una verdad. Es la “posverdad”. Es lo que ha hecho Pablo Casado (risas) en toda la campaña electoral de las generales. Sabes que es mentira, pero lo conviertes en un mantra y lo haces verdad o tú crees que es verdad. Esta vez no le salió bien.

—La “vertira” la inventó Goebbels.

—Sí, lo de repetir una mentira hasta que la haces verdad.

—En su libro dedica un capítulo a los medios. ¿Por qué el excomisario Villarejo fue —o es— la principal fuente de una, no sé si decir mayoritaria, pero al menos sí que más que notable parte del periodismo de investigación publicado en los últimos veinte, por no decir treinta años?

—Hay que diferenciar dos etapas, bajo mi punto de vista, sin ser una perfecta conocedora de la realidad de Villarejo: hay un momento en el que no se sabe que Villarejo es el ser que conocemos ahora mismo, pero sí que se sabe que es una fuente… (Piensa) No te puedes imaginar, Jesús, las fuentes que tienen los periodistas de investigación, los sitios en los que se cometen absolutas ilegalidades. Lo que pasa es que para poder desmontar algo muy tocho, algo muy grande, se tienen que dejar pasar cosas pelín menos graves para poder descabezar una trama muy complicada. Por ejemplo, hay pocos periodistas que no conozcan a Villarejo, que no hayan quedado con él, para cenar y tal. Otra cosa es la ética periodística: de dónde llega la información, si está contrastada, no está contrastada, si es ético publicarla… Muchos medios digitales se crearon no con pretensión de informar, sino con pretensión de hundir de una forma personal y directa. Fueron encargos. Estas publicaciones, entre verdad y verdad, te colaban una mentira. Y, muchas veces, gran parte de las cosas que dijo Villarejo que eran absolutamente ilegales se publicaron sin contrastar, a sabiendas de que no estaban siendo contrastadas y a sabiendas de que se estaba faltando a la ética periodística.

—¿Se atrevería a nombrar a un medio absolutamente libre?

"Hay muchos medios digitales que han sido creados para escandalizar e intoxicar"

—Por ejemplo, eldiario.es es un medio aparentemente libre. Yo diría que sí. He visto darle a izquierda, a derecha, arriba, abajo, al centro y p’a dentro. Hay muchos digitales que han sido creados para escandalizar e intoxicar, y luego hay unos periódicos tradicionales, como El País o El Mundo, que son periódicos que van cambiando de línea editorial en función del director que estuviera en su momento y del accionariado. Pero, en general, creo que estamos asistiendo a una cosa que es positiva, por no dejarlo todo en lo negativo, y es que creo que es muy cool, por llamarlo de alguna forma, que si yo soy un medio tradicional, bueno, pueda dar cabida a publicaciones más independientes o contrarias a mí porque esto me da valor añadido. ¿Por qué hay bancos que se publicitan en lugares extraños, que dices “no les pega”? Porque también quieren alcanzar ese público, ese nicho de mercado. Y eso es positivo. Y esto lo han democratizado mucho las redes sociales, que tienen parte de la culpa, pero también de la solución.

—Por cierto, escribe que la última libertad que tiene el ser humano es «la de nuestro cerebro».

—Esto no es mío, sino de Viktor Frankl.

—El autor de El hombre en busca de sentido.

—Exacto. Él decía que en el campo de concentración les podían rapar la cabeza, vestir igual, estar sometidos a la misma alimentación y atrocidades, pero nunca fueron dueños de su pensamiento. Nunca. Y con ese pensamiento fue libre. Nadie puede entrar en tu cerebro. Bueno, te pueden drogar, pueden hacer lo que quieran, pero nadie decide lo que tú piensas en última instancia. Y eso es lo que nos hace libres: nuestro pensamiento.

—En el ensayo hace una férrea defensa de la cultura.

—La cultura y la educación es lo que nos hace, lo que personaliza, lo que caracteriza al ser humano. ¿De qué nos diferenciamos de los animales? Nos emocionamos, reímos…

—Hablando de la risa, ¿está enferma una sociedad que es más dura con un cómico que con un ladrón?

"La metáfora es de las cosas más bonitas que tiene el ser humano"

—Absolutamente sí. Esto tiene mucho que ver con la literalidad, con la comprensión lectora. No se puede, bajo ningún concepto, juzgar la ficción. Se tiene que juzgar la realidad. Se tienen que juzgar los hechos. Yo puedo decir: “Mira, Jesús, te arranco la cabeza” o “Te voy a poner una bomba y vas a reventar”. No tengo esa bomba. Quiero decir: si estoy contando un chiste, un chiste es ficción. Y muchas veces se está juzgando una ficción que está en unos códigos determinados, en un espacio acotado, en un lugar, en un momento, y esto, descontextualizado, hace que pueda ser susceptible de ser juzgado. Y esto me parece terrible: si lo hacemos de una forma literal, perdemos la metáfora, y la metáfora es inteligencia, plasticidad cerebral. La metáfora es de las cosas más bonitas que tiene el ser humano.

Y, para finalizar, hábleme de su aventura en una televisión manchega.

—Esto fue muy fuerte. Yo trabajaba en La Caixa, en lo que es ahora mismo Caixabank. Y decidí pedir una excedencia porque me fui a acompañar a un amigo a hacer un casting para presentar un telediario. A él no le cogieron y yo dije: “Quiero presentar este telediario, me apetece entrar en el mundo de la comunicación”. Me cogieron y me fui a una televisión regional de Castilla-La Mancha y empecé a presentar el telediario. Daba noticias de Ciudad Real, de Castilla-La Mancha. Entonces estaban Cospedal, Barreda… Sobre todo, era una política muy local. Rosa Romero, que es diputada por el PP, era alcaldesa de Ciudad Real y ya tuvimos ahí unos jardines porque… ahí lo dejo (risas).

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