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Miko el ‘Princeso’, el abandono y la distopía de los animales que hablan

Miko el ‘Princeso’, el abandono y la distopía de los animales que hablan

Ángela Vallvey ha escrito una novela juvenil, El norte azul (Toromítico), en la que, como dice la misma autora, «dos jóvenes hermanos nacidos en cautividad (…) luchan por subsistir en un mundo donde la pirámide de la evolución se ha dado la vuelta». En otras palabras, en esta historia distópica los humanos son las mascotas y las otras especies, sus dueños.

Ángela Vallvey desvela en este ‘Making of’ que la idea de El norte azul surgió tras adoptar a un perro abandonado.

***

Realmente la idea de escribir esta novela surgió de una historia de amor. Si bien, no se trata de una historia de amor al uso. Claro. Se me ocurrió después de conocer a mi perro. Mi familia y yo lo adoptamos hace siete años. Lo encontramos en una página web donde se anunciaban animales abandonados. Un moderno catálogo de fracasos, crueldad y desamor.

Recuerden bien esa palabra: “abandono”. Es importante. En algún momento, a lo largo de la existencia, todos sentimos abandono de una manera u otra. Es una de las experiencias más determinantes, por la huella que imprime, por la cicatriz que deja para siempre.

"Pensamos mucho en él antes de verlo. Lo supusimos desnortado, confuso, decepcionado, pero aún así dispuesto a darlo todo a cambio de una segunda oportunidad"

Como en una de esas aplicaciones donde los humanos se anuncian, conocen e interactúan entre sí para todo tipo de empresas sentimentales, Miko se encontraba allí solicitando un nuevo hogar (dudo que hubiera tenido alguno digno de ese nombre antes), mirando a la cámara con sus ojazos castaños. Entre otros animales que habían sido tirados a la calle, como trastos despreciables que nadie quiere usar ya.

La fotografía de Miko nos tocó el corazón, y eso que todavía no lo conocíamos “en persona” (literalmente). Era tan pequeño…

Había sido abandonado en Alicante, y nosotros vivíamos en Madrid, aún así iniciamos enseguida los trámites de adopción que, dentro de lo que cabía y teniendo en cuenta las distancias, fueron relativamente rápidos.

Éramos una familia pequeña, pero bien dispuesta a sumar a sus vidas la de una también pequeña criatura que imaginábamos desconcertada, en ese momento quizás ya estaría con alguien “de acogida”, después de haber sido castrado. Pensamos mucho en él antes de verlo. Lo supusimos desnortado, confuso, decepcionado, pero aún así dispuesto a darlo todo a cambio de una segunda oportunidad.

El anuncio decía que era “muy cariñoso”. No faltaba a la verdad. Besaba desesperadamente a todo el mundo, anhelando que lo adoptara quien fuera.

Nosotros fuimos los afortunados.

"Descubrimos que, a pesar de que alguien lo había repudiado, él mantenía intactos su ánimo y alegría de príncipe bueno"

Pesaba 1’6 kilos, aunque posteriormente, y por fortuna, la buena vida le ha hecho engordar y ahora incluso consigue llegar a los 2’1 kilos (su peso ideal, porque si está gordito significa que es feliz y tiene poca ansiedad). Lo que resulta toda una hazaña teniendo en cuenta que padece trastornos alimentarios y, depende de cómo se sienta emocionalmente, come más o menos. Por ejemplo, si yo salgo de viaje y estoy un par de días fuera, se declara en huelga de hambre y es capaz de adelgazar 300 gramos.

Cuando lo conocí, su calor me llegó hasta el alma.

Miko es un chihuahua rubio, aunque empezaron a salirle canas al poco de llegar a casa, imaginamos que debido al estrés que había sufrido, y hoy es casi blanco. Con el morrito alargado, de tipo ciervo.

Descubrimos que, a pesar de que alguien lo había repudiado, él mantenía intactos su ánimo y alegría de príncipe bueno. O de presidente de república muy honrado. Vale, en realidad nosotros le llamamos “el Princeso”. Se lo puse yo porque lo de ‘príncipe’ no me parecía exacto. Princeso le viene mucho mejor. Incluso escribí un cuento —Cuentos clásicos feministas (Arzalia Ed.)— donde usé el concepto “princeso”. Pero el princeso de mi cuento era bastante tolai, mientras que Miko es bueno, guapo e inteligente (ya se sabe lo que hacen los escritores con la realidad…).

"No es difícil ver que lo que siente es sobre todo una emoción desnuda, una entrega absoluta, y un miedo cerval a que lo devuelvan al sitio donde acaban todos los que han dejado de ser amados"

A Miko le gusta la buena vida, solazarse entre sedas, restregarse contra tejidos suaves, ser besado. Soporta con estoicismo, y un cierto regodeo escandaloso, los achuchones tremendos que le damos. Los recibe contento, y eso que los especialistas aseguran que a los perretes no les agrada ser abrazados. Desde luego, no conocen a mi Miko.

Al poco de vivir con nosotros, descubrí que comprende perfectamente las palabras “perro abandonado”. De hecho, esa expresión está prohibida en nuestra casa. Es la única sobre la que ejerzo una firme censura.

La prohibí al percatarme de que, cada vez que a las visitas se les escapaba: “¡Oh!, así que tenéis un perro abandonado…”, él nos miraba con una cara de expectación, inquietud, desorientación, preocupación y entrega, que podía romper el corazón del más insensible trozo de corcho humano. Seguramente se dirigían a él de esa manera en el albergue: “el perro abandonado”. Conoce la expresión, sílaba a sílaba.

Es verdad que, tras sus ojos de chantajista emocional, se esconden varios miles de años de progreso y supervivencia canina, de evolución sentimental, pero no es difícil ver que, lo que siente, es sobre todo una emoción desnuda, una entrega absoluta, y un miedo cerval a que lo devuelvan al sitio donde acaban todos los que han dejado de ser amados. A la perrera. A la protectora. A la calle. A la nada.

"Estoy segura de que si nadie le hubiese causado ese trauma existencial que tiene, probablemente su personalidad sería muy diferente"

En algún lugar he leído que, los de su raza, creen que son los jefes de la manada. Los dueños de su casa. Desde luego, en el caso de Miko, está claro que piensa así, porque nos da órdenes a todos. Y, por supuesto, nosotros nos hemos convertido en su familia, pero sobre todo en sus esclavos sentimentales, de modo que nos ponemos a sus órdenes, dejándonos arrastrar por sus caprichos.

Aunque, bien pensado, no tiene tantos.

Se pueden soportar.

El caso es que, después de conocerlo, algo se removió en mi interior. Vivir con él me ha descubierto un mundo de emociones extraordinarias, y estoy segura de que si nadie le hubiese causado ese trauma existencial que tiene —y que padecen todos los que, igual que él, han sido abandonados sin miramientos—, probablemente su personalidad sería muy diferente.

Es normal. Le pasaría a cualquiera.

El trauma del abandono, no lo superará nunca, a pesar de que vive como un pequeño y despótico princeso, en un reino lleno de mantas sedosas y chuches de paté.

"Hacer una proyección hacia el futuro siempre resulta arriesgado y atrevido, porque nadie es capaz de predecir realmente qué pasará ni siquiera mañana"

Tenerlo conmigo, como un miembro importantísimo de la familia, me ha hecho pensar en muchas cosas que nunca antes me había planteado. Y un buen día, debido a esa emoción conmovedora que me despierta su existencia, gracias a que disfruto de su compañía, nació la idea de escribir esta novela, El norte azul, que es sobre todo una aventura donde el abandono es protagonista junto a los dos jóvenes hermanos nacidos en cautividad, Awa y Juan, que luchan por subsistir en un mundo donde la pirámide de la evolución se ha dado la vuelta…

Me pregunté qué sería de los humanos dentro de miles, y cientos de miles, de años… Si es que logran sobrevivir. Si la especie consigue la hazaña de perpetuarse.

¿Cómo serán las cosas entonces?

Hacer una proyección hacia el futuro siempre resulta arriesgado y atrevido, porque nadie es capaz de predecir realmente qué pasará ni siquiera mañana. Las variables son demasiadas, y todas independientes. Pueden combinarse de forma caprichosa, y los resultados son dudosos. Adivinar el futuro es un simple juego, dado que intentar predecirlo solo sirve para ayudarnos a ver el presente. Aunque eso…, ¡ya es mucho!

Me pregunté, viendo jugar a Miko, si realmente, con los niveles de conciencia emocional que tienen los de su especie, no podría llegar un día en que alguien, o algo, lograra manipular sus cerebros hasta convertirlos en seres pensantes, y luego “hablantes”, incluso dentro de unos límites, de manera que así se trastornara todo el equilibrio vital del planeta y la relación entre especies. ¿Qué pasaría si un animal, que hasta ahora consideramos básico, “desalmado” y sin capacidad de discernimiento, pudiera hablar?, a pesar de que sus pensamientos fueran simples, la estructura del mundo tal como lo conocemos se vendría abajo. Eso no lo habían previsto los cuentos clásicos, donde los animales siempre hablaban…

Modificando tan solo dos elementos —el tamaño y la capacidad de poder expresarse—, el cielo caería sobre nuestras cabezas. Porque el tamaño sí importa, como decía aquella estupenda frase publicitaria. Y el lenguaje crea al mismo universo.

"Dos humanos, una niña adolescente de piel oscura, y su hermano pequeño, de piel blanca, huérfanos de madre, que jamás han conocido a un padre, y que se enfrentarán a un destino extraordinario..."

Si los animales lograran una comunicación ‘inter especies’, con un lenguaje comprensible suficiente para expresar una rudimentaria serie de informaciones y emociones, si eso fuese posible…, lo más lógico sería prever que los seres humanos descenderíamos vertiginosamente puestos en la pirámide de los depredadores que habitan el planeta en estos momentos, para pasar desde la cúspide a la base. Para convertirnos, después de ser “Reyes de la creación”, en esclavos.

Así surgió la idea de escribir El norte azul, especulando con que, dentro de mucho tiempo —tanto que ni siquiera yo me he atrevido a poner una fecha—, la evolución podría cambiar, y entonces las especies ya no serían tan numerosas, sino muy pocas. Claro que todas ellas también habrían aumentado de tamaño hasta convertirse en gigantescos seres de apariencia monstruosa, capaces de hablar un lenguaje común que les permitiera relacionarse con el resto de habitantes de un planeta que, tal vez, ya no sería la Tierra —o quizás sí—, y donde las cosas se habrían transformado de manera absoluta. En ese mundo solo habría dos climas, uno de frío extremo y otro de calor tropical.

Ese es el lugar donde transcurre la historia de los niños y los animales protagonistas de El norte azul. Dos humanos, una niña adolescente de piel oscura, y su hermano pequeño, de piel blanca, huérfanos de madre, que jamás han conocido a un padre, y que se enfrentarán a un destino extraordinario…

Esta novela, a pesar de ir dirigida en principio a un público juvenil, puede ser leída por cualquiera que guste de hacerse preguntas y dejar volar su imaginación muy lejos.

El escenario es distópico, de ciencia ficción, pero también moralmente radical, pues plantea cuestiones que pretenden convertirse en una suerte de mirada atenta a lo que nos rodea, al resto de los seres vivos con quienes compartimos el planeta. Que pretende mirar el mundo de una manera diferente.

Así, más o menos, nació El norte azul.

Pude escribir esta historia gracias a Miko, y él lo sabe.

Y he podido contarla porque un ser —pequeño, pero muy poderoso—, estremeció mi corazón. Y con ello, también transformó mi conciencia.

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Autora: Ángela Vallvey. Título: El norte azul. Editorial: Toromítico. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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