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Mistral. Una vida, de Elizabeth Horan

Mistral. Una vida, de Elizabeth Horan

Ya iba siendo hora de que alguien escribiera una biografía de altura sobre la gran poeta Gabriela Mistral. Elizabeth Horan es, con total seguridad, la mayor experta en la figura de la Premio Nobel y ahora entrega un libro en el que desvela no pocos episodios inéditos en la vida de la autora.

En Zenda reproducimos unas páginas de la biografía Mistral. Una vida, de Elizabeth Horan (Lumen).

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Cuentos orales

¿Cómo fue que Lucila Godoy Alcayaga, nacida en 1889 y criada en la pobreza, entre los límites del remoto y andino Valle de Elqui, sin privilegios de ninguna índole en cuanto a raza o casta, se transformó en la aclamada y carismática poeta Gabriela Mistral? ¿Cómo hizo para ascender desde el último escalón social a la cima en cuatro dominios de actividad profesional, alcanzando renombre internacional en la enseñanza, el periodismo, la diplomacia y la literatura? «Si bien a primera vista el ascenso social de Mistral parece bastante espectacular, es menester observar que su situación social, a pesar de ser precaria, no era marginal». Así arguye Marianne González Le Saux al sostener que la escritora provenía, al igual que muchos educadores e intelectuales chilenos, del sector empresarial-propietario de la clase media rural. Con todo, estuvo —junto a Neruda, catorce años menor que ella— entre los muy pocos escritores que se convirtieron en una celebridad y continuaron siéndolo hasta su muerte.

Este libro muestra cómo Gabriela Mistral se dedicó al magisterio, que fue la única profesión a su alcance, a pesar de ser autodidacta, sin estudios normales ni títulos y todo mientras surgía como escritora. El mapa de su itinerario vital, aquí detallado, comprueba la hipótesis del crítico Alone. Él, que fue muy amigo de Mistral desde 1915 en adelante, propuso en 1962, cinco años después de la muerte de la poeta: «Gabriela escribía cartas, muchas cartas, demasiadas cartas. Si alguna vez se forma su epistolario, ocupará una biblioteca. Le escribía a todo el mundo, sin cesar, fuera quien fuere. Verdad que buena parte de su camino de triunfos se lo preparan las cartas que repartía durante su juventud y que, acaso, sin ellas, no le habría sido tan fácil salir y sobresalir». En la triangulación de las cartas con los textos contemporáneos —método central de las biografías literarias en la tradición angloamericana— se revelan su perseverancia y su genio. La combinación de las cartas con sus entrevistas y otras intervenciones revela el origen de los triunfos y de los tropiezos que la asediaban desde siempre. Ella fue rara, dotada y afligida, desde la niñez. Aprendió a vivir donde fuera, siempre que pudiera mudarse cada dos años.

En el segundo volumen de este proyecto se seguirá el itinerario de Gabriela Mistral con su amiga mexicana, la educadora y diplomática Palma Guillén. Veremos cómo y por qué las dos, funcionando como pareja, se inscribieron dentro de la primera generación de mujeres que ingresó en la diplomacia. Sin ese contacto y sin esa carrera, Mistral no hubiera recibido el Premio Nobel de Literatura en 1945, siendo la primera persona de América Latina acreedora a ese honor.

¿Cómo lo hizo? Buena parte de la respuesta a esta interrogante reside en las anécdotas autobiográficas que Gabriela Mistral manejaba por medio de sus cartas, entrevistas, charlas, discursos y otros géneros orales que utilizaba. Ella misma las difundió con tal convicción que, para algunos, el solo hecho de cuestionar su veracidad bordea hoy la herejía. Tan fascinantes como improbables, esos episodios asoman en sus cartas y artículos, manuscritos y entrevistas y debemos remitirnos a contemporáneos suyos, como Augusto Iglesias, José Santos González Vera, Marta Vergara y Fernando Alegría, para dar con escritores dispuestos a cuestionar la veracidad de sus historias y pensar los motivos de Mistral para referirlas. Pero tenemos que remontarnos a la dictadura de Pinochet y un poco antes para ubicar los orígenes del acuerdo en extremo cortés, y solamente en apariencia tácito, de ignorar la escasa confiabilidad de las anécdotas contadas por la poeta. Todo ello es consistente con la prolongada tradición de rehusarse a discutir su sexualidad ambigua o situarla en su propio contexto histórico o tener en cuenta su naturaleza oscilante de un lugar y época a los siguientes. La forma igualmente flexible y cambiante de la identificación racial y étnica de Mistral es a la vez soslayada o desestimada, como lo son las historias improbables y contradictorias que ella misma y Palma Guillén idearon para explicar la existencia del niño al que ambas llamaban Yin Yin. Conforme analicemos las historias muy variables sobre su origen, identidad y parentesco, presentaremos fuentes documentales antes desconocidas.

Las anécdotas más conocidas dentro de la vida de Gabriela Mistral son, desde luego, sus propios relatos del sufrimiento y las exclusiones que experimentó en su empeño de acceder a la enseñanza. Al leerlas en conjunto y con un ojo atento a los patronazgos que Mistral buscaba obtener en Chile o afuera, muestran el papel histórico-político que biógrafos previos de Gabriela Mistral suelen soslayar o negar en su vida. En la vena de las hagiografías habituales, libros como La maestra del Valle de Elqui, de Marie-Lise Gazarian-Gautier, vienen a sugerir que los actos caritativos de Mistral tuvieron tanta o más resonancia que sus escritos. En la vena patriótica, Gabriela Mistral pública y secreta, de Volodia Teitelboim, adhiere a la cronología que se ofrece de los primeros treinta y tres años de Mistral en Chile, después de lo cual su narración declina y se desploma. Muchos escritores nacionales (chilenos) e internacionales han subestimado el carácter de testigo directo y bien informado que tuvo Gabriela Mistral como escritora, enfrentada como estuvo a tres guerras internacionalmente significativas, con conocimientos y perspectivas obtenidos desde el interior de los conflictos. Observó, en primer lugar, los meses finales de la Revolución mexicana. Trabajó en una organización internacional y vivió de su trabajo periodístico en Europa y las Américas durante el ascenso y consolidación de los regímenes fascistas y nazis. Antes, durante y después de la Guerra Civil española, Mistral se valió de su estadía consular en Lisboa y en Niza. Con sus colegas diplomáticos mexicanos (y otros) creó una red de aliados que organizaron el traslado de los refugiados de guerra; antes y después de estallar la Segunda Guerra Mundial, militó para ellos y para una política de inmigración en Chile que incluiría a los desterrados españoles y a los judíos en fuga.

La política detrás de esos empeños no fue originalmente caritativa. Sus desplazamientos tampoco aparecieron de la nada. Durante sus años en Chile, Mistral tenía ya el hábito muy consolidado de aparecer justo antes o después de que los grandes conflictos irrumpieran, ya fueran las disputas laborales en Punta Arenas y Puerto Natales o las elecciones tan volátiles de 1920, a las que asistió viajando de Temuco a Santiago. Su gira de conferencias por las Antillas y Centroamérica en 1931 fue calculada para generar publicidad para ella y Palma Guillén. La utilizaban exitosamente como parte de su campaña para granjearse puestos consulares para ambas. Y cuando Mistral por fin tuvo la capacidad de escoger sus destinos consulares, siempre eligió lugares que eran como avisperos del espionaje: Lisboa poco antes y durante la Guerra Civil española; Río de Janeiro y Petrópolis en la Segunda Guerra Mundial; México e Italia en los primeros años de la Guerra Fría. El último destino consular que Mistral solicitó (y le fue denegado) la hubiera llevado a Santiago de Cuba en 1953, justo a tiempo de vivir la salva inaugural de la Revolución cubana, con el asalto de los rebeldes al Cuartel Moncada.

La insistencia de la poeta en su estatus de perseguida explica su habilidad para ganarse a la audiencia con historias estremecedoras, contadas de manera experta, relativas a cómo fue siempre estigmatizada y hostilizada desde su niñez. De no haberse topado con buenos amigos —o eso al menos le gusta hacernos creer—, los miopes y dogmáticos funcionarios enquistados en la enseñanza la hubieran echado abajo. Todos, y especialmente las autoridades educacionales, conspiraron en su contra de manera violenta. Hubieran triunfado en negarle la posibilidad de entrar en el magisterio si no fuera por las amistades que la ayudaron y a quienes ella a su vez ayudó. Esto último lo hizo contando cuentos en los que todo su rescate se debe a la exaltada bondad de sus patrones, políticos y periodistas. Con el paso de los años, Mistral insistirá en los motivos absolutamente desinteresados de sus amistades, encubriendo así una variedad de relaciones transaccionales.

Alone, el crítico chileno, se cuenta entre los pocos amigos de Mistral que se atreven a referir la inestabilidad mental de la poeta. Cinco años después del fallecimiento de Mistral, Alone ofrece una hipótesis sobre «el “complejo de culpabilidad” que engendra el “delirio de persecución”, lindante en lo patológico». El crítico explica que «la memoria de Gabriela reducía, alejaba, concluía por expulsar de su recinto consciente los recuerdos agradables, cuanto significaba benevolencia de los demás hacia ella, mientras retenía fielmente, íbamos a decir, ferozmente, los golpes, los insultos, los ataques, las conspiraciones y la insidia, muchas veces supuestos, de que la hacían víctima».

Aunque Alone estaba entre los muchos escritores que debían su entrada al mundo de las letras a la poeta elquina —como veremos en el capítulo 4—, su hipótesis está centrada en el dolor y la persecución como reflejos de la psicología de la poeta. Este libro, por contraste, busca mostrar cómo Mistral, armada solo con su don de la palabra y su capacidad para cultivar relaciones, siempre atraía ayudantes de toda índole. Así lo comenta otro amigo de la poeta desde joven, el escritor José Santos González Vera: «Fuera de hacer clases y escribir, por fortuna no necesitaba ocuparse de más. El Altísimo le había arrimado un pequeño grupo de jóvenes que eran felices sirviéndola. La proveían de ropa, la ayudaban a vestirse y le hacían ligeras las pequeñas rutinas cuotidianas. Conociéndola es comprensible el deseo de servirla».

Al contar los cuentos sobre su persecución y rescate y redención, Mistral utiliza la hipérbole no solo para exaltar a sus patrones o rescatadores, o para expresar su valor y gratitud, sino para mostrarse merecedora de tener enemigos y para encubrir una variedad de relaciones transaccionales con los amigos que ella luego exaltaba por acudir a su rescate. Al concentrarse en Mistral como poeta, Alone no explica cómo la poeta llegó a intercambiar cartas fraternales con senadores, cancilleres y presidentes de múltiples naciones. Líderes que la estimaban por su inteligencia y la trataban con respeto y hasta con más de un poco de miedo, dada su enorme influencia.

Las historias de Mistral son un verdadero catastro de sus redes y relaciones sociales en continua expansión. Se las puede considerar una versión a escala mayor del empeño personal de su madre, Petronila Alcayaga de Godoy, por conformar una red que les asegurase cargos transitorios a sus dos hijas en las escuelas rurales de Elqui. A la luz de todo ello, el ascenso de Mistral de profesora rural auxiliar a directora de tres liceos adquiere absoluto sentido. Pero el cuento no termina ahí. Mucho antes de abandonar Chile, ya estaba desarrollando amistades por correspondencia. Sus cartas, su imagen, su poesía y su labor periodística circulaban en todo el ámbito de habla hispana, un mundo que distaba mucho de ser una aldea. Con todo, al rastrear el tipo de lenguaje que emplea Mistral nos topamos con los cuenteros orales tradicionales que escuchaba al irse a la cama cuando era niña, «oyendo a huasos y a cuyanos trocar sucedidos fabulosos de la Cordillera, mientras circulaba el mate terriblemente común, y sus caras se me confunden en el recuerdo». Desde ese lenguaje oral compartido, Mistral se valió del estado liminal de «la contadora» que inventa y dramatiza en conjunto con su público oyente para conservar y a la vez «arar nuevos surcos en el desarrollo de las ideas». El escritor Fernando Alegría afirmaría: «Con el paso de los años, la poesía hablada de Gabriela Mistral [llegará] a ser la expresión más profunda y valedera de su misterioso genio creador [y] es verdaderamente en sus Recados, en sus cartas, en las transcripciones de sus pláticas, donde su voz se oye en toda su nativa pureza y en la profunda novedad, agreste, insegura, tímida y a la vez violenta de su arte americano».

Muy pocos amigos osaron cuestionar las innumerables e hiperbólicas historias de la poeta. Pero la argentina Victoria Ocampo se sentía con pleno derecho a hacerlo. ¿No había pagado ella misma de su bolsillo la publicación, y donación a los niños refugiados de la guerra española, de Tala, el tercer y más exitoso volumen de Mistral? Sin ello, la chilena no hubiera ganado el Nobel.

Poco después de la muerte de la poeta, Ocampo se sentó a revisar las ochenta y cuatro cartas que Mistral le había remitido. Y, tan pronto como comenzó a escribir sobre la vida de su amiga, vislumbró la enormidad de la tarea que tenía por delante. Esta editora, biógrafa y autobiógrafa era versada en tales tradiciones dentro del ámbito de la literatura inglesa, francesa y española. Bien sabía de la importancia de la correspondencia para establecer la cronología de una biografía literaria. Pero Mistral eludía a menudo fechar sus cartas, habitualmente escritas a mano, y, al final de su vida, las redactaba con un borroso lapicero. Sin embargo, Ocampo escribió unos cuatro artículos sobre su amiga que citan sus cartas combinadas con recuerdos de su charla y líneas de su poesía. Método que este libro propone continuar, citando las cartas de la poeta más las entrevistas y las cartas y recuerdos, los life-writing, de sus amigos y enemigos.

Tanto Victoria Ocampo como Palma Guillén fueron entrenadas y habituadas a declamar profesionalmente. Ambas reconocieron a Mistral como una performer. Así escribe Ocampo: «[…] en Gabriela el monólogo era cosa muy especial […]. Era inútil tratar de interrumpir esa canturía diciendo: “Pero la realidad, Gabriela, la realidad no fue…”. Gabriela seguía hablando desde su reino y su reino era el reino en que las calabazas se convierten en carrozas, y también, viceversa, las carrozas en calabazas. A lo mejor, aquello era la recóndita realidad, “el reino de verdad” recibido por Lucila, la del Valle de Elqui, que Gabriela veía “con las trenzas de los siete años, / y batas claras de percal, / persiguiendo tordos huidos / en la sombra del higueral…”».

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Autora: Elizabeth Horan. Título: Mistral. Una vida. Solo me halla quien me ama. Editorial: Lumen. Venta: Todos tus libros.

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