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Más Europa, por Ignacio S. Galán

Europa, ¿otoño o primavera? es el nuevo libro de Zenda. Un ensayo, editado y prologado por Alfonso Guerra, en el cual diplomáticos, periodistas, profesores, estudiosos, científicos e historiadores han expresado sus puntos de vista acerca de Europa. 

A continuación reproducimos la introducción, escrita por Ignacio S. Galán —presidente de Iberdrola—, a esta obra.

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Para mi generación, ser europeísta era la promesa creíble del camino expedito a una democracia consolidada, y a una economía de mercado orientada al bienestar social de todos los españoles. Creíamos que la apertura al exterior y a la modernidad permitirían a España alcanzar el lugar relevante que le correspondía en el continente y en el mundo. Cuántas veces lo he hablado con mi querido Manuel Marín, un gran español y un gran europeo.

Hoy sigo creyendo firmemente que ese modelo “a la europea”, que trasciende cualquier falso antagonismo entre competitividad y solidaridad, es también la respuesta a los nuevos y graves desafíos que se nos plantean. La Unión Europea ya no debe buscar, como hace 80 años, arbitrar mecanismos de equilibrio y concordia entre sus miembros, sino establecer un marco común que le permita, como a la España de los 80, ejercer el papel global que merece.

Como muchas de las prestigiosas personalidades que firman estos artículos, todos admirados y algunos grandes amigos, he sido testigo privilegiado de cómo las esperanzas que depositábamos en la construcción comunitaria se hicieron realidad para España y también para el resto de Europa. Algunas oportunidades cristalizaron tal y como esperábamos, y otras se frustraron o quedaron a medio camino, pero creo que la razón nunca fue el proyecto europeísta, sino más bien su insuficiente avance.

En los tiempos de la caída del muro de Berlín, trabajaba en la ciudad alemana de Soest dirigiendo una planta industrial. De la noche a la mañana, un país consolidado y próspero se marcó el objetivo de la reunificación. ¿Cómo abordar la convergencia de realidades tan dispares sin lastrar el proyecto común de una nueva República Federal? Al margen del gran mérito planificador y de ejecución que corresponde reconocer a los alemanes, uno de los secretos de su éxito fue que la cuestión nunca se planteó como una mera problemática nacional, sino como una oportunidad para todo el continente. Y la sociedad europea estuvo a la altura: la reunificación alemana fue al alimón del tratado de Maastricht y de un período de grandes avances para la integración.

Volviendo a España, ¿quién puede negar la transformación política, económica y social que el país ha conocido en las últimas décadas de la mano de la integración en la Unión Europea? También lo viví de primera mano en Euskadi, cuando un grupo de políticos, empresarios y responsables de otras instituciones de la sociedad civil abordamos con decisión una reconversión industrial que era imprescindible y que también tuvo siempre un horizonte europeo. Fruto de la negociación, de la generosidad y de la valentía de todos, se superaron todos los obstáculos: el Bilbao que conocemos hoy simboliza muy bien el éxito de esa transformación.

En definitiva, la integración europea ha sido un factor clave para nuestro progreso político, económico y social. Es un proyecto imperfecto, siempre inacabado, pero, si lo vemos con perspectiva histórica, queda patente su valor.

No tengo la pretensión de aportar respuestas definitivas, pero sí quiero compartir un convencimiento. Los problemas de hoy no son los de ayer, pero la solución sigue siendo la misma: más Europa.

En 1988, el economista italiano Cecchini escribió aquel conocido informe sobre el “coste de la no Europa”, dando origen a un ejercicio que sigue siendo imprescindible realizar de forma periódica. ¿Cómo habríamos abordado la pandemia o la guerra en Ucrania sin una Europa unida? Una vez más, las crisis han sido también oportunidad de avances estructurales: la gestión de las vacunas, los fondos europeos de recuperación, la respuesta unida a la situación en Ucrania… Pocos dudan de que, en estas encrucijadas, la fragmentación nos habría llevado al fracaso.

Pero no debemos caer en el engaño: si la Unión nos muestra la salida en los momentos de crisis —que ojalá sean puntuales— es porque también nos hace más fuertes de forma permanente. Esa es la gran lección que debemos aprender. Por eso mismo, debemos buscar también en Europa la solución a esos otros problemas estructurales que, desgraciadamente, no desaparecerán por un ejercicio puntual de coraje.

Un ejemplo claro de ello es la respuesta a ese gran desafío que tenemos ante nosotros, el cambio climático. Si queremos convertir nuestras debilidades en fortalezas, debemos liberarnos de la dependencia de los combustibles fósiles, cuya volatilidad e implicaciones geopolíticas estamos padeciendo en términos medioambientales y estratégicos. Y tenemos la solución. Incluso la creamos en Europa y la exportamos al mundo entero gracias a la investigación, al compromiso de algunos y a la apuesta de muchas empresas de todos los tamaños. La electrificación nos ofrece la vía para la descarbonización, la independencia energética, el equilibrio de nuestra balanza exterior o la consolidación de una industria verde competitiva y generadora de empleo de calidad. Los que iniciamos el camino hace más de 20 años, porque pensábamos que la transición energética no solo era una oportunidad económica sino también una obligación moral, vemos con entusiasmo que esta apuesta ganadora es ahora mayoritaria. Pero debemos acelerar decididamente para aprovecharla.

Por esta y por muchas otras razones, las empresas y la ciudadanía nos debemos implicar sin matices en el proyecto europeo, no como meros creyentes en una verdad inalterable, sino para seguir dándole forma y explorando todas sus virtudes. Mi experiencia es que muchos lo están haciendo ya desde instancias diversas. Hace años que participo muy activamente en la European Roundtable for Industry, que reúne a las grandes empresas industriales europeas. Observo desde hace un tiempo el compromiso de quienes la formamos con ser parte de la solución, orientando nuestra actividad y nuestras inversiones hacia áreas que promuevan la competitividad, la descarbonización y el bienestar social de los europeos.

Y para ello nunca se privilegian las vías nacionales, por rápidas que puedan parecer. Todos sabemos que solo un Mercado interior sólido y completo nos permitirá competir en un mundo cada vez más integrado. Y, para ello, necesitamos políticas europeas comunes y estables, armonización fiscal y aceleración de los procedimientos administrativos.

A lo largo de estas páginas, el lector comprobará que las visiones de Europa no son uniformes. Cada autor parte de un enfoque propio que se fundamenta en su experiencia personal y profesional, pero en todos ellos es perceptible un hilo conductor: el profundo convencimiento de que Europa también es una apuesta de futuro. La Unión es, ante todo, una vanguardia de organización política, económica y social, y por eso mismo su último capítulo nunca está escrito. Nos enfrentamos a problemas nuevos, es cierto, pero contamos con la fórmula que nos ha ofrecido el mayor período de paz y prosperidad de nuestra historia: más Europa. Sigamos explorándola y dándole forma nueva.

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VV.AA. Título: Europa, ¿otoño o primavera?Editorial: Zenda. Descarga: AmazonFnac y Kobo.

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11 meses hace

Sr. Galán: el que uno sea europeista, no quiere dejar de reconocer que quizás no ha sido usted el más adecuado para esa introducción. Porque Europa es muchas cosas, muchas visiones, muchas perspectivas, pero no es deslocalización, no es subcontratación, no es sueldos de miseria, no es beneficios sin límite y no es energía super cara, un lujo. Solo un dato, háganoa ese pequeño favor: díganos el número de trabajadores directos de Iberdrola y el número de subcontratados permanentes que tiene esta empresa. ¿Eso es Europa, precariedad?

Las eléctricas en España, no son el mejor ejemplo de europeismo. Medradas bajo el amparo del franquismo (es imprescindible estudiar la historia de estas empresas en España), en un sector monopolístico, que continúa siéndolo, tuvieron el premio y el amparo de la dictadura con beneficios intocables y posición privilegiada. El franquismo nacionalizó todas o casi todas las grandes empresas y los grandes sectores productivos. Solo un sector dejó como premio a sus apoyos, un reducto sin nacionalizar, un pago, gratis para él, al que le apoyaron. Todas las grandes familias del régimen refugiaron allí sus caudales… hasta ahora. Beneficios sin esfuerzo. Con la democracia esto no se arregló, al revés el proceso monopolizador continuó. No me voy a extender más. Resultado: los españoles llevamos pagando 80 años la energía más cara de toda Europa. Verguenza.

Alardear de europeismo, por lo que usted representa, no me parece lo más apropiado. A no ser que queramos convertir Europa en un reducto del capitalismo salvaje, del neo-liberalismo más abyecto.

No comienza bien así este libro con estos preámbulos decimonónicos. Mis respetos para el sr. Guerra pero creo que no ha sabido elegir bien a los colaboradores para este objetivo encomiable. La visión de Europa de la mayoría no es la visión del sr. Galán, por fortuna.