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Mary Shelley, narradora, ensayista y editora (Segunda parte)

Mary Shelley, narradora, ensayista y editora (Segunda parte)

En el apartamento de Londres, Percy se ha dormido y Mary lo contempla. Después de cuatro partos, es el único hijo que le queda con vida, y por eso no quiere separarse de él ni un instante. Su rostro blanco con los ojos cerrados le recuerda la carita de cera del pequeño William, tras fallecer de fiebres romanas a los tres años. Ella estaba ya embarazada de Percy cuando enterraron el cuerpo de su hermano junto al de su padre en el cementerio Protestante de Roma.

Shelley partió junto a Mary hacia la Ciudad Eterna el 28 de febrero de 1819 y alquiló el palazzo Verospi en la via del Corso. Todo marchaba bien. Ambos escribían, se inspiraban mutuamente, daban largos paseos disfrutando de la primavera romana. Hasta el día en que la frente de William comenzó a arder. El niño guardó cama, fue visitado por todos los médicos, pero nada pudieron hacer: el 7 de junio por la mañana falleció.

El dolor de Mary fue desgarrador. No podía soportar la idea de no volver a ver jamás a su pequeño, de que fuera eternamente un niño y nunca creciera y se convirtiera en hombre. Para tratar de alejarla de su dolor, Shelley decidió mudarse a otra ciudad, trasladarse con ella a una villa en las afueras de Livorno, un lugar bellísimo frente a las islas de Gorgona, Capraia, Elba y Córcega.

"El argumento de la novela, que hoy podría calificarse de psicoanalítico, nos adentra en la pasión sexual incestuosa que experimenta el padre de Mathilda hacia ella"

Tras dos meses en los que se siente incapaz de leer o escribir una sola letra, el 4 de agosto de 1819 aparecen las primeras anotaciones en el diario de Mary. Ha descubierto que escribir la reconforta para superar el duelo poco a poco. La literatura es para ella un viaje de retorno a la vida, si es que ésta es posible sin William… Poco a poco, conforme se reincorpora a la escritura, aparece en su imaginación la protagonista de su segunda novela, Mathilda, una mujer enloquecida que se acusa de la muerte de su madre, fallecida tras nacer ella, como la madre de la propia autora, Mary Wollstonecraft, que murió de fiebres puerperales a los pocos días de nacer Mary.

El argumento de la novela, que hoy podría calificarse de psicoanalítico, nos adentra en la pasión sexual incestuosa que experimenta el padre de Mathilda hacia ella. Se trata de un novela psicológica en la cual la protagonista, presa del sentimiento de culpa de haber matado a su madre y arruinado la vida de su padre, decide suicidarse pese a no tener ninguna responsabilidad alguna en los hechos. La suya es una suerte de culpa universal. Mathilda echa sobre sus espaldas el fatum adverso, carga sobre sí con la fatalidad que aqueja al género humano.

Todos los personajes de la novela se mueven en una espesa grisura moral. Al fin, Mathilda conoce a un apuesto joven. Pero ella no quiere que sea su esposo, sino el amigo y compañero que se funda con ella en su luto, en su desesperación morbosa, como Mary quería de Shelley tras la muerte de William, mientras aquél le insistía en que debía reponerse de su pena y olvidar la tragedia.

"Editar los escritos de Shelley es para Mary como comunicarse con él, como hacer espiritismo"

“Leer, trabajar, caminar”. Así describía su vida Mary mientras, embarazada de Percy, escribía sin desmayo Mathilda. Trabajó hasta el día del parto. Cuando la novela estuvo terminada, durante la lactancia de Percy, la envió a su padre, William Godwin, para que le ayudara a buscar un editor, pero éste no solo no ayudó sino que calificó la obra de “repugnante”, y no quiso ni devolverle el manuscrito. Mary no deseaba romper relaciones con su padre, como ya sucedió cuando escapó con Shelley a Italia, de modo que accedió a no publicarla, acatando la orden de él. Mathilda terminaría publicándose en Inglaterra más de un siglo después, en 1959. Hoy en España contamos con una excelente edición, como todas las de la editorial Cátedra, a cargo de Juan Antonio Molina Foix.

Cuando ahora mismo sale del Lyceum Theatre, de ver esa espantosa versión de su Frankenstein, piensa que ahora ya nadie la parará, ni siquiera su padre, ni su suegro, sir Timothy: va a seguir escribiendo y ¡va a editar los poemas póstumos de Shelley! Los trajo de Italia en varias cajas que ahora la esperan junto a su mesa de trabajo. Son centenares de paginas totalmente desordenadas, escritas en cualquier papel que se encontraba, incluso en las partes de atrás de facturas impagadas, o en sobres de correos abiertos. También en hojas sueltas encontradas en libros, que Mary ha ido entresacando y ordenando con cuidado… En muchas ocasiones las hojas no llevan siquiera fecha, y es Mary la única que puede ponérsela, pues recuerda cuándo su marido le contó que estaba escribiendo tal o cual poema…

"A partir de la biografía de Maquiavelo, Mary debe llevar a cabo una ardua labor de documentación e investigación acerca del personaje"

Tras semanas de intenso trabajo en el apartamento de Londres, ha logrado al fin sacarlos a la luz en 1824, un año después de su llegada a Inglaterra, bajo el título de Poemas póstumos, de autor anónimo. Pero la autoría de Shelley es un rumor a voces, un rumor que pronto llega a oídos de sir Timothy, quien ordena y consigue al instante el secuestro de la edición por sacrílega y obscena, si bien la censura no logra del todo su propósito, pues los ejemplares vendidos ya circulan por toda ciudad y los amantes de la poesía se los prestan y hacen copias manuscritas para que no se pierda el libro.

Editar los escritos de Shelley es para Mary como comunicarse con él, como hacer espiritismo. Siente que es su marido quien la guía y escoge a través de ella las versiones definitivas de sus propios poemas.

El 12 de noviembre de 1819, cuando al fin nació Percy, Shelley pensó que su mujer recuperaría la alegría y el deseo sexual perdido desde la muerte de William, pero no fue así. Ante los arrebatos pasionales de él, que deseaba continuamente hacer el amor, Mary responde: “Una mujer no es como un campo que deba estar en uso permanente para que nazca o crezca el cereal”.

"Para Mary la ficción era un modo de ejercer la crítica social y política"

Había comenzado con ilusión y energía a escribir su tercera novela, ambientada en la Italia del siglo XIII, de título Valperga. Narra la historia del príncipe Castruccio Castracani, personaje verídico biografiado por Maquiavelo, cuyo autoritarismo sojuzgó al pueblo de Lucca. A partir de la biografía de Maquiavelo, Mary debe llevar a cabo una ardua labor de documentación e investigación acerca del personaje.

Valperga es una crítica al maquiavelismo, al fin que justifica los medios; quizá la primera de la historia de la literatura en forma de novela. Es una censura del narcisismo y de la ambición frente al amor y frente a la familia. El ansia de fama y de poder de los hombres que origina las guerras lo pagan finalmente mujeres y niños, viene a decirnos Mary a través de la trama de la obra. Está claramente inspirada en las ideas de su madre, Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo. Para Mary la ficción era un modo de ejercer la crítica social y política.

En la excelente biografía de las dos Marys, madre e hija, a cargo de la editorial Circe, de la poeta y ensayista estadounidense Charlotte Gordon, ésta afirma que, durante la época en que Mary escribe Valperga, la relación con Shelley se había enfriado, y éste buscaba consuelo en los brazos de su cuñada, Claire Clairmont, quien había tenido una hija con Lord Byron llamada Allegra, y con Jane Williams, la mujer de su íntimo amigo Edward Williams, con quien Shelley moriría en la costa toscana de Viareggio.

"Cuando finalmente se publicó la novela, fue elogiada por su bello estilo, pero nada se dijo sobre las ideas políticas y filosóficas que albergaba"

Pese a la promiscuidad de Shelley, que Mary conocía, el matrimonio todavía conversaba mucho sobre literatura. Intercambiaban ideas y libros, se daban a leer sus manuscritos. Nadie entendía mejor que Mary los estados de ánimo de Shelley, y nadie apoyaba como Shelley las ambiciones literarias de Mary. Pese a las crisis de ella y las infidelidades de él, los siete años de matrimonio habían fructificado en una intimidad sólida y compleja en lo intelectual y literario. Ninguno de los dos podía encontrar un sustituto del otro en este aspecto, pero en el resto de aspectos de la vida eran como unos separados tácitos que se llevaban razonablemente bien pese a sus diferencias.

En diciembre de 1821, Mary acabó Valperga y envió a Londres el manuscrito al editor Ollier, con una nota de su marido exigiendo atención y buenas condiciones para su esposa. Ante la indiferencia de Shelley, Mary se consolaba estrechando su amistad con Lord Byron y con John Trelawny. Sin embargo, cuando trabajaba, su marido siempre estaba allí. Cuando recibió el manuscrito de Valperga le escribió: “Sé severa en tus correcciones y espera severidad de mí. Me ufano de que hayas compuesto algo sin parangón en su género. Soy tu sincero admirador”.

Cuando finalmente se publicó la novela, fue elogiada por su bello estilo, pero nada se dijo sobre las ideas políticas y filosóficas que albergaba, como si algo escrito por una mujer no pudiera tener interés intelectual. Al fin, en la portada figuraba Mary como autora, que se atribuyó en el prólogo también la autoría de Frankenstein o el moderno Prometeo.

Después de la muerte de Shelley, que conté con detalle en otro artículo publicado en Zenda con el título de «Necrofilia», Mary tenía solo 25 años y se refugió una vez más en su diario. Escribía cada día hablando con su marido en segunda persona, como si hiciera espiritismo, al igual que cuando ahora edita sus poemas. Pero en 1822 se resistió a desempeñar el papel de viuda doliente. Leía la Historia de Grecia y de la Italia medieval; Byron y Hunt la ayudaron a lanzar el primer número de la revista El Liberal, que apareció el 15 de octubre de 1822. Incluía el poema de Shelley “Noche de mayo: Una traducción poética del Fausto de Goethe”, editado y preparado por Mary para su impresión. En el segundo número, aparecido el 15 de noviembre, incluyó su relato “Un cuento de pasiones”, otro poema de Shelley y la “Visión del Juicio” de Byron, ambos editados por ella, así como un ensayo sobre poesía escrito por un amigo de su padre. Mary quería ganarse la vida con la pluma.

“Todo el alivio del que pueda gozar a partir de ahora lo obtendré de los libros y de las ocupaciones literarias. Jamás me casaré con otro hombre, porque el amor que sentí por Shelley es insustituible e insuperable”, afirmó en una carta a Jane Williams.

"Mary atisba el ataúd y la regadera cae de sus manos mientras sufre un ataque de ansiedad: la muerte la rodea, le acaricia la cara con su mano helada"

Poco a poco, la idea para su cuarta novela va cuajando. Se titulará El último hombre. Mary se acaba de mudar, del pequeño apartamento que ocupó con Percy en el centro de Londres, a una casa de campo más amplia en las afueras de la urbe. Junto a ella, ha alquilado otra casa su amiga Jane Williams.

Como la casa de campo está en la carretera hacia el norte, un buen día, mientras riega las macetas, pasa por delante de su jardín el cortejo fúnebre de Lord Byron, fallecido en Grecia a causa de unas fiebres a los treinta y seis años. El ataúd, en una suntuosa carroza de caoba labrada, se dirige al condado de Nottingham, a la iglesia parroquial de Southwell, donde será enterrado junto a los huesos de sus antepasados.

Mary atisba el ataúd y la regadera cae de sus manos mientras sufre un ataque de ansiedad: la muerte la rodea, le acaricia la cara con su mano helada… Se ha llevado ya a los seres que más amó: a su madre, a su hermanastra Fanny, a su marido, a su hijo William, a Byron… ¿Por qué no se la llevará también a ella, cuando no le importaría en absoluto desaparecer?

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