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Mi querido Montalbano

Mi querido Montalbano

Nunca me he visto involucrada en una investigación policial. A Dios gracias. Aunque conozco a un par de guardianes de la ley que escriben estupendas novelas: Sebastián Roa y Pere Cervantes. Pero como lectora impenitente del género noir, he formado a lo largo de muchos años una patrulla de polizontes imaginarios que me han hecho vivir apasionantes historias en los lugares y circunstancias más diversos. Me encantaría seguir a Petra Delicado y Fermín Garzón en una de sus pesquisas por el Raval o el Barrio Gótico de Barcelona, recorrer junto a Guido Brunetti los palacios de Venecia con su aristocrático suegro como cicerone o disfrutar de una típica comida griega en casa de los Jaritos. Si hubiera que adentrarse en un lugar peligroso, me llevaría a Harry Hole como guardaespaldas, tomaría un café irlandés bien cargado con Quirke, que no es policía pero ejerce de sabueso de cadáveres, y daría un paseo con Adamsberg alrededor de un pueblo galo repleto de leyendas. La lista es larga pero no puedo olvidar al poli municipal de Tomelloso, Plinio, y nuestro Pepe Carvalho, que sin lucir placa es terror del crimen tanto organizado como caótico.

"Comparto con Salvo el amor al mar, a los paseos, a los baños salados. ¡Quién no quisiera vivir en Marinella!"

Entre la vida y la muerte, entre el horror y la belleza, todos ellos y muchos más me han mostrado la luz del lado oscuro de la vida. Me han hecho pasar buenos ratos atrapada, más que por la intriga, por la magia de la buena literatura. Los siento como familiares lejanos que te alegran con sus visitas. Pero si tuviera que establecer una relación más prolongada y profunda, no dudaría ni un instante en elegir a mi madero preferido: Salvo Montalbano. ¿Qué tiene el siciliano que no tengan los demás? Para empezar un referente que lo hace más próximo, Luca Zingaretti, que se puso en la piel del comisario siciliano transmitiendo su encanto de hombre mediterráneo de sangre caliente, tremenda humanidad, compasivo, libre de ataduras, honesto y sin doblez. Un tipo calvo ni alto ni con músculos de gimnasio, con uno de esos rostros aparentemente anodinos que van mostrando su atractivo a medida que los conoces. Un hombre con los pies en la tierra, que tiene sueños a veces premonitorios y mantiene un permanente diálogo consigo mismo en el que se trasluce tanto el niño bromista y guasón como el filósofo melancólico temeroso del paso del tiempo. De la vejez. Que cultiva la soledad sin llegar a ser misántropo. Más que encarnar al comisario de Vigàta, Zingaretti se reencarnó en él.

Comparto con Salvo el amor al mar, a los paseos, a los baños salados. ¡Quién no quisiera vivir en Marinella! El talante del comisario me enamora. Su forma de tratar a sus subordinados, más propias de un padre o de un hermano mayor que de un mando. Los abronca y se pone de los nervios cuando el eficaz Fazio se adelanta a sus peticiones («ya está hecho»), los marea con sus especulaciones sobre el crimen de turno, pero sin abusar de su autoridad. Su indulgente paciencia con los portazos y frecuentes lapsus lingüísticos de Catarella es digna de un santo. En contraste, torea con astucia a sus jefazos, especialmente a Bonetti-Alderighi, y aplica sutil mano izquierda con la mafia, tanto con el capo Balduccio Sinagra como con los Cuffaro. Los puyazos que le lanza el dottore Pasquano —«me encantaría hacerte la autopsia, Montalbano», ponen a prueba su aguante estoico.

"Todas sus historias son ejercicios corales en los que se alza la voz del pueblo y se retrata una realidad cruda de corrupción, maldad e injusticias"

En su entorno gira un carrusel de personajes tan auténticos y bien perfilados que parecen brotar del papel, poniendo carne y sangre a las tramas criminales. Los componentes de su equipo, Mimì Auguello y Fazio, su señora de limpieza Adelina o Enzo, el de la trattoria, donde sacia su saludable apetito y pasión gastronómica a la manera de Carvalho, no en vano su nombre se inspira en Montalbán (Vázquez). Todas sus historias son ejercicios corales en los que se alza la voz del pueblo y se retrata una realidad cruda de corrupción, maldad e injusticias desde una mirada sagaz, irónica y desdramatizadora.

Uno de los aspectos que más me gustan de Salvo es su trato con las mujeres, en el que no se percibe ni un ápice de machismo o misoginia. Cuando se le presenta la ocasión de ligar con una belleza de largas piernas, se muestra tímido, y si se pone a ver pelis porno para resolver un caso, se duerme como un tronco de puro aburrimiento. La lengua afilada de su mujer, Livia, le pone en más de un aprieto durante sus trifulcas telefónicas. Esa actitud del comisario refleja la de su padre, Camilleri, que vivió rodeado de mujeres: madre, suegra, asistenta, tres hijas y tres nietas. Que forjó su capacidad narrativa gracias al influjo de su imaginativa abuela.

Estas Navidades releí varios casos de Montalbano y, aunque en mayor o menor medida todos me agradan, La excusión a Tindari me parece excepcional. Sobre la muerte de una pareja de ancianos y de un joven algo macarra, Camilleri urde un trama perfecta aderezada con todos los ingredientes de la casa. Uno de los más jugosos es la  trampa que se le ocurre a Montalbano para impedir que su mujeriego colaborador, Mimì, pida el traslado al municipio donde vive su prometida. Le prepara un cebo tan apetitoso que no puede resistirse a morder el anzuelo.

"Siempre me ha intrigado la relación que se establece entre un autor y un personaje protagonista de larga duración como la que tuvo Camilleri con Montalbano"

Uno de los puntos culminantes de este relato es la visita del comisario a un gran acebuche que crece en un paraje solitario, entre cuyas ramas deja vagar la mente intentando resolver los enigmas que se le plantean, mientras fuma un cigarrillo y le invaden las hormigas. «Había descubierto que, de manera misteriosa, el enmarañamiento, el retorcimiento, la contorsión, la superposición, el laberinto de las ramas reflejaba de forma casi mimética lo que ocurría en el interior de su cabeza: el entrelazamiento de las hipótesis, la superposición de los razonamientos». Un lugar mágico para él, igual que la piedra plana de la escollera en la que se sienta tras sus paseos digestivos e interpela a los cangrejos. Cuando un año más tarde, en El olor de la noche, descubre que su acebuche sagrado ha sido talado y agoniza en el jardín de un recién construido chalé, monta en cólera y destroza los cristales de la casa y las esculturas de Blancanieves y los Siete Enanitos. ¡¡Bien hecho, Salvo!!

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Siempre me ha intrigado la relación que se establece entre un autor y un personaje protagonista de larga duración como la que tuvo Camilleri con Montalbano. Una especie de simbiosis o maridaje entre el ego y el alter ego. El vínculo prolongado entre el escritor y un ente de ficción se podría representar metafóricamente con el concepto de «gemelo enquistado» o «parásito». Fetus in fetu. Se trata de una rarísima anomalía que se produce en un embarazo doble cuando uno de los fetos no acaba de desarrollarse y se inserta en el organismo del superviviente. Así, se dan casos, muy pocos, en que un niño porta materia orgánica de su gemelo fallido en alguna parte de su cuerpo —abdomen, boca, ovario, cabeza—, que debe ser extraída, pues el huésped parasita al anfitrión. En la relación autor/personaje no existe parasitismo, sino una intensa interacción, y llega un momento en el cual las fronteras entre uno y otro se difuminan. ¿Dónde acaba Camilleri y empieza Montalbano? ¿Qué espacio ocupa Andrea y cuál Salvo?

La fidelidad del escritor a un personaje tiene la ventaja de contar de partida con el prota del relato y su microcosmos, pero también plantea el reto de hacerle evolucionar de una manera creíble, interesante para el lector. Que madure y envejezca sin perder su esencia. Camilleri lo logró plenamente. Cuando muere uno de estos autores hermanado a un personaje potente, la pérdida es doble. Habría que enterrarlos en ataúd de doble cuerpo. Pero queda el consuelo de que el fetu ficticio goza de la inmortalidad de las bibliotecas. Tal vez por eso muchos creadores no dejan de escribir hasta que un día les toca poner al texto el punto final. Andrea Camilleri falleció en Roma el 17 de julio de 2019.

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Daniel
Daniel
3 meses hace

Excelente artículo. Soy un ferviente admirador del Comisario Montalbano.Gracias