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Memoria y fábula

Memoria y fábula

Ya se sabe que el tiempo es una medida falaz, relativa, hecha para conformar el pensamiento con el anhelo del que mira cómo pasa, mientras lo inmutable —de momento— permanece. Así es con este transcurrir que abarca el alumbramiento de la novela Años de mayor cuantía, de Sánchez Santiago, pasa por el Premio Tigre Juan en 2018 y se extiende con el de la Crítica de Castilla y León en este —a veces— páramo sediento del año que acaba. Aunque no se trata de los premios, sino de lo que soportan: en el esqueleto del año 2019, cuando pase a la historia literaria, quedarán las costillas que conforman las palabras merecidas a un poeta que devino en potente —y completo— narrador, porque el Tigre Juan y el de la Crítica de Castilla y León señalan a un escritor que ya no es un fingidor, como decía Pessoa.

Dijeron de él en la concesión del Tigre Juan:

Tomás Sánchez Santiago ofrece la proximidad de una voz que parece haber suprimido la distancia de la ficción (…), un yo y un tú, en la transparencia de la palabra viva (…) para configurar un brillante trayecto narrativo (¿novela, memorias, diarios, autoficción, crónicas, cuentos, nouvelles?) entre la poesía y el diletantismo.

En Años de mayor cuantía Tomás Sánchez Santiago disecciona la realidad —la vida y la ficción— mientras elabora un sabio filandón al modo en que se usa en este rincón de la vieja Iberia: narrando un cúmulo de historias, puestas en boca de unos personajes que son uno mismo y distinto a la vez, un ser versátil en la propia historia y en la vida del narrador, desde el camarero que refleja pasivamente el mal de los otros al señor Eloy en la habitación compartida de hospital, pasando por la memoria obligatoriamente olvidada de la guerra in-civil, las ricas calles infantiles de una ciudad provinciana, el aliento represor en la adolescencia universitaria, o la indigna conciencia de una sociedad —con pelos y señales— que se aprovecha de sus marginados, sin dejar de asistir a vergonzosas proposiciones de estrafalarios personajes y llegar a notar la necesaria mano del creador solidario.

"Nos encontramos ante un potente narrador, que lo mismo escribe en el puro estilo de la narrativa de postguerra que nos sitúa ante el realismo mágico y la novela experimental"

¿Y qué otra cosa es un filandón que ver pasar o tener al alcance de la mano el rito de la vida, donde aparecen y se confunden tiempo, historia y personajes, en una intención que va de la vindicación de la memoria (la personal y la de todos) a la necesidad del escritor de seguir contando la vida que ve pasar y que siente —solidario y solitario— latir y palpar?

Queda dicho que Años es una mezcla inteligente y versátil— de géneros literarios, un terreno fronterizo, pero neto, con un mensaje directo al corazón del hombre del siglo XXI que se empeña en habitar la prehistoria cuando se trata de las relaciones humanas. Lo señala Natalia Carbajosa en su espléndido y tan clarificador artículo sobre el libro1:

«…en el uso impredecible del lenguaje o en ese callejear por los arrabales se advierte, más que una voluntad de estilo, una inclinación (…) a la subversión: lo inocente, lo banal, lo que no cuenta, se convierte así, precisamente, en una bofetada en la cara insolente de los que parecen hallarse al frente de nuestros destinos».

Nos encontramos ante un potente narrador, que lo mismo escribe en el puro estilo de la narrativa de postguerra que nos sitúa ante el realismo mágico y la novela experimental, o destila una descripción (más que con la vista con los otros sentidos que nos llenan de emoción y nos caracterizan como seres humanos), como si fuera un ensayo sobre la ceguera, una muestra razonada de la realidad recordando a Ferlosio o un humor cinematográfico casi felliniano donde el ser humano nos da que pensar, junto a la ternura de un Juan de Mairena. Ah, y sin olvidar la serena mano del poeta que navega en este viaje por tantos rincones de la memoria que nos enseñan a llegar al futuro (ya pasado) imperfecto, en busca del pathos que parece haber perdido el ser humano en su viaje hacia la dignidad. Una mano también sabia —en ocasiones cervantina— que remoza todo ello con un lenguaje ora narrativo ora poético, pero siempre sensible, cuidadoso con la expresión y la palabra elegida, rebosando sinceridad, honestidad al servicio de lo que cuenta, en una narración inclusiva donde se nota la tremenda fuerza del humanismo del autor, puro, desnudo, sin necesitar de una ideología, pero pleno de ella.

La novela acude a nuestro pasado cercano dejando ver su modo reflexivo, mostrando las sombras o siluetas del pensamiento, del recuerdo que conforma la realidad que no pudo ser, pero que a la vez se quiere recrear y convertir en la justicia de la memoria como una elección perfecta: solo ideas que sienten, o un pensamiento carnal que define y da forma al silencio que impuso la dictadura uniformada por la fuerza de la sinrazón. Son los manotazos, como palos de ciego (?) en busca de una cucaña, que ya le permiten al autor zamorano situarse —y situarnos— en la casilla de salida para empezar a vivir, o a indagar qué es esto que algunos se atreven entre tanta carencia a llamar vida, después de tantos años… ¡de mayor cuantía!

"Incluso en algunos momentos se puede llegar a pensar que en estos años de mayor cuantía hay, casi, una búsqueda de una vía mística en pos de esa necesaria conciencia ética"

Así va dejando desenmascarado el olvido que impone el silencio, producto a su vez del silencio que impuso el olvido obligado (los largos años de una dictadura que no se acaba); y va dejando paso a una verdad que ya no está domesticada, que nos trae la muerte —al fin— impune de aquella mayor cuantía: Tomás Sánchez nos muestra que para despedazar el rompecabezas del olvido solo hay que retomar en las palabras cada pigmento, cada aroma, cada imagen de la vida que nos tocó vivir, para rellenar la realidad —aquella y esta— con la verdad que no fue porque no pudo ser, porque no la dejaron ser; como ocurre en el episodio de Jurado/Posado.

Incluso en algunos momentos se puede llegar a pensar que en estos años de mayor cuantía hay, casi, una búsqueda de una vía mística en pos de esa necesaria conciencia ética. Hasta, aventurándonos en ese camino místico, se pueden apreciar los pasos para lograrla: desde la vía purgativa de algunos episodios iniciales (viendo a Camuñas), a la vía contemplativa de otros como el del señor Eloy —con su magia incluida—; y donde la indagación sincera de la propia conciencia, como en el episodio del Burgo de Osma, muestra un ejercicio de búsqueda del ser individual en los otros tan necesarios para contemplar el final de cada anecdotario vital, ya sea personal —siguiendo el episodio ensoñador de la tienda familiar con su padre y su abuelo—, o de esos personajes a los que cede el autor-narrador la historia dándoles su propia voz, una voz que el autor busca y halla al final, en la vía iluminativa que es el otro que somos todos —a través de Ignacio—.

Y no podemos olvidar, por último, que estamos sin duda ante un ejercicio de literatura, (también de lingüística, claro, y de estilo, con una técnica aprehendida en el esfuerzo de la lectura sosegada y la experiencia, ¡algo habrá hecho!) que se escribe muchas veces con mayúscula. Y el zamorano nos lo señala al final, entre humildad y facundia, dejándonos junto con él mismo mudos, cuando nos descubre en otra suerte de filandón, que el mismo escritor se ha quedado sin palabras a las que acudir en su quehacer diario, ¿quizá ante la insuficiencia del lenguaje que se encuentra con la vida? Se nos antoja que es otra vuelta de tuerca del poeta y narrador con la vida como una unidad de tiempo, donde pasado, presente o futuro nos llevan a comprender que la ficción que es la vida —¿acaso es cierto que la vida es sueño? parece dejarnos en algunas ocasiones sin palabras para vivirla, deslizando que el espacio (el hueco) que nos ocupa la vida no nos perteneciera.

Quizás ocurra que este relato multivocal, donde cabe hasta la autocita de la Calle Feria, se nos convierte al final (o es posible que lo sea en realidad) en una anagnórisis literaria, es decir, el desvelamiento de una verdad propia, que deviene —con la escritura— en quijotesca, en su afán y su ilusión de acomodar la realidad a la verdad, admitiendo ambas partes contradictorias, ¿o no? Y que se descubre nuestro autor entre los dedos de la escritura, con entusiasmo, con sinceridad, con dureza, y a pesar de todo con una ternura llena de un humor cotidiano que nos ayuda a sobrevivir dentro de lo cabe.

1 Carbajosa, Natalia. “La escritura fronteriza”

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Autor: Tomás Sánchez Santiago. Título: Años de mayor cuantía. Editorial: Eolas. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro

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